lunes, 29 de noviembre de 2021

"TRIGO LIMPIO" como perfecto ejemplo de novela picaresca.



UNO
Una de las muchas consecuencias que tuvo la ampliación del aeropuerto fue la construcción de un colegio nuevo. La pista circular de despegue y aterrizaje, una vez terminada, quedaba a no más de cincuenta metros del patio donde los alumnos nos dejábamos los últimos dientes de leche. Las alas de los aviones pasaban tan cerca, que los niños estirábamos los brazos a través de la valla, convencidos de que podríamos acariciarles el plumaje. No obstante, no era higiénico para nosotros —ni estético para ellos— que nos siguiéramos comiendo allí el bocadillo de media mañana, al rebufo del queroseno y la goma quemada. Así que en las vacaciones de la Navidad del año 1992, hicimos el tránsito al nuevo centro. Yo, que lo mismo me apuntaba a destrozar bailes folclóricos que me daba por aprender el método Caballero de mecanografía, fui uno de los muchos que ayudaron a desembalar y colocar mesas, sillas, pizarras, armarios y estanterías en el nuevo colegio. Recuerdo de qué manera el director y su mujer nos dirigían cual enjambre de tontos: desplegaos con rapidez, empujad con fuerza, sujetad con brío. Vivimos aquellos días de mudanza con un júbilo más propio de un rebaño de
catequesis que de un grupo de escuela pública. Así nos va ahora.
El cambio de instalaciones no supuso la demolición del antiguo colegio. Al menos no al principio. Durante unos cuantos años, allí quedó ese enorme edificio de tres plantas, rodeado de un patio que albergaba una pista de fútbol sala, otra de baloncesto, un invernadero de medio arco, un palomar de mezcla y bovedillas, un gran aparcamiento, tres o cuatro fuentes secas y un caótico y hermoso bosque de mimosas, pinos y eucaliptos. Podría emplearme en describir aquel patio durante páginas y páginas, porque, siempre que lo evoco,la nostalgia, esa peligrosa jalea real que lo suele pringar todo, me acude al cielo de la boca. Pero en este caso lo relevante no radicaba en cómo era, sino más bien en qué ocurría allí. A pesar de que el viejo colegio había sido precintado por la Administración pertinente, la gente seguía entrando, quizá
con más naturalidad que antes, por una puerta que alguien había improvisado a fuerza de patadas y empellones, no muy lejos de la principal. Y según la edad, la hora y las ganas, se practicaban deportes, se paseaba bucólicamente entre los árboles y la maleza, se bebía alcohol y se fumaban los primeros cigarrillos, se organizaban peleas por cuestiones de honor y, si sabías de qué iba eso del amor en los noventa, podías llegar a perder la virginidad sin demasiados remordimientos.
Es aquí, quizá, en este punto, desde donde debería haber arrancado, desde donde debería haber empezado a relatar esta historia. Me doy cuenta ahora.
Ya no es el comienzo, obviamente, pero puede que siga siendo el principio de todo lo que vino después. La escena en la que pienso es la que sigue.
Jugábamos un partido de fútbol sala que se enmarcaba en un campeonato despiadado y salvaje en la pista del viejo colegio. A esto lo llamábamos «jugarse una Casera», porque el trofeo era un refresco de esa marca que nos bebíamos mientras dedicábamos canciones procaces al equipo perdedor. En un momento determinado del partido, próximo a acabar, el balón, porque así lo quiso la diosa Fortuna o porque a mi primo siempre le sobró el talento para
el regate intuitivo y la asistencia generosa, cayó botando a mis pies con la lentitud y la elegancia de un globo de helio. Yo, que nunca fui muy dado ni a la filigrana ni al requiebro, lo tuve clarísimo al instante y puse en funcionamiento toda la maquinaria articular: le di tal punterazo al balón que sobrevoló la portería, la valla del colegio y, para mayor dramatismo, la del aeropuerto. Lo escribo tal como lo recuerdo y lo recuerdo tal como lo estoy viendo ahora que cierro los ojos unos segundos. En aquella tarde de mi temprana adolescencia, un levante de mil demonios afeitaba el asfalto de la pista de aterrizaje. Así que el balón, después de botar cinco, seis o siete veces, comenzó a rodar como si no tuviera pensado detenerse hasta golpear la mismísima torre de control, que se alzaba a dos kilómetros de distancia, metro arriba, metro abajo.
Lo que viene a continuación lo recuerdo, en cambio, con la fidelidad de lo que ha sido contado una y mil veces. Que a estas alturas no sé si es mucha o poca, la verdad. En cuanto el balón dejó atrás la valla del aeropuerto, inicié el protocolo de actuación consensuado para estas situaciones de emergencia.
Salí disparado, me colé por uno de los agujeros que habíamos hecho en las alambradas y rompí a correr detrás del balón al sentir que un fuego antiquísimo me abrasaba el corazón. Las veces que volví la mirada hacia atrás, quizá en tres o cuatro ocasiones, por prudencia o por miedo, no lo sé, de verdad que no lo sé, pude ver a todos —a mi equipo y al contrario— aferrados a la valla, sacudiéndola como si estuvieran siendo electrocutados, jaleándome, gritando palabras que el levante me traía y se llevaba con la misma velocidad. Y yo corría, claro, y corría y corría. Y, por alguna contundente ley de la física, el balón parecía hacerse más y más pequeño, casi diminuto, apenas la cabeza de un alfiler, hasta que las luces de la pista de
aterrizaje, blancas, rojas, azules, verdes, se encendieron todas a la vez, y el balón pareció desintegrarse, o yo, miope avergonzado en aquellos años, lo perdí de vista. Puede ser que en ese momento me planteara dar media vuelta y dejar las cosas como estaban. No lo descarto porque ahora me parece un sentimiento muy humano y muy inteligente, pero nuestro protocolo de actuación se sustentaba en una ley con hechura de buen epitafio: sin balón no se vuelve. De modo que continué corriendo algunos metros más, hasta que mi cerebro trianguló neuronas y concluyó qué significaban aquellas luces multicolores. Un avión estaba a punto de aterrizar. Y ahí sí que el vientre se me apretujó como quien escurre una esponja. Me mordí la lengua y cambié el rumbo de la carrera convencido de que, si alcanzaba la alambrada, sería capaz de saltarla como una gacela en un documental. Y en esas estaba yo, en la gacela, en las luces, en el avión, en el cielo, en los amigos agitándose y gritando, en la valla a apenas unos metros y en el miedo, sobre todo en el mucho miedo, un miedo tan físico como rebanarse un dedo afilando una rama, cuando un coche patrulla de la Guardia Civil se interpuso en mi camino, y primero me comí el retrovisor y después, sin solución de continuidad, una buena cuña de asfalto. Y ahí sí, tumbado en el suelo, a punto de perder la consciencia, aquellos gritos de mis compañeros, bien entonados, bien musicados y muy bien traídos, me envolvieron como una fresca sábana
de algodón: «¡Hi-jos-de-pu-ta, hi-jos-de-pu-ta!».(...)

