Soy profe de Lengua y Literatura y en este blog iré colgando actividades y textos que trabajemos en clase (o no).
"Hola, ¿qué tal? Soy el chico de las poesías".
Cuando Los Planetas hablan de dinero se ponen elusivos, indirectos, alegóricos; otro tanto sucede con las drogas. Nadie ignora a qué aluden expresiones como "Nuevas sensaciones" o "Toxicosmos" o los dibujos de astronautas y pastillas realizadas por Javier Aramburu para ilustrar sus discos, pero el tema solo se aborda a las claras en el celebérrimo "nos hemos metido cuatro millones de rayas -una hipérbole que quizá cuenta por todas las veces en que ese tema se mencionó por circunloquio-. (...)
En la descripción del buen día se habla de muchos detalles irrelevantes, como si no pasara nada, pero en dos momentos se hace patente que todo ello tiene que ver con la dinámica de la memoria sentimental: el "exclusus amator" intenta olvidar la relación perdida en la vida cotidiana -y en las drogas- pero los recuerdos de la mujer siguen aflorando en los momentos más impensados. Claudio Guillén llamó a este modo expresivo ESTILÍSTICA DEL SILENCIO, y lo definió como una técnica literaria en que un relato que parece puramente descriptivo cambia de signo al aparecer algunas suitles, solapadas menciones a la amada ausente, cuya imagen, apenas nominada, y por ello tanto más poderosa, embarga el poema entero. En la poesía española el ejemplo más señero de este recurso, señalado por Guillén, es el poema de Antonio Machado "A José María Palacio", dedicado a la mujer fallecida del poeta. "Un buen día es una variación abreviada y actual de esa estrategia; puede que esa canción represente para la generación crecida en los noventa l oque "A José María Palacio" fue para su generación. En el caso de Los Planetas, la estructura es la siguiente: "suelo hablar de drogas de manera alegórica, pero cuando faltas tú, lo hago de manera literal". La idea tiene que ver, desde luego, con el "topos" del amor como adicción, pero también con la idea de circunversión, en que la referencia a las drogas alegoriza esos modos de circular.
EROS: La superproducción de los afectos. (Eloy Fernández Porta)
A JOSÉ MARÍA PALACIO Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? Aún las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras. ¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa, allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas entré las grises peñas, y blancas margaritas entre la fina hierba? Por esos campanarios ya habrán ido llegando las cigüeñas. Habrá trigales verdes, y mulas pardas en las sementeras, y labriegos que siembran los tardíos con las lluvias de abril. Ya las abejas libarán del tomillo y el romero. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra...
La periodista y escritora Ana Iris Simón pronunció este discurso en Moncloa. Rápidamente se viralizó y generó un debate en torno al mismo, suscitando una agria polémica y diversos escritos de alabanza o crítica que, a su vez, ocasionaron sus propias réplicas y contrarréplicas. Una feria, vamos.
Por supuesto, el debate intelectual siempre es bienvenido y probablemente resulte más que necesario en un país abotargado para el sano intercambio de ideas. Sin embargo, también podréis comprobar cómo, a menudo, en estas disputas se pierde el foco y se acaba usando el supuesto asunto de debate como una simple excusa para el ataque gratuito o el ajuste de cuentas entre posiciones enfrentadas de izquierda y derecha o, más bien, entre diferentes posiciones de la izquierda.
Comenzaremos por ver el discurso completo:
A continuación, veremos algún análisis en vídeo.
Sin embargo, vamos a centrarnos en el corpus escrito que ha ocasionado este discurso oral en distintas columnas de opinión.
Aquí comienza la polémica. ¿Se trató de un discurso con tintes fascistas? ¿Tiene ramalazos fascistas el libro Feria o el pensamiento de la propia autora? En caso afirmativo, ¿es peligroso o negativo que así sea? ¿Todo pensamiento queda desvirtuado si tiene algún punto en común con el fascismo o el falangismo? ¿Son lo mismo fascismo y falangismo? ¿Es posible el fascismo en el siglo XXI? ¿Toda reivindicación de la familia, la tradición o la patria son patrimonio de la extrema derecha?
En cualquier caso, tanto el propio discurso de Ana Iris Simón en Moncloa como cada una de las réplicas y contrarréplicas surgidas aprovechando el debate (o la excusa) son textos argumentativos que debes comprender y saber analizar.
Elige cualquiera de ellos para hacer tu comentario y/o para escribir tu propio artículo de respuesta.
Para finalizar, te dejo uno que considero un buen resumen de la polémica y que enlaza la argumentación tan trabajada con un componente más lírico.
EN OCASIONES VEO FALANHIPSTERS
(José Daniel Espejo. La Verdad).
Si tienes redes sociales y te asomas a ellas, las probabilidades de que te hayas topado esta semana con un vídeo de Ana Iris Simón son altas. La autora de “Feria” (Círculo de Tiza, 2020), una especie de “Cuéntame” novelado, ambientado en la España vaciada, asistía -invitada por Moncloa- a un acto llamado “Pueblos con futuro”, y aprovechó para lanzar una apasionada diatriba contra los causantes de la despoblación, la baja natalidad y la precariedad vital en las comunidades rurales. Lo excepcional de su discurso, y tal vez el morbo de ver a Simón pronunciarlo ante -y contra- Pedro Sánchez, lo han hecho viral, colocando a la autora manchega en el centro de un encendido debate estos días, y proporcionándole de paso una colaboración en una importante tertulia radiofónica.
