Fuimos los profesores.
Respetados cuando las ciudades eran todavía un
sueño de alguien y el progreso un espejismo
dibujado en un desierto en blanco.
Repudiados.
Perseguidos como los primeros cristianos por sus
populares privilegios.
Entonces comenzó la subasta pública de nuestros
salarios, de nuestra suerte.
Nos perdimos en la cordillera infranqueable
de la democracia.
Nos transformamos en cuentas de rosario.
Repartidos por los laberintos de espejos
de las administraciones públicas.
Sin brújulas.
Sin rosas de los vientos.
Sin cobertura GPS.
Aún así, sabemos que el ejército sigue atentamente
nuestros pasos, por si en algún momento dado se nos
escapa algún ejemplo o moraleja en los informes
semanales pertinentes.
Nuestra condena fue enfrentarnos a su envidia.
Su condena fue que ya no estamos.
Aunque tampoco se nos espera, la verdad sea dicha.
(Los hijos de Ulises.
Ángel Gómez Espada.
Editorial LeTour1987, 2015)
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