Soy profe de Lengua y Literatura y en este blog iré colgando actividades y textos que trabajemos en clase (o no).
"Hola, ¿qué tal? Soy el chico de las poesías".
Periodista, escritora (representante de la Generación del 98), traductora y activista por los derechos de la mujer. Tuvo que usar pseudónimos para poder publicar sus escritos: por ejemplo, se hizo llamar "Colombine", "Gabriel Luna", "Perico el de los Palotes" o "Marianela".
Es considerada la primera periodista profesional de España y fue corresponsal de guerra:
Sufrió persecución por parte de la Iglesia por sus artículos a favor del divorcio o del sufragio femenino.
Escribió casi doscientas obras: un centenar de novelas cortas, cuentos, ensayos, biografías, libros de viajes, crónicas periodísticas y traducciones. Toda esta literatura fue prohibida tras la guerra civil porque su mensaje atentaba contra el nacionalcatolicismo imperante. Pero su importancia fue enorme. Vivió a caballo entre la generación del 98 y los movimientos de vanguardia. Alcanzó gran fama en España pero también en América y Europa, hasta llegar a convertirse en la voz más autorizada del feminismo y la lucha por las libertades civiles en nuestro país.
A finales de 1906 retomó su labor docente y periodística y lanzó una campaña en el Heraldo de Madrid a favor del sufragio femenino con una columna titulada «El voto de la mujer». A su regreso de Francia creó una reunión semanal denominada ‘La tertulia modernista’, a la que acudían escritores, periodistas, músicos, artistas plásticos, poetas y artistas extranjeros de paso por Madrid. Allí conoció a Ramón Gómez de la Serna, entonces un desconocido estudiante de diecinueve años, veinte años menor que ella, que se convierte en su admirador y amante.
En el año 1908, Carmen funda la Alianza Hispano-Israelí en defensa de la comunidad sefardita internacional. La difusión de la misma se realiza a través de la Revista Crítica. Tras el desastre del barranco del Lobo en el Rif en 1909, Carmen de Burgos decidió acercarse a las tropas españolas que luchaban alrededor de Melilla. Allí ejerció de corresponsal de guerra del diario El Heraldo de Málaga. Una vez de vuelta a Madrid publicó el artículo ¡Guerra a la guerra! en el que defendía a los pioneros de la objeción de conciencia (algo que no se generalizaría hasta 80 años más tarde). (...)
Además de su intensa obra periodística son destacables sus conferencias en el ámbito del movimiento feminista; como por ejemplo: La misión social de la mujer (1911) y La mujer en España. Entre sus novelas más populares puede citarse Puñal de claveles, escrita al final de su vida y basada en el suceso conocido como el «crimen de Níjar», que tuvo lugar el 22 de julio de 1928 en el Cortijo del Fraile, en los Campos de Níjar, y que fue una de las inspiraciones con que contó Federico García Lorca para sus Bodas de sangre.
Se le considera una de las primeras defensoras del papel social y cultural de la mujer. Defendió asimismo la libertad y el goce de existir. Decididamente independiente, creyó en un mundo mejor y fue una temprana "feminista", aunque ella odiaba ese término.5 En su obra La mujer moderna y sus derechos (1927) definía su postura como un feminismo conciliador al explicar: «No es la lucha de sexos, ni la enemistad con el hombre, sino que la mujer desea colaborar con él y trabajar a su lado».5 No fue muy bien considerada por un importante sector de los críticos y escritores contemporáneos, que en muchas ocasiones colocaron su labor y su obra relegada y reducida a la condición de «amante» de Ramón Gómez de la Serna.
En España (...) hay un gran número de hombres jóvenes que trabajan por un ideal vago. Esta gente joven no puede unir sus esfuerzos, porque no es posible que tenga un ideal común. Dada la pereza intelectual del país, dada la pérdida nacional del sentido de moralidad, lo más lógico es presumir que, de estos jóvenes -siguiendo el camino de la mayoría de los hombres de la generación anterior-, los afortunados engrosarán los partidos políticos, vivirán en la atmósfera de inmoralidad de nuestra pública, y los fracasados irán a renegar constantemente del país y de los gobiernos en el rincón de una oficina o en la mesa de un café.
¿Se puede creer que esta fuerza de toda esa gente es inútil, sin aplicación, que no tiene nada aprovechable? No. La cuestión es saberla aplicar, la cuestión es encontrar algo que canalice esa fuerza, algo que sirva de lazo de unión entre todas esas energías dispersas y sin rumbo.
No puede servir de base (...) ni siquiera el ideal democrático, porque si muchos creen en la virtualidad de la democracia, otros la consideran como un absolutismo del número, que no ha producido ni producirá liberación de la Humanidad, sino una especie de nuevos privilegios a favor de los más audaces y de los más indelicados.
