lunes, 10 de febrero de 2025

¡¡MONTOYA, POR FAVOR!!


 

¡¡MONTOYA, POR FAVOR!!

La secuencia de La isla de las tentaciones en la que Montoya ve en directo cómo su novia Anita se mete en la cama —y no para dormir— con un tentador reincidente, es un fenómeno internacional. Sucede como les cuento: Montoya, acompañado por Sandra Barneda, es invitado a ver en directo algunas imágenes de su novia, y coincide con que ella está manteniendo relaciones sexuales con un cazadamas llamado Manuel. Montoya corre por la playa, con rayos y truenos de fondo, hasta llegar a la villa donde está teniendo lugar la infidelidad. La Barneda, con su estilismo de cariátide, grita: “¡Montoya, por favor!”. Montoya llega a la piscina gritando y Anita desmonta a Manuel para ir a insultar a su novio (no, yo tampoco lo entiendo), quien va a la playa a berrear “¿Por qué?”. Anita pregunta “¿Qué dice?” y tres personas, entre ellos Manuel, responden al mismo tiempo “Por qué”. La Jezabel catalana cambia de opinión y corre, entre lágrimas, al encuentro de su apaleado novio. Esta secuencia tiene un poderío dramático que ya quisieran muchas películas. Pero claro, los extranjeros no nos conocen demasiado, y la exaltación romántica unida a la vulgaridad se les hace exótica: esos somos nosotros.



El clip ha dado la vuelta al mundo y ha sido usado por cuentas de equipos de fútbol, baloncesto, Fórmula 1, por actores, influencers, y empresas de todo tipo y condición. Gente de todas partes ha pedido traducción y se les ha concedido. Semejantes vocablos y acentos solo puede entenderlos un hablante nativo. No puedes traducir ese “Zarta la gamba”. Les fascinaba sin entender lo que decían, y entendiéndolo, mucho más. Ha salido hasta en The Guardian. Montoya ya es una celebridad efímera, pero mundial. No tiene que ser plato de buen gusto que tu dolor se convierta en un meme, y sin embargo es difícil ignorar la comicidad de semejante momento.



Por estas cosas los realities funcionan; cuando creemos que ya no dan más de si, te sorprenden con algo tan profundamente humano como inexplicable en el contexto de la vida civilizada. Por otro lado, Penélope Cruz, Pedro Almodóvar, Julianne Moore y Tilda Swinton no comparecen en la gala de los Goya. Dicen que están malos. Sospechaba que era para no responder a nada relacionado con Karla Sofía Gascón. La realidad, seguro, es más cruel: saben que jamás podrán competir contra algo tan contundente como el grito de “¡Montoya, por favor!”.

Jimina Sabadú 10/02/2025 EL PAÍS

“¡Me has reventado por dentro!” y por qué siempre caemos para castigarnos después

La isla de las tentaciones es un programa que exhibe las miserias del amor romántico, un programa en el que todas las parejas que participan comparten la misma mirada sobre sus respectivas relaciones (siempre heterosexuales y monógamas) y sobre los celos, que son percibidos y elaborados de manera homogénea (todos los concursantes, en cada edición, reaccionan de formas parecidas: magia de casting, de montaje o de guion). Pero, más allá de lo que el programa muestra sobre la fragilidad de ciertos vínculos, cabe preguntarse qué necesidad tenía Montoya, presunto enamorado, de participar en un reto tan extravagante, de arriesgarse a que sucediera, precisamente, lo que sucedió.

