FRAGMENTOS DE
MUERO PORQUE NO MUERO:
LA VIDA DOBLE DE TERESA
Me pongo a investigar acerca de la situación de los autores en España y descubro lo siguiente: “En la actualidad, un ochenta y cinco por ciento de los escritores patrios malvive en la miseria, mientras que tan solo un quince por ciento consigue vivir de su trabajo”. Hay que destacar que, de ese quince por ciento, dos terceras partes están compuestas por hombres y una tercera por mujeres. Esto quiere decir que solo un cinco por ciento de las escritoras españolas consigue vivir de la literatura. Pero lo más escandaloso no es eso, lo más escandaloso es que descubro que nunca antes la cifra había sido tan favorable: y que, en toda la historia de este país, es la primera vez que un número tan elevado de mujeres consigue vivir de las letras. ¿Cuánto ha evolucionado la calidad de vida de las escritoras españolas desde que llevo muerta? La respuesta es abrumadora: un uno por ciento por cada siglo. Y ahí es cuando recuerdo una frase que había leído recientemente, de un escritor de apellido Larra: “Escribir en España es llorar”. A lo que otro escritor de apellido Cernuda añadiría años después: “Escribir en España no es llorar, escribir en España es morir”. Y pienso: “Teresa, toda superheroína necesita un traje en el que enfundarse, y tú ya conseguiste el tuyo; ahora solo te falta una misión, que bien podría ser esta que se te acaba de presentar”. Salgo disparada como una flecha del cibercafé en el que estoy, me voy a El Corte Inglés y robo un bote de espray para, a continuación, dirigirme hasta el órgano constitucional que representa a todos los españoles: el Congreso de los Diputados. Espray en mano, pinto en la fachada: “Escribir en España no es llorar, escribir en España es morir”. Firmado: “Larra y Cernuda”.
Sí, esta misma mano, que fue repudiada por la cristiandad, volvió a mí convertida en doctora de la Iglesia; esta misma mano, que hizo voto de pobreza, volvió a mí engalanada de joyas y piedras preciosas; esta misma mano, que fue educada como judía, volvió a mí convertida en Santa de la Raza; esta misma mano, que se opuso al matrimonio, volvió a mí convertida en patrona de la Sección Femenina. ¿En qué me han convertido? ¿De qué sirve escribir un libro si luego nadie lo lee? La vida es una broma. (...)
Nadie ha entendido una sola de tus palabras. ¡Nadie ha entendido una sola de tus ideas! ¿Por qué, si no, te han erigido como símbolo de todo lo contrario a lo que defendiste? Está claro que no puedes quedarte de brazos cruzados, está claro que tienes que hacer algo. (...)
Según los académicos, en mi producción literaria hay seis obras principales. Por un lado, tenemos el Libro de la vida, el más fresco y espontáneo, el primero que escribí; un reflejo bastante fiel de mi carácter y personalidad. Luego está Camino de perfección, un poco más práctico y especializado, en el que doy consejos para la vida femenina dentro del convento. En tercer lugar, Las moradas. El castillo interior, en el que aprovecho para cambiar de registro y pasar a otra etapa, reflexionando acerca de lo que supone convertirse en un ser espiritual. Este es de los mejores, se lo recomiendo. Luego tenemos el Libro de las Constituciones, más jurídico y legislativo —estilo y costumbres dentro de la orden religiosa—. Y ya, para concluir, quizá el más particular de todos, el Libro de las Fundaciones, claramente mi obra de madurez, en el que mezclo sabiduría popular con sucesos de la época. A todos les tengo un cariño especial, aunque de lo que de verdad me siento orgullosa es de los poemas. Sí, sin lugar a dudas, de toda mi obra, las poesías son las que han terminado haciéndose más virales. Vivo sin vivir en mí Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero. Vivo ya fuera de mí, después que muero de amor; porque vivo en el Señor, que me quiso para sí: cuando el corazón le di puso en él este letrero, que muero porque no muero. Esta divina prisión, del amor en que yo vivo, ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón; y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Solo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero. (...)
¿Sabían ustedes que, en 1943, un tal doctor Hofmann sintetizó el ácido lisérgico a partir del hongo que le sale al centeno cuando se pudre? Yo no tenía ni idea. Pero, como hace cinco siglos, fiel a mi voto de pobreza, me comía el pan que estaba en peor estado de todo el convento, en la actualidad hay voces que defienden que es probable que aquello de que levitaba era porque iba puesta de tripi todo el día. ¿Saben lo que es un tripi? Un tripi es una gota de ácido lisérgico, diluido en un cuadradito de papel absorbente. Se coloca debajo de la lengua y se deja ahí hasta que se deshace como un caramelo. (...)
