domingo, 28 de agosto de 2016

Convocatoria extraordinaria: autoevaluación


Se cumplen dos años desde que llegué al IES Chaves Nogales después de haber sacado plaza en las oposiciones de 2014. Desde entonces, he aprendido muchísimo de la comunidad educativa, de los padres, de mis compañeros y, sobre todo, de muchos alumnos*1
Soy consciente, sin embargo, de que me quedan muchísimas cosas por mejorar, algo que espero seguir haciendo en el futuro: ahora, en este septiembre que cierra una etapa para abrir otra, parece un momento bastante bueno para hacer balance.

Y es que, en estos días, muchos alumnos tienen la oportunidad de aprovechar la convocatoria extraordinaria para demostrar haber adquirido los conocimientos que les faltaban y recuperar la o las asignaturas pendientes.  Y las oportunidades están ahí para que las aprovechemos, incluso cuando no llaman demasiado nuestra atención (¿y hay algo que llame menos nuestra atención que tener que tirarnos el verano estudiando?). Por ejemplo, aunque, como todos, he desaprovechado muchísimas oportunidades en esta vida, el CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica que te permite dar clase después de haberte titulado en la carrera correspondiente y tiene fama entre los profes de ser una total pérdida de tiempo -y, ahora, además, de dinero-) a mí me sirvió para darme cuenta de que tenía vocación por enseñar.


También, para muchos, el periodo de prácticas está considerado como un estúpido trámite burocrático que solo tendría sentido para aquellos que aprueban la oposición sin haber trabajado anteriormente (no llevando uno, dos, tres o, como en mi caso, cuatro años de experiencia previa). A mí, por suerte, me sirvió directa o indirectamente para venirme a vivir a una ciudad maravillosa (bueno, más bien a su "sucursal" en el extrarradio), hacer grandes amigos, conocer un instituto fantástico con compañeros entregadísimos y alumnos, en general, tremendamente educados, motivados y motivadores. Luego, tuve la chiripa de quedarme otro año más.

En mi primer curso en el instituto hube de adaptarme rápidamente a un cambio de ciudad (y comunidad autónoma), de forma de vida y a una nueva (y mejor) manera de enseñar (todo ello, aliñado con la presión, estúpida pero, me temo, inevitable, que supone ser un profesor en prácticas). Por suerte, conté con el apoyo de un equipo directivo que facilitaba la labor de todos, unos compañeros colaborativos y divertidos y, todo sea dicho, unos grupos de alumnos más que predispuestos a dejarse guiar aunque fuera dando tumbos por el temario y los proyectos educativos. Nunca se lo agradeceré lo suficiente a todos ellos.

Diría que, teniendo en cuenta todo lo anterior, en mi primer curso me quedaría un 6 de media, sobre todo por no haberme apuntado al periódico del instituto (ni, por tanto, haber valorado bien el trabajo de los alumnos de 3º que formaban parte de él), por haber podido/debido hacerlo mejor como tutor y por no haber sabido conectar bien con uno de mis grupos a pesar de estar formado por alumnos encantadores.


En el curso actual, que ahora termina, creo que he mejorado muchísimo en la organización de clases, exámenes y tareas, en mi labor tutorial, que he evaluado de forma mucho más justa, clara y global y, sobre todo, que he podido llevar a cabo más y mejores proyectos, tanto los diseñados por Nacho Gallardo (el “special One” de los Premios Educativos) como otros del Programa de Creatividad Literaria de la Junta de Andalucía y algunos que se me iban ocurriendo y colgaba en este blog. Me pondría un 7,5 o puede que hasta un 8, quizás porque (en general, aunque habrá quien no piense lo mismo) suelo ser bastante blando evaluando.

Además de, ante todo, haber aprendido la importancia de la enseñanza cooperativa y de la VERDADERA y auténtica atención a la diversidad, algunos de los proyectos de cuya realización me he sentido especialmente orgulloso han sido los siguientes:

-Cualquier mínima ayuda que haya podido prestar al (premiado) Proyecto EcoEscuela del IES Chaves Nogales.

-Toda colaboración con el Departamento de Orientación para solucionar conflictos en mi tutoría, en mis cursos o, sencillamente, en el centro.

-Adaptación de actividades del Programa de Creatividad Literaria

-Blog de Creatividad Literaria del IES Chaves Nogales

-Creación del blog Hooligans Ilustrados (y las tareas del itinerario de lectura de 3º)

-Proyecto Final de ICO: Entrevistas 3x3x3 (diseñado por Nacho Gallardo)

-Participación en El País de los Estudiantes con "El Heraldo del IESChN" (dirigido por José Luis Fernández, Paqui Izquierdo y los voluntarísimos alumnos-periodistas voluntarios) y "El PeriódICO Andar y contar"(con los alumnicos de 3º de Información y Comunicación)

-Poesía social en Memes (proyecto diseñado por Nacho Gallardo para la Semana Cultural del Instituto)

-Carta abierta al futuro/pasado

-Preparación, realización, maquetación y publicación de una entrevista a Antonio Agredano con los alumnos de ICO

-Charla con Antonio Agredano dentro del Ciclo "Conferencias para el futuro" de 1º de Bachillerato (organizado por mis compis Jara y Marta):


-Realización de la actividad "Del revés y la inteligencia emocional" para las tutorías

-Reflexión de los alumnos sobre la relación entre internet y la prensa

-Participación en la elaboración del (premiado) Proyecto Re-Generación del 98



-Participación en el Proyecto Telemedievo (diseñado por Nacho Gallardo)

-Colaboración en el Proyecto Editoriales (y los Libros que no existen), también de Nacho Gallardo.