En 2020, el filósofo Eudald Espluga publicó un artículo en El Salto Diario defendiendo que el programa no es un reality sobre el amor romántico, sino sobre realización personal: “Se dedica a explotar la ideología terapéutica sobre relaciones tóxicas y dependientes, bajo el prisma de la autosuperación y la racionalidad instrumental. En este sentido, se puede decir que es un hijo legítimo del capitalismo emocional”. La cosa ha ido a más y, en la edición actual, Sandra Barneda usa decenas de expresiones muy parecidas a las que llenan los manuales de superación y autoayuda, esos libros que últimamente contienen trazas de estoicismo: “Os lo dije desde el principio: esto no iba a ser fácil”, o “esta experiencia no tendría sentido sin mirar de frente a la tentación” son algunos de los mensajes que la presentadora lanza a los concursantes, que contestan con distintas variaciones de “me estoy poniendo a prueba”.

En otro momento del episodio, Montoya dice entre lágrimas: “Todo esto es inhumano”. Sin embargo, sea en forma de estrambótico reto individual dentro de un programa que sigue las narrativas del capitalismo emocional, o con cualquier otro formato, no hay nada más humano que inventarse pruebas innecesarias, que construir deseos y, a la vez, poner en marcha el complejo dispositivo que censura y castiga esos mismos deseos. De las más estrictas normas religiosas a los más exigentes desafíos deportivos, continuamente estamos sometiéndonos a exámenes más o menos arbitrarios que nos colocan al límite de nuestras fuerzas. Desde la manzana de Eva (que obviamente aparece en las cortinillas del programa) llevamos milenios escindidos entre el deseo y la culpa, preguntándonos por qué deseamos lo que nos hace daño (o viceversa) y por qué que levantamos estructuras sociales (y realities) para condenarlo.

Deseo, culpa y autosabotaje

Aunque el deseo y la culpa sean el motor oculto de casi todas las ficciones, parece que, durante los últimos años, se habla sobre ellos más explícitamente. Podría tratarse de una obsesión generacional: la serie Cardo, escrita y dirigida por Claudia Costafreda; Elige tu propia aventura, el último disco de Carolina Durante, o las novelas Matar el nervio, de Anna Pazos, y Animales pequeños, de Mercedes Duque, tienen en común que son obras creadas por autores nacidos en los noventa y que, además, exploran unos ciclos de deseo y culpa que dejan a los personajes extenuados, al borde de la autodestrucción. Por una vez, incluso Bad Bunny en el tema Debí tirar más fotos se muestra melancólico y arrepentido.

“Lo siento, pero he decidido / Joderme la vida, que es más divertido”, canta Diego Ibáñez, de Carolina Durante, en uno de los temas de su disco, y parece que por su boca también habla María, la protagonista de Cardo (en la que Ibáñez, por cierto, participa como actor). “El riesgo que asume María es un riesgo que está asociado a tapar, a escapar, es decir, no es un riesgo tan consciente: hay algo de no afrontar ciertas frustraciones, de no ser honesto con uno mismo, que te aboca a los riesgos de una manera impulsiva”, explica Costafreda. “El deseo tiene que ver con el riesgo, tanto en las cosas a las que nos empuja la sociedad, como ser ambicioso en el trabajo, como cuando nos ponemos en situaciones de consumo de alcohol, drogas… Esto último para mí es una anestesia para no asumir otro riesgo mayor: el de ser honesto con uno mismo, el de mirar a tus propios fantasmas”.

El deseo de llevar cada situación al límite (desde una relación romántica hasta una noche de fiesta) es el que empuja a asumir ciertos riesgos (como el de la destrucción de la pareja en la que desemboca cualquier temporada en La isla de las tentaciones), pero, ¿y si esos deseos son imposiciones sociales? “Existen deseos impuestos que nunca se satisfacen porque están creados por el mercado o la sociedad y son, desde el principio, imposibles de satisfacer”, responde Mercedes Duque que, además de novelista, es antropóloga.

