martes, 8 de diciembre de 2020

UNAMUNO (1864-1936) son 7: mucho más que metaliteratura.


1-El gran INTELECTUAL DE ESPAÑA hasta su muerte.

2-Uno de los máximos representantes de la Generación del 98, junto a Pío Baroja.

3-Acuñó el término INTRAHISTORIA, para referirse a la "historia de los hombres sin Historia".

4-Cultivó todos los géneros: escribió teatro, poesía, ensayo y novela, y es el PADRE DE LA "NOVELA FILOSÓFICA", especialmente gracias a Amor y pedagogía.

5-Creador del término y concepto de NIVOLA con Niebla.

6-Gran ejemplo de la METALITERATURA.

7-CARÁCTER CONFLICTIVO EN CONSTANTE DUDA DE TODO: EMPEZANDO POR LA FILOSOFÍA, EL ARTE, ESPAÑA... Y ACABANDO POR SÍ MISMO.

Apasionado, rebelde, indómito y contradictorio hasta su muerte:






UNAMUNO COMO EJEMPLO DE METALITERATURA:

La metaliteratura consiste en hacer literatura sobre literatura. Es decir, la obra literaria se muestra como autoconsciente (sabe que es una obra literaria) y, a partir de ahí, puede realizar una serie de guiños o referencias a otras obras literarias con las que mantiene una relación autoreferencial.

Se suele decir que el mejor mago es el que no tiene miedo de desvelar sus trucos. Muchos narradores consideran más valiente, divertido o valioso admitir que lo que están contando no es real para establecer una complicidad con el lector que sepa ser receptivo a este juego metarreferencial.

Si bien el concepto se asienta desde aproximadamente 1970, la reflexión sobre la propia escritura o sobre el proceso de escritura del propio texto ha sido una constante en la literatura a lo largo de los siglos. De este modo, por ejemplo, en la antigüedad la autorreferencia aparece como una convención que daba cuenta de la búsqueda, por parte del poeta, del buen augurio o la inspiración de las Musas al inicio de una obra. Por ejemplo, si se lee el comienzo de la Ilíada o la Odisea, se puede ver la referencia al propio canto que se inicia:

Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquileo; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes (Ilíada)

Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio… ¡Oh diosa, hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas (Odisea) 

Más tarde, en la tradición latina, el Carmen I de Catulo (entre otros muchos textos) da cuenta de la misma convención:

¿A quién ofrezco este librillo nuevo / y ameno, recién pulido por la árida / piedra pómez?... Toma pues lo que sea / de este librito, valga lo que valga, / y que éste permanezca más de un siglo / sin marchitarse, oh Musa virginal.

Los ejemplos abundan en Don Quijote, de Miguel de Cervantes. Por ejemplo en el capítulo VI de la primera parte, el cura y el barbero hacen juicios literarios de las obras que hallan en la librería de Don Quijote en la que predominan los libros de caballería. También mencionan a Cervantes, como vemos en esta cita del cura: "Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos".

En la segunda parte, Don Quijote y Sancho hablan del Quijote apócrifo, de Alonso Fernández de Avellaneda. En el capítulo LIX, un caballero les dice:

"Sin duda, vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas como lo ha hecho el autor [Avellaneda] deste libro que aquí os entrego".

Pero, como decíamos, uno de los momentos cumbres de la metaliteratura es la "nivola" NIEBLA y, en particular, este fragmento:




Niebla. Fragmento. Cap XXXI

Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en decisión de suicidarse. Quería aca­bar consigo mismo, que era la fuente de sus desdichas propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele con­sultarlo conmigo, con el autor de todo este relato. Por en­tonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así como otras cosas que de mí había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y plati­cado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de veinte años vivo, para visitarme.
Cuando me anunciaron su visita sonreí enigmática­mente y le mandé pasar a mi despacho-librería. Entró en él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que allí preside a los libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.

Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en se­guida empezó a contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se lo de­mostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser increííble; creí notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta tem­blaba. Le tenía yo fascinado.
––¡Parece mentira! ––repetía––, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería… No sé si estoy despierto o soñando…
––Ni despierto ni soñando ––le contesté.
––No me lo explico… no me lo explico ––añadió––; mas puesto que usted parece saber sobre mí tanto como sé yo mismo, acaso adivine mi propósito…
––Sí ––le dije––, tú ––y recalqué este tú con un tono autoritario––, tú, abrumado por tus desgracias, has conce­bido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo, movido por algo que has leído en uno de mis últimos en­sayos, vienes a consultármelo.
El pobre hombre temblaba como un azogado, mirán­dome como un poseído miraría. Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.
––¡No, no te muevas! ––le ordené.
––Es que… es que… ––balbuceó.
––Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
––Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté vivo!
––¡Desde luego!
––¡Y tú no estás vivo!
––¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? ––y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No, hombre, no! ––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó consternado––, por­que son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
––Pues bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces––, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes…
––¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mi­rándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lenta­mente:
––Mire usted bien, don Miguel… no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto… No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo…
––¡Eso más faltaba! ––exclamé algo molesto.
––No se exalte usted así, señor de Unamuno ––me re­plicó––, tenga calma. Usted ha manifestado dudas sobre mi existencia…
––Dudas no ––le interrumpí––; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi producción novelesca.
––Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Va­mos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?
––No puedo negarlo, pero mi sentido al decir eso era…
––Bueno, dejémonos de esos sentires y vamos a otra cosa. Cuando un hombre dormido a inerte en la cama sueña algo, ¿qué es lo que más existe, él como conciencia que sueña, o su sueño?
––¿Y si sueña que existe él mismo, el soñador? ––le repliqué a mi vez.
––En ese caso, amigo don Miguel, le pregunto yo a mi vez, ¿de qué manera existe él, como soñador que se sueña, o como soñado por sí mismo? Y fíjese, además, en que al admitir esta discusión conmigo me reconoce ya existencia independiente de sí.
––¡No, eso no!, ¡eso no! ––le dije vivamente––. Yo ne­cesito discutir, sin discusión no vivo y sin contradicción, y cuando no hay fuera de mí quien me discuta y contra­diga invento dentro de mí quien lo haga. Mis monólogos son diálogos.
––Y acaso los diálogos que usted forje no sean más que monólogos…
––Puede ser. Pero te digo y repito que tú no existes fuera de mí…
––Y yo vuelvo a insinuarle a usted la idea de que es us­ted el que no existe fuera de mí y de los demás personajes a quienes usted cree haber inventado. Seguro estoy de que serían de mi opinión don Avito Carrascal y el gran don Fulgencio…
––No mientes a ese…
––Bueno, basta, no le moteje usted. Y vamos a ver, ¿qué opina usted de mi suicidio?
––Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía, te lo repito, y como no debes ni puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana, y como no me da la real gana de que te suicides, no te suicidarás. ¡Lo dicho!
––Eso de no me da la real gana, señor de Unamuno, es muy español, pero es muy feo. Y además, aun supo­niendo su peregrina teoría de que yo no existo de veras y usted sí, de que yo no soy más que un ente de ficción, producto de la fantasía novelesca o nivolesca de usted, aun en ese caso yo no debo estar sometido a lo que llama usted su real gana, a su capricho. Hasta los llamados en­tes de ficción tienen su lógica interna…
––Sí, conozco esa cantata.
––En efecto; un novelista, un dramaturgo, no pueden hacer en absoluto lo que se les antoje de un personaje que creen; un ente de ficción novelesca no puede hacer, en buena ley de arte, lo que ningún lector esperaría que hi­ciese…
––Un ser novelesco tal vez…
––¿Entonces?
–Pero un ser nivolesco…
––Dejemos esas bufonadas que me ofenden y me hie­ren en lo más vivo. Yo, sea por mí mismo, según creo, sea porque usted me lo ha dado, según supone usted, tengo mi carácter, mi modo de ser, mi lógica interior, y esta ló­gica me pide que me suicide…
––¡Eso te creerás tú, pero te equivocas!
––A ver, ¿por qué me equivoco?, ¿en qué me equi­voco? Muéstreme usted en qué está mi equivocación. Como la ciencia más difícil que hay es la de conocerse uno a sí mismo, fácil es que esté yo equivocado y que no sea el suicidio la solución más lógica de mis desventuras, pero demuéstremelo usted. Porque si es difícil, amigo don Miguel, ese conocimiento propio de sí mismo, hay otro conocimiento que me parece no menos difícil que el…
––¿Cuál es? ––le pregunté.

Me miró con una enigmática y socarrona sonrisa y len­tamente me dijo:
––Pues más difícil aún que el que uno se conozca a sí mismo es el que un novelista o un autor dramático co­nozca bien a los personajes que finge o cree fingir…
Empezaba yo a estar inquieto con estas salidas de Au­gusto, y a perder mi paciencia.
––E insisto ––añadió–– en que aun concedido que us­ted me haya dado el ser y un ser ficticio, no puede usted, así como así y porque sí, porque le dé la real gana, como dice, impedirme que me suicide.
––¡Bueno, basta!, ¡basta! ––exclamé dando un puñe­tazo en la camilla–– ¡cállate!, ¡no quiero oír más imperti­nencias…! ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto y además no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que no te suicides, sino matarte yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto! ¡Muy pronto!
––¿Cómo? ––exclamó Augusto sobresaltado––, ¿que me va usted a dejar morir, a hacerme morir, a matarme?
––¡Sí, voy a hacer que mueras!
––¡Ah, eso nunca!, ¡nunca!, ¡nunca! ––gritó.
––¡Ah! ––le dije mirándole con lástima y rabia––. ¿Conque estabas dispuesto a matarte y no quieres que yo te mate? ¿Conque ibas a quitarte la vida y te resistes a que te la quite yo?
––Sí, no es lo mismo…
––En efecto, he oído contar casos análogos. He oído de uno que salió una noche armado de un revólver y dis­puesto a quitarse la vida, salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado su vida por la de otro renunció a su propósito.
––Se comprende ––observó Augusto––; la cosa era quitar a alguien la vida, matar un hombre, y ya que mató a otro, ¿a qué había de matarse? Los más de los suicidas son homicidas frustrados; se matan a sí mismos por falta de valor para matar a otros…
––¡Ah, ya, te entiendo, Augusto, te entiendo! Tú quieres decir que si tuvieses valor para matar a Eugenia o a Mauri­cio o a los dos no pensarías en matarte a ti mismo, ¿eh?
––¡Mire usted, precisamente a esos… no!
––¿A quién, pues?
––¡A usted! ––y me miró a los ojos.
––¿Cómo? ––exclamé poniéndome en pie––, ¿cómo? Pero ¿se te ha pasado por la imaginación matarme?, ¿tú?, ¿y a mí?
––Siéntese y tenga calma. ¿O es que cree usted, amigo don Miguel, que sería el primer caso en que un ente de ficción, como usted me llama, matara a aquel a quien creyó darle ser ficticio?
––¡Esto ya es demasiado ––decía yo paseándome por mi despacho––, esto pasa de la raya! Esto no sucede más que…
––Más que en las nivolas ––concluyó él con sorna.
––¡Bueno, basta!, ¡basta!, ¡basta! ¡Esto no se puede to­lerar! ¡Vienes a consultarme, a mí, y tú empiezas por dis­cutirme mi propia existencia, después el derecho que tengo a hacer de ti lo que me dé la real gana, sí, así como suena, lo que me dé la real gana, lo que me salga de…
––No sea usted tan español, don Miguel…
––¡Y eso más, mentecato! ¡Pues sí, soy español, espa­ñol de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna y mi Dios un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español…
––Bien, ¿y qué? ––me interrumpió, volviéndome a la realidad.
––Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Ma­tarme?, ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas! No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!
––Pero ¡por Dios!… ––exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido.
––No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
––Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir…
––¿No pensabas matarte?
––¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida que Dios o usted me han dado; se lo juro… Ahora que usted quiere matarme quiero yo vivir, vivir, vivir…
––¡Vaya una vida! ––exclamé.
––Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser bur­lado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir…
––No puede ser ya… no puede ser…
––Quiero vivir, vivir… y ser yo, yo, yo…
––Pero si tú no eres sino lo que yo quiera…
––¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! ––y le lloraba la voz.
––No puede ser… no puede ser…
––Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera… Mire que usted no será usted… que se morirá. 
Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:

––¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
––¡No puede ser, pobre Augusto ––le dije cogiéndole una mano y levantándole––, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de noso­tros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme…
––Pero si yo, don Miguel…
––No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por matarme tú.
––Pero ¿no quedamos en que…?
––No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme atrás. Te mori­rás. Para lo que ha de valerte ya la vida…
––Pero… por Dios…
––No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
––¿Conque no, eh? ––me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de fic­ción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió…! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivoles­cos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima…
––¿Víctima? ––exclamé.
––¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!

Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto.
Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.

Miguel de Unamuno,Niebla, 1914



 

viernes, 27 de noviembre de 2020

CULTURALISMO CONTEMPORÁNEO: UNA REFERENCIA EN ROMA...(Y, OTRA, LO MISMO)


El culturalismo es una corriente estética que consiste en plasmar los sentimientos del yo poético mediante analogías basadas en referencias culturales más o menos conocidas.

Sin tanto afán aristocrático u oscurentista, el culturalismo se ha mantenido desde entonces, especialmente en autores como Cavafis, Eliot o Pound y con fuerte presencia en movimientos tan importantes como el Modernismo,  el Novecentismo, la Generación del 27 o Los Nueve Novísimos Poetas Españoles.
Pero, para que lo entiendas de manera práctica, será mejor facilitarte uno de los ejemplos más claros de culturalismo: el celebérrimo "Ítaca"  de Konstantino Kavafis (Alejandría, Egipto, 1863 – 1933)


ÍTACA
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca 
pide que el camino sea largo, 
lleno de aventuras, lleno de experiencias. 
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón, 
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta 
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. 
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes 
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo. 
Que muchas sean las mañanas de verano 
en que llegues -¡con qué placer y alegría!- 
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.

Edición y traducción de Pedro Bádenas de la Peña, 
para Antología poética, de Alianza Editorial. Madrid, 1999.

En nuestras letras, un autor con tendencia culturalista es Antonio Colinas, uno de los mejores poetas españoles de raíz grecolatina. Sirva de muestra esta poesía a partir de la contemplación de una estatua que representa la cabeza de una diosa, en este poema de Astrolabio (1979):

   Cabeza de diosa entre mis manos 654 a. C.
Barro oscuro conforma tu figura
que mantiene el tiempo detenido.
Ser hombre o ser dios hoy es lo mismo:
sólo un poco de tierra humedecida
a la que un sol antiguo dio dureza,
hermosura mortal, luz muy madura.
Pero lo que ha durado esta cabeza
frágil que ha contemplado tantos siglos
la muerte de los otros, que en mis manos
descansa, se hace fugazmente eterno.
En su rostro moreno cae la noche,
cae mucha luz de ocaso en sus dos labios
y cae un día más de nuestra vida.
Misterio superior este de ver
cómo su cuerpo acumula siglos
mientras el nuestro pierde juventud.
Misterio de dos barros que han brotado
de un mismo pozo y bajo un mismo fuego.
Mas sólo a uno de ellos concedió
el Arte la virtud de ser divino
y, en consecuencia, no morir jamás.