El debate: resumiendo mucho, y cargándome de un plumazo toda la escala de grises, las opiniones se dividen entre quienes celebran la “frescura” y potencia revolucionaria del posicionamiento de Simón y quienes detectan en sus palabras los rancios aromas del falangismo. Alegan los segundos, basándose también en la reciente novela de esta autora, que esa pasión por la patria, la familia y las tradiciones, y ese desagrado hacia el feminismo, la postmodernidad y la inmigración no tienen mucho de nuevo, que vienen de un lugar muy determinado -y triste- de nuestra historia y tienen un nombre concreto.
En defensa de Simón he de decir que, por mucho que se puedan parecer sus convicciones a las de la Falange original, ella no se parece en nada a los chalados y fanáticos que asociamos con esta vieja organización fascista. Nada que ver con la tal Isabel Medina Peralta que tuvo su minuto de gloria hace unos meses soltando mamarrachadas tipo “la culpa es del judío”. Ana Iris Simón, talentosa, inteligente y moderna, periodista de profesión con experiencia en medios como Telva o Vice, conoce sus códigos y la posición exacta de las líneas rojas. El rechazo de la inmigración no puede enunciarse a las claras. Tal vez por eso, la autora prefirió, en Moncloa, una censura genérica a la “importación de mano de obra”.
Ya sé que siempre estoy dando la chapa con lo mismo, pero lo voy a repetir: pocas cosas me dan más miedo, en política, que el empleo de la nostalgia. Cada vez que alguien desliza un tiempo pasado mejor en el discurso se me activan todas las alergias. Con Simón tuve que pincharme un Urbasón, aunque reconozco que su alegato es muy atractivo. Describe con mucha claridad los síntomas: el desarraigo, la precariedad, la imposibilidad de asentar un proyecto de vida en ninguna parte que sufren -sufrimos, en plural, como país- los perdedores de la globalización. Países periféricos, zonas rurales, trabajadores no especializados, jóvenes que encajan en Charnego, aquel tremendo poema de Cristina Morano cuyo final no me resisto a reproducir por aquí: “Mientras tanto, me guardo lo que tengo: / neveras, libros, cachorros, / amor, lengua, familia, tierra. / No son nada, equipaje, cosas tontas / para el que no tiene dinero; / las cargo algunas veces, otras debo olvidarlas, / buscando mi comida por el mundo. // Como los animales.”.
Pero verse reflejado en una sintomatología no es suficiente si a continuación tratan de colarte un diagnóstico de mierda. Estoy de acuerdo con algunas de las propuestas de Simón, sobre todo en lo que se refiere a la reindustrialización y al trabajo garantizado, pero ese “los pueblos no necesitan wifi, necesitan bebés”, o esa insistencia en la soberanía nacional frente a organismos como la UE me parecen mera ideología de barra de bar o mala tertulia radiofónica. Las patrias, como la energía nuclear, existen, pero solo deben manipularse con mucha, muchísima precaución.
Con todo, lo que más me chirría de discursos como el de Simón es el lugar desde el que se emiten. La autora, hija de funcionarios, que salió pronto del pueblo para estudiar en Aranjuez y Madrid, habla de la España vaciada desde la nostalgia de esos fines de semana de visita jugando con los primos, un relato personal que puede no coincidir en nada con el de, pongamos, un servidor, que se crió -de madre soltera- en un paisaje no menos español: un polígono (el de La Paz) de viviendas sociales en la periferia de una ciudad de provincias. Un relato, por último, que no se deja enriquecer por experiencia activista alguna, pues su autora no parece haber pisado ninguna de las organizaciones que luchan desde y por las comunidades rurales y la España empobrecida. Tal vez también merecerían un altavoz. Algo saben del tema. Probablemente, además, dirían otras cosas.
Como ves, el artículo de José Daniel Espejo no sólo se centra en el discurso objeto de la polémica sino que aprovecha para comentar parte del libro de manera subjetiva, reseñando tanto sus aciertos como sus errores. Es decir, se acerca al subgénero periodístico de la reseña y nos recuerda que, en realidad, Feria no es más que otra crónica en primera persona escrita por una mujer que necesita contar su mundo para poder comprenderlo.
Se trata de un subgénero narrativo cada vez en mayor auge, y podemos destacar muchos ejemplos en los últimos años, como LA LECCIÓN DE ANATOMÍA o CLAVÍCULA, de Marta Sanz, MEJOR LA AUSENCIA de Edurne Portela, VOZDEVIEJA o EL EVANGELIO de Elisa Victoria, PANZA DE BURRO de Andrea Abreu...
"La lengua de las mariposas", cuento de Manuel Rivas incluido en el exitoso libro de relatos ¿Qué me quieres, amor? (Alfaguara, 1995).
LA LENGUA DE LAS MARIPOSAS
«¿Qué hay , Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas».
El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes. (...)
Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un «picarito», la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
(...) Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado.
Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. «Pareces un gorrión».
Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Mi padre contaba como un tormento, como si le arrancara las amígdalas con la mano, la manera en que el maestro les arrancaba la jeada del habla para que no dijeran ajua ni jato ni jracias. «Todas las mañanas teníamos que decir la frase 'Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo'. ¡Muchos palos llevábamos por culpa de Juadalagara!» Si de verdad quería meterme miedo, lo consiguió. La noche de la víspera no dormí. Encogido en la cama, escuchaba el reloj de la pared en la sala con la angustia de un condenado. El día llegó con una claridad de mandil de carnicero. No mentiría si les dijera a mis padres que estaba enfermo.
