martes, 2 de noviembre de 2021

EL GRUPO POÉTICO DEL 27 (mucho más que una generación)








GENERACIÓN DEL 27 menciona, sobre todo, a un irrepetible grupo de poetas a los que uno de ellos, Gerardo Diego, comprometió en la celebración del centenario gongorino y, algo después, incluyó en una influyente, brillante y, en el fondo, provocativa antología consultada: Poesía española. Antología (1915-1931). Con el propio Diego, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Juan Larrea formaron el grupo de los seniors; Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Emilio Prados, Rafael Alberti y Luis Cernuda constituyeron el bloque más joven. La distinción no es baladí si se piensa en la edad de los dos grupos ante los cambios literarios de 1918-1925 o al observar el sistema de relaciones amistosas interpersonales que se establecieron. Pero tampoco es un espejismo apreciar el designio general en una promoción que cultivó –ya en la crisis de los años 30 y, sobre todo, a partir de 1939– una cuidada imagen colectiva de sí misma. De los citados, Larrea fue el más fiel a la tradición esotérica y algo abstracta del vanguardismo: escribió sus versos (Versión celeste) en francés y dejó un extenso diario de vivencias y premoniciones, Orbe, que conocemos incompleto. En otros como García Lorca, la vanguardia fue una etapa de su trayectoria: la imaginería turbadora, angustiosa y surrealista de Poeta en Nueva York se emplazó entre el andalucismo depurado de Romancero gitano y el dibujo sentimental de sus esquemáticas Canciones, que tomó dimensión más trágica en Diván del Tamarit. Otros poetas fueron siempre fieles a una temática de raíz romántica e introspectiva, como fue el caso de Emilio Prados, y otros se sintieron más cómodos en una fértil sucesión de fórmulas. Rafael Alberti fue neopopularista (Marinero en tierra), vanguardista (Cal y canto), cercano al surrealismo (Sobre los ángeles) y a la rebeldía social (Sermones y moradas), antes de convertir su importante obra de exilio en una suerte de autobiografía que abrió Entre el clavel y la espada, título revelador de 1941, y en la que mezcló llamamientos políticos, recuerdos conmovidos (A la pintura, Retornos de lo vivo lejano), experiencias y ensoñaciones de cada día. También Gerardo Diego rindió tributo al “creacionismo” en Imagen y Manual de espumas, a la vez que a la tradición clásica del soneto (Versos humanos y Alondra de verdad), sin perder de vista una “poesía de circunstancias” que, como la de Alberti, llevaba al verso sus aficiones o sus sentimientos. (...)

 

Hubo también empeños de plasmación de una “obra única” y continuada. Lo fue, en cierto modo, una parte de la de Pedro Salinas, que alió una convincente imaginería de vanguardia y una historia de amor (semiclandestina) en La voz a ti debida, icono de varias generaciones de poetas. Pero la ruptura del idilio evocado generó un denso e inquieto libro nuevo, Razón de amor, que se hizo todavía más reflexivo y amargo en Largo lamento (acabado en 1939 y conocido íntegramente en 1981). Jorge Guillén inició en 1919 el diseño de un Cántico, que vio la luz en 1928, pero que perduró y proliferó como la base de un libro total, Aire nuestro, que no se publicó hasta 1968: aquella salutación jubilosa a la perfección del mundo, que concibió en una playa de Bretaña, integró también, al cabo, el paso de la historia y sus desdichas (Clamor), y también el vivaz Homenaje a la creación artística ajena. El propósito de Luis Cernuda al reunir su obra como La realidad y el deseo fue diferente; no era, como en Guillén, el armonioso desenvolvimiento de un empeño, sino la suma de una biografía dolorosa, marcada por las llagas de la insatisfacción, la rebeldía y el despecho, en la que pugnaron los dos sustantivos de su título general: por ella pasaron sus acercamientos al surrealismo, al sueño clasicista (visto desde un espíritu romántico), y la voluntad de construir poemas extensos, al modo del monólogo dramático anglosajón. La poesía de Aleixandre maduró en la proximidad del surrealismo (Espadas como labios; La destrucción o el amor), pero evolucionó hacia la inmersión en lo natural, cercana al romanticismo de Hölderlin (Sombra del paraíso), y más allá se encaminó hacia una expresión fluyente y humanista, que quiso cercana al mundo real (Historia del corazón; En un vasto dominio; Poemas de la consumación). (...)


María Zambrano caviló sobre la fatalidad y sus remedios en Delirio y destino (Los veinte años de una española), una suerte de relato autobiográfico, que se publicó tardíamente, en 1989, y donde recuerda su vivencia de 1936: «Todo estaba en aquella hora ya, toda nuestra suerte. Desaparecimos en el ancho mar de la vida de todos, nos perdimos ya, generación sin personalidad, con solo una silueta, habida a pesar de ella misma: el triunfo de la esperanza que levantamos a pulso nos anegó. Luego la hora trágica volvió a levantarnos, la esperanza llevó sus víctimas, mas al hundirse en la derrota nos lanzó de nuevo a nuestra escueta vida de sobrevivientes; generación de medios seres; solo juntos haríamos un ser, un ser con toda su historia. La utopía, nuestra utopía, se nos ha cuidadosamente repartido: a vosotros, los muertos, os dejaron sin tiempo; a nosotros, los supervivientes, nos dejaron sin lugar».

FEDERICO GARCÍA, ME VUELVES LORCA.

ANTE LA DUDA, LEA CERNUDA.

LAS SINSOMBRERO. 



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