martes, 10 de octubre de 2023

Los orígenes de la prosa en castellano y EL CONDE LUCANOR (D. Juan Manuel): estructura, marco narrativo, estilo e intención didáctica.











 

-El Conde Lucanor (D. Juan Manuel): contenido y estructura, estilo e intención

D. Juan Manuel  (Escalona, 5 de mayo de 1282-¿Córdoba? 1348) es el primer escritor castellano con "conciencia de autor". Es decir, que pretende (y consigue) dejar su nombre en la Historia de la literatura.

Lo logra gracias a El Conde Lucanor, una colección de cuentos (entonces llamados "exempla", porque tenían la intención didáctica de servir como ejemplo) envueltos en un marco narrativo, es decir, organizados en torno a una excusa que sirve para agruparlos (en este caso, el contexto común a todos los cuentos.
Los ejemplos más conocidos de marco narrativo son los de Las 1001 Noches, Los cuentos de Canterbury o, posteriormente, El Decamerón.


MARCO NARRATIVO DE EL CONDE LUCANOR

El conde Lucanor es un noble (con dudas y problemas -de noble-) que recurre a su consejero Patronio para saber cómo actuar. En lugar de aconsejarle de forma directa, a Patronio cada situación determinada (acerca de si debe atacar o no a un enemigo, de si debe firmar un tratado, subir o bajar impuestos, etc) le sugiere un cuento, que narra al conde. Tras finalizar la historia, Patronio establece una relación o analogía entre el cuento narrado y la duda que intriga al conde. Este, satisfecho, resume la enseñanza en una moraleja final en forma de pareado (2 versos que riman entre sí) y manda imprimir el cuento (en la colección que estamos leyendo, El Conde Lucanor, y que firma Don Juan Manuel).


Muchos de los cuentos son populares o extraídos de otras colecciones, pero él los reescribe con la excusa de que son contados por el supuesto consejero Patroclo a su señor el Conde Lucanor para guiarle en asuntos de Estado.




a) Panchatantra y Calila e Dimna
Los apólogos o fábulas fueron muy abundantes en la India y presentan relatos que reaparecen en el folclore de pueblos muy distintos y distantes.
Constituyen el punto de partida de un tipo de narración breve que, difundida entre los persas, árabes y hebreos, se conocieron en la Europa medieval; y que, gracias a las traducciones latinas y castellanas, llegaron a las literaturas occidentales.
Existen ricas y muy variadas colecciones de fabularios en prosa, rematados con versos sentenciosos que exponen la moraleja de estos brevísimos relatos encuadrados en un marco general que es el nexo unitario que individualiza las diferentes colecciones. De entre estos fabularios, el más antiguo, el más importante y el de mayor influjo, es el Panchatantra («Los
cinco libros»). Es un conjunto de fábulas o apólogos, breves cuentos populares que tienen un decidido propósito de enseñar o moralizar. Se trata, pues, de un manual de moral práctica para uso de príncipes y grandes señores. 
La versión original del Panchatantra fue escrita en sánscrito, la vieja lengua religiosa y literaria de la India, y su origen, si no en su forma definitiva, sí al menos en su concepción general y en su estilo, puede remontarse a varios siglos antes de Cristo.
En el siglo VI d. C., fue adaptado al persa con algunas adiciones, y esta versión la tradujo al árabe Ibn al-Mukaffa, hacia el año 750, con el título de Kalila wa-Dimna (Calila y Dimna), tomado del asunto del primer apólogo, en el que figuran, en la corte del rey León, dos hermanos lobos así llamados.
Este título fue conservado por quien lo tradujo del árabe al castellano, bajo los auspicios del Alfonso X el Sabio, cuando aún era infante (h. 1251); versión ésta particularmente importante en nuestra literatura española por ser la primera manifestación literaria en prosa del romance castellano.
Las colecciones de fábulas o apólogos orientales más conocidas en Occidente son, en su mayoría, refundiciones o versiones más o menos fieles de este libro; aunque hay que precisar que, tras un proceso tan largo de creación, muchas de sus narraciones provienen de la literatura budista, otras de Occidente —del griego Esopo, principalmente— y sólo algunas son
realmente de procedencia hindú.