El miedo, como un ratón, me roía por dentro.
Y me meé. No me meé en la cama sino en la escuela.
Lo recuerdo muy bien. Pasaron tantos años y todavía siento una humedad cálida y vergonzosa escurriendo por las piernas. Estaba sentado en el último pupitre, medio escondido con la esperanza de que nadie se percatara de mi existencia, hasta poder salir y echar a volar por la Alameda.
«A ver, usted, ¡póngase de pie!»
El destino siempre avisa. Levanté los ojos y vi con espanto que la orden iba para mi. Aquel maestro feo como un bicho me señalaba con la regla. Era pequeña, de madera, pero a mi me pareció la lanza de Abd el-Krim.
«¿Cuál es su nombre?»
«Gorrión»
Todos los niños rieron a carcajadas. Sentí como si me batieran con latas en las orejas.
«¿Gorrión?»
No recordaba nada. Ni mi nombre. Todo lo que yo había sido hasta entonces había desaparecido de mi cabeza. Mis padres eran dos figuras borrosas que se desvanecían en la memoria. Miré cara al ventanal, buscando con angustia los árboles de la alameda.
Y fue entonces cuando me meé.
Cuando se dieron cuenta los otros rapaces, las carcajadas aumentaron y resonaban como trallazos.
Huí. Eché a correr como un loquito con alas. Corría, corría como solo se corre en sueños y viene tras de uno el Sacaúnto. Yo estaba convencido de que eso era lo que hacía el maestro. Venir tras de mi. Podía sentir su aliento en el cuello y el de todos los niños, como jauría de perros a la caza de un zorro. Pero cuando llegué a la altura del palco de la música y miré cara atrás, vi que nadie me había seguido, que estaba solo con mi miedo, empapado de sudor y de meos. El palco estaba vacío. Nadie parecía reparar en mi, pero yo tenía la sensación de que toda la villa estaba disimulando, que docenas de ojos censuradores acechaban en las ventanas, y que las lenguas murmuradoras no tardarían en llevarle la noticia a mis padres. Las piernas decidieron por mí. Caminaron hacia el Sinaí con una determinación desconocida hasta entonces. Esta vez llegaría hasta A Coruña y embarcaría de polisón en uno de esos navíos que llevan a Buenos Aires.
Desde la cima del Sinaí no se veía el mar sino otro monte más grande todavía, con peñascos recortados como torres de una fortaleza inaccesible. Ahora recuerdo con una mezcla de asombro y nostalgia lo que tuve que hacer aquel día. Yo sólo, en la cima, sentado en silla de piedra, bajo las estrellas, mientras en el valle se movían como luciérnagas los que con candil andaban en mi búsqueda. Mi nombre cruzaba la noche cabalgando sobre los aullidos de los perros. No estaba sorprendido. Era como si atravesara la línea del miedo. Por eso no lloré ni me resistí cuando llegó donde mi la sombra regia de Cordeiro. Me envolvió con su chaquetón y me abrazó en su pecho. «Tranquilo Gorrión, ya pasó todo».
Dormí como un santo aquella noche, pegadito a mamá. Nadie me reprendió. Mi padre se había quedado en la cocina, fumando en silencio, con los codos sobre el mantel de hule, las colillas amontonadas en el cenicero de concha de vieira, tal como pasara cuando había muerto la abuela.
Tenía la sensación de que mi madre no me había soltado de la mano en toda la noche.
Así me llevó, agarrado como quien lleva un serón en mi vuelta a la escuela. Y en esta ocasión, con corazón sereno, pude fijarme por vez primera en el maestro. Tenía la cara de un sapo.
El sapo sonreía. Me pellizcó la mejilla con cariño. «¡Me gusta ese nombre, Gorrión!». Y aquel pellizco me hirió como un dulce de café. Pero lo más increíble fue cuando, en el medio de un silencio absoluto, me llevó de la mano cara a su mesa y me sentó en su silla. Y permaneció de pie, agarró un libro y dijo:
«Tenemos un nuevo compañero. Es una alegría para todos y vamos a recibirlo con un aplauso». Pensé que me iba a mear de nuevo por los pantalones, pero sólo noté una humedad en los ojos. «Bien, y ahora, vamos a comenzar con un poema. ¿A quien le toca? ¿Romualdo? Ven, Romualdo, acércate. Ya sabes, despacito y en voz bien alta».
A Romualdo los pantalones cortos le quedaban ridículos. Tenía las piernas muy largas y oscuras, con las rodillas llenas de heridas.
«Una tarde parda y fría...»
«Un momento, Romualdo, ¿qué es lo que vas a leer?»
«Una poesía, señor».
«¿Y como se titula?»
«Recuerdo infantil. Su autor es don Antonio Machado»
«Muy bien, Romualdo, adelante. Despacito y en voz alta. Repara en la puntuación» (...)
«Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una marcha carmín...
«Muy bien. ¿Qué significa monotonía de lluvia, Romualdo?», preguntó el maestro.
«Que llueve sobre mojado, don Gregorio».
«¿Rezaste?», preguntó mamá, mientras pasaba la plancha por la ropa que papá cosiera durante el día. En la cocina, la olla de la cena despedía un aroma amargo de nabiza.
«Pues si», dije yo no muy seguro. «Una cosa que hablaba de Caín y Abel».
«Eso está bien», dijo mamá. «No se por que dicen que ese nuevo maestro es un ateo».
«¿Qué es un ateo?»
«Alguien que dice que Dios no existe». Mamá hizo un gesto de desagrado y pasó la plancha con energía por las arrugas de un pantalón.
