Manuel Pérez Aguado ha dibujado en la pizarra dos viñetas para ilustrar lo que va a ser su primera clase de literatura. En la viñeta A se ve un corral donde hay un árbol bien frondoso. (…) El árbol, o el arbusto, tiene un nombre precioso: evónimo, y también se llama bonetero de Japón. Debajo del evónimo hay un niño y una vieja sentados en sillitas de paja. La vieja es menuda y de lutos muy limpios. (…) Pero lo que importa al caso es que la vieja le está contando un cuento al niño. La historia trata de un pescador que un día naufraga, baja al fondo del mar, se casa allí con una princesa y, durante un año, vive feliz en aquel reino submarino. Todo eso sucede en un país lejano y en los tiempos remotos de Maricastaña. Pero luego el pescador empieza a sentir nostalgia de su vida anterior y pide permiso para regresar a su aldea y pasar unos días con su antigua familia terrestre. La princesa acuática intenta disuadirlo, suplica, llora, lanza veladas amenazas, pero él se obstina erre que erre en el viaje. Regresa, pues, a lomos de un tritón, y descubre que, allí arriba, han transcurrido trescientos años. No reconoce la aldea, y todos sus parientes han muerto hace ya siglos. Quiere entonces volver a su reino, pero no encuentra el camino, y a la orilla del mar se convierte de golpe en un viejo de trescientos años, y muere enajenado (…). En la viñeta B, Manuel Pérez ha dibujado la aldea y el reino del reino submarino, todo ello envuelto en un marco ondulado, para que se note bien que, frente a la viñeta A, ese mundo es ficticio, y pertenece solamente al relato. (…)
Manuel Pérez Aguado ha invitado a sus alumnos a imaginarse que las dos viñetas de la pizarra se unen y mezclan formando una sola, como los fundidos en el cine, o como la realidad y el sueño cuando estamos en duermevela.
Ha seguido un silencio entre cómico y solemne, como suelen ser los silencios escolares. “¿Alguna pregunta?” En el último instante, un muchacho sube un brazo tan alto como puede: “¿Eso entra en el examen?” “Naturalmente”, ha dicho el profesor. “Todo arte participa de la realidad objetiva. ¿Qué sería del Quijote si se eliminasen en él a Sancho, a Sansón Carrasco, al barbero y al cura? ¿Qué sería del cuento del pescador sin el humilde evónimo y la rutina de las campanadas de la iglesia?” Unos segundos de estupor.
“Entonces, ¿entra o no entra?”
Manuel Pérez se toca el rostro, se hace una máscara con sus manos letradas.
“Entra.”
(Entre líneas: el cuento o la vida.
Luis Landero.)
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