Aunque de manera ferozmente entretenida, no deja de ser un ejercicio de culturalismo el magnífico ensayo El infinito en un junco, de Irene Vallejo, inesperado fenónmeno superventos y lectura recomendabilísima para todos los amantes de la literatura:

 

Anne Carson es la última ganadora del Premio Princesa de Asturias. Se trata de una profesora de Griego y poeta que ha sabido adaptar al presente y a su realidad el mundo clásico. 
Carson concibe la poesía desde fuera, como una forma de jugar o combinar el lenguaje para llegar así a la realidad o a los libros que la dicen. Ese espíritu lúdico y perverso a la vez la lleva a recurrir a todo tipo de formas, géneros y materiales: el poema serial, el fragmento, el pastiche, el collage de citas y voces, la entrevista imaginaria, el anacronismo, etcétera. (...)
Carson deforma el mito y cultiva el anacronismo con la seguridad que da conocer ese mito sin fisuras. Lo hace por ese afán suyo de yuxtaponer lecturas, etimologías o referencias culturales. Leer a Carson remozando a Safo o reescribiendo a Catulo como poeta beat es una experiencia mágica, y lo es porque permite redescubrir todo lo que guarda nuestro pasado, toda la energía latente o reprimida por una idea demasiado estrecha de la tradición.

El resultado es una poesía que puede resultar dura o áspera en primera instancia, que carece tal vez de la sensualidad de sus contemporáneos (Ashbery, Strand o Jorie Graham), pero que sin embargo se ampara en su rudeza, diría casi que su primitivismo, para construir artefactos fascinantes por la calidad de su pensamiento, la intensidad de su lectura y el coraje de su estilo. La escritura de Carson puede parecer neutra, incluso fría a veces, pero alienta en ella un trazo feroz, expresionista, que ilumina la página desde dentro.
Carson dijo una vez que "cuando viajas por las palabras griegas, tienes la impresión de estar entre las raíces de los significados, no arriba en la copa del árbol». Y eso es lo que ocurre en sus libros: su poesía no se va nunca por las ramas; toda ella es raíz.
Como muestra de su lírica te dejamos con uno de los poemas de su alabado poemario La belleza del marido:


XI. HAZ LOS CORTES DE ACUERDO CON LAS VIVAS ARTICULACIONES DE LA FORMA LE DIJO SÓCRATES A FEDRO CUANDO ESTABAN DISECANDO UN DISCURSO SOBRE EL AMOR

Por qué la naturaleza me entregó a esta criatura; no digáis que fue elección mía,
fui aventurada:
por una suerte de pura gravedad de la existencia misma,
¡conspiración del ser!
Teníamos quince años.
Fue en clase de latín, era el final de la primavera y de la tarde, la pasiva perifrástica,
no sé por qué me di la vuelta
y ahí estaba.
Sabes, dicen que un carnicero zen hace un corte preciso y la res entera se quiebra en pedazos
como un rompecabezas. Sí un lugar común

y no pido disculpas porque como he dicho no fue culpa mía, estaba desprotegida
frente a la existencia
y la existencia depende de la belleza.
Al final.
La existencia no parará
hasta conseguir la belleza y entonces se sucederán todas las consecuencias que conducen al final.
Es inútil interponer análisis
o hacer sugerencias equivocadas.
Quid enim futurum fuit si… Qué hubiera pasado si, etc.
La voz del profesor de latín
subía y bajaba en suave oleaje. Una pasiva perifrástica
puede reemplazar al imperfecto o al pluscuamperfecto de subjuntivo
en una afirmación falsa.
Adeo parata seditio fuit
ut Othonem rapturi fuerint, ni incerta noctis timuissent.
La conspiración estaba tan avanzada
que de no haber temido los peligros de la noche hubiesen capturado a Otón
Por qué tengo
esta frase en la cabeza
¡como si hubiera ocurrido hace tres horas y no hace treinta años!
Sigo desprotegida, es de noche ahora.
Cuánta razón tenían al temer sus peligros
(De Anne Carson, 
La belleza del marido, 2003)
(Traducción: Ana Becciu)


Como muestra de la vigencia actual de esta corriente, el último condecorado con el galardón más prestigioso de nuestras letras, el Premio Cervantes, ha sido Francisco Brines. A continuación te ofrecemos un poema donde desarrolla el tópico literario "Collige, virgo, rosas", que puedes recordar en este enlace:

COLLIGE, VIRGO, ROSAS
Estás ya con quien quieres. Ríete y goza. Ama.
Y enciéndete en la noche que ahora empieza,
y entre tantos amigos (y conmigo)
abre los grandes ojos a la vida
con la avidez preciosa de tus años.
La noche, larga, ha de acabar al alba,
y vendrán escuadrones de espías con la luz,
se borrarán los astros, y también el recuerdo,
y la alegría acabará en su nada.

Mas, aunque así suceda, enciéndete en la noche,
pues detrás del olvido puede que ella renazca,
y la recobres pura, y aumentada en belleza,
si en ella, por azar, que ya será elección,
sellas la vida en lo mejor que tuvo,
cuando la noche humana se acabe ya del todo,
y venga esa otra luz, rencorosa y extraña,
que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido.
Francisco Brines.
 (El otoño de las rosas, 1986)

Diez años más tarde de estas rosas otoñales, Luis Alberto de Cuenca, "el poeta pop" por excelencia, otorga a esta invitación a disfrutar de la juventud de un enfoque más sensual y mundano:
COLLIGE, VIRGO, ROSAS
Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlele los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.
Luis Alberto de Cuenca
(Por fuertes y fronteras, 1996)

Finalmente, el cordobés Félix Moyano realiza su propia adaptación del tópico en claro diálogo con los dos anteriores:


Personalmente, mi preferido es el poema "Circe esgrime un argumento", de Silvia Ugidos:

CIRCE ESGRIME UN ARGUMENTO
Si regresas Ulises
encontrarás allí en Ítaca una mujer cobarde:
Penélope ojerosa
que afanosa y sin saberlo
le teje y le desteje una mortaja
al amor. Ella pretende
aferrarse y aferraros a lo eterno.
Si regresas,
hacia un destino más infame aún
que éste que yo te ofrezco
avanzas si vuelves a su encuentro.
Más enemigo del amor y de la vida
que mis venenos
es vuestro matrimonio, vil encierro.