Sin embargo, de esta disparidad de ideas y sentimientos, hay entre todos los jóvenes (...) en todos los que consciente o inconscientemente no están inmovilizados en el cielo de Zarathustra, un deseo altruista, común, de mejorar la vida de los miserables.
Y es mejoramiento sólo lo puede dar la ciencia (...)
Aplicar los conocimientos de la ciencia en general a todas las llagas sociales (...) Poner al descubierto las miserias de las gentes del campo, las dificultades y las tristezas de millares de hambrientos (...)
Y después de esto, llevar a la vida las soluciones halladas (...) no mostrarlas fríamente, sino propagarlas con entusiasmo, defenderlas con la palabra y con la pluma (...)
Machado fue, como él mismo diría, “un pobre modernista del año tres” (que fue el año de redacción de su primer libro, Soledades); su modernismo asordinado se complacía en la contemplación emotiva del paisaje castellano, la melancolía convertida en rutina y la dolorosa percepción del paso del tiempo. Tras una admirable refundición del primer título como Soledades. Galerías. Otros poemas, en 1907, apareció su vinculación a una visión populista y más radical de su país (perceptible en la noble retórica de Campos de Castilla), a la que pronto se incorporó una temprana conciencia del agotamiento poético y un renovado interés por el problema filosófico del sujeto, tanto en su relación con el mundo como, sobre todo, en la dialéctica del otro: la realidad de aquel tú que le parecía tan importante como la del yo. No abandonó la poesía lírica, como demostraron sus Nuevas canciones, pero las sucesivas ediciones de sus Poesías completas incorporaron, además de algún poema más, unos apuntes de jugosa prosa. En ellos trasladó sus cogitaciones y su sentido del humor a una pareja de “apócrifos” que llamó Abel Martín y Juan de Mairena, a los que situó en el último tercio del siglo XIX; el segundo dio título a un espléndido libro misceláneo de 1936, Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo; luego lo hizo sobrevivir para poner a su nombre la reflexiones prorrepublicanas que publicó durante la Guerra Civil. (...)
La poética modernista fue acogida por una larga nómina de autores que llenaron antologías como La corte de los poetas; La musa nueva y Parnaso español: alcanzaron popularidad indiscutible Salvador Rueda y Francisco Villaespesa, pero, sobre todo, Manuel Machado, a quien se debe lo mejor del modernismo inquieto (Alma), la perfección del parnasianismo culturalista (Museo; Apolo [teatro pictórico]) y sobre todo, la introducción de la estética –entre cínica y contrita– de la mala vida (El mal poema), muy ligado todo a su atención a la copla flamenca (Cante hondo). Pero lo mejor de la poética modernista española fue el precoz tono meditativo y descriptivo, tempranamente posmodernista, rumbo marcado por los propios hermanos Machado (...).
La copla
Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.
Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.
Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.
Ocaso
Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde… El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.
Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.
Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,
para mi amarga vida fatigada…
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar, y no pensar nada…!
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Sus estampas en prosa Platero y yo (Elegía andaluza), libro para niños y mayores, deben verse como la depuración del pasado regionalista y la conquista de una nueva conciencia sensitiva, que precedieron al decisivo Diario de un poeta reciencasado (1916). En estas notas de viaje (en prosa y verso) indagó la relación del yo con el incitante mundo exterior y con su querencia por el ayer y creó un lenguaje que expresaba vivazmente ese conflicto, gracias a la ductilidad del verso libre, y, en no menor grado de importancia, a su entrega al amor y a la sugestión equívoca de la ciudad moderna (Nueva York). La condición de “diario” y de “itinerario” de su libro le persuadieron de que cada poema era estadio provisional de una “obra en marcha”, sometida a permanente revisión y a la honda seguridad de un “oficio” gozosamente asumido, como reveló su Segunda antolojía poética, uno de los libros más influyentes de la poesía hispánica del siglo pasado. Entre el Diario y su gran poema “Espacio” –que anticipaba su gran proyecto final, el conjunto de Animal de fondo y Dios deseado y deseante– hubo una línea de continuidad y ahondamiento que se resolvió en ciclos temáticos, aforismos, páginas críticas y ensayos para los que siempre soñó alguna forma de ordenación conjunta: una “Obra” total que tenía que ver con “Le Livre” único que soñó Stéphane Mallarmé y que confluía con la línea dominante de los grandes poetas del siglo. (...)