Las drogas no están prohibidas porque sean malas para la salud, las drogas están prohibidas porque, al igual que la cultura, son una llave que te ayuda a ir más allá. Un tripi y un libro son muy parecidos, porque los dos son un viaje y, como viajes que son, también son vehículos que te transportan de este mundo a otro diferente; a otro mundo que los demás no pueden ver, pero que está ahí. Las drogas están prohibidas porque te llevan al límite, te iluminan y, en esa frontera, te revelan la verdad. Por eso, junto a la cultura, son dos de las cosas más perseguidas y maltratadas por aquellos que nos gobiernan, porque ambas consiguen abrir las puertas del cerebro de los que las consumen, revelendo ante sus ojos cualquier clase de hipocresía y falsedad. En 1969, durante los tres días que duró el festival de Woodstock, tres millones de personas convivieron bajo los efectos del ácido lisérgico. No se conoció ni un solo caso de suicidio o agresión causado por esta sustancia. Sin embargo, al mismo tiempo, fuera de aquella granja de Nueva York había miles de personas sobrias asesinando, suicidándose y violando. Si los seres humanos, en vez de trabajar tanto, leyéramos y nos drogáramos más, los políticos desaparecerían de un plumazo; porque el conocimiento es un arma de destrucción masiva, y esa arma de destrucción, lo primero que hace es dinamitar la idea de poder. Por eso las únicas drogas que se nos permite consumir son las que nos anclan a este mundo, y nunca las que nos conducen a la realidad. Sí, viajar está terminantemente prohibido. Creemos que nos desplazamos porque nuestro cuerpo puede trasladarse a través del espacio, pero la realidad es que, desde que nacemos hasta que morimos, somos muy pocos los que conseguimos movernos del lugar en el que estamos. Y es que, a diferencia de lo que nos intentan hacer creer, el verdadero movimiento no es físico; el verdadero movimiento se realiza a través de la mente y tiene un nombre, se llama viaje interior. (...)
Muero porque no muero: la doble vida de Teresa es un monólogo teatral escrito por Paco Bezerra. También resulta recomendable la aproximación a esta persona (y su personaje) desde la novela de la siempre punk Cristina Morales con Introducción a Teresa de Jesús o Últimas tardes con Santa Teresa (cambió el título en homenaje a Juan Marsé, conocido principalmente por la obra Últimas tardes con Teresa).
De INTRODUCCIÓN A TERESA DE JESÚS
o ÚLTIMAS TARDES CON SANTA TERESA:
(...) ¿debo escribir que en mi juventud fui ruin y vanidosa y que por eso ahora Dios me premia? ¿Debo escribir para dar gusto al padre confesor, para dar gusto a los grandes letrados, para dar gusto a la Inquisición o para darme gusto a mí misma? ¿Debo escribir que no abrazo reforma alguna? ¿Debo escribir porque me lo han mandado y he hecho voto de obediencia? Dios mío, ¿debo escribir? Y de todo ello ha resultado que Dios y yo estamos de acuerdo: que debo escribir lo que el dominico espera de mí porque otra cosa no admitiría y porque le debo obediencia. Que he de escribirlo porque quiero que los buenos letrados se me arrimen, que eso me hará mejor escritora y por tanto mejor servidora de Dios, y porque no quiero que la Inquisición me procese, aunque ahí me engaño. La Inquisición, si quiere, me procesará por el hecho de ser una mujer y escribir sobre Dios, y ni eso: por ser una mujer y escribir, por ser una mujer y leer. Por ser una mujer y hablar. De modo que vuelvo a sonreír ante el encargo porque al fin lo entiendo. Padre mío al que los ángeles cubran con sus cálidas alas: yo os daré lo que me pedís, y lo que no me pedís no os lo daré, pero no por ello dejaré de escribirlo, porque una se cansa de que no la entiendan, una se cansa de que quieran quemarla y legítimamente desea que ese tormento acabe, pero de lo que no se cansa una es de pensar el mundo, de contárselo y de intentar no ser tonta. Y eso es lo que estoy haciendo a la una de la madrugada en el palacio de doña Luisa de la Cerda, en Toledo, el once de enero del año de mil y quinientos y sesenta y dos. Sea todo para mayor gloria y alabanza de nuestro Señor Jesucristo, que Él sabrá mejorar las malas palabras de esta Su siempre indigna sierva TERESA DE JESÚS
Yo no me aderezo ni mucho ni poco, que es el pecado venial que más se parece al pecado mortal. Y más y peor entre mujeres. Más porque somos nosotras quienes con más intensidad y frecuencia caemos en él, y peor porque nos condena no solo ante Dios, sino también y sobre todo ante los hombres, que es así como quieren vernos: aderezadas para servirles de aderezo, es decir, para darles gusto, darles hijos, darles hacienda y darles linaje, que es lo único para lo que nos estiman, y siendo para ellos lo único, para nosotras es la insoportable vida entera. (...)