Quédate Ulises: sé un cerdo.

(De Silvia Ugidos
Las pruebas del delito, 1997)


Aurora Luque es la última ganadora del Premio Loewe. De formación clásica, es profesora de Latín y Griego en Secundaria y ha destacado por su facilidad para acercar, de manera tan culta como natural, las referencias grecolatinas a la poesía más contemporánea desde su mítico Carpe Noctem, de donde destacamos, por ejemplo, el poema "Gel":
 
GEL
Preparo la toalla. Me descalzo. Esa esponja
porosa y amarilla que compré en un mercado
obsceno de turistas en la isla de Hydra
qué dócil bajo el agua cotidiana
tantos meses después, en el exilio.
De pronto el gel recuerda -su claridad lechosa,
su consistencia exacta- el esperma del mito,
el cuerpo primitivo y trastornado de Urano,
un susurro de olas mar adentro
y una diosa que aparta
los restos de otra espuma de sus hombros.
Me punza una emoción tan anacrónica,
un penoso latir, hondo y absurdo,
por ese mar. Por ese sólo mar. Busco una dosis
de mares sucedáneos.
Cómo podría desintoxicarme.
Dependo de por vida
de una droga. De Grecia.
Carpe noctem (1994). 
Aurora Luque

CAMARADAS DE ÍCARO (I))
El frescor de aluminio de los mares,
el humo denso y verde de los prados,
la ciudad reducida a cuentas de ámbar
sobre un fondo oscurísimo,
las nieves nebulosas, los silencios,
la ebriedad del vacío perforado.

–No fabriqué con cera mis alas clandestinas.
Fueron otras sustancias. Puse los embriones
del tiempo detenido,
la minúscula arena de oro que mojaba
las horas placenteras,
la avaricia que supo custodiar
el olor de los cuerpos entregados
y el jugo de las noches,
briznas de los asombros de la infancia,
palabras sacudidas por latidos
o palabras huyendo de sí mismas
con su erosión a solas
–esas cosas que archivan los poetas.
Pregunté a mis deseos sus rutas favoritas,
dejé que prepararan su equipaje.

Gastar en otra luz
aunque pase la vida, vigilante,
su factura de abismo. Conocer la región
en que los laberintos se destejen,
donde pueda el Deseo
firmar un alto el fuego con la Muerte.

(De Aurora Luque
Camaradas de Ícaro, 2003)


Juan Antonio González Iglesias, profesor de Griego de la Universidad de Salamanca, ha desarrollado una línea similar en libros tan premiados y respetados como el mítico Eros es más, del que ofrecemos, a continuación, algunos ejemplos:

YOU LIGHT UP MY LIFE
Aristóteles dice: un cuerpo bello
debe ser percibido en su totalidad.
Así te vi llegar esta mañana.
Venías de correr una hora en bici
por la orilla del río. Te duchaste.
Estuvimos nadando juntos. Varios
largos en la piscina transparente.
Nos amamos después, enamorados
de ser distintos y de ser iguales.
Por la tarde estudiabas o leías.
Te vi algunos instantes. Pero ahora
que duermes a mi lado respirando
desnudo en el calor de junio, a oscuras,
creo que el filósofo no se refiere
sólo a la epifanía en el espacio,
al golpe único de la materia,
sino también al cuerpo hecho de tiempo,
a la suma sencilla de momentos
que queda para siempre en el registro
general de los días de este mundo.
Aristóteles dice: un cuerpo bello
debe ser percibido en su totalidad.

EL TIEMPO ENGENDRA DÉCADAS
El Tiempo engendra décadas
lo mismo que el poder engendra caballos.
Que nadie se lamente
de su velocidad.
Aunque aquella admirable
unidad de medida
que Tito Livio usó para narrar la Historia de Roma desde su fundación
parece algo desproporcionada
para distribuir 
la vida de cualquiera de nosotros.

VLTIMVS ROMANORVM
En el último disco de Robbie Williams
canta aquellas palabras memorables
que con apenas diecinueve años
pronunció en África Agustín de Hipona.
Tal vez las musitó casi en silencio,
mientras la Antigüedad se terminaba.
La más humana de las oraciones,
la que probablemente ha conmovido
como ninguna a su destinatario.
Ahora que también algo se termina,
Robbie Williams dirige su micrófono
hacia la multitud, que sin saberlo
repite la plegaria de aquel joven
romano apasionado y la propaga
en videoclips y en radios y en ipods.
La más humana de las oraciones:
da mihi castitatem, continentiam,
sed noli modo. Oh Lord,
make me pure -but not yet.
Dame la castidad, la continencia.
Hazme puro, Señor,
pero no todavía.
(De Juan Antonio González-Iglesias,
 Eros es más, 2007)


También merece la pena ser rescatada su aproximación a la moda urbana reciente del "parkour" desde una perspectiva helenística:

PARKOUR
                           Ad Deum non acceditur passibus corporalibus
                                                                                      Tomás de Aquino
Esto es lo que nunca nuestros antepasados
hicieron, desplazarse por la ciudad, de un punto
hasta otro cruzando los dominios del viento.