La vida intelectual de la España de 1939 sufrió la muerte, ausencia o silenciamiento de sus mejores valores y, de añadidura, la dura represión de cualquier disidencia presente y pasada: la “nueva España” de Franco execró el legado ilustrado del XVIII, el liberal del XIX y el progresismo del XX, que resumió en la pintoresca expresión de “contubernio judaico-masónico-marxista”. Pero lo cierto es que el propósito de ordenar la vida intelectual conforme a las pautas del franquismo nunca gozó ni de prestigio ni de autoridad moral suficientes, quizá porque “el régimen” (como lo llamaron muy pronto tirios y troyanos) fue una amalgama de intereses de poder y dinero, obstinadamente referidos a la victoria militar sobre la “anti-España” y cohesionados por un catolicismo que prevaleció muy pronto sobre un fascismo que tampoco tuvo nada de laicista. (...)
Pío Baroja (San Sebastián, 1872-1956), tras abandonar la Medicina, dedicó su vida a la novela, desarrollando una de las obras más prolíficas y completas de nuestra historia.
ESTILO EXPRESIVO PERO SENCILLO: Conversaciones naturales, habla coloquial... incluso errores gramaticales como leísmos, laísmos, anacolutos...
ANTIRRETORICISMO: su léxico es sencillo y tremendamente natural. Predominan los párrafos cortos y las frases secas y directas.
INSTINTO NARRATIVO: sus novelas parecen avanzar a golpe de inspiración, sin apoyarse en complejas estructuras previas.
De hecho, consideraba falsa la estructura coherente dirigida a un final cerrado propia de la novela realista y prefiere las NOVELAS DE ARGUMENTO DIVERSO Y DISPERSO.
Considera que "EN LA NOVELA CABE TODO" (filosofía, ensayo, crítica social... por eso MEZCLA GÉNEROS Y SUBGÉNEROS (novela de personaje, novela de aprendizaje, novela filosófica, novela de aventuras...).
DESCRIPCIONES IMPRESIONISTAS con toques líricos que resaltan con la frialdad habitual.
Predominio del narrador omnisciente que opina, a veces con brutalidad, de los personajes o las situaciones.
Especialmente agudo resulta el prólogo a Zalacaín el aventurero de Joan Estruch:
Del carácter y la mentalidad de sus padres, tan opuestos, el novelista recibió influencias contradictorias: del padre heredó la ideología liberal y agnóstica, la afición por la literatura y el gusto por la vida inquieta. Pero, en cuanto a la vida privada e íntima, acabó pesando más la tendencia conservadora de la madre. La influencia materna se percibe también en las dificultades que Baroja siempre tuvo para relacionarse con las mujeres, a las que veía con una mezcla de idealización y de recelo, lo que, unido a la proverbial timidez del escritor, le llevaría a permanecer soltero durante toda su vida. (...)
Concluido el bachillerato, duda Baroja sobre qué carrera estudiar, hasta que por fin opta por Medicina, aunque sin demasiado entusiasmo. En 1887 aprobó el examen de ingreso y empezó a estudiar en la facultad. Pronto se decepcionó: las clases le resultaban aburridas y los profesores pedantes y rutinarios, tal como se refleja en su novela El árbol de la ciencia. Fue entonces cuando comenzó a escribir cuentos y novelas, que destruía en su mayor parte. En 1890 publicó sus primeros artículos en un diario donostiarra.
Al año siguiente se fue a vivir a Valencia, donde su familia se había instalado a causa de un nuevo traslado del padre. Poco después murió su hermano Darío, experiencia que resultó traumática para Baroja y que más adelante trasladaría asimismo a El árbol de la ciencia. En la universidad de la capital levantina pudo finalmente aprobar las asignaturas que tenía pendientes y terminar así la carrera. Ya licenciado, presenta en Madrid su tesis doctoral sobre un tema de enorme repercusión en su obra: El dolor. Estudio de psicofísica. Gracias a ella se convierte en doctor en Medicina, y pasa un tiempo buscando colocación, hasta que consigue una plaza de médico en Cestona (Guipúzcoa), donde ejerció algo más de un año en condiciones muy duras. Sin vocación para la Medicina, no obstante, decide abandonar la profesión. (...)
UN INDIVIDUALISTA RABIOSO
Baroja fue un personaje inclasificable. Las ideologías dominantes en su época —particularmente la filosofía de Nietzsche y de Schopenhauer— ejercieron un notable influjo sobre el escritor vasco, pero nunca hasta el punto de que se adhiriese a una en particular de manera estable y coherente. Su carácter pesimista y escéptico se reafirmaba con la irritación que le producían la hipocresía y la doble moral de la sociedad.
