jueves, 21 de octubre de 2021

MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98







MANIFIESTO DE LOS TRES (fragmentos)

Un viento de intranquilidad reina en el mundo.

En España (...) hay un gran número de hombres jóvenes que trabajan por un ideal vago. Esta gente joven no puede unir sus esfuerzos, porque no es posible que tenga un ideal común. Dada la pereza intelectual del país, dada la pérdida nacional del sentido de moralidad, lo más lógico es presumir que, de estos jóvenes -siguiendo el camino de la mayoría de los hombres de la generación anterior-, los afortunados engrosarán los partidos políticos, vivirán en la atmósfera de inmoralidad de nuestra pública, y los fracasados irán a renegar constantemente del país y de los gobiernos en el rincón de una oficina o en la mesa de un café.

¿Se puede creer que esta fuerza de toda esa gente es inútil, sin aplicación, que no tiene nada aprovechable? No. La cuestión es saberla aplicar, la cuestión es encontrar algo que canalice esa fuerza, algo que sirva de lazo de unión entre todas esas energías dispersas y sin rumbo.

No puede servir de base (...) ni siquiera el ideal democrático, porque si muchos creen en la virtualidad de la democracia, otros la consideran como un absolutismo del número, que no ha producido ni producirá liberación de la Humanidad, sino una especie de nuevos privilegios a favor de los más audaces y de los más indelicados.

Sin embargo, de esta disparidad de ideas y sentimientos, hay entre todos los jóvenes (...) en todos los que consciente o inconscientemente no están inmovilizados en el cielo de Zarathustra, un deseo altruista, común, de mejorar la vida de los miserables.

Y es mejoramiento sólo lo puede dar la ciencia (...)

Aplicar los conocimientos de la ciencia en general a todas las llagas sociales (...) Poner al descubierto las miserias de las gentes del campo, las dificultades y las tristezas de millares de hambrientos (...)

Y después de esto, llevar a la vida las soluciones halladas (...) no mostrarlas fríamente, sino propagarlas con entusiasmo, defenderlas con la palabra y con la pluma (...)

En el blog: PÍO BAROJA, EL REY DE LA BARAJA.



UNAMUNO SON 7.



QUÉ BORDE ERA MI VALLE...


ANTONIO MACHADO
Machado fue, como él mismo diría, “un pobre modernista del año tres” (que fue el año de redacción de su primer libro, Soledades); su modernismo asordinado se complacía en la contemplación emotiva del paisaje castellano, la melancolía convertida en rutina y la dolorosa percepción del paso del tiempo. Tras una admirable refundición del primer título como Soledades. Galerías. Otros poemas, en 1907, apareció su vinculación a una visión populista y más radical de su país (perceptible en la noble retórica de Campos de Castilla), a la que pronto se incorporó una temprana conciencia del agotamiento poético y un renovado interés por el problema filosófico del sujeto, tanto en su relación con el mundo como, sobre todo, en la dialéctica del otro: la realidad de aquel tú que le parecía tan importante como la del yo. No abandonó la poesía lírica, como demostraron sus Nuevas canciones, pero las sucesivas ediciones de sus Poesías completas incorporaron, además de algún poema más, unos apuntes de jugosa prosa. En ellos trasladó sus cogitaciones y su sentido del humor a una pareja de “apócrifos” que llamó Abel Martín y Juan de Mairena, a los que situó en el último tercio del siglo XIX; el segundo dio título a un espléndido libro misceláneo de 1936, Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo; luego lo hizo sobrevivir para poner a su nombre la reflexiones prorrepublicanas que publicó durante la Guerra Civil. (...)

MANUEL MACHADO
La poética modernista fue acogida por una larga nómina de autores que llenaron antologías como La corte de los poetas; La musa nueva y Parnaso español: alcanzaron popularidad indiscutible Salvador Rueda y Francisco Villaespesa, pero, sobre todo, Manuel Machado, a quien se debe lo mejor del modernismo inquieto (Alma), la perfección del parnasianismo culturalista (Museo; Apolo [teatro pictórico]) y sobre todo, la introducción de la estética –entre cínica y contrita– de la mala vida (El mal poema), muy ligado todo a su atención a la copla flamenca (Cante hondo). Pero lo mejor de la poética modernista española fue el precoz tono meditativo y descriptivo, tempranamente posmodernista, rumbo marcado por los propios hermanos Machado (...).

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Sus estampas en prosa Platero y yo (Elegía andaluza), libro para niños y mayores, deben verse como la depuración del pasado regionalista y la conquista de una nueva conciencia sensitiva, que precedieron al decisivo Diario de un poeta reciencasado (1916). En estas notas de viaje (en prosa y verso) indagó la relación del yo con el incitante mundo exterior y con su querencia por el ayer y creó un lenguaje que expresaba vivazmente ese conflicto, gracias a la ductilidad del verso libre, y, en no menor grado de importancia, a su entrega al amor y a la sugestión equívoca de la ciudad moderna (Nueva York). La condición de “diario” y de “itinerario” de su libro le persuadieron de que cada poema era estadio provisional de una “obra en marcha”, sometida a permanente revisión y a la honda seguridad de un “oficio” gozosamente asumido, como reveló su Segunda antolojía poética, uno de los libros más influyentes de la poesía hispánica del siglo pasado. Entre el Diario y su gran poema “Espacio” –que anticipaba su gran proyecto final, el conjunto de Animal de fondo y Dios deseado y deseante– hubo una línea de continuidad y ahondamiento que se resolvió en ciclos temáticos, aforismos, páginas críticas y ensayos para los que siempre soñó alguna forma de ordenación conjunta: una “Obra” total que tenía que ver con “Le Livre” único que soñó Stéphane Mallarmé y que confluía con la línea dominante de los grandes poetas del siglo. (...)

La vida intelectual de la España de 1939 sufrió la muerte, ausencia o silenciamiento de sus mejores valores y, de añadidura, la dura represión de cualquier disidencia presente y pasada: la “nueva España” de Franco execró el legado ilustrado del XVIII, el liberal del XIX y el progresismo del XX, que resumió en la pintoresca expresión de “contubernio judaico-masónico-marxista”. Pero lo cierto es que el propósito de ordenar la vida intelectual conforme a las pautas del franquismo nunca gozó ni de prestigio ni de autoridad moral suficientes, quizá porque “el régimen” (como lo llamaron muy pronto tirios y troyanos) fue una amalgama de intereses de poder y dinero, obstinadamente referidos a la victoria militar sobre la “anti-España” y cohesionados por un catolicismo que prevaleció muy pronto sobre un fascismo que tampoco tuvo nada de laicista. (...)


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