-Cualquier colaboración que hayan podido tener mis alumnos en los blogs de Chlengua, en el Ágora del IESChN o con sus reseñas en Lectores.

-Donde vive la gente (reportaje sobre Sevilla Este partiendo de un artículo de Pablo García Casado)


En junio, poco después de haber hecho las medias de los alumnos, hice la mía. Muchos de esos alumnos ahora tienen que recuperar mi asignatura (de nuevo, mucha suerte). Ahora me doy cuenta de que, igual que a cada alumno se le entregó un informe detallado de lo que debía recuperar y cómo hacerlo, debería haberme hecho uno similar que me permitiera seguir puliendo fallos. En fin, es lo que decía al principio: queda mucho por aprender y mejorar.

Ahora toca intentarlo en otro sitio. Gracias a todos por la colaboración, el apoyo, la comprensión, el respeto y la buena disposición incluso en los momentos malos, que alguno hemos tenido. Y por las risas, que también ha habido. Por cierto: que no falten.



*1 Por especificar un poco, lo que más me ha sorprendido es la madurez de muchos alumnos que, a pesar de haber tenido unas notas, seguramente, decepcionantes conmigo (incluso suspensos) han mantenido la amabilidad y el agradecimiento (¿?) mucho más allá de lo estrictamente necesario. 
También, muchos me han enseñado que, cuando quieres algo, estás dispuesto a cualquier sacrificio por conseguirlo y, otros, que, cuando no se tiene ni idea de lo que se quiere y, por tanto, se cometen algunas tonterías, nunca es tarde para darse cuenta, rectificar y cambiar: lección muy valiosa que espero no olvidar nunca.


Por último, no sé si habré influido algo a que tantos alumnos hayan mostrado su talento literario pero sí sé que ha sido un placer leer a gente como Laura Morillo, Álvaro Salgado, Lorena Monfort, F.J. Cavero, Daniel Jiménez, Laura Rubio, Patricia Morgaz, Manuel Mateo, Alba Carrasco, Alba Naranjo, Óscar Borrallo, Nerea Navarro, F.J. Bravo y un largo etcétera, además de muchos otros alumnos que no tuvieron la mala suerte de tenerme como profe.
Espero que todos sigan escribiendo porque tienen facilidad para hacerlo bien o muy bien y, si se esfuerzan, lo harán incluso mejor: ojalá pueda volver a leer algo suyo que no sea un trabajo de clase.

miércoles, 13 de julio de 2016

"Beatus ille"










El Beatus ille es un tópico literario que supone un homenaje a la vida sencilla y relajada.

Para entenderlo, podríampos definirlo como una especie de "Carpe diem tranqui". Mientras, como en la famosa viñeta de Calvin&Hobbes, el "Carpe Diem" exige euforia en el disfruto de la vida, el "beatus ille" se conforma con olvidar lo malo y vivir tranquilo.


En latín significa "dichoso/afortunado aquel..." y debe su nombre a un poema del poeta romano Horacio

Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca gens mortalium
paterna rura bobus exercet suis,
solutus omni faenore,
neque excitatur classico miles truci
neque horret iratum mare,
forumque vitat et superba civium
potentiorum limina.

Dichoso aquél que, lejos de los negocios,
como la antigua raza de los hombres,
dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus propios bueyes,
libre de toda deuda,
y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de guerra,
ni se asusta ante las iras del mar,
manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios
de los ciudadanos poderosos».

Un ejemplo muy claro es el poema de Fray Luis de León "Oda a la vida retirada" (lo vamos a utilizar para recordar la definición de LIRA.

LA LIRA ES un  tipo de estrofa de cinco versos de la métrica española e italiana, compuesta de tres versos heptasílabos (siete sílabas) y dos endecasílabos (once sílabas) con la disposición 7a, 11B, 7a, 7b, 11B.

Fue introducida en la literatura italiana por el poeta Bernardo Tasso, en sus Amori (1534). En la lírica española fue introducida por su amigo, el poeta toledano Garcilaso de la Vega, en su "Oda a la flor de Gnido", que compuso cuando se hallaba en Nápoles entre 1532 y 1536. Esta forma estrófica tomará el nombre del término lira que aparece en el primer verso del poema:
Esta estrofa, que Garcilaso usó solamente una vez, será empleada repetidamente por Fray Luis de León y San Juan de la Cruz.

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruïdo
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!       

  Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.            

  No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.                

  ¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas y mortal cuidado?               

  ¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.                 

  Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangre ensalza o el dinero.          

  Despiértenme las aves
con su cantar süave no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno abritrio está atenido  [...]        
También es muy conocida esta obra del poeta barroco Luis de Góngora, que aquí parte de un refrán popular ("ande yo caliente y ríase la gente") para elaborar un poema de homenaje a la vida tranquila alejada de las intrigas de la corte con un estilo más sencillo de lo habitual en él.

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días 
mantequillas y pan tierno;
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente. 

Coma en dorada vajilla 
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente, 
y ríase la gente. 

Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y ríase la gente. 

Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles,
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena 
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente. 

Pase a medianoche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama,
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar 
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente. 

Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada, 
do se juntan ella y él,
sea mi Tisbe un pastel
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente. 

(Ejemplo más actual de "Beatus ille" en un poema de Félix Moyano)

De una forma libre, como ves, se puede considerar que se reinterpreta este tópico en ejemplos donde se da más importancia a una vida tranquila y sin sobresaltos que a la búsqueda ambiciosa de la felicidad más o menos material. Sería el caso de este gran poema de Carmen Jodra:




Personalmente, siempre me ha gustado esta canción de John Lennon en la que refleja su vida después de la separación del grupo de pop más famoso e importante de la historia de la música, The Beatles. En general, Lennon optó (con matices) por centrarse en una vida familiar alejada de la fama y el éxito, como queda retratado en este tema:





martes, 5 de julio de 2016

"¿FALTA ALGUIEN?"

 Resultado de imagen de las sinsombrero
"Un joven profesor de literatura, que también es investigador y escritor, Jairo García Jaramillo, incluye desde hace tiempo en sus clases de literatura una serie de ejercicios que ejemplifican lo que él llama la teoría de los puntos ciegos en la historia.
Jairo propone a sus estudiantes de tercero de la ESO que escriban una redacción. Los temas pueden ser variados, pero siempre tienen un eje común, la historia literaria. Una vez sus aplicados alumnos y alumnas terminan el trabajo, el joven profesor, ejerciendo una contemplativa coreografía muy ensayada, camina entre los pupitre metálicos, con cierto aire de misterio; "Marcos..." -el alumno entrega su trabajo-, "Javier..." -el maestro da las gracias-, sus pasos se desplazan entre un aula expectante y silenciosa... pasa por delante de María, Azucena y Gloria, pero no hay gesto, ni mirada... no hay movimiento impertinente, simplemente ignorancia calculada. Las chicas se miran sorprendidas, sonríen porque, a pesar del "feo", confían en su profesor. "José Antonio..." -a él, el profesor le recoge la redacción en la propia mesa-. Pero ni a Carmen, ni a Cristina, ni tampoco a Ana se les pide que entreguen su trabajo... Al final del acto, el maestro pregunta: "Bueno, ya están todos, ¿no?". El aula se llena de risas nerviosas, de cierta incredulidad. Las alumnas, todas ellas de una juventud maravillosa, no se atreven a increpar a su profesor, son respetuosas, aunque algo en su alma les contradice, el cruce de sus miradas así lo pronostica. El profesor insiste, como buen removedor de conciencias: "¿Qué sucede? ¿Es que acaso falta alguien?". De repente una voz diminuta, pero con esa fuerza de quien sabe que algo no está bien, pronuncia: "Faltan las mujeres", que no las chicas, ni nosotras, ni Ana, ni Cristina, ni Carmen, ni Gloria, ni Azucena, ni María... sino las MUJERES. "¿Y quiénes sois vosotras?", esgrime provocador de nuevo el profesor... Y con la satisfacción del trabajo bien hecho, sentencia: "Así se construye la historia, compañeros".
(Tània Balló. Las Sinsombrero).

sábado, 2 de julio de 2016

"El tesoro de la isla": una lectura recomendada (para el verano y para el resto de la vida)




El tesoro de la isla, de Juan Ramón Santos, es mucho más que una novela juvenil entretenida y actual que sirve como homenaje a, ya lo habréis adivinado, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson.
Cuenta la historia de Santi Alcón, su encuentro con Juan Plata "El Largo" y, por tanto, su descubrimiento de la literatura "grande" o "de mayores", y todo lo que ello supone en su vida. Es decir, una novela de aventuras metaliteraria que te entretendrá y te llevará, seguro, a otros libros, a otros autores, a otras aventuras en el infinito hilo que supone la lectura que, como diría Homer J. Simpson, es la "causa y solución de (casi) todos los problemas del mundo".

Aquí os dejo una entrevista con el autor en el periódico de un instituto por parte de los alumnos.