La base del pensamiento barojiano hay que buscarla en su extremado individualismo. Su novela César o nada se abre con esta solemne declaración de principios: «Lo individual es la única realidad en la Naturaleza y en la vida». Este principio fundamental le lleva a desconfiar de todo planteamiento colectivo, que ve como una amenaza a la libertad del individuo: «Siempre he tenido recelo y poco amor por la democracia y el comunismo. Todos los públicos grandes me han producido desconfianza y, a veces, terror. No creo que la masa social pueda ir a nada bueno». Debajo de esta actitud late un profundo pesimismo antropológico, justificado con argumentos biológicos: «El hombre es un animal egoísta y rapaz, como todos». (...)
De ahí que su difusa simpatía por el anarquismo no fuera muy consistente: «Yo digo que no soy anarquista, y no lo digo porque tenga miedo a la palabra, sino porque siento demasiado la fuerza de mis instintos egoístas para llamarme de esta manera. Soy un individualista rabioso, soy un rebelde; la sociedad me parece defectuosa porque no me permite desarrollar mis energías, nada más que eso». Esa rebeldía, sin embargo, estuvo siempre contrapesada por su miedo a pasar a la acción.
Del mismo modo, su aparente frialdad y su escepticismo son el resultado de un mecanismo de defensa que le hacía esconder su gran sensibilidad, su naturaleza bondadosa y compasiva. A través del protagonista de La sensualidad pervertida confesará; «Mi sensibilidad era como un órgano sin revestimiento, sin piel; así, el más pequeño contacto con la aspereza de la vida española me hacía daño, […]
Después comencé a fingir la insensibilidad, para defenderme de la ridícula efusión experimentada por las cosas y las personas». Esa sensibilidad reprimida aflora a veces en sus obras, de manera esporádica y sorpresiva (...).
Todo ello hace que la personalidad de Baroja sea paradójica y contradictoria, como su mismo pensamiento. Y es que, como la de sus personajes novelescos, su personalidad es el resultado del conflicto entre el pensamiento y la acción, entre el escepticismo y la compasión, entre el afán de aventuras y la búsqueda de segundad. (...)
El autor clasificó sus novelas en trilogías, grupos de tres narraciones independientes que, por lo general, no guardan demasiada relación entre sí.
Resulta más útil quizá clasificar las novelas barojianas siguiendo un criterio cronológico, que nos permite establecer tres etapas:
PRIMERA ETAPA (1900-1912), en la que escribe sus novelas más importantes, incluida EL ÁRBOL DE LA CIENCIA.
SEGUNDA ETAPA (1913-1935), dominada por las Memorias de un hombre de acción, en las que Baroja se repliega hacia la novela histórica, sin aportar innovaciones sustanciales a su técnica narrativa.
TERCERA ETAPA (1935-1956), de carácter reiterativo en lo temático y decadente en lo formal. Se trata de una etapa en la que el autor acusa la pérdida de facultadescreativas.
Si agrupamos la obra novelística en consonancia con las grandes líneas temáticas, podemos observar que en ella aparecen básicamente dos temas, que además están muy relacionados:
a) La búsqueda de una orientación existencial por parte de personajes carentes de rumbo vital.
b) La transformación de la vida en acción sin límite ni finalidad, como forma de huir del vacío existencial.
El primer tema lo encontramos ya en Camino de perfección (1902), novela representativa de la crisis ideológica de principios del siglo XX. Sin apenas acción, el núcleo de la obra lo constituye la vacilante búsqueda de opciones religiosas, ideológicas y existenciales del protagonista, que acabará recluyéndose en la vida hogareña pequeño-burguesa.
Del mismo modo, en su mejor trilogía, La lucha por la vida (1904), se nos describe el proceso de formación de Manuel, un muchacho que oscila entre la influencia de los ambientes del hampa y su buen fondo moral, que irá imponiéndose hasta convertirlo en un honrado padre de familia.
Pero la novela que mejor resume esta temática es El árbol de la ciencia (1911), cuyo protagonista refleja las preocupaciones existenciales de Baroja, su desolada visión del mundo, influida por Schopenhauer. Al concebir la vida como un sufrimiento sin sentido, el protagonista intentará refugiarse en la inacción, tal como proponía el filósofo alemán, aunque, finalmente, la fatalidad acabe con todos sus proyectos vitales (...)
Se ha mosqueado el arzobispo de la catedral de Toledo con el deán a cuenta del último vídeo de C. Tangana con Nathy Peluso, rodado en sagrado con el simpático permiso de un eclesiástico díscolo que no sabemos quién es pero que se la cargó ayer como que me llamo Lorena del Carmen: el primero viene escandalizado por las imágenes y ha prometido (jurado, supongo) que no volverá a suceder, mientras que el segundo, con el que me tomaba una bendita caña mañana, dice que el clip usa “el lenguaje propio de nuestro tiempo”, que habla de un converso por amor (“yo era ateo, pero ahora creo, porque un milagro como tú ha tenido que bajar del cielo”) y que a su juicio sirve para seducir a los alejados de fe.
