jueves, 1 de diciembre de 2016

Elegías (funeral blues)




Esta escena pertenece a una famosa comedia de los años 90 llamada Cuatro bodas y un funeral. En ella, uno de los personajes recita el poema "Funeral blues" de W.H. Auden

FUNERAL BLUES ("Paren todo los relojes")

Paren todos los relojes, descuelguen el teléfono,
Eviten que el perro ladre dándole un hueso sabroso,
Silencien los pianos y con un sordo timbal,
saquen el ataúd, permitan a los dolientes venir.

Que los aviones con sus gemidos nos sobrevuelen
garabateando en el cielo el mensaje Él se ha muerto,
Pongan un crespón alrededor de los cuellos blancos de las palomas
Permitan a los policías de tráfico usar guantes negros de algodón.

Él era mi norte, mi sur, mi este y mi oeste, 
mi semana de trabajo y mi descanso dominical,
mi mediodía, mi medianoche, mi palabra, mi canción;
Creí que el amor sería eterno, pero me equivoqué.

Ya no deseo las estrellas: apáguenlas todas;
Empaqueten la luna y desmantelen el sol;
Vacíen el mar y barran los bosques.
Pues nada ahora podrá ser como antes.
W. H. Auden

La elegía es una composición lírica (es decir, un tipo de poema) en que el autor se lamenta por algún motivo de dolor o nostalgia, normalmente por la muerte de un ser querido.
También se puede hacer una elegía a una época que se considera acabada (como ya hemos explicado, Manrique simboliza la pérdida de su padre en la pérdida de los valores feudales que nota que se están desmoronando con el cambio de mentalidad).

Este curso, tanto en 3º de ESO como en 1º de Bachillerato, hemos estudiado una de las obras elegíacas más célebres de nuestra literatura, las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique (que puedes leer completas en este enlace).
Resultado de imagen de jorge manrique

I
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte

tan callando;
cuán presto se va el placer;
cómo después de acordado
da dolor;
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
(...)
XXV
Aquél de buenos abrigo,
amado por virtuoso
de la gente,
el Maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
y tan valiente,
sus grandes hechos y claros
no cumple que los alabe,
pues los vieron,
ni los quiero hacer caros,
pues que el mundo todo sabe
cuáles fueron.

XXVI
¡Qué amigo de sus amigos!,
¡qué señor para criados
y parientes!,
¡qué enemigo de enemigos!,
¡qué maestre de esforzados
y valientes!,
¡qué seso para discretos!,
¡qué gracia para donosos!,
¡qué razón!,
¡cuán benigno a los sujetos!,
y a los bravos y dañosos,
¡qué león!

Ya que es toda una obra dedicada al mismo tema, es normal que se produzcan disgresiones.
Las DISGRESIONES son desviaciones del tema principal (y es un concepto que debes dominar pues será frecuente tanto en novelas como, por ejemplo, Don Quijote de la Mancha como en los artículos de opinión).
En el caso de las Coplas a la muerte de su padre, ya hemos explicado que hay varios temas principales (la elegía al padre muerto, el "ubi sunt?" sobre una época añorada...).
Además, entre las principales disgresiones destacan reflexiones generales sobre la muerte o el desarrollo de la concepción de las tres vidas de Jorge Manrique, es decir, la vida terrenal, la vida de la fama y la vida eterna conseguida tras la muerte.

Partiendo de esa misma idea y usando la misma métrica (es decir, la copla de pie quebrado o copla manriqueña), Luis García Montero escribió en ... Coplas a la muerte de su colega:

11
Camarada de su gente,
¡qué pantera en el coraje
      por nosotros!
¡Qué canalla adolescente!
¡Qué enemigo tan salvaje
      con los otros!
Y para el valor, ¡qué fiero!
¡Qué destreza de alimañas!
      ¡Qué razón!
Para el amor marinero,
gobernando en sus pestañas
      la pasión. 