 

DOS
Yo sabía perfectamente qué era lo primero que iba a decirme mi padre cuando viniera a recogerme. Y esa certeza me tranquilizaba un poco. El problema era que acudiera mi madre.
En la parte trasera del coche patrulla, sin dedicarme una sola palabra, dos agentes me llevaron hasta el cuartelillo que la Guardia Civil tenía en el aeropuerto. Escribo «cuartelillo», pero bien podría escribir «zulo», «trastero», «recoveco» o «agujero». Madre de Dios, qué condiciones de trabajo, qué mierda de vida. Era una ratonera minúscula, con las paredes enmohecidas, cubiertas con caras de terroristas, sin apenas muebles (una mesa de madera, un sillón acolchado, un armario de metal y tres sillas de plástico unidas entre sí por una barra de hierro) y, por supuesto, ninguna ventana, ningún tragaluz, ningún resquicio por el que se pudiera colar la idea de que todo aquello acabaría bien.
Allí solo, sentado en una de las sillas, me dejaron no sé cuánto tiempo al albur de mis pensamientos. Es verdad que de vez en cuando entraba algún que otro agente, pero nunca para dedicarme siquiera una palabra ofendida ni para dirigirme una mala mirada. Así que tuve tiempo de cebar y cebar un pensamiento que me traía loco: mi madre me mata y después se muere ella.
Al rato, me di cuenta de que si dejaba de gimotear y aguzaba el oído, podía oír algunas cosas que ocurrían al otro lado de la puerta. Pasos que se aproximaban o alejaban, risotadas espasmódicas, toses moribundas, golpes indescifrables e incluso alguna que otra palabra inconexa y, por tanto, con una fuerza poética inusitada.
Precisamente en esas atenciones estaba yo, cuando la puerta se abrió y entró un guardia civil acompañado de un hombre, al que le dijo siéntese ahí y espere. El adverbio «ahí», obviamente, significaba en una de las dos únicas sillas que quedaban a mi lado. Por momentos, la situación parecía ir tintándose de ese color mortecino que tienen las vidas echadas a perder. El agente, que irradiaba un hastío más insano que el uranio, volvió a salir y, por primera vez desde que estaba en aquel cuchitril, oí cómo cerraba la puerta con llave. Fue como un clac, clac, clac, que en vez de entrar por las orejas se me coló por las fosas nasales y me hinchó los pulmones. Y sé que fue así porque deduje algo tan básico como trascendental: a mí no me habían encerrado durante todo ese tiempo, pero a ese hombre sí querían tenerlo bien controlado.
No voy a alargar mucho esta tensión porque en realidad, en su día, tampoco la hubo. De hecho, no es honesto que un narrador retuerza el vacío para que algo parezca henchido de plenitud. Segundos después de sentarse, el hombre se presentó y comenzamos a tener una charla sin la que este libro y, en consecuencia, buena parte de mi vida no tendrían sentido, o al menos no este sentido sobre el que estoy escribiendo. Huáscar, así dijo llamarse, era un hombre al que habían retenido mientras se comprobaban algunas anomalías de la documentación que portaba. Allí, casi hombro con hombro, mirando ambos hacia la pared, hacia el mapa de humedades y caras de terroristas, al parecer me contó demasiadas cosas. Tantas que muchas de ellas las he olvidado, otras las he deformado y algunas me las han recordado para poder volver a inventarlas, porque nadie está libre de las inercias del tiempo y de este oficio. La aparición de Huáscar en la acción es decisiva, y es de ley que traiga consigo algunas exigencias estructurales y argumentales que se irán viendo conforme pasan las páginas. Una de ellas, tan importante como la que más, es la aparición de los diálogos, que reproducen de manera literal lo que se dijo en un momento y en un lugar determinados. Pero que yo sepa, muy poca gente con juicio se dedica a grabar cada una de las conversaciones que mantiene a lo largo de su vida. Por eso el encaje de cualquier diálogo es un ejercicio de memoria, pero también de fe, de confianza, de compromiso con lo que se está escribiendo y leyendo. Porque solo lo que primero se escribe y después se lee, o lo que se cuenta y se escucha, me da igual, ocurre, vuelve a tener lugar y vuelve a estar —y a ser— presente. Si este punto no se tiene claro, lo mejor es no continuar. Dejarlo aquí. Incluso borrar lo escrito hasta ahora, que no es mucho y duele poco. No obstante, para eso siempre hay tiempo. Permitámonos el gusto de ir un poco más allá.