Uno de los aspectos más perversos de La isla de las tentaciones (que funciona como una sociedad en miniatura) es que, después de haber alimentado el deseo de los concursantes hacia los tentadores, castiga —con el juicio del espectador y la mirada de la pareja— a quien lo realiza. No obstante, el programa no tendría interés si los concursantes no cayesen en las tentaciones y ellos mismos están convencidos de que su objetivo es el de acercarse y exponerse a los encantos, melenas y músculos de los tentadores y tentadoras tanto como sea posible, pero sin llegar a rozarlos. Otro ejemplo cotidiano de esa misma lógica condenada al fracaso es el autoengaño que permite a alguien asegurar que determinada noche no saldrá de bares cuando, a su alrededor, todo el mundo sabe que terminará volviendo a casa al amanecer. Así que, desde el sofá, es fácil opinar que los concursantes saben desde el principio lo que va a pasar y que, si realmente no quisieran que ocurriera, sencillamente no se habrían presentado al programa o, una vez dentro, no se dedicarían a “ponerse a prueba” una y otra vez.

Sin embargo, cuando Georges Bataille, uno de los filósofos franceses que más han profundizado en el deseo erótico, escribió en 1957 que “la transgresión no es la negación de lo prohibido, sino que lo supera y lo completa”, estaba pensando en procesos inconscientes. Quizá, cuando las parejas de La isla de las tentaciones establecen pactos y normas intuyen que esas leyes solo cobrarán verdadero sentido cuando sean quebrantadas (porque, si no, no habrían viajado hasta allí), pero, muy posiblemente, no sean conscientes de ello.

Lo que merece la pena y lo que no

Los deseos impuestos y nunca satisfechos generan ansiedad, y la ansiedad se retroalimenta y da lugar a esos bucles de autosabotaje de los que es tan difícil escapar: “Yo me he autosaboteado mucho, pero siempre lo he maquillado con la idea de vivir intensamente”, confirma Costafreda. “Lo que estoy aprendiendo es que es algo intergeneracional, dinámicas que se repiten porque estamos metidos todos en una especie de turbina. Adictos, por ejemplo, hay en todas las edades, eso es significativo. Cuando hicimos Cardo, muchos medios la calificaron de serie generacional, y lo es en el sentido de las costumbres que tienen los personajes: cómo hablan, dónde viven… pero también vinieron muchas personas de otras generaciones que decían haberse sentido muy identificadas: hay conductas que son comunes a todos”, señala la creadora.


Como sabemos que todo deseo (tanto los más naturales o espontáneos como los más dirigidos) termina teniendo consecuencias sociales, siempre acaba siendo sometido al filtro de la razón: “Cuando racionalizamos el deseo, empezamos a hacer otro tipo de cálculos y a plantearnos si merece la pena o no. Ahí es donde está el truco, en ese merece la pena. Quién nos dice qué es lo que merece la pena o qué debemos perder o arriesgar por algo que deseamos. Esas normas que se nos imponen son las que miden hasta dónde puede llegar nuestro deseo o hasta dónde nuestro deseo es real o ha sido impuesto”, continúa Duque.

En su ensayo Elogio del riesgo (Paradiso, 2021), la filósofa Anne Dufourmantelle escribe que el riesgo puede ser revolucionario. Frente a los partidarios del riesgo como herramienta empresarial o como actitud egoísta que puede lograr ventajas sobre los demás (ese capitalismo emocional ya mencionado que anima a “explorar tus límites”), la pensadora francesa defiende el riesgo que aparece como consecuencia de “esa cosa evanescente que llaman deseo” y que también puede ser deseo de justicia o de escapar de las normas sociales. Eso sí, tal y como advierte Duforumantelle, todo deseo cumplido, toda “vida singular”, tiene un precio: la culpa.


“La culpa atraviesa el deseo”, confirma Duque. “Y no lo hace de manera natural o innata. La culpa no está considerada un sentimiento primario, como lo son el enfado, la alegría o la tristeza. La culpa es algo que nos han enseñado y que también está directamente relacionado con nuestra cultura. Pienso en ese rezo que se aprende con siete años: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. ¿Pero qué culpa va a tener una niña de siete años? Seguimos relacionando la culpa con el pecado. No es paradójico que la misma sociedad que construye los deseos a la vez los castiga; sino que es un sistema de control”.