«¿Papá es un ateo?»
Mamá posó la plancha y me miró fijo.
«¿Cómo va a ser papá un ateo? ¿Cómo se te ocurre preguntar esa pavada?»
Yo había escuchado muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos los hombres. Cuando algo iba mal, escupían en el suelo y decían esa cosa tremenda contra Dios.
Decían dos cosas: Cago en Dios, cago en el Demonio. Me parecía que sólo las mujeres creían de verdad en Dios.
«¿Y el Demonio? ¿Existe el Demonio?»
«¡Por supuesto! (...) El Demonio era un ángel, pero se hizo malo».
La abeja batió contra la lámpara, que osciló ligeramente y desordenó las sombras.
«El maestro dijo hoy que las mariposas también tienen lengua, una lengua finita y muy larga, que llevan enrollada como el resorte de un reloj. Nos la va a enseñar con un aparato que le tienen que mandar de Madrid. ¿A que parece mentira eso de que las mariposas tengan lengua?»
«Si él lo dice, es cierto. Hay muchas cosas que parecen mentira y son verdad. ¿Te gusta la escuela?»
«Mucho. Y no pega. El maestro no pega»
No, el maestro don Gregorio no pegaba. Por lo contrario, casi siempre sonreía con su cara de sapo. Cuando dos peleaban en el recreo, los llamaba, «parecen carneros» y hacía que se dieran la mano.
Luego, los sentaba en el mismo pupitre. Así fue como hice mi mejor amigo, Dombodán, grande, bondadoso y torpe. Había otro rapaz, Eladio, que tenía un lunar en la mejilla, en el que golpearía con gusto, pero nunca lo hice por miedo a que el maestro me mandara darle la mano y que me cambiara junto a Dombodán. El modo que tenía don Gregorio de mostrar un gran enfado era el silencio.
«Si ustedes no se callan, tendré que callar yo».
Y iba cara al ventanal, con la mirada ausente, perdida en el Sinaí. Era un silencio prolongado, desasosegante, como si nos dejara abandonados en un extraño país.
Sentí pronto que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que tocaba era un cuento atrapante. El cuento podía comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y el sístole y diástole del corazón. Todo se enhebraba, todo tenía sentido. La hierba, la oveja, la lana, mi frío. Cuando el maestro se dirigía al mapamundi, nos quedábamos atentos como si se iluminara la pantalla del cine Rex. Sentíamos el miedo de los indios cuando escucharon por vez primera el relincho de los caballos y el estampido del arcabuz. Íbamos a lomo de los elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, camino de Roma. Luchamos con palos y piedras en Ponte Sampaio contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras.
Hacíamos hoces y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribimos cancioneros de amor en Provenza y en el mar de Vigo. Construimos el Pórtico da Gloria. Plantamos las patatas que vinieron de América. Y a América emigramos cuando vino la peste de la patata.
«Las patatas vinieron de América», le dije a mi madre en el almuerzo, cuando dejó el plato delante mío.
«¡Que iban a venir de América! Siempre hubo patatas», sentenció ella.
«No. Antes se comían castañas. Y también vino de América el maíz». Era la primera vez que tenía clara la sensación de que, gracias al maestro, sabía cosas importantes de nuestro mundo que ellos, los padres, desconocían.
Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el submarino. Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche con azúcar y cultivaban hongos. Había un pájaro en Australia que pintaba de colores su nido con una especie de óleo que fabricaba con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba tilonorrinco. El macho ponía una orquídea en el nuevo nido para atraer a la hembra.
Tal era mi interés que me convertí en el suministrador de bichos de don Gregorio y él me acogió como el mejor discípulo. Había sábados y feriados que pasaba por mi casa y íbamos juntos de excursión. Recorríamos las orillas del río, las gándaras, el bosque, y subíamos al monte Sinaí. Cada viaje de esos era para mí como una ruta del descubrimiento. Volvíamos siempre con un tesoro. Una mantis. Una libélula. Un escornabois. Y una mariposa distinta cada vez, aunque yo solo recuerde el nombre de una es la que el maestro llamó Iris, y que brillaba hermosísima posada en el barro o en el estiércol.
De regreso, cantábamos por las corredoiras como dos viejos compañeros. Los lunes, en la escuela, el maestro decía: «Y ahora vamos a hablar de los bichos de Gorrión».
Para mis padres, esas atenciones del maestro eran una honra. Aquellos días de excursión, mi madre preparaba la merienda para los dos. «No hacía falta, señora, yo ya voy comido», insistía don Gregorio. Pero a la vuelta, decía: «Gracias, señora, exquisita la merienda».
«Estoy segura de que pasa necesidades», decía mi madre por la noche.
«Los maestros no ganan lo que tienen que ganar», sentenciaba, con sentida solemnidad, mi padre. «Ellos son las luces de la República».
«¡La República, la República! ¡Ya veremos donde va a parar la República!»
Mi padre era republicano. Mi madre, no. Quiero decir que mi madre era de misa diaria y los republicanos aparecían como enemigos de la Iglesia. Procuraban no discutir cuando yo estaba delante, pero muchas veces los sorprendía.
«¿Qué tienes tu contra Azaña? Esa es cosa del cura, que te anda calentando la cabeza»
«Yo a misa voy a rezar», decía mi madre.
«Tú sí, pero el cura no»
Un día que don Gregorio vino a recogerme para ir a buscar mariposas, mi padre le dijo que, si no tenía inconveniente, le gustaría «tomarle las medidas para un traje».