Yo le avalo, claro, porque a este lado seremos agnósticos pero de ninguna manera imbéciles: a poco que tengas los ojos abiertos mientras tragas vino en cáliz fumando en una terraza cualquiera de Madrid, es fácil distinguir cómo se hace grande el misterio. Que seremos agnósticos, digo, pero si de algo sabemos es de la búsqueda, del destello y de la prueba. Nos falta el dios ortodoxo, es verdad (ese es nuestro defecto, nuestra tarita), pero nos sobra intuición y símbolo y mito y arrebato y arte y deseo. ¿Escépticos?, pues mira, un poco, depende de con quién nos levantemos, pero no pobres desapasionados. Muerte siempre al desafecto. Muerte siempre a los indiferentes.
Una se pasa la vida rodeando el enigma, bordeándolo como a sopa ardiendo. Lo contaba Garci el otro día en una entrevista estupenda con Jabois: en una charla con Severo Ochoa, el científico le dijo que se desengañara, que somos física y química, y él le habló de la gota de vermú seco que les habían echado en el martini y que había revolucionado la ginebra. Ya no es ginebra, apostilló. “Somos física y química y una gota de misterio que nunca vamos a entender. Yo escucho el segundo movimiento de la Séptima sinfonía de Beethoven y… ¿nunca has tenido la sensación de que hay algo cerca de ti que no sabes lo que es?”.
Yo sí, José Luis: aquí tienes una amiga. Los tentáculos de la fe son inescrutables. A mí se me mueven los resortes de lo incierto con las trompetas, las cornetas y los tambores despuntando en las madrugadas santas de Málaga (también en las raves de Califato 3/4), o con el asalto de una bulería hermosa, sobraíta de compás, o con el sexo oral, que se hace postrado igual que se reza y digo yo que eso será por algo. “Tú te mojaste pa’ que yo me bautice”, como cantó Bad Bunny. Dios huele a incienso y eso mata de amor al arzobispo; como nos mata de súbito a las niñas profanas el perfume del hombre preferido.
Con los religiosos compartimos el escalofrío, cada uno en su estilo: tiemblan los temerosos de dios, temblamos los muertos de excitación y de belleza. Ya lo aclararon los Smash Mouth: “And then I saw her face / now I'm a believer”. Lo explicó diáfano también Almodóvar en aquella biografía suya de Dolor y gloria, cuando de crío ve a César Vicente (ahí albañil adolescente, bellísimo, tosco, analfabeto, perfecto) saliéndose de la ducha y perdiendo la toalla blanca en una desnudez conmovedora. Fue como si se le cayera la sábana santa. El deleite. El deslumbramiento. La auténtica gracia de dios. (...)
Lo sabe Fleabag. Lo sabe Pablo D’Ors. Lo sabe San Agustín cuando implora “hazme puro, Señor, pero no todavía”. Lo sabe Santa Teresa: que lo místico es rayano en lo sexual. Lo saben, cómo no van a saberlo, que cuanto más alto es el ideal por el que se vive, mayor es la necesidad de compensarlo con la carne y con el hueso. Lo saben, cómo no van a saberlo, que en el erotismo auténtico los espíritus chocan porque si se desea de veras, el cuerpo no basta. El cuerpo hasta estorba. El cuerpo es carcasa limitante.
Cuando en la bachata de C. Tangana él agarra del cabello a Nathy Peluso (y al rato ella sostiene su cráneo decapitado, como Judith el de Holofernes en ese cuadro emocionante de Caravaggio), uno entiende que si en el sexo se tira del pelo es, en última instancia, para arrancar la cabeza, porque la cabeza es lo último que se conquista y se posee de alguien, mucho después que el genital o el sudor o la axila curva o el pecho. Terrenos ordinarios, asequibles. Accesorios, fruslerías. Uno tira del pelo para someter la mente del otro, además del cuerpo. Yo era atea, como tantos. Pero a ratos creo.
Responda a las siguientes cuestiones:
1. Identifique las ideas del texto, exponga de forma concisa su organización e indique razonadamente su estructura. (1.5 puntos)
2. Explique la intención comunicativa del autor (0.5 puntos) y comente dos mecanismos que refuercen la coherencia textual (1 punto).
