domingo, 20 de noviembre de 2022

AUTOFICCIÓN

 







AUTOFICCIÓN es un término acuñado en 1977 por el escritor francés Serge Doubrovsky:
"La autoficción es la ficción que, como escritor, he decidido darme a mí mismo, incorporando a ella, en el sentido pleno del término, la experiencia del análisis, no sólo en la temática, sino también en la producción del texto" (Serge Doubrovsky).
"En definitiva, la autoficción sería una suerte de juego carnavalesco que tiene en vilo al lector ya que éste no sabe con certeza qué es lo real y qué es lo falso". (Teo Sanz).
"en la actualidad, la autoficción designa a todo el espacio entre una autobiografía que no quiere decir su nombre y una ficción que no quiere desprenderse de su autor" (Philippe Lejeune).
Este tipo de narrativa está cada vez más de moda. Sería el caso de la Premio Nobel de Literatura 2022, Annie Ernaux.

En España sobresalen los trabajos de autoficción de Sergio del Molino, Javier Cercas, Miguel Ángel Hernández, Luna Miguel y un largo etcétera...

En realidad, el término acuñado por Dubrovsky nace en 1977, pero uno de los mejores ejemplos en castellano nació sin depender de esa etiqueta. Se trata de EL CUARTO DE ATRÁS (CARMEN MARTÍN GAITE).






En los años ochenta los géneros auto/biográficos emergieron con intensidad aportando una nueva luz a la narrativa. Las llamadas escrituras del Yo (autobiografías, diarios, memorias, correspondencias) adquirían un reconocimiento hasta entonces inédito entre nosotros. Herederos de una tradición moral que penalizó por siglos la libre expresión individual, la búsqueda de la verdad sobre uno mismo había desaparecido de nuestro horizonte epistemológico. ¿Quién se atrevía a decir quién era y de dónde venía en los siglos XVII, XVIII y XIX? En el centro del XX se impuso Franco y la verdad histórica quedó de nuevo arrasada. Nosotros, culturalmente, venimos de ese menosprecio secular al individuo, venimos de una verborrea insoportable. La escritura autobiográfica significaba, en lo más profundo, una apuesta por la verdad. Y aparecieron obras iluminadoras, fruto de una libertad política desconocida hasta entonces. Baste recordar las memorias de Barral, Coto vedado, de Juan Goytisolo, El cine de los sábados de Terenci Moix, los dos testamentos de Salvador Pániker, Los hijos de los vencidos de Lidia Falcón, Memoria de la melancolía, de María Teresa León, las primeras arboledas de Alberti, los diarios de Rosa Chacel, la autobiografía de Carlos Castilla del Pino… De pronto las cosas estaban cambiando y la literatura conquistaba un nuevo espacio creativo no ficcional que nos era imprescindible culturalmente. Aquella emergencia autobiográfica coincidió con nuevas especulaciones narrativas, la más importante fue la autoficción. Una escritura experimental que puso en cuestión la expresión del Yo del autor: ¿cómo escribir desde un yo que se sabe inestable y escurridizo si no es encontrando un distanciamiento adecuado e igualmente vulnerable al azar y a la contingencia de la vida? Es la pregunta que se hacen Coetzee o Paul Auster, pero también Esther Tusquets, Félix de Azúa, Javier Marías, Enrique Vila-Matas o Soledad Puértolas (y antes Francisco Umbral). Todos ellos pioneros de esa apertura narrativa que consiste en querer haber pasado por la historia para contarla y de la cual nacería el llamado periodismo gonzo. El hecho en sí ha permitido construir un nuevo punto de vista novelesco y por tanto una nueva forma de narrar menos sujeta a la acción, más libre, incluso morosa. Sin embargo, también ha derivado en una especie de logotipo cansino. Con la irrupción de la autoficción la novela española dejó de novelar para enredarse en el sempiterno problema del escritor que se ve escribir. Al novelista ya no le fue necesario inventarse un mundo imaginario, unos personajes, un paisaje. Con la autoficción no requiere de un andamiaje. Le basta con recrearse a sí mismo (y a sus seres próximos, igualmente gentrificados) instalándose en el eje de la acción como único paisaje posible, halagando al mismo tiempo la inteligencia del lector que se complace en descubrir, o creer que descubre, los elementos no ficcionales depositados en la ficción para crear una ilusión de autenticidad que por supuesto es falsa. Esas ridículas X, Y, Z de los dietarios que alimentan la confusión y de paso con ellas se pueden dar palos de muerte. Creo que ha sido un error insistir tanto en las falsas novelas, en la verdad de las mentiras, la ficción de lo real, la novela que no lo es, el diario que tampoco. Es un juego que tiene algo del preciosismo cultivado en los salones dieciochescos y que, como aquel, puede cumplir un ciclo: saber que todo tiene su máscara, que todo es engaño a los ojos, pura impostura, materia para la risa o la venganza es volver al barroco que nunca se fue de nuestro lado.
Un libro que probablemente marcó un antes y un después en la narrativa española en general y en la autoficción en particular fue SOLDADOS DE SALAMINA