El maestro miró alrededor con desconcierto.
«Es mi oficio», dijo mi padre con una sonrisa.
«Respeto muchos los oficios», dijo por fin el maestro.
Don Gregorio llevó puesto aquel traje durante un año y lo llevaba también aquel día de julio de 1936 cuando se cruzó conmigo en la alameda, camino del ayuntamiento.
«¿Qué hay, Gorrión? A ver si este año podemos verles por fin la lengua a las mariposas»"
Algo extraño estaba por suceder. Todo el mundo parecía tener prisa, pero no se movía. Los que miraban para la derecha, viraban cara a la izquierda. Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, estaba sentado en un banco, cerca del palco de la música. Yo nunca vi sentado en un banco a Cordeiro. Miró cara para arriba, con la mano de visera. Cuando Cordeiro miraba así y callaban los pájaros era que venía una tormenta.
Sentí el estruendo de una moto solitaria. Era un guarda con una bandera sujeta en el asiento de atrás. Pasó delante del ayuntamiento y miró cara a los hombres que conversaban inquietos en el porche. Gritó: «¡Arriba España!» Y arrancó de nuevo la moto dejando atrás una estela de estallidos.
Las madres comenzaron a llamar por los niños. En la casa, parecía haber muerto otra vez la abuela. Mi padre amontonaba colillas en el cenicero y mi madre lloraba y hacía cosas sin sentido, como abrir el grifo del agua y lavar los platos limpios y guardar los sucios.
Llamaron a la puerta y mis padres miraron el picaporte con desasosiego. Era Amelia, la vecina, que trabajaba en la casa de Suárez, el indiano.
«¿Saben lo que está pasando? En la Coruña los militares declararon el estado de guerra. Están disparando contra el Gobierno Civil»
«¡Santo cielo!», se persignó mi madre.
«Y aquí», continuó Amelia en voz baja, como si las paredes oyeran, «Se dice que el alcalde llamó al capitán de carabineros pero que este mandó decir que estaba enfermo».
Al día siguiente no me dejaron salir a la calle. Yo miraba por la ventana y todos los que pasaban me parecían sombras encogidas, como si de pronto cayera el invierno y el viento arrastrara a los gorriones de la Alameda como hojas secas.
Llegaron tropas de la capital y ocuparon el ayuntamiento. Mamá salió para ir a la misa y volvió pálida y triste, como si se hiciera vieja en media hora.
«Están pasando cosas terribles, Ramón», oí que le decía, entre sollozos, a mi padre. También él había envejecido. Peor todavía. Parecía que había perdido toda voluntad.
Se arrellanó en un sillón y no se movía. No hablaba. No quería comer.
«Hay que quemar las cosas que te comprometan, Ramón. Los periódicos, los libros. Todo»
Fue mi madre la que tomó la iniciativa aquellos días. Una mañana hizo que mi padre se arreglara bien y lo llevó con ella a la misa. Cuando volvieron, me dijo: «Ven, Moncho, vas a venir con nosotros a la alameda».
Me trajo la ropa de fiesta y, mientras me ayudaba a anudar la corbata, me dijo en voz muy grave: «Recuerda esto, Moncho. Papá no era republicano. Papá no era amigo del alcalde. Papá no hablaba mal de los curas. Y otra cosa muy importante, Moncho. Papá no le regaló un traje al maestro».
«Sí que lo regaló».
«No, Moncho. No lo regaló. ¿Entendiste bien? ¡No lo regaló!»
Había mucha gente en la Alameda, toda con ropa de domingo. Bajaran también algunos grupos de las aldeas, mujeres enlutadas, paisanos viejos de chaleco y sombrero, niños con aire asustado, precedidos por algunos hombres con camisa azul y pistola en el cinto. Dos filas de soldados abrían un corredor desde la escalinata del ayuntamiento hasta unos camiones con remolque entoldado, como los que se usaban para transportar el ganado en la feria grande.
Pero en la alameda no había el alboroto de las ferias sino un silencio grave, de Semana Santa. La gente no se saludaba. Ni siquiera parecían reconocerse los unos a los otros. Toda la atención estaba puesta en la fachada del ayuntamiento.
Un guardia entreabrió la puerta y recorrió el gentío con la mirada. Luego abrió del todo e hizo un gesto con el brazo. De la boca oscura del edificio, escoltados por otros guardas, salieron los detenidos, iban atados de manos y pies, en silente cordada. De algunos no sabía el nombre, pero conocía todos aquellos rostros. El alcalde, el de los sindicatos, el bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero, Charli, el vocalista de la orquesta Sol y Vida, el cantero q quien llamaban Hércules, padre de Dombodán... Y al cabo de la cordada, jorobado y feo como un sapo, el maestro.
Se escucharon algunas órdenes y gritos aislados que resonaron en la Alameda como petardos. Poco a poco, de la multitud fue saliendo un ruge-ruge que acabó imitando aquellos apodos.
«¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!»
«Grita tu también, Ramón, por lo que más quieras, ¡grita!». Mi madre llevaba agarrado del brazo a papá, como si lo sujetara con toda su fuerza para que no desfalleciera. « ¡Que vean que gritas, Ramón, que vean que gritas!»
Y entonces oí como mi padre decía «¡Traidores» con un hilo de voz. Y luego, cada vez más fuerte, «¡Criminales! ¡Rojos!» Saltó del brazo a mi madre y se acercó más a la fila de los soldados, con la mirada enfurecida cara al maestro. «¡Asesino! ¡Anarquista! ¡Comeniños!»