b) Las mil y una noches (Alf laila wa-laila)
Como afirmaba Italo Calvino, es éste uno de esos libros que se convierten en continente imaginario en el que encontrarán su espacio otras obras literarias. Se trata de una colección de más de doscientos cincuenta cuentos populares en árabe, agrupados en torno a un relato-marco. El rey persa Sahriyar, tras haber castigado a muerte a su esposa infiel, decide pasar cada noche con una mujer distinta a la que siempre manda matar al amanecer. Así sucede hasta que Sherezade, la hija del visir, consigue que el rey vaya aplazando su muerte, intrigado por los cuentos que ella inicia cada noche y que quedan interrumpidos en el punto culminante al comenzar el nuevo día.
El monarca va retrasando la ejecución, y así durante mil y una noches, hasta que, curado de su cruel misoginia, convierte a la ingeniosa y atractiva muchacha en su esposa.
En la larga y compleja composición de las Mil y una noches, entraron a formar parte cuentos indios, persas, egipcios, árabes e incluso de Grecia y otros países europeos y, tal vez, también del Lejano Oriente. Aunque parece que ya en el siglo X circulaban manuscritos, la colección alcanzó la estructura actual y adoptó su unificador aspecto islámico en una transcripción realizada en Egipto hacia mediados del siglo XV. Fue un arabista francés, Antoine Galland, el que realmente descubrió y dio a conocer las Mil y una noches, en una versión francesa —por cierto, muy censurada en sus aspectos más eróticos, aunque, también muy ampliada con narraciones de diversa procedencia—, publicada en doce volúmenes entre 1704 y 1717. Hay que hacer notar que hasta 1835 no se publicó en El Cairo la primera edición árabe.
La gama de cuentos es sumamente variada: apólogos o fábulas de animales, historias de magia y cuentos maravillosos, increíbles relatos de navegantes, de amores idealizados o de la más torpe concupiscencia, etc. En fin, un mundo heterogéneo, fantástico o crudamente realista, apicarado y cortesano, en el que se muestran el esplendor y la fastuosidad oriental, pero también los hábitos y costumbres de las clases medias y bajas del medievo islámico.
Muchos de los relatos de estas impresionantes Mil y una noches pertenecen a la memoria colectiva universal por haberse incorporado al tesoro de lecturas que, desde su infancia, poseen los hombres cultos.

