Capítulo LVIII
Que trata de cómo menudearon sobre don
Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras
Cuando don Quijote se vio en la campaña
rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le
pareció que estaba en su centro y que los espíritus se le
renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías, y
volviéndose a Sancho le dijo:
—La libertad, Sancho, es uno de los
más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no
pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar
encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe
aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal
que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has
visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos
tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas
bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las
estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo
gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de
los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear
al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de
pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo
cielo!
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