Vuestra maternidad sepa que adonde vamos, además de la casa del Señor, es la casa de los padres dominicos. ¡Ojos masculinos hasta en la casa de Dios, donde todos menos Él deberíamos ser ciegos! ¡Ojos masculinos hasta en la cara de doña Luisa de la Cerda! ¡Ojos masculinos en las paredes, que hasta masculinos son los ojos de las cerraduras! Esto no se lo dije a la doña, que me hizo enmudecer con su atinada y triste sentencia. Lo fui yo rumiando de camino a la iglesia, lo seguí rumiando durante la misa y no me riña, padre mío, porque bien chico es el pensamiento que hace falta para taponar los oídos contra el latín. Aprovechando la sordera, la idea se me transformó fácilmente en oración, y en esas de los ojos masculinos estaba cuando por la capilla de al lado pasó el fulgor de un blanquinegro hábito rematado por no otra que vuestra cabeza. Se me aflojaron las manos de su unión de oración, y de tantos años que llevaba sin ver a vuestra reverencia pensé que podía estar en un error y haberos tomado por otro hermano de la Orden. Pero la duda me la ponía el demonio, porque no la había: erais vos, el instante en que os vi lo supe, más hondas las ojeras pero el mismo (...).
Yo no sé por qué Su Majestad me premia, porque esta que os habla es lo mismo de ruin y de vanidosa que cuando era joven, padre, aunque de otra calidad, y si Dios me premia solo Él sabe por qué es, que nunca me lo dice, y preguntárselo sería cuestionar sus designios, y ya me dirá vuestra reverencia quién soy yo ni nadie para cuestionar nada de lo que nos manda el Señor, y todo lo que me queda es lamentarme de ser la que soy, la que fui y la que seré y agradecerle inundada en lágrimas lo que tan inmerecidamente me concede. (...)
Si he de escribir para edificar, ¿cómo voy a levantar ningún edificio sobre el suelo del lector sin antes echar abajo el edificio que ya está ruinoso? Escribir para dar gusto, ¿no es echar más escombros sobre las ruinas, o es quizá limpiarlas y recolocarlas, haciendo como que se construye, cuando en realidad no hay edificio sino una ordenada montaña de basura? ¿Eso me queréis, padre, animándome a escribir: basurera? Así y todo yo no desisto de la escritura, pues el desistir de nuestra voluntad no es rendición ante Dios sino ante el demonio, que es el que nos quiere quietos para tenernos a mano, quietos y callados para que cualquier susurro suyo nos embelese. Quietos, callados y encerrados para ser puro ganado derechito al matadero. Como no renuncio a mi voluntad, solo me queda un camino: engañaros, padre García. Ser más lista que vos y haceros creer que lo que estáis leyendo es de vuestro gusto y no del mío. Facilitaros la fanfarronada, que luego, si salen bien, os jactaréis de ser mentor de mis declaraciones, porque si salen mal, bien que os apuraréis en mandármelas arder, y encima habré de estaros agradecida porque cualquier otro me las denunciaría al Santo Oficio. Encima, habré de admitir que vuestro vertedero es el menos pestoso de todos. Pero las palabras, buenas o malas, serán enteramente mías, y eso vos, que sois de harto entendimiento, lo sabréis más allá de la jactancia o la censura. Más mías incluso que si hubieran sido palabras libres y no mediadas por vuestro juicio y encargo, porque la palabra sometida a la que me obligáis a prueba me pone, conmigo se mide y se enfada, y es tan tamaño el esfuerzo por no ser una misma que el mismo esfuerzo acaba por ser la obra, como el mudo que consigue hablar y, aunque no articule, barbulle y gruñe y grita, y así, cuando escribo «Soy Teresa de Jesús y aquí estoy intentando no ser yo», es cuando más Teresa de Jesús soy. (...)
Se puede ser católico o no pero hay que ser correcto. La Iglesia la nombró Santa y, por lo tanto, es Santa Teresa de Jesús, o de Avila. Es el mismo caso que San Juan de la Cruz y Santo Tomás de Aquino, por ejemplo. Lo digo porque hay algunos que con un laicismo y "progresismo" mal entendidos se empeñan en decir sólo Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y Tomás de Aquino. Estos lo hacen porque valoran sus logros literarios y filosóficos pero quieren minusvalorar sus aspectos religiosos. Saben muy bien lo que hacen, lo hacen a consciencia, por lo menos la mayoría de ellos. El lenguaje no es neutral, y el uso de unos u otros, o su no uso, como es el caso, tampoco lo son. Otra cosa es que seamos más o menos conscientes de ello, que en estos casos si lo son, por lo menos en la mayoría.
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