c) Las tres principales colecciones de cuentos medievales
En el siglo XIV brillan con luz propia tres colecciones de cuentos de grandes escritores. En España, El conde Lucanor (1335) de don Juan Manuel; en Italia, El Decamerón (De carne roñe, 1350-1365) de Giovanni Boccaccio, y, en Inglaterra, Los cuentos de Canterbury (The Canterbury Tales, 1386) de Geoffrey Chaucer
.
Estos cuentos medievales pretendían comunicar unos contenidos que fueran de provecho y enseñanza para los lectores, pero, a un tiempo, divirtiéndoles y entreteniéndoles. Quizá su rasgo más característico sea la despreocupación por la originalidad, ya que estos autores no son creadores de historias, en el sentido moderno, sino que parten de cuentos recogidos en repertorios anteriores o de relatos conservados y transmitidos por la tradición popular; pero sí son originales en el libre tratamiento de la materia narrativa y, especialmente, en el arte de contar, en la decidida voluntad de estilo, en la perfección y viveza con que transmiten viejas historias.
Las grandes colecciones de cuentos escritos característicos de la India, el cercano Oriente, el mundo clásico y la Europa medieval, son casi totalmente tradicionales.
Copian y recopian. Un cuento que logre triunfar en una colección es incluido en otras, a veces intacto y, a veces, con cambio de argumento o de caracterización. La historia de tal cuento que pudo haber pasado de la India a Persia, a Arabia, [a España], a Italia, a Francia y finalmente a Inglaterra, copiado y reformado de un manuscrito a otro, es, por lo general, sumamente compleja. Pasa por las manos de narradores expertos o torpes, y se mejora o deforma en casi todo recuento. De cualquier modo, bien o mal, tal cuento puede escribirse; siempre se intenta preservar una tradición, conservar un viejo cuento con la autoridad de lo antiguo para darle interés o importancia
.
d) Los Cuentos de Perrault, los hermanos Grimm y Andersen Charles Perrault (1628-1703) fue un destacado personaje que ocupó importantes cargos en la corte francesa de Luis XIV y que perteneció a la  Academia Francesa. Ya en edad avanzada, publicó Cuentos de mi madre la
oca. Historias o cuentos del tiempo pasado (Les contes de ma mère L’oye. Histoires ou contes du temps passé). Es un librito que solo contiene ocho cuentos en los que predomina el carácter maravilloso. La sola enumeración de algunos títulos —«La bella durmiente del bosque», «Caperucita roja», «El gato con botas» o «Pulgarcito»— explica sobradamente la fama de esta obra convertida en clásica de la literatura infantil universal.
Perrault toma los asuntos de sus cuentos de la tradición, pero los reelabora, retoca y estiliza con absoluta libertad, creando así pequeñas obras maestras, gracias, sobre todo, a la pulida y elegante naturalidad de su estilo que, como se ha afirmado, recuerda a veces la prodigiosa sobriedad de los relatos mitológicos clásicos.

Los hermanos Grimm, Jacob Ludwig (1785-1863) y Wilhelm Karl (1786- 1856), eruditos filólogos e historiadores alemanes, publicaron en 1812 la primera versión de Cuentos de niños y del hogar (Kinder und Haus Märchen) y la definitiva en 1857. Se trata de una de las más famosas y conocidas colecciones de cuentos populares y es libro-clave o muestra de la sensibilidad romántica. Sólo una parte, aunque importante, de los cuentos fue tomada de boca del pueblo; otros muchos, de informaciones de personas cultas que recordaban las historias que sus nodrizas les habían contado en su infancia.
Los hermanos Grimm fundieron en una sola distintas versiones orales, retocaron libremente el estilo y adaptaron algunos cuentos tomados de Perrault, de los países nórdicos o de la Europa oriental.
Como manifestó Wilhelm Karl, en estos cuentos aparecen reyes, príncipes, sirvientes, artesanos, pescadores, molineros, carboneros y pastores.
La naturaleza entera se vivifica; el sol, la luna, las estrellas se nos ofrecen y nos hacen regalos, y nos dan talismanes; en las montañas trabajan los gnomos en busca de metales preciosos, duermen las ninfas en las aguas; los pájaros, las plantas y las piedras hablan y saben expresar sus sentimientos. Pero también, añadimos nosotros, hay selvas umbrías, bosques oscuros e
impenetrables, madrastras perversas, y envidia, crueldad, venganza…
El danés Hans Christian Andersen (1805-1872) comenzó a publicar en 1835 sus Cuentos de hadas y narraciones (Eventry og Historier). Algunos de ellos tienen su origen en cuentos populares daneses que había oído contar siendo niño; en otros, se inspira en relatos tradicionales nórdicos o en diversas leyendas y otras fuentes populares, pero la mayor parte son de su propia invención.
Por su genial fantasía, por el acento maravilloso, poético y melancólico, por la emoción y el sentido del misterio de las fuerzas naturales, los cuentos de Andersen constituyen un mensaje universal y forman parte del patrimonio cultural de los hombres y niños de cualquier tiempo y país. En la memoria colectiva occidental, están aún vivos «La reina de las nieves», «El patito feo», «El soldadito de plomo», «La sirenita», «El traje nuevo del emperador» o «La princesa y el guisante».

No hay comentarios:

Publicar un comentario