3. ¿Debe existir el delito de "ofensa a los sentimientos religiosos"? Elabore un discurso argumentativo, entre 200 y 250 palabras, en respuesta a esta pregunta, eligiendo el tipo de estructura que considere adecuado. (2 puntos)
SERGIO DEL MOLINO
10 OCT 2021 - 05:15ACT.: 10 OCT 2021 - 05:15 CEST
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Parecemos muy europeos, soltamos muchos anglicismos y nos creemos líquidos, posmodernos y autoirónicos, pero a poco que nos rascan la capita de barniz cosmopolita se nos ven las vetas cañíes. C. Tangana —él más que nadie— sabe que basta un gesto para convertir la actualidad en un guion de Rafael Azcona. El último carnaval que ha montado incluye a un deán, un arzobispo y un montón de figurantes entre los que destacan Cayetana Guillén Cuervo, Pedrerol y Elizabeth Duval. Ni el Berlanga de Todos a la cárcel lo supera.
Desde el punto de vista beato, el vídeo Ateo, filmado en la catedral de Toledo, es una blasfemia porque incluye un baile refrotón con Nathy Peluso en suelo sagrado. A mí, en cambio, me suena a poesía del siglo de oro. La canción dice: “Yo era ateo, pero ahora creo, porque un milagro como tú ha tenido que bajar del cielo”. Esto es pura mística española, mucho menos lúbrica que el Cántico espiritual de Juan de la Cruz, con esa esposa que reprocha al marido que la deje con gemido.
Tiene todo el sentido que el baile suceda bajo unas pinturas murales que representan al demonio reteniendo a una mujer para evitar su salvación. En el Prado se hacen diálogos artísticos de ese tipo constantemente: ¿por qué no en una catedral? Es un templo, pero también es un patrimonio histórico que pertenece a creyentes y no creyentes. Esto no va de ofendidos y ofensores, sino de derechos de propiedad y del estatus de la Iglesia. Guste o no, C. Tangana es una de las figuras culturales más relevantes de hoy, por eso el deán entendió que su presencia en la catedral, lejos de profanarla, la honraba. Luego vino el arzobispo y armó el belén de las dos Españas, y en ello volvemos a estar.
La serie que arrasa estos días, vía Netflix, en gran parte del mundo no constituye un continuo visionado de irrelevancias facilonas. Muy al contrario, la historia que cuenta El juego del calamar te hace sentir, y mucho. Las imágenes que aparecen te hacen pensar, y mucho.
Bajo una estética vanguardista y electrizante y detrás de un guión inteligente y refinado, la serie escrita y dirigida por Hwang Dong-hyuk resulta, sobre todo, adictiva. Cada vez que acaba un capítulo se asoma, imperativa, la necesidad de ver el siguiente. Apenas se puede parar entre uno y otro, en una suerte de rendición a una trama sobre la que la más férrea voluntad para aplazar los desenlaces parciales se manifiestan insuficientes.
Mientras se suceden las escenas en diversos puntos de Corea, aunque bien podría tratarse de cualquier otro país, incluidos los occidentales, y uno va generando empatía con unos personajes que viven en el filo de la existencia, a un solo instante de caer a cualquiera de sus lados, la pregunta no para de crecer en la mente manipulada, al menos a medias, del espectador: ¿cómo se comportaría uno mismo?
¿Cuánto arriesgaríamos por conseguir dinero? Pero no por un dinero que nos permita unas vacaciones en Maldivas, sino por el mínimo capital que procure subsistir, por una minúscula calidad existencial. Esto es, desahuciado de la vida por la evidencia de la miseria mas atroz, ¿hasta dónde llegaríamos para salir de ella?
¿Podríamos cualquiera de nosotros, si la exigencia pudiera demandarlo, torturar a alguien?
Siempre me he preguntado de dónde salen los torturadores. Cómo alguien puede ser, de profesión (o por diversión, si es que es posible encontrarla en semejante actividad), torturador.
Y también me pregunto si ese alguien fue, antes de convertirse en un criminal, un tipo corriente. ¿Podríamos cualquiera de nosotros, si la exigencia pudiera demandarlo, torturar a alguien? ¿Lo haríamos para evitar, por ejemplo, que la misma tortura se aplicara sobre nosotros o que se le infligiera a un familiar?
El juego del calamar plantea cuestiones como esa. También se acerca a la increíble decencia de algunas de las personas que atraviesan nuestro camino, a menudo ignoradas, y se detiene en la abrumadora infamia de otros, la mayoría. La serie revela el comportamiento más frecuente del ser humano cuando se le arrincona en su lugar más primitivo, escrito sea en el peor de los sentidos.
Pero la cuestión persiste, inquietante y perturbadora: ¿seremos todos, en el fondo, desleales y egoístas si el premio o el castigo resultan suficientemente trascendentes?
El juego del escondite inglés (y el otro, con su solidario por mí y por todos mis compañeros imaginado en su absurdo imposible, en estas circunstancias), llevado a su escenario más brutal; columpios que albergan las peores traiciones; una última confianza en el prójimo, destinada a alguien que llegó a ganársela, que en realidad cuesta la vida.