Y, a continuación, un capítulo representativo del libro:

10. De polizón a grumete

Nada más entrar en el colegio palpé el bulto de la navaja sobre la tela del bolsillo para asegurarme de que estaba en su sitio, dispuesta para el combate. Los verdes ojos de bronce de don Cipriano Gruñón me observaron indolentes mientras, con los cinco sentidos alerta, atravesaba el claustro y entraba en la biblioteca. No había rastro del guardián de San Cipriano, pero no quería que el tipo pensase que pretendía robarle. Por eso me aguanté las ganas de curiosear entre los libros y comencé a buscarlo asomándome a las aulas, vacías, arrasadas, gritando a cada paso con cautela:
–¡Oiga, oiga!
Pero sólo me respondía el eco débil y amortiguado de mi propia voz.
Había recorrido en vano toda la planta baja y me disponía a subir a la primera cuando escuché la voz ronca a mi espalda preguntándome:
–¿Usas navaja, polizón?
Me di la vuelta sobresaltado, echando mano al bolsillo, y me encontré de frente con él. Sonreía relajado, con las manos apoyadas en la cintura, y su rostro afable me inspiró confianza. A la luz del día me pareció algo más joven que la tarde anterior, aunque tampoco fui capaz de acertar con la edad. Calculé que sería algo mayor que mi padre. Hoy diría que tenía entre 45 y 50 años. Por el pelo castaño alborotado y la hilera de dientes, blanquísima salvo por un brillante colmillo de oro, me pareció en ese momento una suerte de Burt Lancaster venido a menos, maltratado por la vida, algo más delgado y bastante menos musculoso. Vestía una camisa a cuadros amplia, vieja y arremangada que mostraba sin tapujos la interminable y extraña palabra tatuada en el antebrazo –Yoknapatowpha, alcancé a leer, que no a comprender, ese día– y llevaba los vaqueros bastante caídos a pesar del ancho cinturón. Me llamó la atención que caminase descalzo. Quizá por eso se deslizaba con tanto sigilo, cogiéndome siempre a traición. Los pies, más que sucios, los tenía renegridos, y no dejé de darme cuenta, al primer vistazo, de que el izquierdo asomaba acartonado, marchito, sin vida, por la pernera sucia y deshilachada del pantalón.
Sin saber muy bien qué responder, le conté atropelladamente y sin querer dar muchos detalles que mis padres tenían un bar, que a menudo me tocaba servir en la barra, que la navaja era un instrumento de suma utilidad para el camarero común, que me gustaba tenerla a mano y que se me había olvidado dejarla en la cocina al salir.
–Está bien, muchacho. En la vida es bueno ir bien armado. Pero te digo por experiencia que las armas no son siempre las mejores armas, que ni las blancas ni las de fuego... –comenzó a divagar en tono altisonante, pero al momento optó por abortar el discurso y, cambiando de tema, me susurró–: Anda, ven conmigo, que te voy a enseñar mi rincón de lectura.
Lo acompañé por los polvorientos pasillos de la planta baja, bajamos al pequeño patio del parvulario y, antes de salir, abrió una puerta semioculta bajo las escaleras y entré detrás de él en un pasillo lóbrego y estrecho que parecía no tener fin. Por un momento pensé que me conducía a alguna oscura trampa, a algún lugar subterráneo desde el que nadie podría oír mis gritos de dolor, e instintivamente arrimé de nuevo la mano derecha a la navaja, pero justo en ese momento, sin volver la cara, como si fuese capaz de averiguar mis intenciones, me advirtió:
–No tengas miedo, polizón. No voy a hacerte daño. Y no te preocupes, que ya hemos llegado.
Y de un empujón abrió una portezuela metálica, salpicada de herrumbre, que chirriando nos dejó entrar en una sala amplia, abovedada y razonablemente limpia. Tenía a la altura de las vigas sendas hileras de ventanas por las que se filtraba una luz clara y densa que parecía inundarlo todo sin alterar la agradable frescura que flotaba en el ambiente. El lugar estaba vacío salvo por un jergón tirado en una esquina, dos o tres pilas de libros y una silla de playa descolorida y surcada de jirones por los que asomaba una espuma sucia y sutil.
–Son mis últimas adquisiciones. Están pendientes de lectura –me aclaró al descubrir mis ojos clavados en las torres de libros, y con el orgullo y la suficiencia de un terrateniente comenzó a contarme–: Por las mañanas me gusta leer en la biblioteca, porque de la calle entra una luz muy agradable, pero por las tardes, en verano, se está mucho mejor aquí. Hay mucha claridad y se está muy fresco. Lo único malo es que tengo que andar para arriba y para abajo con la silla. Voy a tener que comprarme otra, aunque no sé si encontraré otra tan cómoda como ésta –fue contándome deprisa, sin hacer pausa ni tomar aire, hasta que se le acabó el resuello y después de una honda carraspera concluyó–: ¿A que es un sitio estupendo?
Pero sin darme tiempo a opinar ni a recrearme en la dudosa maravilla del lugar, me urgió:
–Ahora vamos a lo nuestro, a lo que nos interesa. Sígueme, polizón. Vamos a la biblioteca.