Ahora mamá trataba de retenerlo y le tiró de la chaqueta discretamente. Pero él estaba fuera de sí. «¡Cabrón! ¡Hijo de mala madre¡». Nunca le había escuchado llamar eso a nadie, ni siquiera al árbitro en el campo de fútbol. «Su madre no tiene la culpa, ¿eh, Moncho?, recuerda eso». Pero ahora se volvía cara a mi enloquecido y me empujaba con la mirada, los ojos llenos de lágrimas y sangre. «¡Grítale tu también, Monchiño, grítale tu también!»
Cuando los camiones arrancaron cargados de presos, yo fui uno de los niños que corrían detrás lanzando piedras. Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero el convoy era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la alameda, con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: «¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!».
1-¿Cómo empieza la historia? ¿Hay saltos temporales? Explica cómo se llama esta estructura narrativa y en qué consiste.
2.¿Quién narra la historia? ¿Qué tipo de narrador es? ¿Por qué? ¿Es un narrador único o múltiple?
3-¿Quién es el protagonista? ¿Cómo es? ¿Es un personaje plano o redondo? ¿Por qué? ¿Es moralmente complejo? ¿Por qué? ¿Qué tipo de héroe dirías que es su protagonista: héroe clásico, héroe por accidente o antihéroe?
4-¿Hay momentos cómicos? ¿Y trágicos? ¿Entonces se trata de una comedia o una tragedia? Explica con detalle y profundidad qué efecto te ha producido esta mezcla de géneros como espectador.
5-Explica en qué tpo de espacio transcurre la historia y qué importancia tiene.
6-Explica cuál es su tiempo interno (duración) y tiempo externo (época en que sucede).
7-¿Qué te ha parecido el final? Busca adjetivos que te ayuden a expresar lo que has sentido. ¿Por qué crees que el narrador decide terminar justo ahí su historia? ¿Qué crees que intenta decir el niño con las palabras que cierran el relato?
* UNA RESEÑA ES UN TEXTO ARGUMENTATIVO DE OPINIÓN: con la información que has ido recopilando gracias al visionado de la película, tus reflexiones y las preguntas anteriores, redacta un texto adecuado, cohesionado y coherente.
Recuerda usar conectores, evitar repeticiones innecesarias, emplear un vocabulario preciso, rico y completo y, sobre todo, asegúrate de que tu reseña sea una defensa argumentada de tu punto de vista personal y resulte entretenida, divertida, interesante o, al menos, digna de ser leída.
El músico Pau Donés (Jarabe de Palo) decidió despedirse de la vida (pública y privada) de dos formas: con un documental con Jordi Évole y con su último single y videoclip, en una canción en la que afrontaba su próxima muerte de forma optimista e invitando a todos a sentirse agradecidos y a disfrutar de las cosas buenas de la existencia.
Es decir, se trata de un perfecto ejemplo de CARPE DIEM.
Como bien sabes, el "carpe diem" es un tópico literario (es decir, una forma de entender la vida habitul en los poemas). En latín significa "aprovecha el día" (aunque sería más natural traducirlo por "aprovecha el momento") y, además de un tatuaje muy común, es un tópico literario (es decir, una forma de entender el mundo muy habitual en distintos autores, épocas y estilos de la literatura) que consiste en animar al lector a que se centre en disfrutar del presente... antes de que sea demasiado tarde.
Vamos a realizar nuestra propia exaltación del presente, recordando, como escribió Antonio Machado que "HOY ES SIEMPRE TODAVÍA" y que nadie, jamás, podrá robarnos este momento.
La exaltación del presente viene desde pasados lejanos... pero aún presentes
Esto es lo más bello que dijo el hombre de Quios:
“Cual la generación de las hojas, así es la vida de los
hombres”.
Pocos mortales, en efecto, acogen en su oído este verso
y lo depositan en su pecho. Pues queda en cada uno la
esperanza
que en el corazón de los jóvenes arraiga.
Mientras conserva un mortal la flor muy deseable de la
juventud,
tiene un ánimo ligero y piensa en muchos desatinos.
Porque no recela que ha de envejecer y morir
ni, al estar sano, tiene preocupación por la fatiga.
Necios quienes tienen tal estado de mente y desconocen
cuán corto es el tiempo de la juventud y el vivir
de los hombres. Pero tú apréndelo, y hasta el fin de tu vida
atrévete a gozar de los bienes que el vivir te depara.
Simónides de Amorgos, 1 (29D)
Uno de los carpe diem más célebres de la literatura es esta oda de Horacio:
ODAS 1, 11
Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi,
quem tibi finem di dederint, Leuconoe,
nec Babylonios temptaris numeros.
Vt melius, quidquid erit, pati!
seu pluris hiemes, seu tribuit Iuppiter
ultimam, quae nunc oppositis debilitat
pumicibus mare Tyrrhenum: sapias,
uina liques et spatio breui
spem longam reseces. Dum loquimur,
fugerit inuida aetas: carpe diem,
quam minimum credula postero.
No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.