Macabra y genial, la serie coreana que ha conquistado el mundo se conduce por el sinuoso trayecto que nos hace humanos. Por ese mismo lugar del que habría que huir, si se pudiera, antes de que sea demasiado tarde.
"CULTURA", de Antonio Agredano en Diario Córodba, 09·10·21 | 06:00
No sé si es talento o castigo esto de vivir siempre con la cabeza en otra parte. Quizá la cultura es esto: alas en los tobillos, nubes en los párpados, una fiereza futura, un dulzor pasado, un incomportable presente. O un derecho. Derecho a estar en otra parte. Si los días son vulgares, aprovechamos los días vulgares para refugiarnos en los días que vendrán, o en los días que se fueron, o en los días que nunca existirán, pero que suceden carnales y rojos en nuestra imaginación. La cultura es un abrazo extranjero, un afecto lúgubre; un amor recién aterrizado. También con sus aplausos al piloto y sus siestas incómodas y sedentes.
El amor, qué misterio, que ancla al presente. Sólo cuando amo siento que hay un fondo al que estoy encadenado, bajo el negrísimo estómago del mundo, bajo el canibalismo de espuma, un suelo que nos espera. El amor suaviza la zozobra y espanta las tormentas. El amor y las bragas por los tobillos y el sudor en la nuca, y el flequillo pegado a la frente y el temblor del muslo y ese tendón doloroso en la planta del pie y todo eso que sucede cuando uno está enamorado: que flota en cuerpos ajenos, que acaricia el hoy como se acaricia la seda, con dentera y admiración, con suavidad y congoja.
Digo que la cultura puede ser esto, poder contarlo, poder hacer de la pasión un algo que compartimos. Para el derrumbe y el levantamiento tenemos herramientas. Para el dolor y para el placer. Y por eso, quizá, un bono que nos abra los ojos al mundo, que nos arroje a páramos desapacibles. Que abra las puertas chirriantes de casas que nunca osaríamos habitar. Qué es la cultura sino eso: un incierto paseo. No sé si quiero que el Estado nos acompañe en este hondo viaje. No sé si los políticos de ahora, tan asesorados, tan suaves, tan desconfiados, apoyarían una cultura disconforme. La inconveniencia es, creo, la esencia del arte. No estaría mal que los ministros de Cultura hicieran algo más que pasearse por elegantes estancias, una gimnasia habitual, de siglas diversas. También apoyar movimientos que les antipaticen, defender que la cultura no es un tentáculo del turismo, ni una refinada atracción para viajantes, solo un magma que murmulla en las entrañas de las ciudades. Y que el creador es contradictorio y apetente. Un ciudadano con nobles aspiraciones. Una terribilidad andante.
«Los astros pueden morir y volver; muerta nuestra breve luz, deberemos dormir una última noche perpetua», escribe Catulo. Qué urgencia. Cada día pasado es una chincheta panzarriba. Ojalá un bono que se haga cargo de nuestros arrebatos y nuestros miedos, de las horas perdidas en los transportes públicos, de los novios que parecía que sí pero luego fueron un no rotundo. Ojalá un bono que nos hiciera inmortales, habitantes de libros viejos, oruguitas milenarias devorando papel a carrillos llenos. No para fidelizar nuestro párvulo voto, no para guiarnos por el camino de los poetas blandos, no para pagar pasquines y ensayos lameprepuciales y severos. O estas permanentes e ilustradas regañinas. No. Hablo de un bono que nos arrastre desde la tripa a la punta de una lengua gigante, como un trampolín a la vida, un abismo de luz bajo nuestros pies. Zambullirnos en claridades diversas. Este amor, estos versos que son flechas; somos San Sebastián sagitado. Cultura es poder hacer de nuestra capa un sayo. Convertir en porción de vida este dolor que sólo a nosotros atañe. «Con hilos de olvido la aguja enfila», leo a Maria Mercè Marçal en la antología ‘Rojo-Dolor’ que editó Ana Castro. La cultura es agarrarse al alfeizar desnudo como un amante que huye antes de ser descubierto. No una lección de docilidades, no una jaula del almíbar, no esta culpable y nervuda fatiga.