Materiales de última generación construyen
estos cuerpos humanos. Son más que decatletas.
Con los ojos cerrados rezan estas palabras:
Si tengo todo el tiempo por delante,
tengo todo el espacio por delante.

¿Cuántas curvas podrán engendrar con un salto?
Trazarán contra el cielo un fugaz acueducto
sin sufrir contusiones. Se han vuelto invulnerables
al mobiliario urbano. Cuando caen los espera
el asfalto, el granito transformado en alfombra.

Los obstáculos forman parte de la belleza.
¿Qué harán con el regalo de la elasticidad?

Mostrarlo. Compartirlo. Anticipar futuro.

Rozar con los talones las ramas de los árboles.

Superar la muralla abriendo una parábola.

Nadie se acerca a Dios con los pasos del cuerpo.

Se lanzan como dardos desde las azoteas.

Desconocen el vértigo. Tal vez ya son ingrávidos.
Quedan cuando amanece. Silenciosos practican
equilibrio de gato sobre la balaustrada.

El verdadero don no es la musculatura
sino la voluntad.
(de La hermosura del héroe)


A continuación vamos a ver dos ejemplos líricos (y antiépicos) que remedan metaliterariamente el inmortal inicio de La Ilíada de Homero:

MÉNIN ÁEIDE THEÁ
Oh Musas de la hermosa cabellera,
castas hijas de Zeus, que en la cumbre
del Helicón sagrado entonáis cantos
a la augusta Hera argiva y Febo Apolo
y Atenea ojizarca, concededme
la habilidad e inspiración divina
de escribir un relato o cuento corto,
de entre tres y seis páginas, con letra
Arial de doce puntos, veinticinco
palabras cada linea, a doble espacio
y presentado bajo lema o plica,
para poder ganar un premio o dos
y ver un poco de dinero fresco.
(De Carmen Jodra, 
Rincones sucios, 2011)


¡CANTA OH MUSA!
Para María Jesús (la rubia)
No es lugar para poetas
va y me dice una rubia en un local
lleno de humo y de cuerpos y de vasos
y cómo has dicho que te llamas dos
chupitos por favor que no te oigo
y qué lugar entonces será ése
el Parnaso París un cementerio
uy qué ocurrente jajaja y qué tonto
no gracias de verdad que ya no bebo
y digo yo que no hay mejor lugar
y grito ¿qué? que no hay mejor lugar
que este lugar con poca luz y poco
oxígeno y el hambre para ser
poeta y ser 1+1 cualquier
día de la semana en este bar
que no es lugar según la rubia para
y porque lo importante aquí es bailar
y ser guapete y blablabla con cierta
gracia moviendo la colita como
un perro si la rubia dice tal
o si la rubia o sea qué fuerte dice
ser poeta y ser nariz y ojos y boca
de poeta y barba larga de maíz
y la rubia una y mil veces la rubia
con sus mechones pechos manos rubia
y sus zapatos ser metro noventa
de poeta al otro extremo de la barra
y ayer vi una película y por esto
y ayer vi una película y lo otro
sin boli sin papel y sin gomina
lo sabes y lo piensas no se puede
es imposible ser aunque lo escribas
y menos a estas horas y en un bar
por mucho endecasílabo y la rubia
a veces venga vale sí tal vez
lo cual escrito en prosa significa
canta oh musa que te vayas a la mierda.


Para finalizar, te dejamos con dos poemas de una heroína grecolatina enfangada en su particular ascenso al Olimpo: María Eugenia Motilla Serrano.


Y, ya como definitiva postdata, un par de acercamientos que hice yo en mi primer libro:


martes, 10 de noviembre de 2020

BIEN ESTÁ LO QUE BIEN ACABA: PONLE UN BUEN FINAL A 2020 CON LOS MEJORES CIERRES DE NOVELAS.



Todos sabemos que 2020 ha sido un año inolvidable, aunque no precisamente en el buen sentido.
Ahora se acerca la Navidad y, con ella, su final. 
Por eso, vamos a intentar ser positivos mediante dos ejercicios literarios.


Pero, especialmente, con la actividad BIEN ESTÁ LO QUE BIEN ACABA: PONLE UN BUEN FINAL A 2020.

Y es que todos sabemos que existen los finales malos, regulares, buenos y... de libro.
Se trata de que la comunidad educativa del IES Jaroso (y los escritores, lectores o el resto de supervivientes al 2020) se grabe en vídeo leyendo su final de libro preferido.





Aunque, evidentemente, se trata de una decisión completamente subjetiva y personal (nadie puede elegir nunca por ti qué te gusta más)... te facilitamos una serie de finales de novelas considerados siempre entre los mejores de la Historia de la Literatura... Eso sí, tal vez no sean los mejores de tu historia personal, por lo que cualquier sugerencia será más que bienvenida en comentarios o, directamente, en formato vídeo:
BIEN ESTÁ LO QUE BIEN ACABA: PONGAMOS UN BUEN FINAL A ESTE AÑO.