TRES
—Eres muy joven para estar aquí, muchacho.
—…
—¿En qué te has metido?
—No sé.
—¿Algo habrás hecho?
—Nada.
—¿Eres hijo de alguno de los guardias civiles?
—Qué va. Qué más quisiera yo.
—¿Entonces?
—Un fallo de cálculo.
—¿Y qué calculaste mal?
—El espacio, el tiempo, la velocidad, todo. Un desastre. Me colé en la
pista de aterrizaje buscando un balón.
—Así que tú eres el niño del que todo el mundo habla ahí fuera.
—Madre mía…
—¿Qué?
—Me van a matar, ¿no?
—No creo, hombre. Todo el mundo pasa alguna vez por estos sitios.
—Mi padre no se va a jugar la vida, pero mi madre no teme ir a la cárcel. Tiene el orden de los factores muy claro: primero me mata y después pregunta. Me lo ha dicho muchas veces.
—Seguro que es una buena madre.
—La mejor, sin duda. Se la regalo. ¿Y usted por qué está aquí? ¿Otro fallo de cálculo?
—Creo que piensan que he falsificado el pasaporte.
—¿Y lo ha hecho?
—No. Claro que no.
—Por eso está tan tranquilo.
—Aquí nunca se puede estar tranquilo. Es algo que a lo mejor aprendes hoy.
—¿Por qué?
—Porque ellos están en su derecho de pensar que el pasaporte es falso.
—Pero habrá alguna forma de comprobarlo, ¿no?
—Claro. Ellos mismos son la forma de comprobarlo.
—A lo mejor lo hacen bien. Quién sabe.
—Puede. Saldremos de dudas en un rato. Y mientras eso ocurre, amigo
mío, si no te parece mal, hablaremos. Me gusta hablar. ¿A ti no?
—Supongo que también.
—¿Solo lo supones?
—Hablo bastante con mis amigos. Y en mi casa, aunque mucho menos, también lo hago con mi madre. Pero nunca he hablado con un desconocido en un cuartel de la Guardia Civil, como para saber si también me gusta.
—Hablar siempre es hablar. Da igual con quién y dónde lo hagas. Lo importante, eso sí, es contar las cosas bien.
—Ya… Como todo.
—No, como todo no. Hay cosas que basta con hacerlas. Bien, mal o regular. Da igual. Hombre, si se hacen bien, siempre es mejor. Pero que no pasa absolutamente nada de nada si se hacen mal. Ejemplo: exprimir una naranja. Ejemplo: cavar una tumba. Ejemplo: soplar una vela.
—Y hablar no entra en ese grupo… Entendido.
—Más bien es contar. Piénsalo. Cuando tus padres vengan a recogerte, lo que cuentes y cómo lo cuentes, te salvará o no la vida, a tenor de lo que me has dicho sobre tu madre.
—Me gusta exagerar. No tiene que hacerme mucho caso. Además, estoy nervioso. En cualquier caso, mi madre no me dejará ni abrir la boca.
—Bueno, exagerar es un excelente recurso retórico en determinadas situaciones. Así que eso juega a tu favor. A ver, dime, ¿qué les vas a contar?
—La verdad.
—¿La verdad?
—Sí, supongo que sí.
—¿Y cuál es la verdad?
—Que me metí en la pista del aeropuerto para buscar un balón.
—Contar la verdad está bien, muchacho. Yo diría que es lo correcto, aunque a veces a mí lo correcto me ha importado bien poco. Pero, antes de llegar a ese punto, hagamos un alto y planteémonos una cuestión. ¿Es eso que cuentas la verdad?
—Claro que lo es.
—Lo formulo de otro modo. ¿Es esa la verdad tan solo porque tú piensas que lo es?
—No me parece una mala razón. ¿A usted sí?
—No sé. ¿Basta con eso? ¿Tu experiencia es suficiente para determinar que la verdad es que entraste en la pista de aterrizaje porque ibas buscando un balón?
—Yo creo que sí. Vamos, que, aunque a veces no me fío ni de mí mismo, en esto estoy convencidísimo.
—Qué gran error.
—Vaya, hombre. Hoy no doy una.
—¿De qué te fías más? ¿De lo que ves, de lo que oyes, de lo que tocas, de lo que hueles o de lo que saboreas?
—No tengo el cuerpo para enigmas.
—Contesta, por favor.
—Creo que me fío de todos mis sentidos. Hasta ahora no me han jugado malas pasadas.
—No me he explicado bien. Te pongo un ejemplo. Me gustan los ejemplos. No sé si te lo he dicho. Los ejemplos son luz. Imagina que alguien te pide que le digas lo que hay en el interior de una habitación. Estás a punto de entrar y, antes de abrir la puerta, te exige que elijas el único sentido que podrás emplear en esa tarea. ¿Con cuál te quedas?
—Con la vista, sin dudarlo.
—¿Para ti es el más fiable?
—Sí.
—Muy bien. Ahora entras y compruebas que la habitación está vacía.
Puedes salir y cambiar de sentido. ¿Lo haces?
—Sí.
—Elige.
—Ni el tacto ni el gusto, porque ya he mirado y no hay nada que tocar ni saborear. Elijo el olfato. Los olores no se ven. A lo mejor es un perfume o un escape de gas.
—Vale. Vuelves al interior y no hueles nada. Aire que entra y sale de tus pulmones. Solo eso. ¿Qué hacemos ahora?
—Oído.
—Vale. Adentro entonces.
—¿Qué? ¿Oigo algo o no?
—Nada de nada.
—No sé. Quizá me he precipitado descartando el gusto.
—¿Vas a lamer el suelo y las paredes?
—Es un acertijo, podría hacerlo y no sería tan asqueroso como en la vida real.
—¿Quién ha dicho que es un acertijo?
—Lo parece.
—No es ningún acertijo.
—¿Qué es entonces?
—Una demostración palpable de que ni tú mismo te fías del sentido en el que mayor confianza depositas. Entraste en la habitación y comprobaste que no había nada. Debiste salir y decir exactamente eso. Dentro no hay nada.
Pero decidiste hacer uso de otro sentido. Y aun así, tú quieres que yo te haga caso cuando cuentas esa verdad de la pista de aterrizaje porque, sencillamente, es lo que viste.
—Es lo que viví. Es distinto. Además, usted me ofreció otro sentido.
—De ninguna manera. Yo te pregunté.
—Eso es trampa.
—No. Eso es hablar bien. Contar las cosas en el orden y del modo adecuados.
—No lo tengo tan claro. Me suena a manipulación.
—Vaya. Ya salió la palabra. No nos adelantemos tanto, anda. Hablar de manipular siempre simplifica la realidad. Hagamos otra cosa. Cuéntame cómo ocurrió lo de la pista de aterrizaje.
—Ya lo he hecho.
—No me lo has contado. Solo me has dicho que perseguías un balón.
—Es que es exactamente eso.
—Bueno, hagámoslo de otro modo. Cambiemos el orden. Primero te relato yo lo que se cuenta ahí afuera sobre lo sucedido. Porque ellos tienen su propia versión. Los agentes, los pasajeros, incluso el camarero de la cafetería y los empleados de la limpieza. Todos. Recuerda que has conseguido tú solito que el avión que estaba a punto de aterrizar volviera a alzar el vuelo.
—¿Cómo dice?
—No te preocupes, muchacho. No es para tanto. Ha aterrizado treinta y cinco minutos después sin problema alguno.
—Mierda, mierda, mierda. No salgo vivo de esta. Mi madre me va a despellejar.
—¿Vuelves a exagerar?
—No, esta vez no.
—Seamos cautos. Tu madre aún no está aquí. Yo te cuento lo que he oído, pero luego te toca a ti, ¿vale?
—Joder, qué putada.
—¿Vale?
—Es que no la conoce. No está pasando por su mejor momento.
—No estamos en eso ahora.
—No estará usted.
—Ni tú tampoco.
—Yo sí. Que soy el que va a pillar golpes hasta en el cielo de la boca.
—Como quieras. Pero ahora yo te cuento y luego tú me cuentas.
—…
—Yo te cuento y tú me cuentas, ¿vale?
—Vale.

1-¿Se trata de una narración? ¿Por qué?
2-¿Qué tipo de narrador emplea?
3-¿Cuál es su estructura? ¿Por qué? ¿En qué partes se puede dividir? ¿Es la más usada? ¿Por qué?
4-¿Dirías que es una obra literaria? ¿Por qué? ¿A qué género literario pertenece?
5-¿A qué subgénero dirías que pertenece? ¿Por qué? ¿Podría pertenecer a algún otro?
6-¿Qué tipo de héroe es su protagonista: héroe clásico, héroe por accidente o antihéroe?
¿Es un personaje plano o redondo? ¿Por qué?
7-¿En qué tipo de espacio se desarrolla la acción?
8-¿Esta historia contiene alguna enseñanza o moraleja? ¿Cuál es? ¿Está explícita -aparece- o implícita -se entiende-?
9-¿Hay algún guiño metaliterario? ¿Y metacinematográfico?

domingo, 28 de noviembre de 2021

Los hermanos Machado: THE MACHADO BROS.

 






Un secreto esencial (artículo de Javier Cercas, punto de partida de su novela o "relato real" Soldados de Salamina).

UN SECRETO ESENCIAL (Javier Cercas)


Acaban de cumplirse 60 años de la muerte de Antonio Machado, en las postrimerías de la guerra civil. De todas las historias de aquella historia, sin duda la de Machado es una de las más tristes, porque termina mal. Se ha contado muchas veces. Procedente de Valencia, Machado llegó a Barcelona en abril de 1938, en compañía de su madre y de su hermano José, y se alojó primero en el hotel Majestic y luego en la Torre de Castañer, un viejo palacete situado en el paseo de Sant Gervasi. Allí siguió haciendo lo mismo que había hecho desde el principio de la guerra: defender con sus escritos al Gobierno legítimo de la República. Estaba viejo, fatigado y enfermo, y ya no creía en la derrota de Franco; escribió: "Esto es el final; cualquier día caerá Barcelona. Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro... Quizá la hemos ganado". Quién sabe si acertó en esto último; sin duda lo hizo en lo primero. 