La esperanza es lo último que se pierde y la dignidad lo primero. No tengo claro hacia dónde vamos, pero quiero tener una idea esquelética de dónde estamos. La limosna entusiasma, pero no cura. Quizá un bono para que los quejumbrosos dejen sus agotadores lamentos. Que si esto no es arte. Que si vaya poema. Que si tal o cual obra es una falta de respeto a lo mío. Sea lo que sea lo suyo. Porque ‘Lo Mío’ es un reino nebuloso y voluble. La cultura es todo lo que pasa. Lo que arde en los hogares y pisotea la madera gastada del escenario. Lo que aflige y lo que agrada. «Quienes crean cultura no son los ministros del ramo, sino los de Economía», escribió en su día Manuel Vázquez Montalbán. De amor y muerte están las estanterías llenas. ¿Qué es cultura? Lo pienso a menudo. Desde luego, no un infantil cuidado. No una paga. Quizá un desafío. Algo más incómodo, un espejo frente a lo que somos. Quizá el Estado también tendría que garantizarnos eso: esta mirada disparatada y valiente. De un extremo a otro del arco, tensado y gastado por el uso. Toda ciudadanía tiene vocación de trascendencia.
COMENTARIO DE TEXTO “LOS MÁRGENES”
27 Enero, 2019 - 01:43h
Los parámetros para medir al ser humano son confusos. Establecer el valor de una persona, compararla con otra, ¿cómo se hace? No hablo aquí de un ranking de popularidad -las redes sociales han demostrado lo sencillo que resulta-, sino a una verdadera clasificación según la valía de alguien para la sociedad.
Todos los sistemas de evaluación con que nos examinamos como individuos son parciales y, por tanto, arbitrarios: tenemos certámenes de belleza, exámenes escolares, competiciones deportivas, oposiciones, test de inteligencia, concursos televisivos y reconocimientos médicos. Pero al final de todo esto, ¿qué sabemos? Pese a esta falta de datos fiables, los pilares de la sociedad, quienes más aportan, quienes tiran del carro aparecen nítidamente en nuestro imaginario. Más aún los otros, los que quedan en los márgenes de esta definición. Aquellos que nos lastran y a quienes -depende de la orientación de cada uno- debemos ayuda y apoyo, o directamente rechazo: discapacitados, inmigrantes, ancianos, enfermos, pobres, niños.
Ayer participé en una reforestación en la salina de San José; una actividad voluntaria, una forma de echar la mañana y, de paso, contribuir algo a la mejora de nuestro entorno. El grupo que trabajaba resultaba de lo más variopinto. Veteranos con décadas de activismo que no ven desgastado su compromiso. Personas con discapacidad intelectual que no tienen reparo en sudar y hacerse llagas en las manos porque sí, sin esperar nada a cambio. Gente venida de muy lejos, con largas historias a sus espaldas, dispuesta a trabajar por una tierra que muchos le niegan. Niños sin apenas fuerza para levantar la azada y sin la maldad de preguntarse por qué ese trabajo no lo hacían otros.
Es solo una anécdota, pero la composición del cuadro la he visto ya muchas veces. Siempre que la sociedad necesita gente decidida a arrimar el hombro, aparecen. Quizás porque son los más conscientes de que solos no llegaremos muy lejos. Creemos que necesitan nuestro auxilio, y son ellos quienes están salvándonos de irnos a pique como sociedad.
Responda a las siguientes cuestiones:
1. Identifique las ideas del texto, exponga de forma concisa su organización e indique razonadamente su estructura. (1.5 puntos)
2. Explique la intención comunicativa del autor (0.5 puntos) y comente dos mecanismos que refuercen la coherencia textual (1 punto).
3. ¿El progreso de la humanidad implica la destrucción de la naturaleza? Elabore un discurso argumentativo, entre 200 y 250 palabras, en respuesta a esta pregunta, eligiendo el tipo de estructura que considere adecuado. (2 puntos)
¿Qué tal este finde? O, mejor dicho, este puente, casi acueducto... ¿Qué habéis hecho? Contadme más de vosotros, porfa.
Es verdad que estamos en mitad de una pandemia, bueno, en realidad ya una sindemia pero se pueden hacer cosas... En plan... ¿Habéis practicado alguno de vuestros hobbies? ¿Os habéis quedado en casa de "chill(eo)"? ¿Habéis salido de fiesta? ¿Ha sido muy random? ¿Habéis dado alguna "putivuelta"? ¿Os han "dejado en visto"? ¿Os han muteado?
¿Cómo son vuestros amigos? Ya sé que es mejor no pasarse con los hastag pero... En plan... ¿Son otakus, nerds, influencers? ¿Qué música escucháis? ¿R&B? ¿Reguetón? ¿Rocanrol como los puretas? ¿Seguís a algún driller? ¿Alguno es DJ, rapero, trapero, youtuber o runner? ¿Sois tiktokers, instagramers, tuiteros indignados? ¿Conocéis algún fuckboy, sugar daddy, nerd..? OK, BOOMER.
En cualquier caso, casi todo esto son neologismos.