12
No dejó ningún tesoro,
dos jeringas en el suelo
      sin sentido,
su navaja en deterioro,
su gabán de terciopelo
      descosido.
Pero estuvo en la ciudad
y acaudilló los suburbios
      con la suerte,
y habló de la libertad
hasta ver los ojos turbios
      de la muerte.

13
Y porque fue capitán
de camadas y patrullas
      sin juicio,
porque ya no nacerán
dos manos como las suyas
      para el vicio,
porque jamás nos vendió
y mordimos el anzuelo
      de su historia,
aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
      su memoria. 

Este tipo de composición poética ha sido muy frecuente en la literatura. Por ejemplo, son especialmente conocidos poemas como "Elegía a Ramón Sijé" de Miguel Hernández...


ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


Curiosamente, a la muerte de Miguel Hernández es su gran amigo Vicente Aleixandre quien escribe, a su vez, esta elegía:


«Elegía en la muerte de Miguel Hernández»
I
No lo sé. Fue sin música.
Tus grandes ojos azules
abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,
cielo de losa oscura,
masa total que lenta desciende y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los soles escapa.

Tumba estelar que los espacios ruedas
con sólo él, con su cuerpo acabado.
Tierra caliente que con sus solos huesos
vuelas así, desdeñando a los hombres.
¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie;
sólo hoy su inmensa pesantez de sentido,
Tierra, a tu giro por los astros amantes.
Solo esa Luna que en la noche aún insiste
contemplará la montaña de vida.
Loca, amorosa, en tu seno le llevas,
Tierra, oh Piedad, que sin mantos le ofreces.
Oh soledad de los cielos. Las luces
sólo su cuerpo funeral hoy alumbran.

II

No, ni una sola mirada de un hombre
ponga su vidrio sobre el mármol celeste.
No le toquéis. No podríais. El supo,
sólo él supo. Hombre tú, solo tú, padre todo
de dolor. Carne sólo para amor. Vida solo
por amor. Sí. Que los ríos
apresuren su curso: que el agua
se haga sangre: que la orilla
su verdor acumule: que el empuje
hacia el mar sea hacia ti, cuerpo augusto,
cuerpo noble de luz que te diste crujiendo
con amor, como tierra, como roca, cual grito
de fusión, como rayo repentino que a un pecho
total único del vivir acertase.

Nadie, nadie. Ni un hombre. Esas manos
apretaron día a día su garganta estelar. Sofocaron
ese caño de luz que a los hombres bañaba.
Esa gloria rompiente, generosa que un día
revelara a los hombres su destino; que habló
como flor, como mar, como pluma, cual astro.
Sí, esconded, esconded la cabeza. Ahora hundidla
entre tierra, una tumba para el negro pensamiento
cavaos,
y morded entre tierra las manos, las uñas, los dedos
con que todos ahogasteis su fragante vivir.

III
Nadie gemirá nunca bastante.
Tu hermoso corazón nacido para amar
murió, fue muerto, muerto, acabado, 
cruelmente acuchillado de odio..
¡Ah! ¿Quién dijo que el hombre ama?
¿Quién hizo esperar un día amor sobre la tierra?
¿Quién dijo que las almas esperan el amor y a su sombra florecen?
¿ Que su melodioso canto existe para los oídos de los hombres?
Tierra ligera, ¡vuela!
Vuela tú sola y huye.
Huye así de los hombres, despeñados, perdidos,
ciegos restos del odio, catarata de cuerpos
crueles que tú, bella, desdeñando hoy arrojas.
Huye. hermosa, lograda,
por el celeste espacio con tu tesoro a solas.
Su pesantez, al seno de tu vivir sidéreo
da sentido, y sus bellos miembros lúcidos para siempre
inmortales sostienes para la luz sin hombres.

*Vicente Aleixandre escribió esta elegía el 28 de marzo de 1942, en la enfermería de la prisión alicantina, en la que acababa de morir Miguel Hernández, eran las 5.32. Se dice que no pudieron cerrarle los ojos…


Otro magnífico ejemplo es  Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca. Aquí ofrecemos el fragmento conocido como "La sangre derramada":


LA SANGRE DERRAMADA

¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga, 
que no quiero ver la sangre 
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par. 
Caballo de nubes quietas, 
y la plaza gris del sueño 
con sauces en las barreras.