La noche del 22 de enero, cuatro días antes de que las tropas de Franco tomaran Barcelona, Machado y su familia partían en un convoy hacia la frontera francesa. En ese éxodo alucinado los acompañaban otros escritores, entre ellos Corpus Barga y Carles Riba. Hicieron paradas en Cervià de Ter y en Mas Faixat, cerca de Figueres. Por fin, la noche del 27, después de caminar 600 metros bajo la lluvia, cruzaron la frontera. Se habían visto obligados a abandonar sus maletas; no tenían dinero. Gracias a la ayuda de Corpus Barga, consiguieron llegar a Colliure e instalarse en el hotel Bougnol Quintana. Menos de un mes más tarde moría el poeta; su madre le sobrevivió tres días. En el bolsillo del gabán de Antonio, su hermano José halló unas notas; una de ellas era un verso, quizá el primer verso de su último poema: "Estos días azules y este sol de la infancia". 


La historia no acaba aquí. Poco después de la muerte de Antonio, su hermano el poeta Manuel Machado, quien vivía en Burgos, se enteró del hecho por la prensa extranjera. Manuel y Antonio no sólo eran hermanos: eran íntimos. A Manuel la sublevación del 18 de julio le sorprendió en Burgos, zona rebelde; a Antonio, en Madrid, zona republicana. Es razonable suponer que, de haber estado en Madrid ese día, Manuel hubiera sido fiel a la República; tal vez sea ocioso preguntarse qué hubiera ocurrido si Antonio llega a estar en Burgos. Lo cierto es que, apenas conoció la noticia de la muerte de su hermano, Manuel se hizo con un salvoconducto y, tras viajar durante días por una España calcinada, llegó a Colliure. En el hotel supo que también su madre había fallecido. Fue al cementerio. Allí, ante la tumba de su madre y de su hermano muerto, se encontró con su hermano José. Hablaron. Dos días más tarde Manuel regresó a Burgos. 


Pero la historia -por lo menos la historia que hoy quiero contar- tampoco acaba aquí. Más o menos al mismo tiempo que Machado moría en Colliure, fusilaban a Rafael Sánchez Mazas junto al santuario del Collell. Sánchez Mazas fue un buen escritor; también fue amigo de José Antonio, y uno de los fundadores e ideólogos de la Falange. Su peripecia en la guerra está rodeada de misterio. Hace unos años, su hijo, Rafael Sánchez Ferlosio, me contó su versión. Ignoro si se ajusta a la verdad de los hechos; yo la cuento como él me la contó. Atrapado en el Madrid republicano por la sublevación militar, Sánchez Mazas se refugió en la embajada de Chile. Allí pasó gran parte de la guerra; hacia el final trató de escapar camuflado en un camión, pero le detuvieron en Barcelona y, cuando las tropas de Franco llegaban a la ciudad, se lo llevaron camino de la frontera. No lejos de ésta se produjo el fusilamiento; las balas, sin embargo, sólo lo rozaron, y él aprovechó la confusión y corrió a esconderse en el bosque. Desde allí oía las voces de los milicianos, acosándole. Uno de ellos lo descubrió por fin. Le miró a los ojos. Luego gritó a sus compañeros: "¡Por aquí no hay nadie!". Dio media vuelta y se fue. 


"De todas las historias de la Historia/", escribió Jaime Gil, "sin duda la más triste es la de España/, porque termina mal". ¿Termina mal? Nunca sabremos quién fue aquel miliciano que salvó la vida de Sánchez Mazas, ni qué es lo que pasó por su mente cuando le miró a los ojos; nunca sabremos qué se dijeron José y Manuel Machado ante la tumba de su hermano Antonio y de su madre. No sé por qué, pero a veces me digo que, si consiguiéramos desvelar uno de esos dos secretos paralelos, quizá rozaríamos también un secreto mucho más esencial.


1. Identifique las ideas del texto, exponga de forma concisa su organización e indique razonadamente su estructura. (1.5 puntos)


2. Explique la intención comunicativa del autor (0.5 puntos) y comente dos mecanismos de cohesión distintos que refuercen la coherencia textual. (1 punto)


3. Elija UNO de estos temas y elabore un discurso argumentativo, de entre 200 y 250 palabras, en respuesta a esta pregunta, eligiendo el tipo de estructura que considere adecuado. (2 puntos)

-¿La desobediencia individual (por ejemplo, del miliciano que perdona la vida a Sánchez Mazas) sirve para algo o es un sacrifico arriesgado e inútil? 

-¿Es posible condensar la Historia de España en uno o dos momentos esenciales, en uno o dos secretos paralelos?

-"De todas las historias de la Historia/", escribió Jaime Gil, "sin duda la más triste es la de España/, porque termina mal". ¿Termina mal?



El teatro hasta 1936





Podéis quitarme mi hacienda, mi patria, mi fortuna e incluso, como estáis a punto de hacer, mi vida. Pero hay una cosa que no podéis quitarme: ¡el miedo que tengo ahora mismo!

(Pedro Muñoz Seca a los milicianos que iban a fusilarle, hace hoy 85 años).


"No quiero la sangre de ese: está llena de gerundios" (Valle-Inclán y José Echegaray). 


sábado, 27 de noviembre de 2021

Dale más gasolina, James.

 

COLUMNA DESÓRDENES

Dale más gasolina, James Rhodes: otro 'progre' esnob contra el reguetón

 Lorena G. Maldonado  @lorenagm7 27 noviembre, 2021

Que dice James Rhodes que no entiende la popularidad del reguetón: con la Iglesia hemos topao’. Ha echado a Bad Bunny al callejón con Beethoven para que se navajeen en la reyerta más soporífera y rancia de todos los tiempos, la vieja guerra entre las presuntas baja cultura y alta cultura. Es curioso que tanta gente crea que la música, o el arte, o la literatura son más valiosos cuanto más nos transportan a estados solitarios, recogidos y reflexivos del espíritu, cuanto más nos subyugan y nos sacrifican, cuanto más nos aíslan y sofistican.

Menuda memez: qué desprecio a la alegría. Como si nos sobrara. Es la misma razón por la que la comedia tiene menos prestigio intelectual que la tragedia -y el optimismo que el pesimismo-, porque la distensión nos une al resto en la misma carcajada, porque nos hace cómplices de los nuestros, porque nos democratiza, y entonces ya no podemos sentir que somos niños eruditos y especiales, refinados e incomprendidos. Ya no podemos sentir que molamos tanto.

Que dice James Rhodes que no entiende la popularidad del reguetón: con la Iglesia hemos topao’. Ha echado a Bad Bunny al callejón con Beethoven para que se navajeen en la reyerta más soporífera y rancia de todos los tiempos, la vieja guerra entre las presuntas baja cultura y alta cultura. Es curioso que tanta gente crea que la música, o el arte, o la literatura son más valiosos cuanto más nos transportan a estados solitarios, recogidos y reflexivos del espíritu, cuanto más nos subyugan y nos sacrifican, cuanto más nos aíslan y sofistican.

Menuda memez: qué desprecio a la alegría. Como si nos sobrara. Es la misma razón por la que la comedia tiene menos prestigio intelectual que la tragedia -y el optimismo que el pesimismo-, porque la distensión nos une al resto en la misma carcajada, porque nos hace cómplices de los nuestros, porque nos democratiza, y entonces ya no podemos sentir que somos niños eruditos y especiales, refinados e incomprendidos. Ya no podemos sentir que molamos tanto.