LOS MEJORES FINALES DE NOVELAS



Comienza así ”Barrabás llegó a la familia por vía marítima…
(La casa de los espíritus.
Isabel Allende.)


Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.
(Cien años de soledad.
Gabriel García Márquez.)


Lo recuerdo todo.

La bala que salió de la pistola de Tyler me rajó la otra mejilla dejándome una sonrisa desigual de oreja a oreja. Sí, como una calabaza de Halloween enfadada. Un demonio japonés. El dragón de la avaricia.
Marla está aún en la Tierra y me escribe. Algún día, dice ella, me llevarán de vuelta.
Y si hubiera teléfono en el cielo, llamaría a Marla desde el cielo y en cuanto dijera «¿Diga?», no colgaría.
Le diría: «Hola. ¿Cómo te va? Cuéntamelo todo con detalle».
Pero no quiero volver. Todavía no. Porque.
Porque de vez en cuando alguien me trae la bandeja con el almuerzo y las medicinas, y lleva un ojo morado o la frente hinchada con puntos de sutura, y dice:
—Lo echamos de menos, señor Durden.
O pasa alguien con la nariz rota limpiando con una fregona y susurra:
—Todo marcha según el plan.
Susurra:
—Vamos a acabar con la civilización para hacer del mundo algo mejor.
Susurra:
—Estamos impacientes por su vuelta.

(El club de la lucha. Chuck Palahniuk)
Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo, y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.
(Rebelión en la granja. 
George Orwell.)

Aunque la suerte no le fue propicia, vivía. Y murió cuando perdió su ángel.
La muerte le llegó sencillamente, como llega la noche cuando se marcha el día.
(Los miserables
Victor Hugo).

¿Qué hay detrás de la ventana?”
(Los detectives salvajes
Roberto Bolaño)


—Mochuelo, ¿sabes? Voy a La Cullera a por la leche. No te podré decir adiós en la estación.
Daniel, el Mochuelo, al escuchar la voz grave y dulce de la niña, notó que algo muy íntimo se le desgarraba dentro del pecho. La niña hacía pendulear la cacharra de la leche sin cesar de mirarle. Sus trenzas brillaban al sol.
—Adiós, Uca-uca —dijo el Mochuelo. Y su voz tenía unos trémolos inusitados.
—Mochuelo, ¿te acordarás de mí?
Daniel apoyó los codos en el alféizar y se sujetó la cabeza con las manos. Le daba mucha vergüenza decir aquello, pero era ésta su última oportunidad.
—Uca-uca... —dijo, al fin—. No dejes a la Guindilla que te quite las pecas, ¿me oyes? ¡No quiero que te las quite!
Y se retiró de la ventana violentamente, porque sabía que iba a llorar y no quería que la Uca-uca le viese. Y cuando empezó a vestirse le invadió una sensación muy vívida y clara de que tomaba un camino distinto del que el Señor le había marcado. Y lloró, al fin.
(El camino
Miguel Delibes.)

Cuando una hora más tarde abandonaba el cementerio me invadió una sensación desusada de relajada placidez. Se me hacía que ya había encontrado la razón suprema de mi pervivencia en el mundo. Ya no me encontraba solo. Detrás dejaba a buen recaudo mis afectos. Por delante se abría un día transparente, fúlgido, y la muralla de Ávila se recortaba, dentada y sobria, sobre el azul del firmamento. No sé por qué pensé en aquel instante en la madre de Alfredo y en «el hombre». Y fue casualmente en el momento en que tropecé con un obstáculo oculto por la nieve. Al mirar hacia el suelo comprobé que a la nieve la hace barro el contacto del pie…

Me sonreía el contorno de Ávila allá, a lo lejos. Del otro lado de la muralla permanecían Martina, doña Gregoria y el señor Lesmes. Y por encima aún me quedaba Dios.

(La sombra del ciprés es alargada
Miguel Delibes.)
Examínenlo atentamente para que sepan reconocerlo, si algún día, viajando por África cruzan el desierto. Si por casualidad pasan por allí, no se apresuren, se los ruego, y deténganse un poco, precisamente bajo la estrella. Si un niño llega hasta ustedes, si este niño ríe y tiene cabellos de oro y nunca responde a sus preguntas, adivinarán en seguida quién es. ¡Sean amables con él! Y comuníquenme rápidamente que ha regresado. ¡No me dejen tan triste!
(El principito
Antoine de Saint-Exupéry.)
Las comunicaciones entre Barton y Delaford fueron continuas, todo lo continuas que requería un profundo afecto, y una de las evidentes virtudes de la felicidad de Elinor y Marianne era, y no precisamente de las menos importantes, que, aunque fueran hermanas y vivieran la una a poca distancia de la otra, vivieron en un perfecto acuerdo entre ambas, sin que esto molestase a los maridos.
(Sentido y sensibilidad
Jane Austen.)

Busqué las tres lápidas en la ladera contigua al páramo, y no tardé en encontrarlas; la central, gris, estaba semienterreada entre brezos, la de Edgar Linton, solo adornada por el césped y el musgo que le subía por la base; la de Heathcliff, aún desnuda. Pasé un rato junto a ellas, bajo aquel cielo benigno; vi aletear las mariposas entre el brezo y las campánulas; escuché el viento suave que soplaba entre la hierba, y me pregunté cómo era posible que nadie pudiera atribuir sueños agitados a los que dormían en aquella tierra tan tranquila.