¡Que no quiero verla!

Que mi recuerdo se quema. 
¡Avisad a los jazmines 
con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla! 
La vaca del viejo mundo 
pasaba su triste lengua 
sobre un hocico de sangres 
derramadas en la arena, 
y los toros de Guisando, 
casi muerte y casi piedra, 
mugieron como dos siglos 
hartos de pisar la tierra. 
No.

¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio 
con toda su muerte a cuestas. 
Buscaba el amanecer, 
y el amanecer no era. 
Busca su perfil seguro, 
y el sueño lo desorienta. 
Buscaba su hermoso cuerpo 
y encontró su sangre abierta. 
¡No me digáis que la vea! 
No quiero sentir el chorro 
cada vez con menos fuerza; 
ese chorro que ilumina 
los tendidos y se vuelca 
sobre la pana y el cuero 
de muchedumbre sedienta.

¡Quién me grita que me asome! 
¡No me digáis que la vea!

No se cerraron sus ojos 
cuando vio los cuernos cerca, 
pero las madres terribles 
levantaron la cabeza. 
Y a través de las ganaderías, 
hubo un aire de voces secretas 
que gritaban a toros celestes 
mayorales de pálida niebla. 
No hubo príncipe en Sevilla 
que comparársele pueda, 
ni espada como su espada 
ni corazón tan de veras. 
Como un río de leones 
su maravillosa fuerza, 
y como un torso de mármol 
su dibujada prudencia. 
Aire de Roma andaluza 
le doraba la cabeza 
donde su risa era un nardo 
de sal y de inteligencia. 
¡Qué gran torero en la plaza! 
¡Qué buen serrano en la sierra! 
¡Qué blando con las espigas! 
¡Qué duro con las espuelas! 
¡Qué tierno con el rocío! 
¡Qué deslumbrante en la feria! 
¡Qué tremendo con las últimas 
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin. 
Ya los musgos y la hierba 
abren con dedos seguros 
la flor de su calavera. 
Y su sangre ya viene cantando: 
cantando por marismas y praderas, 
resbalando por cuernos ateridos, 
vacilando sin alma por la niebla, 
tropezando con miles de pezuñas 
como una larga, oscura, triste lengua, 
para formar un charco de agonía 
junto al Guadalquivir de las estrellas. 
¡Oh blanco muro de España! 
¡Oh negro toro de pena! 
¡Oh sangre dura de Ignacio! 
¡Oh ruiseñor de sus venas! 
No. 
¡Que no quiero verla! 
Que no hay cáliz que la contenga, 
que no hay golondrinas que se la beban, 
no hay escarcha de luz que la enfríe, 
no hay canto ni diluvio de azucenas, 
no hay cristal que la cubra de plata. 
No. 
¡¡Yo no quiero verla!!



Paradójicamente, Lorca también recibió alguna elegía famosa, como esta que le dedicó Antonio Machado
I

EL CRIMEN

Se le vio, caminando entre fusiles
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle a la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—.
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, ¡en su Granada!...

II
EL POETA Y LA MUERTE

Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre; los martillos
en yunque, yunque y yunque de las fraguas—.
Hablaba Federico,
requebrando a la Muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el eco de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»


III
Se les vio caminar...
                   Labrad, amigos,
de piedra y sueño, en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!


También ha sido muy frecuente la adaptación de este género lírico a letras de canciones, como en "Con abuelo", un homenaje de Andrés Calamaro a Miguel "Abuelo", líder del grupo Los Abuelos de la Nada:


A un nivel más festivo, encontramos este homenaje de Rosario Flores a su padre, Antonio González, "El Pescadilla":



y optando por la opción cómica, esta elegía del grupo No me pises que llevo Chanclas:


No hay comentarios:

Publicar un comentario