Rhodes es tan rematadamente cursi, tan pretencioso y remilgado que usa el argumento de la temporalidad y la gloria: "¿Por qué escuchamos después de 200 o 300 años a Bach o a Chopin? ¿Escucharemos a Bad Bunny en dos siglos? Ni de coña". Es imposible de predecir, pero la verdad es que a quién le importa. A quién carajo le importa la trascendencia: ese es un concepto aristócrata, acomodado. Nosotros estamos aquí y mordemos lo que tenemos a mano, lo que nos es útil, lo que nos resulta sanador y expectorante. Sólo un privilegiado como él puede desdeñar las canciones que le nacieron en las manos a los chavales pobres de Latinoamérica para corroer, al menos un ratito y en la noche del sábado, la desidia, la precariedad y el asco mundial, ahítos como estaban de paro, de marginalidad y de desánimo, rabiosos como niños tristes rascando un ramalazo de recreo. De jarana. De desahogo.

Que dice James Rhodes que no entiende la popularidad del reguetón:

con la Iglesia hemos topao’. Ha echado a Bad Bunny al callejón con Beethoven

para que se navajeen en la reyerta más soporífera y rancia de todos los tiempos,

la vieja guerra entre las presuntas baja cultura y alta cultura.

Es curioso que tanta gente crea que la música, o el arte, o la literatura son más valiosos

 cuanto más nos transportan a estados solitarios, recogidos y reflexivos del espíritu,

cuanto más nos subyugan y nos sacrifican, cuanto más nos aíslan y sofistican.

Menuda memez: qué desprecio a la alegría. Como si nos sobrara. Es la misma razón por la que la comedia tiene menos prestigio intelectual que la tragedia -y el optimismo que el pesimismo-, porque la distensión nos une al resto en la misma carcajada, porque nos hace cómplices de los nuestros, porque nos democratiza, y entonces ya no podemos sentir que somos niños eruditos y especiales, refinados e incomprendidos. Ya no podemos sentir que molamos tanto.

Rhodes es tan rematadamente cursi, tan pretencioso y remilgado que usa el argumento de la temporalidad y la gloria: "¿Por qué escuchamos después de 200 o 300 años a Bach o a Chopin? ¿Escucharemos a Bad Bunny en dos siglos? Ni de coña". Es imposible de predecir, pero la verdad es que a quién le importa. A quién carajo le importa la trascendencia: ese es un concepto aristócrata, acomodado. Nosotros estamos aquí y mordemos lo que tenemos a mano, lo que nos es útil, lo que nos resulta sanador y expectorante. Sólo un privilegiado como él puede desdeñar las canciones que le nacieron en las manos a los chavales pobres de Latinoamérica para corroer, al menos un ratito y en la noche del sábado, la desidia, la precariedad y el asco mundial, ahítos como estaban de paro, de marginalidad y de desánimo, rabiosos como niños tristes rascando un ramalazo de recreo. De jarana. De desahogo.

Eso Rhodes no sólo no lo sabe, sino que no lo piensa: claro que él se le adelantó a exactamente 274.671 personas en la carrera por obtener la nacionalidad española, porque es muy cool y muy de izquierdas y además tiene traumas infantiles -el resto no, el resto estamos de puta madre-, así que vino el Gobierno a regalarle la llamada carta de naturaleza por su cara bonita. Estamos hablando de un caballero que no sabe ni lo que es respetar una cola: cómo vamos a esperar que aprecie la música parida en los barrios. No nos cabe un progre esnob más en la baldosa patria. Todo por el pueblo pero sin el pueblo, que el pueblo huele mal y baila guarro.


Suerte que el reguetón cruzó todos los charcos y hace rato que vino

también a aliviarnos las penas a los españolitos amargados por la semana laboral,

por el desamor, por la vida líquida, por la ansiedad y la autoexplotación,

por las expectativas frustradas y los cánones de belleza delirantes y lo felices que son siempre los otros en Instagram. Fue un regalo inconmensurable, en concreto, para mi generación, para los que fuimos obedientes y buenos chicos y lo estudiamos todo y leímos a Proust y a Pessoa y para qué, si hemos vivido en una crisis económica permanente y nos arrastramos de psicólogo en psicólogo y nos queda lejos hasta el plan de tener algún día una puta casa propia.

Estaba la opción de pincharnos música clásica en el tocadiscos que negociamos en el Rastro, descorchar un vino del súper y abrir el gas para esperar la muerte, pero James, llámame loca: nos pusimos Gasolina y nos pintamos los labios y brindamos con whisky por no se sabe bien qué; y peregrinamos con nuestros amigos a algún tugurio para bailar con ellos hasta abajo y abrazarles bajo las luces azules, y sudamos la angustia y nos sentimos sexys y livianos un rato, cantando las canciones fútiles que nos insuflaron la idea de que nada era para tanto. Zúmbale mambo pa’ que mis gatas prendan los motores.

Nos sentó muy bien: por eso lo seguimos haciendo. Aquí y en todo el mundo. Tan transversal es la cosa -“la cosa” es “el goce”- que tendrías que ver cómo lo flipan también con Ozuna o Karol G. o Maluma los niños pijos en sus fiestas con aire acondicionado: no les da vergüenza ninguna la ley del cuerpo, del vacile caribeño y del deseo. Y bien que hacen.

Yo sé que tú nos imaginas a todos nosotros como a una legión de anormales alienados que hablan raro y que danzan medio aborregados, pero eso es estar ciego y sordo: es en ese éxtasis justamente cuando nos estamos liberando, porque liberarse, a veces, conlleva la complicación -¿no es paradójico?- de dejar de pensar. En fin, para que me entiendas: para llegar al orgasmo hay que tener la mente en blanco. Lo sabe hasta la cátedra: se disfruta más sin entenderlo.

James: tú te has confesado fan fatal de Paquita Salas -¿veremos esa serie dentro de 200 años?, jajá- y yo espero de verdad que no se te ofenda Bergman por no estar papándote Secretos de un matrimonio en bucle, que la élite es como es. Piensa en la escena sensacional en la que Magüi se destroza en la pista con Baila, morena. ¿Tú has visto a alguien más feliz en tu vida? Lo dudo, tío. Relájate y disfruta. No sabes qué encantadora es la vulgaridad. Perreo pa' los nenes, perreo pa' las nenas.


1. Identifique las ideas del texto, exponga de forma concisa su organización e indique razonadamente su estructura. (1.5 puntos)

 

2. Explique la intención comunicativa del autor (0.5 puntos) y comente dos mecanismos de cohesión distintos que refuercen la coherencia textual. (1 punto)

 3. ¿La crítica el reguetón es lógica y argumentada o se basa en prejuicios similares a los que han sufrido otras manifestaciones artísticas a lo largo de la historia? (2 puntos)

lunes, 15 de noviembre de 2021

FEDERICO GARCÍA: ME VUELVES LORCA.





El sueño va sobre el tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas 
en el corazón del sueño.

¡Ay, cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

El tiempo va sobre el sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.

¡Ay, cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

Sobre la misma columna,
abrazados sueño y tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.

¡Ay, cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

Y si el sueño finge muros
en la llanura del tiempo,
el tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.

¡Ay, cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

(Federico García Lorca,  Así que pasen cinco años [1933].  
En Obras completas, Tomo II. Ed. Aguilar, 1986, 22ª ed.,
 pp. 560-561)

Escena "Entonces... he ganado yo". 



SLIDESHARE EL TEATRO LORQUIANO.