HORACIO
También se hizo muy famoso, sobre todo a partir de su inclusión en la película El Club de los poetas muertos, este de Walt Whitman:
Carpe Diem! Aprovecha el día no dejes que termine sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber alimentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, que es casi un deber. No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario. No dejes de creer que las palabras y las poesías sí pueden cambiar al mundo. Porque pase lo que pase, nuestra esencia está intacta. Somos seres humanos llenos de pasión. La vida es desierto y es oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Aunque el viento sopla en contra, la poderosa obra continúa, tú puedes aportar una estrofa. No dejes nunca de soñar, porque sólo en sueños puede ser libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores, el silencio. La mayoría vive en un silencio espantoso. No te resignes. Huye. «Emito mi alarido por los techos de este mundo» dice el poeta. Valora la belleza de las cosas simples, se puede hacer poesía bella sobre las pequeñas cosas. No traiciones tus creencias. Todos necesitamos aceptación. Pero no podemos remar en contra de nosotros mismos. Eso transforma la vida en un infierno. Disfruta el pánico que provoca tener la vida por delante. Vívela intensamente, sin mediocridades. Piensa que en ti está el futuro y encara la tarea con orgullo y sin miedo. Aprende de quienes pueden enseñarte. Las experiencias de quienes nos precedieron, de nuestros «poetas muertos», te ayudarán a caminar por la vida. La sociedad de hoy somos nosotros, «los poetas vivos», no permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.
Walt Whitman
En estos tiempos de fake news son habituales las atribuciones falsas que se propagan rápidamente por la red. Por ejemplo este texto titulado “Instantes” o “Momentos”- depende de las versiones- atribuido erróneamente al escritor argentino Jorge Luis Borges, y que viene circulando masivamente (con variantes) a través de compilaciones poco contrastadas o de láminas o powerpoints en cadenas de correo electrónico. Lo curiosos sobre este texto es que su primera versión conocida fue publicada en octubre de 1953 por la conocida revista Reader's Digest; aquí apareció con el título "If I had My Life to Live over", estaba escrito en prosa y firmado por el estadounidense Don Herold.
INSTANTES Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores. No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más. Sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad. Sería menos higiénico. Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos. Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios. Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría. Pero si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos. Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos; no te pierdas el ahora. Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin un termómetro, una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas; si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano. Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría descalzo hasta concluir el otoño. Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres, y jugaría con más niños, si tuviera otra vez vida por delante. Pero ya ven, tengo 85 años... y sé que me estoy muriendo.
Como hemos estudiado, los poetas cambian pero los tópicos permanecen y creemos que son dos grandes ejemplos estos poemas de Ben Clark:
Sé ingenua, los más sencillos sueños han cambiado el mundo.
En cualquier caso, ten en cuenta
que la más hermosa idea no tiene sentido
si para llevarla a cabo hay que reprimir a alguien.
Si hallara las palabras apropiadas,
te diría:
Deja vivir,
cada cual tiene sus opiniones y sus vivencias,
respétalas aunque te parezcan contrarias a ti.
Ayuda a quien lo necesite,
abre tu casa al extraño sin dudarlo.
Respeta a los incrédulos y a los creyentes
y respeta su fe.
Cuida tu lengua.
Piensa que no es solo nuestra,
que es un tesoro
que pertenece a todos.
Si encontrara el momento oportuno,
te diría:
No pienses nunca que no hay nada que hacer,
casi siempre hay alguna salida.
Y si no la hubiera, acéptalo así.
A veces, también perdiendo se gana.
Acepta la vida, así como la muerte.
Comprender la muerte
es el más difícil de nuestros quehaceres.
No cierres la puerta al placer y a la felicidad.
Ama siempre a la persona.
La piel siempre crece hermosa,
sea de un hombre o de una mujer.
Cumple tus caprichos.
Si tuviera el valor para hacerlo,
te diría:
Si lo deseas, sé madre,
tus niños te enseñarán a ser humilde.
Y si no los tuvieras, goza de la vida en su plenitud.
Ama los bosques y las ciudades.
Permanece abierta a todas las críticas, sin prejuicios.
Si tienes miedo, acepta tu miedo.
Si estás triste, estate triste.
No tenemos por qué estar siempre
felices ni ser siempre valientes.
Oye a quien tengas a tu lado.
Oye a los jóvenes, oye a los ancianos.
Querida hija:
Muéstrate tal como eres.
Di lo que piensas, aunque
disgustes a tu prójimo. aprende de los errores.
No temas hacer mal las cosas.
Quien lo hace todo bien es altivo y ciego.
Busca la belleza de los días que pasan.
Profundamente, pero sin prisa.
Aprende a alargar el tiempo,
poniendo atención a las cosas pequeñas.
Haz tu camino, tú eres el centro.
Intenta cumplir tus sueños, y no dejes
que nadie te los estropee.
Por último: no hagas caso de los consejos,
y mucho menos de los míos.
Para mí uno de los ejemplos más útiles para un TALLER DE CARPEDIEMIZAR LA VIDA es esta canción de Joaquín Sabina, que nos recuerda que LA LÍRICA ES SUBJETIVIDAD al realizar su propia lista de motivos para NO cortarse las venas.
Podemos tomarlo como referencia a la hora de enumerar de forma más o menos caótica, incluso mediante ESCRITURA AUTOMÁTICA, nuestros particulares motivos para seguir viviendo y disfrutando de la vida:
Siempre habrá motivos para sonreír
y, si no los hay, los inventamos.
La vida es un córner en el descuento:
aprovecha cualquier rechace.
Porque volverán las sonrisas
Canta, ríe, sueña, que hoy es Nochebuena
Cuando tengamos unos cuantos motivos individuales, los uniremos mediante un CADÁVER EXQUISITO...
...Tranquilidad, el cádaver exquisito es una técnica de creación surrealista que consiste en escribir un poema colaborativo uniendo versos de diferentes autores de de manera azarosa...