Y echó a andar por el lóbrego pasillo de regreso a la primera planta. Como ya he contado, con la pierna izquierda dibujaba al caminar una extraña figura parecida al salto del caballo de ajedrez, pero sus andares eran tan rápidos y ágiles que, lejos de constituir una tara o un obstáculo, aquello más parecía un capricho, una gracia, una manía adquirida a lo largo de los años que, además, parecía servirle para tomar impulso y ganar velocidad en sus desplazamientos. Con ello quiero decir, en definitiva, que me costó un enorme esfuerzo –en aquella y en otras ocasiones en las que se echó a andar arrebatado– mantenerme a su altura, y que casi tuve que correr detrás de él para no perderlo. Por eso no pude concentrarme en la entusiasmada homilía que, de camino, fue desgranando entre dientes, aunque tampoco estoy seguro de que hablase conmigo, pues, como con el tiempo pude comprobar, no era raro que, a la primera de cambio y en medio de cualquier conversación, se enfrascase en extraños diálogos, cuando no en encendidas discusiones consigo mismo, sin importarle lo más mínimo la opinión o la mera presencia de interlocutores o testigos.
No paró de hablar, como digo, en todo el camino, pero al llegar a la biblioteca se calló de repente, dejando que aquella maravilla, la joya de su corona, hablase por sí sola, y se limitó a hacer de nuevo el amplio y seductor gesto con el brazo derecho que yo ya conocía de la tarde anterior, con el que parecía querer abarcar y al mismo tiempo ofrecerme su magnífica librería. Sea como fuera, la puesta en escena tuvo su efecto y, hechizado y boquiabierto, como si me acercase a ellos por primera vez, eché a andar hacia los estantes mientras el tipo me acompañaba orgulloso con la mirada.
–Tampoco te engañes, polizón. Hay mucha purrela –me advirtió, y para demostrar que no había falsa modestia en ello, me explicó–: La mitad son viejas enciclopedias, catecismos, misales, vidas de santos, cosas que quedaron abandonadas en el colegio, aunque también hay anuarios, manuales, novelas de amor y libros escolares que me he ido encontrando en la basura y que rescaté y puse a buen recaudo porque, me interesen o no, no puedo soportar ver libros tirados por ahí, y es que, como decía Sansón Carrasco, «no hay libro tan malo que no tenga algo de bueno»… Aunque en realidad eso ya lo había dicho muchos siglos antes Plinio el Joven... –recapacitó, y se enredó en un discurso descabellado que primero dejé de entender, luego, de escuchar, y que al final tan sólo reverberaba en mi mente como el agua cantarina de un arroyo mientras, arrodillado delante de las estanterías, iba leyendo uno por uno los títulos de los libros.
Es cierto que había varias enciclopedias viejas y obsoletas, de tiempos del Imperio Austrohúngaro, pero no por eso menos interesantes. En unos casos estaban completas, en otros, seriamente diezmadas, reducidas a la breve colección de unos pocos tomos desperdigados. También había bastantes libros de la congregación religiosa que regentaba antiguamente el colegio, así como novelas de amor, libros escolares de geografía, de gramática, de historia, de lengua, de matemáticas o de todo a la vez y otros ejemplares de lo más variopinto, ocupando cerca de la mitad del espacio. Era en la otra mitad donde se amontonaban, sin aparente orden ni concierto, los auténticos libros del guardián de San Cipriano, muchos en otras lenguas, inglés, francés, alemán, portugués y algunas otras que no logré identificar. Había muchas novelas, pero también relatos, poesía, ensayos, atlas y libros de arte, aunque juraría que entre tanto libro no fui capaz de encontrar ni un solo autor, ni un solo título –aparte, claro, de Moby Dick– que me resultase conocido.
El tipo siguió hablando solo durante un buen rato, pero luego se calló y permaneció callado mientras yo agotaba mi ronda de reconocimiento. Al terminar me volví y lo encontré en cuclillas en el suelo, observándome satisfecho, con una sonrisa de oreja a oreja.
–Vamos, muchacho, dime, ¿qué te apetece leer?
–No lo sé. La verdad, no me suena ningún título–le respondí con toda franqueza.
Se rascó entonces la barbilla y, aún en cuclillas, me preguntó:
–Vamos a ver: ¿tú qué lees, muchacho?
–No sé. Libros de los Cinco, de los Hollister, de los Tres Investigadores, de los Siete Secretos...
–¡Mucha gente es esa para un solo libro! –me interrumpió entonces con sorna.
–Son libros diferentes –le aclaré con toda inocencia, pero, sin atender mis explicaciones, me preguntó:
–Dime, ¿qué edad tienes?
–Trece años.
–¡Trece años! –exclamó echándose exageradamente las manos a la cabeza– ¿Y no has leído a Chesterton, a Edgar Allan Poe, a Robert Louis Stevenson?
–No, señor –contesté instintiva, ridículamente marcial.
–¡Por las orejas de Belcebú! ¿Ni siquiera has leído La isla del tesoro?
–Sí, La isla del tesoro me la regalaron cuando era pequeño, tenía unos dibujos…
–¿Y a Emilio Salgari? ¿Y a Julio Verne? –me interrumpió de nuevo.
–A Salgari, no, pero he visto las películas de Sandokán. De Julio Verne sí he leído algo. Tengo Los hijos del capitán Grant y Cinco semanas en globo en unos libros muy pequeñitos...