CARACTERÍSTICAS SURREALISMO









 



SONETOS DEL AMOR OSCURO.






La sombra se ha dormido en la pradera
los manantiales cantan
frente al ancho crepúsculo de invierno
mi corazón soñaba

¿Quién pudiera entender los manantiales
el secreto del agua
recién nacida, ese cantar oculto
a todas las miradas
del espíritu, dulce melodía
más allá de las almas...?

Luchando bajo el peso de la sombra
un manantial cantaba
Yo me acerqué para escuchar su canto
pero mi corazón no entiende nada

Era un brotar de estrellas invisibles
sobre la hierba casta
Nacimiento dеl Verbo de la tierra
por un sеxo sin mancha

Mi chopo centenario de la vega
sus hojas meneaba
Y eran hojas trémulas de ocaso
como estrellas de plata

El resumen de un cielo de verano
era el gran chopo. Mansas
y turbias de penumbra yo sentía
las canciones del agua

¿Qué alfabeto de auroras ha compuesto
sus oscuras palabras?
¿Qué labios las pronuncian? ¿Y qué dicen
a la estrella lejana?

¡Mi corazón es malo, Señor! Siento en mi carne
la implacable brasa
del pecado. Mis mares interiores
se quedaron sin playas

Tu faro se apagó. ¡Ya los alumbra
mi corazón de llamas!
Pero el negro secreto de la noche
Y el secreto del agua
¿son misterios tan sólo para el ojo
de la conciencia humana?
¿La niebla del misterio no estremece
el árbol, el insecto y la montaña?
¿El terror de las sombras no lo sienten
las piedras y las plantas?
¿Es sonido tan sólo esta voz mía?
¿Y el casto manantial no dice nada?

Mas yo siento en el agua
algo que me estremece..., como un aire
que agita los ramajes de mi alma

¡Sé árbol! (Dijo una voz en la distancia.)
Y hubo un torrente de luceros
sobre el cielo sin mancha

Yo me incrusté en el chopo centenario
con tristeza y con ansia
Cual Dafne varonil que huye miedosa
de un Apolo de sombra.

Mi espíritu fundióse con las hojas
y fue mi sangre savia.
En untuosa resina convirtióse
la fuente de mis lágrimas.

El corazón se fue con las raíces,
y mi pasión humana,
haciendo heridas en la ruda carne,
fugaz me abandonaba.

Frente al ancho crepúsculo de invierno
yo torcía las ramas
gozando de los ritmos ignorados
entre la brisa helada.

Sentí sobre mis brazos dulces nidos,
acariciar de alas,
y sentí mil abejas campesinas
que en mis dedos zumbaban.

¡Tenía una colmena de oro vivo
en las viejas entrañas!
El paisaje y la tierra se perdieron,
sólo el cielo quedaba,
y escuché el débil ruido de los astros
y el respirar de las montañas.

¿No podrán comprender mis dulces hojas
el secreto del agua?
¿Llegarán mis raíces a los reinos
donde nace y se cuaja?

Incliné mis ramajes hacia el cielo
que las ondas copiaban,
mojé las hojas en el cristalino
diamante azul que canta,
y sentí borbotar los manantiales
como de humano yo los escuchara

Era el mismo fluir lleno de música
y de ciencia ignorada.
Al levantar mis brazos gigantescos
frente al azul, estaba
lleno de niebla espesa, de rocío
y de luz marchitada.

Tuve la gran tristeza vegetal,
el amor a las alas.
Para poder lanzarse con los vientos
a las estrellas blancas.

Pero mi corazón en las raíces
triste me murmuraba:
"Si no comprendes a los manantiales,
¡muere y troncha tus ramas!"

¡Señor, arráncame del suelo! Dame oídos
que entiendan a las aguas!
Dame una voz que por amor arranque
su secreto a las ondas encantadas
para encender su faro sólo pido
aceite de palabras.

"Sé ruiseñor!", dice una voz perdida
en la muerta distancia.
Y un torrente de cálidos luceros
brotó del seno que la noche guarda.

"El Manantial", Los Planetas.

martes, 2 de noviembre de 2021

EL GRUPO POÉTICO DEL 27 (mucho más que una generación)








GENERACIÓN DEL 27 menciona, sobre todo, a un irrepetible grupo de poetas a los que uno de ellos, Gerardo Diego, comprometió en la celebración del centenario gongorino y, algo después, incluyó en una influyente, brillante y, en el fondo, provocativa antología consultada: Poesía española. Antología (1915-1931). Con el propio Diego, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Juan Larrea formaron el grupo de los seniors; Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Emilio Prados, Rafael Alberti y Luis Cernuda constituyeron el bloque más joven. La distinción no es baladí si se piensa en la edad de los dos grupos ante los cambios literarios de 1918-1925 o al observar el sistema de relaciones amistosas interpersonales que se establecieron. Pero tampoco es un espejismo apreciar el designio general en una promoción que cultivó –ya en la crisis de los años 30 y, sobre todo, a partir de 1939– una cuidada imagen colectiva de sí misma. De los citados, Larrea fue el más fiel a la tradición esotérica y algo abstracta del vanguardismo: escribió sus versos (Versión celeste) en francés y dejó un extenso diario de vivencias y premoniciones, Orbe, que conocemos incompleto. En otros como García Lorca, la vanguardia fue una etapa de su trayectoria: la imaginería turbadora, angustiosa y surrealista de Poeta en Nueva York se emplazó entre el andalucismo depurado de Romancero gitano y el dibujo sentimental de sus esquemáticas Canciones, que tomó dimensión más trágica en Diván del Tamarit. Otros poetas fueron siempre fieles a una temática de raíz romántica e introspectiva, como fue el caso de Emilio Prados, y otros se sintieron más cómodos en una fértil sucesión de fórmulas. Rafael Alberti fue neopopularista (Marinero en tierra), vanguardista (Cal y canto), cercano al surrealismo (Sobre los ángeles) y a la rebeldía social (Sermones y moradas), antes de convertir su importante obra de exilio en una suerte de autobiografía que abrió Entre el clavel y la espada, título revelador de 1941, y en la que mezcló llamamientos políticos, recuerdos conmovidos (A la pintura, Retornos de lo vivo lejano), experiencias y ensoñaciones de cada día. También Gerardo Diego rindió tributo al “creacionismo” en Imagen y Manual de espumas, a la vez que a la tradición clásica del soneto (Versos humanos y Alondra de verdad), sin perder de vista una “poesía de circunstancias” que, como la de Alberti, llevaba al verso sus aficiones o sus sentimientos. (...)