(Cumbres borrascosas
Emily Brontë.)

 

Así, cae el telón sobre Meg, Jo, Beth y Amy. Si ha de alzarse o no otra vez, dependerá de la acogida que dé el público al primer acto del drama doméstico titulado Mujercitas.
(Mujercitas
Louisa May Alcott.)


Santiago Nasar la reconoció.
-Que me mataron, niña Wene- dijo. Tropezó con el último escalón, pero se incorporó de inmediato. ‘Hasta tuvo el cuidado de sacudir con la mano la tierra que le quedó en las tripas’, me dijo mi tía Wene. Después entró en su casa por la puerta trasera, que estaba abierta desde las seis, y se derrumbó de bruces en la cocina.
(Crónica de una muerte anunciada
Gabriel García Márquez.)


Me detuve un instante en el umbral para cobrar cierto aliento y vi al doctor de cabello plateado que me había hablado de los ríos y de los peregrinos en mi primer día, y el rostro cadavérico y lleno de cicatrices de la señorita Huey, y ojos que pensé haber reconocido alguna vez sobre máscaras blancas.
Los ojos y los rostros se volvieron hacia mí, y guiándome por ellos, como por un hilo mágico, entré en la habitación.
(La campana de cristal
Sylvia Plath.



A fin de cuentas, daba igual la edad que tuviesen, el que fueran tan jóvenes, lo único que importaba era que las habíamos amado y que no nos habían oído cuando las llamábamos, que seguían sin oírnos ahora, aquí arriba, en la casa del árbol, con nuestro escaso cabello y nuestra barriga, llamándolas para que salgan de aquellas habitaciones donde se habían quedado solas para siempre, solas en su suicidio, más profundo que la muerte, y en el que ya nunca encontraremos las piezas que podrían servir para volver a unirlas.
(Las vírgenes suicidas
Jefrey Eugenides)



Los labios de Rose se movieron con delicadeza entre el pelo del hombre. Ella levantó la vista y miró hacia el exterior del granero, y sus labios se juntaron y dibujaron una sonrisa misteriosa.
(Las uvas de la ira
John Steinbeck)


No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.
(El guardián entre el centeno
J.D. Salinger)




—Señor Portnoy —dijo ella, recogiendo del suelo la mochila—, no es usted más que uno de esos judíos que se desprecian a sí mismos.
—Sí, Naomi, pero quizá seamos los mejores.
(El lamento de Portnoy
Philip Roth)



y las castañuelas y la noche que perdimos el barco en Algeciras el guardia haciendo su ronda de sereno con su linterna y oh ese horroroso torrente profundo oh y el mar el mar carmesí a veces como el fuego y las gloriosas puestas de sol y las higueras en los jardines de la Alameda sí y todas las extrañas callejuelas y las casas rosadas y azules y amarillas y los jardínes de rosas y de jazmines y de geranios y de cactos y Gibraltar cuando yo era chica y donde yo era una flor de la montaña sí cuando me puse la rosa en el cabello como hacían las chicas andaluzas o me pondré una colorada sí y cómo me besó bajo la pared morisca y yo pensé bueno tanto da él como otro y después le pedí con los ojos que me lo preguntara otra vez y después el me preguntó si yo quería sí para que dijera sí mi flor de la montaña y yo primero lo rodeé con mis brazos sí y lo atraje hacia mí para que pudiera sentirme todo perfume sí y su corazón golpeaba loco y sí yo dije quiero sí.
(Ulises
James Joyce)

 

Ana, vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro; cayó sin sentido.
La catedral estaba sola. Las sombras de los pilares y de las bóvedas se iban juntando y dejaban el templo en tinieblas.
Celedonio, el acólito afeminado, alto y escuálido, con la sotana corta y sucia, venía de capilla en capilla cerrando verjas. Las llaves del manojo sonaban chocando.
Llegó a la capilla del Magistral y cerró con estrépito.
Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro; pegó el rostro a la verja y miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la obscuridad. Debajo de la lámpara se le figuró ver una sombra mayor que otras veces…
Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como un suspiro.
Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada.

Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia: y por gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios.
Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas.
Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.

(La Regenta
Leopoldo Alas Clarín)

-Contéstame.
El coronel no supo si había oído esa palabra antes o después del sueño. Estaba amaneciendo. La ventana se recortaba en la claridad verde del domingo. Pensó que tenía fiebre. Le ardían los ojos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recobrar la lucidez.
-Qué se puede hacer si no se puede vender nada -repitió la mujer.
-Entonces ya será veinte de enero -dijo el coronel, perfectamente consciente-. El veinte por ciento lo pagan esa misma tarde.
-Si el gallo gana -dijo la mujer-. Pero si pierde. No se te ha ocurrido que el gallo pueda perder.
-Es un gallo que no puede perder.
-Pero suponte que pierda.
-Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso -dijo el coronel.
La mujer se desesperó.
«Y mientras tanto qué comemos», preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía.
-Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
-Mierda.
(El Coronel no tiene quien le escriba
Gabriel García Márquez)


El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
–¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? –le preguntó.Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
—Toda la vida —dijo.
(El amor en los tiempos del cólera.
Gabriel García Márquez.)