–¡Demonios! Todo esto me huele a esas malditas adaptaciones infantiles... –masculló meneando al cabeza– ¿Y Alicia en el país de las maravillas?
–El cuento de Alicia sí que lo he leído.
Pero mis respuestas no debieron de convencerle demasiado porque, sin dejar de menear la cabeza ni de rascarse la barbilla, repitió varias veces como pensando en voz alta:
–Algo es algo, algo es algo… Pero no es demasiado. No es suficiente, no –y al cabo de un rato, después de pasear la vista por el techo de la biblioteca sin decir palabra, se incorporó de un salto y, poniéndome su ardiente mano en el hombro, me advirtió–: Tenemos mucho trabajo por delante, muchacho.
Y echándose a caminar en espiral a mi alrededor dibujando círculos cada vez más amplios en el vasto espacio vacío de la biblioteca, fue dictando su diagnóstico:
–Vas a tener que irte olvidando de misterios, investigadores y aventuras de esas, polizón. A ti lo que te va haciendo falta es un poquito de Aujourd’hui mamam est morte, algo de Steppenwolf, un poco de... Aunque quizá sea demasiado intenso, así, tan de pronto. Además, no creo que tenga por aquí nada de eso en castellano. ¿Qué podría yo dejarte que tengamos a mano y que puedas entender? ¿Qué podrías tú leer que… –comenzó a decir sin llegar a cerrar el signo de interrogación, pues antes exclamó entusiasmado– ¡Ya lo sé!, ¡ya lo tengo! –pero no debía de tenerlo tan claro porque al momento, sin dejar de caminar, dándose suaves golpes en la cabeza, se preguntó– ¿Estás loco? ¿Cómo quieres que el muchacho entienda eso si no ha pasado de los cinco investigadores? Este polizón es un chico listo, te lo digo yo –se contradijo defendiendo su aún desconocida propuesta–, a éste no se le pone nada por delante… ¡Tú verás lo que haces! –claudicó, y frenando en seco, cuando ya se había alejado de mí, en su paseo en espiral, unos seis o siete metros, me preguntó desde lejos en voz alta–: ¿Tú confías en mí, muchacho?
–Sí –le contesté de inmediato, aunque cada vez confiaba menos en él, y no porque lo considerase peligroso, sino porque cada vez tenía más claro que estaba loco.
–Pues, verás, te voy a prestar un libro muy especial, pero me tienes que prometer que lo vas a leer con mucha atención y que te lo vas a acabar aunque te cueste algo de trabajo –me dijo mirándome muy fijamente a los ojos, y después de rebuscar entre los libros me tendió un ejemplar pequeño, delgado, amarillento, de aspecto frágil y quebradizo.
La portada era sencilla. Su único adorno era un recuadro marcado por una línea doble, con un símbolo extraño en el medio dibujado a plumilla detrás del cual se insinuaban una mano abierta, una esfera luminosa, un reloj de arena. Debajo del extraño símbolo podía leerse Editorial Losada, S.A, Buenos Aires, y por encima, el nombre de un autor y un título de los que no había oído hablar en mi vida: Jorge Luis Borges, El Aleph.
Tomé el libro de sus manos sin mostrar demasiado entusiasmo. Lo abrí con cuidado y comencé a hojearlo. Olía a viejo. Parecía una colección de cuentos. Ninguna de las dos cosas, ni lo viejo ni los cuentos, me entusiasmaban, pero aun así, me dio, más que miedo, reparo llevarle la contraria y, al cerrarlo, sujeté el libro con decisión contra mi pecho y le di las gracias.
–¿Quieres llevarte alguno más? –me preguntó entonces.
–No, gracias. Creo que con este tengo bastante –le contesté.
–No sabes bien hasta qué punto –me advirtió. Aunque te parezca breve, es de esos libros que se pueden leer tantas veces que acaban pareciendo infinitos, y no veas si le gustaba a Borges lo infinito...
Pero para entonces yo no tenía ya demasiadas ganas de conversación. Aquel raro libro de cuentos no era lo que yo iba buscando para matar el rato el fin de semana, pero no me atrevía a contradecirlo, y me sentía algo decepcionado. Quizá por eso su inagotable letanía me empezó a resultar insoportable y, tratando de cortar en seco, le pedí la hora, y, para no resultar demasiado brusco, le conté lo sucedido la noche anterior, que estaba castigado y que no me convenía regresar tarde para no enfadar de nuevo a mis padres
Entonces el tipo comenzó a doblarse, a estirarse, a realizar extraños movimientos, a jadear, a resoplar, y lo miré atónito, sin saber muy bien qué le sucedía, hasta que, por fin, logró sacar de un ajustado bolsillo del vaquero un reloj de cadena.
–El tiempo hay que cuidarlo bien, grumete: al final es lo único que tenemos –me dijo como para justificar tanta contorsión antes de abrir la tapa plateada del reloj, en cuyo interior me pareció ver la fotografía en blanco y negro de una mujer, antes de oírle decir–: Las nueve menos diez.
–¿Ya son las nueve menos diez? –exclamé sinceramente sorprendido de que hubiesen pasado ya dos horas–. Lo siento, pero me tengo que ir… ¡La que me va a caer!
–No te preocupes, muchacho. Cuando termines de leer el libro, si ya te han levantado el castigo, vuelves y charlamos un rato.
–Hasta otro día –le dije por fin, echándome a correr hacia la puerta.
–¡Corre, grumete, corre! ¡No llegues tarde! –le oí todavía gritar mientras atravesaba a toda velocidad el claustro.