 

Hubo también empeños de plasmación de una “obra única” y continuada. Lo fue, en cierto modo, una parte de la de Pedro Salinas, que alió una convincente imaginería de vanguardia y una historia de amor (semiclandestina) en La voz a ti debida, icono de varias generaciones de poetas. Pero la ruptura del idilio evocado generó un denso e inquieto libro nuevo, Razón de amor, que se hizo todavía más reflexivo y amargo en Largo lamento (acabado en 1939 y conocido íntegramente en 1981). Jorge Guillén inició en 1919 el diseño de un Cántico, que vio la luz en 1928, pero que perduró y proliferó como la base de un libro total, Aire nuestro, que no se publicó hasta 1968: aquella salutación jubilosa a la perfección del mundo, que concibió en una playa de Bretaña, integró también, al cabo, el paso de la historia y sus desdichas (Clamor), y también el vivaz Homenaje a la creación artística ajena. El propósito de Luis Cernuda al reunir su obra como La realidad y el deseo fue diferente; no era, como en Guillén, el armonioso desenvolvimiento de un empeño, sino la suma de una biografía dolorosa, marcada por las llagas de la insatisfacción, la rebeldía y el despecho, en la que pugnaron los dos sustantivos de su título general: por ella pasaron sus acercamientos al surrealismo, al sueño clasicista (visto desde un espíritu romántico), y la voluntad de construir poemas extensos, al modo del monólogo dramático anglosajón. La poesía de Aleixandre maduró en la proximidad del surrealismo (Espadas como labios; La destrucción o el amor), pero evolucionó hacia la inmersión en lo natural, cercana al romanticismo de Hölderlin (Sombra del paraíso), y más allá se encaminó hacia una expresión fluyente y humanista, que quiso cercana al mundo real (Historia del corazón; En un vasto dominio; Poemas de la consumación). (...)


María Zambrano caviló sobre la fatalidad y sus remedios en Delirio y destino (Los veinte años de una española), una suerte de relato autobiográfico, que se publicó tardíamente, en 1989, y donde recuerda su vivencia de 1936: «Todo estaba en aquella hora ya, toda nuestra suerte. Desaparecimos en el ancho mar de la vida de todos, nos perdimos ya, generación sin personalidad, con solo una silueta, habida a pesar de ella misma: el triunfo de la esperanza que levantamos a pulso nos anegó. Luego la hora trágica volvió a levantarnos, la esperanza llevó sus víctimas, mas al hundirse en la derrota nos lanzó de nuevo a nuestra escueta vida de sobrevivientes; generación de medios seres; solo juntos haríamos un ser, un ser con toda su historia. La utopía, nuestra utopía, se nos ha cuidadosamente repartido: a vosotros, los muertos, os dejaron sin tiempo; a nosotros, los supervivientes, nos dejaron sin lugar».

FEDERICO GARCÍA, ME VUELVES LORCA.

ANTE LA DUDA, LEA CERNUDA.

LAS SINSOMBRERO. 



NOVECENTISMO Y VANGUARDIAS

La agitación política y social ("la CRISIS FINISECULAR") vivida a comienzos del siglo XX tuvo su reflejo artístico en un movimiento que reaccionaba contra el orden establecido: la vanguardia
La vanguardia supone un ataque al racionalismo y a la idiosincrasia burguesa. La crisis de valores que se produce tras la Gran Guerra causó una desconfianza hacia las democracias y favoreció la radicalización de la sociedad, que giró hacia el fascismo o el comunismo.
Durante el periodo de entreguerras se vive una auténtica revolución intelectual que nace, entre otras, de la influencia de la teoría psicoanalítica y del marxismo. Modernismo y 98 A principios del siglo XX, un grupo de jóvenes inconformistas y rebeldes, preocupados por la estética y enfrentados al Realismo precedente, reciben la etiqueta de modernistas. Son característicos del Modernismo el exotismo, el cosmopolitismo y el amor a la elegancia. Su consagración a lo estético llevó a los autores a recurrir continuamente a la mitología, a la referencia a obras de arte y a términos musicales.

RUBÉN DARÍO 


Rubén Darío, nicaragüense, principal autor modernista e introductor de esta literatura en España, presenta tres etapas. En Azul… muestra la exterioridad sensible.

 

En Cantos de vida y esperanza se da voz al desengaño vital y poético, que hallará su máxima expresión en el poema “Lo fatal”.

POEMA "CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA". 

 


Manuel Machado (Alma) mezclará elementos modernistas y románticos con otros populares y andaluces. A las reflexiones profundas sumará la frivolidad, la ironía y el erotismo, para conformar una poesía muy personal.
LA COPLA

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.

También va a ser uno de los mejores ejemplos del DECADENTISMO:


RETRATO

Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed.
Unos ojos de hastío y una boca de sed...
Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas, amoríos... Nada grave,
Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía...
¿Vicios? Todos. Ninguno... Jugador, no lo he sido;
ni gozo lo ganado, ni siento lo perdido.
Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla,
media docena de cañas de manzanilla.
Las mujeres... -sin ser un tenorio, ¡eso no!-,
tengo una que me quiere y otra a quien quiero yo.

Me acuso de no amar sino muy vagamente
una porción de cosas que encantan a la gente...
La agilidad, el tino, la gracia, la destreza,
más que la voluntad, la fuerza, la grandeza...
Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero,
a olor helénico y puro, lo "chic" y lo torero.
Un destello de sol y una risa oportuna
amo más que las languideces de la luna
Medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-,
Con Montmartre y con la Macarena comulgo...
Y antes que un tal poeta, mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero.
Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa
es alegre, aunque no niego que llevo prisa.



Este pooema dedicado "A Alejandro Sawa" de Manuel Machado sirve de enlace entre ambos puntos de vista de la GENERACIÓN DEL 98, pues elegirá para honrar a uno de los grandes ejemplos del decadentismo nihilista y maldito, que a su vez inspirará la obra cumbre del esperpento de VALLE-INCLÁN, LUCES DE BOHEMIA:

Jamás hombre más nacido
para el placer, fue al dolor
más derecho.
Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor
tan deshecho.
Y es que él se daba a perder
como muchos a ganar.
Y su vida,
por la falta de querer
y sobra de regalar,
fue perdida.
Es el morir y olvidar
mejor que amar y vivir.
Y más mérito el dejar
que el conseguir.

 Asimismo, también trata el tema de Castilla como sus coétaneos de la GENERACIÓN DEL 98, aunque, como podemos observar, con un enfoque diferente, donde ya se aprecia la desacralización propia de la modernidad (o, en este caso, del modernismo -en el fondo, lo que hace con el Cid se asemeja a lo que hará Joyce con Ulises-).


CASTILLA
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos. lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
"Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!"
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: "¡En marcha!"
El ciego sol, la sed y la fatiga...
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Sin embargo, los escritores del Grupo del 98 presentan un lenguaje sencillo y sobrio y van a dedicarse fundamentalmente a la novela y el ensayo. Creen que la poesía debe expresar una visión diferente y más profunda de la realidad de las personas, antes que producir placer estético. Unamuno escribe con versos fuertes y ritmos abruptos obras como El Cristo de Velázquez.

 La poesía de Valle-Inclán queda reunida en Claves líricas, donde se refleja su evolución: Galicia, los problemas esenciales del ser humano y, finalmente, el esperpento.


ANTONIO MACHADO

Antonio Machado es un poeta dominado por la melancolía. En su primera etapa, de modernismo simbolista, escribe Soledades, galerías y otros poemas. En la segunda (Campos de Castilla) a su tendencia intimista se suma la preocupación por España y la denuncia de la perversión de las características genuinas de Castilla, que antaño fue mística y guerrera. En la tercera su poesía se depura para intentar expresar la esencia del sentimiento y opta por un tono filosófico (Proverbios y cantares). (...)