VOZDEVIEJA


VOZDEVIEJA es una novela narrada en primera persona por Marina, una niña de 9 años que cuenta con tanto encanto como inocencia las aventuras y desventuras cotidianas de vivir en un barrio del extrarradio de Sevilla, criada a medias por su madre y su abuela y educada por la televisión, las revistas para adultos, los amigos y enemigos de los futbolines y un mundo interior que no para de crecer y se desparrama a lo largo de estas páginas.

VOZDEVIEJA tiene muchos elementos que la convierten en una lectura amena, profunda y disfrutable: tiene humor, ternura, y una voz propia que sabe captar las relaciones íntimas, principalmente entre mujeres. Así, de la madre escribe la narradora:
Trae el pijama puesto y los labios pintados. La suelo ver así por la casa, aunque pasa mucho tiempo fuera. Tiene treinta y un años y un montón de problemas. (...) …siempre lleva la escopeta cargada para defender nuestra trinchera. En la vida todo es guerra a mayor o menor escala, me dice. En ella parece muy fácil y natural actuar como una guerrera. Temo estar decepcionándola en lo que a agallas se refiere.
Me ha tocado nacer en un lugar frágil y cambiante. Lo único que permanece en mi vida es ella. Donde esté ella estará mi casa. […] 
Sin embargo, lo que más destaca es la relación con la abuela, que remite al de la novela gráfica PERSÉPOLIS o, mejor, a otras muestras recientes de la narrativa española, desde MANOLITA GAFOTAS a PANZA DE BURRO, pasando por LOS NOMBRES PROPIOS o la ya citada FERIA.
El término francés de “autoficción” (que asocia los de autobiografía y ficción) puede ser válido para estas y otras exploraciones del pasado. El propio Martínez de Pisón ha publicado espléndidas visiones novelescas de la vida española de postguerra en Dientes de leche y de la lucha clandestina contra Franco en la década de 1960 (vista desde la óptica de un confidente de la policía) en el sobrecogedor relato El día de mañana. Cercas, por su parte, ha explorado el significado de la popularidad de uno de los numerosos jóvenes delincuentes cuyos delitos llenaron la prensa de los años 70 (Las leyes de la frontera). Hablamos de autores que ya no se creen investidos de los omnímodos poderes de la novela (como los realistas del xix o, de otro modo, los experimentales de los años 60) pero que han escrito relatos memorables, armados de su experiencia vital y de una indesmayable necesidad de levantar las alfombras que escondían la basura de su tiempo. Ese ha sido el signo de la gran narrativa europea y americana de los 70 y los 80 que han venido practicando entre nosotros algunos escritores ya citados: Eduardo Mendoza (Una comedia ligera; Mauricio o las elecciones primarias), con un peculiar toque de humor ácido, y José María Guelbenzu (El río de la luna; Esta pared de hielo), más cercano a la reflexión trascendente que suele tener como vehículo el monólogo o el diálogo (uno y otro han dedicado paralela atención a la novela policiaca, a la que cada cual ha llevado su particular forma de entender el mundo). (...)


 

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