Juan Ramón Santos, 
El tesoro de la isla

martes, 28 de junio de 2016

Tenemos que seguir vivos: no importa cuántos cielos se hayan desplomado

«Nuestra época es fundamentalmente trágica, por eso nos negamos a tomárnosla trágicamente. La catástrofe ya ha sucedido; estamos entre las ruinas, intentando construir pequeños y nuevos espacios habitables, creando pequeñas y nuevas esperanzas. Se trata de un trabajo arduo: ya no quedan caminos llanos hacia el futuro y sorteamos y superamos los obstáculos con dificultad. Tenemos que seguir vivos, no importa cuántos cielos se hayan desplomado»

D.H. Lawrence.
El amante de Lady Chatterly.

martes, 21 de junio de 2016

Enhorabuena


Álvaro Salgado resume nuestro Taller de Haikus 2016

A lo largo de la historia ha habido grandes poetas que han conseguido cambiar el mundo con sus pensamientos y sentimientos transformados en palabras.
Lope de Vega, William Shakespeare, Walt Whitman o Pablo Neruda son famosos  poetas (entre otras cosas) que siempre nos han deleitado con sus creaciones, algunas con muchos versos y otras con pocos. Hoy vamos a centrarnos en el segundo grupo y vamos a descubrir un nuevo tipo de poema, diferente a los que estamos acostumbrados.
Estos poemas se llaman “Haikus” y (como algunos pueden haber adivinado por su nombre) son de origen japonés. Sus principales características son que solo tienen tres versos, los cuales tienen un esquema métrico (número de sílabas de cada verso) de 5,7,5. Normalmente no tienen rima y están basados sobre una reflexión que se “obtiene” al observar diferentes aspectos de la naturaleza.
Debido a que son poemas bastante “curiosos” (pues no son los “tradicionales”), los alumnos de 2º de ESO los han estudiado en clase de literatura, y cada alumno ha debido crear algunos haikus. Se han creado una gran variedad de ellos, de los más divertidos y extraños hasta los más hermosos y tristes. Aquí tenemos algunos ejemplos:

Patricia Morgaz (2 G)           Manuel F. Mateo (2G)         Ángel Ruiz (2A)
Pasó el tiempo:                      Un pato feo:                      Con el bolígrafo
se marchitan las rosas             en la charca nadaba            me dedico a dibujar
y el amor se va.                      ¡Qué pena daba!                mi porvenir.

Alba Guerra (2A)                        José Manuel Murillo (2A)         Álvaro Salgado (2A)
Hoy me despierto,                     La oscura noche,                         Muerte soñada,
pienso en lo que me espera         algo está escondiendo:               guerra de luz y luna,
y retrocedo.                              como el día.                               vida temida.

Aunque algunos están más trabajados que otros, lo importante es que los alumnos han aprendido más acerca de la cultura japonesa, han fomentado su creatividad literaria y, sobre todo, se han divertido aprendiendo.
 Álvaro Salgado Vega informando para EL Heraldo del IESChN 

miércoles, 15 de junio de 2016

"Carpe diem"





 

 


"Carpe diem" en latín significa "aprovecha el día" (aunque sería más natural traducirlo por "aprovecha el momento") y, además de un tatuaje cutre y muy común, es un tópico literario (es decir, una forma de entender el mundo muy habitual en distintos autores, épocas y estilos de la literatura) que consiste en animar al lector a que se centre en disfrutar del presente... antes de que sea demasiado tarde.

CARPE DIEM
Nunca trates, Leuconoe (sacrílego es saberlo)
de averiguar el fin que nos tiene los dioses
reservado, ni sondees las cifras babilonias.
¡Cuánto mejor será pechar con todo lo que vaya
a ocurrir! Ya sea o no este invierno que al Tirreno
bate contras las costas, el último que Júpiter
te deje, has de saber estar; bebe tus vinos
y modera esas largas esperanzas, ya que la
vida es corta. Mientras aquí charlamos vuela el tiempo,
envidioso. Así que atrapa el día y no te fíes
ni un pelo del que viene.
(Versión de Víctor Botas del poeta clásico Horacio)



Es decir, es una invitación a aprovechar la juventud, la belleza, a no preocuparse por el futuro ni agobiarse por las obligaciones... O, dicho de otra forma, una forma más culta de las incitaciones coloquiales como "a vivir, que son dos días", "lo que no mata, engorda", "más se perdió en la guerra y volvieron cantando" o "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy".