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

 Juan Ramón Jiménez concibe la poesía como belleza y como un modo privilegiado de conocimiento, que es superior al que concede la razón y que permite acercarse a lo esencial, lo universal y lo eterno. Incapaz de mejorar la realidad, el poeta debe crear otra realidad sencilla y hermosa. Comienza escribiendo con un estilo intimista y sencillo, de suave musicalidad y fuerte influencia becqueriana (Arias tristes). Pronto asume los aspectos más externos y vistosos del Modernismo (Poemas mágicos y dolientes). Después opta por la poesía pura e intelectual: despoja su obra de adornos, elimina lo narrativo y concentra los conceptos y los sentimientos. Estos poemas son densos y breves (Diario de un poeta recién casado). Finalmente escribe lo que se ha llamado poesía verdadera, que buscaba la perfección y depuración de las formas. Esta poesía explora el ámbito de lo trascendental, de lo divino, incluso de lo místico, con ciertas dosis de panteísmo (Dios deseado y deseante). Platero y yo es un libro tierno y sensible, en el que el autor emplea una prosa tan delicada que se ha dado en llamar prosa poética. Platero es el burro del poeta y el libro cuenta la conmovedora relación entre ellos. (...)



Los movimientos de vanguardia, también denominados ismos, quieren romper con la lógica y el sentimentalismo, y van en contra de la técnica y el clasicismo. Son muy abundantes y fugaces, y buscan la originalidad y la creatividad mediante la experimentación. El futurismo, caracterizado por la modernidad y la velocidad, y fundado por Marinetti, rechaza radicalmente el pasado, muestra atracción por las máquinas de reciente creación y por la violencia y se inclina hacia el progreso técnico y la modernidad. Entre sus técnicas están la destrucción de la sintaxis y la omisión de los signos de puntuación. El dadaísmo, de Tristan Tzara, pretende destruir la cultura, la expresión, el arte. Rastrea lo más primitivo del hombre, de ahí que busque lo absurdo y lo infantil. El cubismo, cuyo principal exponente es Apollinaire, creador de los caligramas, pretende plasmar la realidad desde diferentes puntos de vista simultáneos. El surrealismo, fundado por André Breton, es el movimiento más longevo y el que más obras produce. Muestra interés por el subsconciente, los sueños y los mecanismos mentales no sometidos a la razón. Su base intelectual es el psicoanálisis y utiliza como técnica la escritura automática mediante el alcohol, el sueño o cualquier proceso que libere al individuo del control de sus propios procesos mentales. El expresionismo recurre a métodos que reflejen el horror de la guerra, el miedo, la destrucción global. Movimientos de vanguardia en España En España también se desarrollaron movimientos de vanguardia. El ultraísmo, con Guillermo de Torre a la cabeza, forja una poética nueva buscando interpretaciones originales a situaciones y objetos cotidianos y renunciando al sentimiento. El creacionismo pretende crear el mundo con las palabras del poeta. Resulta fundamental la aportación de Juan Larrea y del chileno Vicente Huidobro (Altazor), que realizó textos de gran calidad en los que exhibió una inusual creatividad y una gran capacidad para la invención de nuevas imágenes. Ramón Gómez de la Serna fue un gran agitador de la conciencia de los escritores y trajo a España el gusto por las vanguardias europeas. Su visión fragmentaria de la realidad se refleja en sus greguerías, breves composiciones con imágenes sorprendentes, que funden el lirismo con el humor y lo absurdo. Conclusión El Modernismo supone el intento de reivindicar la belleza y la elegancia por sí mismas y el deseo de trascender la cruda realidad cotidiana para alcanzar un reino de fantasía. El Grupo del 98 aborda dos temas que siguen manteniendo su absoluta vigencia: el de la esencia de España y el del sentido de la vida. Las vanguardias culminan el grito de rebeldía que comenzó con el Romanticismo y se lanzan a la búsqueda de un arte que rompa con el realismo, con la lógica, con el sentimentalismo y con toda norma. El Grupo del 14 concentra el esfuerzo de un conjunto de escritores comprometidos con la búsqueda de un arte nuevo que rescate a España de su aislamiento y la incorpore a los movimientos de vanguardia que se desarrollan en el resto de Europa. (...)



EL MÁXIMO REPRESENTANTE DE LAS VANGUARDIAS EN ESPAÑA 

ES RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA:

 

La estrecha relación entre creación y premeditación literarias fue también un rasgo capital en Ramón Gómez de la Serna, para quien la autonomía estética no era, como en el caso de Jiménez, una indagación sobre la unidad del ser sino una inquietante pesquisa sobre la imprevisibilidad de un mundo disperso y sorprendente. El escritor viene a ser, en consecuencia, una suerte de atónito testigo, o a menudo incluso víctima, como reflejan alguna de sus novelas –El incongruente, y su larga autobiografía que llamó expresivamente Automoribundia. Se inició en el modernismo radical e insomne de su revista Prometeo y en ella descubrió la realización lingüística de la intuición instantánea de la vida y la realidad: lo que llamó “greguería” (palabra que significa usualmente griterío o bulla), un texto breve que a veces es la formulación de una sorprendente equivalencia o de una sospecha, que (como escribió su inventor) viene definida por la suma de “metáfora más humorismo”. La aplicó en forma monográfica a algunas de sus obsesiones más tenaces (en El Rastro, a la disolución del valor de los objetos; en El circo, a la exaltación de lo imprevisto; en Senos, al culto fetichista y algo edípico de lo femenino). Pero la greguería fue también el instrumento que dio carácter a sus biografías (las escribió de Azorín, Valle-Inclán y el pintor Solana, entre otros) y a sus novelas. Cuidó siempre la proyección pública de su imaginación y ejerció desde 1914 la jefatura de una singular tertulia que tuvo mucho de moderno happening o performance: las “sabatinas” del café de Pombo, que censó en los libros Pombo y La sagrada cripta de Pombo.

(Fragmento extraído de  Historia mínima de la literatura española de José Carlos Mainer)




No fue casual que también en la primavera de 1925 José Ortega y Gasset publicara en un volumen dos ensayos: La deshumanización del arte e Ideas sobre la novela, que hablaban fundamentalmente de una nueva relación de las artes con el público. Como su mismo título indicaba, La deshumanización del arte proclamaba el fin de la complicidad romántica de lo estético —la música, a la que se refiere en especial, pero también la literatura y la pintura— y el sentimentalismo burgués. Había sonado la hora final del trascendentalismo, tantas veces fingido, y la llegada de una creatividad provocativa y joven, que prefería el riesgo de una metáfora difícil a la caricia de un halago dulzón. Y si el arte nuevo era por naturaleza provocativo y rompedor, los relatos —como se leía en Ideas sobre la novela— habían de abandonar su labor notarial respecto a los conflictos y pasiones de la vida social y hacerse más morosos, íntimos y refinados, más analíticos de momentos difusos que de caracteres estables, más sutiles que masivos (la música de Debussy frente a la de Beethoven había sido el motivo inspirador del primer ensayo; una lectura admirativa de las novelas de Marcel Proust lo fue del segundo). Los interesados por lo nuevo —desde la explosión vanguardista que precedió a la guerra de 1914 hasta el recién nacido surrealismo de 1924— tuvieron su mejor vademécum en el concienzudo repertorio de Literaturas europeas de vanguardia que Guillermo de Torre publicó en la nueva editorial Caro Raggio en este año de 1925. Previamente, su joven autor (nació en 1900) había librado todas las batallas del ultraísmo desde noviembre de 1919, siempre en la línea de la ruptura estética y lejos de la otra componente del movimiento, más cercana a un radicalismo bohemio y romanticoide.