...aunque, en nuestro caso, vamos a hacer una leve trampa de SURREALISMO RACIONAL y, tras escuchar la primera versión, vamos a intentar ordenarlos de forma que mejoremos INCLUSO la primera versión.
Nosotros solamente tenermos que ser capaces de distinguirlas para hacer el análisis sintáctico de forma correcta. Es decir, os vale con practicar con los ejercicos de este enlace y de las oraciones que vayamos mandando.
"MEMENTO MORI" es un tópico literario (es decir, una forma de entender la vida o mirar el mundo muy habitual en los textos literarios) que consiste en expresar una especie de recordatorio de la llegada ineludible de la muerte. De hecho, podría traducirse como "recuerda que has de morir" o "recuerda que morirás".
Este momento se puede encarar de formas muy diversas. Resulta curiosa la mezcla de serenidad y desafío que encontramos en el último disco publicado por el cantautor y poeta Leonard Cohen:
Quien tuvo más que presene el momento de su muerte fue David Bowie. Quien fuera una estrella en los 60, 70, 80 y 90 había decidido pasar a un retiro voluntario. Sólo salió de él para "despedirse" con dos discos, el segundo salió a la venta justo el día de su último cumpleaños y un día antes de fallecer.
En este vídeo encontrarás explicados sus símbolos e imágenes:
De forma más general, cotidiana y humorística, trata también la llegada de la muerte Luis Prado en su último videoclip:
Como sabes, en algunos países el tratamiento a la muerte no es tétrico, sino que se intenta encarar con humor (negro). Algo así encontrábamos en "Las danzas de la Muerte" de la literatura medieval y esa idea continúa muy presente en culturas como la mexicana (si has visto la magnífica película Coco, sabrás a qué me refiero). Es lo que encontramos en esta canción de Ariel Rot dedicada a "La Huesuda" (apelativo entre cariñoso y despectivo dirigido a la Muerte):
El "memento mori", igual que sucede con el resto de tópicos estudiados, ha estado presente desde la Antigüedad al momento presente, aunque con diferentes enfoques. Como prueba, veremos a continuación un poema de Catulo y una canción del grupo No Me Pises Que llevo Chanclas con cierta similitud:
POEMA III
Llorad Venus y Cupidos, y cuantos hombres seáis sensibles a la belleza. el gorrión de mi amiga ha muerto, el gorrión, delicias de mi amiga, al que amaba más que a sus ojos; (,,,) Ahora él va por un camino tenebroso, al lugar de donde dicen que nadie vuelve. Pero malditas seáis, malditas tinieblas del Orco, que devoráis todo lo bello; tan bello gorrión me habéis arrebatado. ¡Oh qué desgracia! ¡Oh pobrecillo gorrión! Ahora, por tu causa, los ojitos de mi amiga enrojecen hinchados por el llanto. (CATULO)
Como bien sabes, la muerte, al igual que el amor, la amistad o la crítica social, es uno de los asuntos más importantes en la vida y, por tanto, es uno de los temas de los más habituales en las obras literarias, que no dejan de ser reflejo de nuestro paso por la vida.
Así, vamos a ver un ejemplo del tópico "memento mori" en manifestaciones artísticas aparentemente tan lejanas como un romance de la lírica popular medieval y, a continuación, en la canción de un grupo punk:
ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE
Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca
muy más que la nieve fría.
―¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
―No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
―¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
―Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy de prisa se calzaba,
más de prisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
―¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta niña!
―¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
―Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
―Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
―Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.
(ANÓNIMO)
O, en el otro extremo (la "alta cultura"), encontramos el tópico "Memento mori" en un soneto del principal representantes del culto culteranismo:
De la brevedad engañosa de la vida
Menos solicitó veloz saeta
destinada señal que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta
que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada Sol repetido es un cometa.
¿Confiésalo Cartago y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños
Mal te perdonarán a ti los las horas,
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años
(Luis de Góngora y Argote)
Su archienemigo Francisco de Quevedo también parece sentir cerca la muerte al escribir uno de sus poemas más conocidos:
MIRÉ LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte;
Vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Incluso, encontramos referencias a este tópico en uno de los más célebres sonetos de amor:
Como has podido comprobar, el "memento mori" no tiene por qué ser el único tópico presente en un poema y puede aparecer junto a otros (normalmente, hace buena pareja con el "tempus fugit" o el "ubi sunt?" pero, buscando el contraste, puede también aparecer para resaltar el "carpe diem").
EPITAFIO FRENTE A UN ESPEJO
Dura ha de ser la vida para ti,
que a una extraña honradez sacrificaste tus creencias,
para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo
y por ello, tu más aciaga tumba.
Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen
y destruyan al fin la ilusa patria de tu adolescencia,
cuando veas, igual que hoy, este fantasma
que tiempo atrás te consoló con su belleza.
Cuando el amor como un vestido ajado
no pueda proteger tu tristeza
y motivo de burla, de piedad o de asombro,
a los ojos más puros sólo sea.
Duro ha de ser para tu cuerpo ver morir el deseo,
la juventud, todo aquello que fuiste,
y buscar sin pasión tu reposo
en la sorda ternura de lo débil,
en la gris destrucción que alguna vez amaste.
«Es la ley de la vida», dicen viejos estériles,
«y nada sino Dios puede cambiarlo», repiten,
a la luz de la noche, lentas sombras inútiles.
Dura ha de ser la vida, tú que amaste el mundo,
que con una mirada o una suave caricia soñaste poseerlo,