Es un tópico clásico, es decir, que viene de la cultura clásica grecorromana y, como tal, se retoma con muchísima fuerza en el Renacimiento. Hay innumerales ejemplos, pero quizá los versos que mejor lo sintetizan son estos del poeta español Juan del Enzina (1468-1529):

Hoy comamos y bebamos
y cantemos y holguemos,
que mañana ayunaremos.

Como ya hemos explicado anteriormente, los tópicos literarios son métodos para expresar sentimientos o sensaciones usados muy habitualmente en poesía (porque se conocen y se sabe que funcionan). Es decir, una especie de juego "metaliterario" (o literatura que remite a otra literatura) entre escritores y lectores. 

Espero que esta presentación te ayude a entenderlo...

...Aunque, en el caso de que no, probablemente sí lo consiga esta otra de la alumna de 1º de Bachillerato Andrea de la Loza (de cuyo blog, de paso, cojo prestada la siguiente imagen. ¡GRACIAS, ANDREA!):




Carpe Diem! Aprovecha el día,
no dejes que termine sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber alimentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar al mundo.
Porque pase lo que pase, nuestra esencia está intacta.
Somos seres humanos llenos de pasión.
La vida es desierto y es oasis.
Nos derriba, nos lastima, nos enseña,
nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia.
Aunque el viento sopla en contra, la poderosa obra continúa,
tú puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar, porque sólo en sueños
puede ser libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores, el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes. Huye.
«Emito mi alarido por los techos de este mundo»
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples,
se puede hacer poesía bella sobre las pequeñas cosas.
No traiciones tus creencias.
Todos necesitamos aceptación.
Pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta el pánico que provoca tener la vida por delante.
Vívela intensamente, sin mediocridades.
Piensa que en ti está el futuro y encara la tarea
con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes pueden enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron,
de nuestros «poetas muertos»,
te ayudarán a caminar por la vida.
La sociedad de hoy somos nosotros,
«los poetas vivos»,
no permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.
Walt Whitman

Resulta también un claro carpe diem esta canción de Ariel Rot:

Estoy cansado de pedir perdón,
temblando contra el paredón
o escapando sin aliento.

Sufrir esperándolas venir:
en la cama del fakir
cada noche es un tormento.

Entonces celebremos que ahora estamos aquí 
celebremos que hoy estamos juntos aquí 
jamás podrán robarnos este momento. 

Subir para después bajar
y volverme a enredar
en mis malos pensamientos.

Morir, todos vamos a morir, 
pero no quiero escribir 
cada día un testamento. 

Entonces celebremos que ahora estamos aquí 
celebremos que hoy estamos juntos aquí 
jamás podrán robarnos este momento. 

Y es que de nada sirve anticiparse a los golpes que vendrán
al próximo nubarrón, al siguiente vendaval...

Entonces celebremos que ahora estamos aquí 
celebremos que hoy estamos juntos aquí 
jamás podrán robarnos este momento. 


O "Baile de ilusiones", otra canción del mismo autor que, basándose en una analogía (metáforas relacionadas entre sí) dice esto: Y el que tenga un amor, que lo cuide/ y que mantenga la ilusión/ porque la vida es un baile de ilusiones.../ y el que no baila está muerto.



Pero probablemente donde mejor se aprecie sea en esta canción de Joaquín Sabina en la que nos recuerda mil razones para seguir viviendo (por supuesto, desde su personal punto de vista, porque recordemos que "la lírica es subjetividad"):

 

PLAGIO CREATIVO: 

Como has visto, el Carpe Diem es un tópico muy habitual en el arte y numerosísimos poetas o autores de canciones han realizado su adaptación a la hora de enumerar los motivos por los que merece la pena olvidar los problemas y disfrutar el presente.
Pues bien, ha llegado TU TURNO: deberás escribir tu propia actualización del tópico de Carpe Diem.

La forma queda a tu elección: puedes escribir un soneto, un romance, un haiku, utilizar versos libres o un poema en prosa.

Simplemente recuerda que debes mostrar gran optimismo, ganas de vivir y dar motivos (subjetivos) que supongan una alegría.

Cuando lo hagas, corrígelo (recuerda que la inspiración es importante pero el trabajo lo es mucho más), léelo en voz alta, comprueba que "funciona" o emociona y pégalo en los comentarios.

EL REVERSO DEL CARPE DIEM ES OTRO TÓPICO LITERARIO, TAMBIÉN MUY UTILIZADO Y BASADO EN LA IDEA DE QUE LA VIDA ES BREVE...

Milhouse somos todos


lunes, 13 de junio de 2016

No habré vivido en vano.


Si yo puedo evitar que un corazón se rompa,
no habré vivido en vano.
Si puedo mitigar un sufrimiento,
o calmar un dolor,
o siquiera ayudar a un desvalido pájaro
a que vuelva a su nido,
no habré vivido en vano.
(Carta al mundo,
Emily Dickinson)