Duque está convencida de que no existe ninguna contradicción en el hecho de que los mismos poderes que construyen determinados deseos sean además los encargados de castigar a quienes los cumplen, y La isla de las Tentaciones vuelve a ser un buen ejemplo: los concursantes son empujados (a nadie se le escapa para qué sirve tanta fiesta) al lugar (la infidelidad) en el que después se les reprochará estar durante las hogueras o en tertulias y comentarios en redes. En cualquier caso, se trata de una discusión infinita, uno de esos dilemas fundamentales que dieron lugar a buena parte de la mitología clásica y de la literatura universal y que siempre encuentran un canal en el que actualizarse. En esta ocasión, ha sido Montoya quien corre y grita porque su amada se ha dejado llevar por el deseo sexual, pero, mucho antes, él ya se dejó seducir por el deseo de vivir una aventura en Telecinco.

ENRIQUE REY. 12/02/25


1.1 Indique el tema y las ideas principales del texto. (1,5 p.) [4-5 líneas]

1.2.Redacte un texto argumentativo (introducción, argumentos/contraargumentos y conclusión) partiendo de la tesis o de las ideas relevantes del texto. (1,5 p.) [20-25 líneas]

2 Léxico. Explique el significado que tienen 2 palabras subrayadas. (0,5 puntoS)

3. Comentario lingüístico. (2 p.) [10-15 líneas]



El lado oscuro de La isla: el linchamiento de Anita y su grito desesperado

En toda historia siempre tiene que haber un malo. En La Bella Durmiente era Maléfica, en Blancanieves era la bruja y en cualquier clásico, esos con los que crecemos, nunca falla el lado oscuro. ¡Hasta la esencia de Star Wars es esa! En La isla de las tentaciones, también. El éxito de la octava edición gracias a Montoya tiene un lado bueno y otro malo. El primero, el triunfo de Montoya entre los espectadores y su conversión a un fenómeno mundial, hasta el punto de que Whoopi Goldberg habla de él o Ibai Llanos le invita a echar una carrera por la playa. El segundo, el lado oscuro, el que está viviendo Anita, su pareja en La isla de las tentaciones -dicen que siguen juntos, pero hasta que no acabe el programa todo es un misterio-.

Ella es la Maléfica de esta historia. Es la que ha hecho sufrir a Montoya, es la que le ha puesto los cuernos, es la que no muestra ningún tipo de sensibilidad ni con él ni con sus compañeras, es la que se cree la última Coca Cola del desierto, es, en resumen, la que cae mal. Cuando vas a La isla de las tentaciones sabes que te arriesgas a convertirte, primero, en un meme, pero también en el foco de las críticas. Con eso cuentan y eso se les explica. Sin embargo, nadie está preparado para lo que está ocurriendo en esta edición de La isla de las tentaciones.

Sus redes sociales se han convertido en un hervidero de insultos, menosprecios, incluso amenazas. Una situación que Anita no ha podido aguantar más y ha denunciado públicamente. Mensajes como "ojalá te mueras, tendrías que suicidarte y le harías un favor al mundo, no vales nada"; "eres lo más ruin de la historia"; "te mereces todo lo que te está pasando. Llora, llora más" son el ejemplo de que cuando algo que es puro entretenimiento deja de serlo para convertirse en un infierno. Sí, Anita le ha sido infiel a Montoya, ¿pero de verdad se puede llegar a odiar a alguien tanto como para enviarle mensajes como éste?

"A diario recibo mensajes así. Desear la muerte constantemente son palabras mayores que dicen más de vosotros que de mí. Después sois los primeros que miráis por la salud mental de las personas", ha denunciado Anita Williams en sus redes sociales. Anita no ha querido dejar pasar la oportunidad de contestar a este tipo de mensajes que se repiten en cada publicación de la participante de La isla de las tentaciones, pero también algunas de sus compañeras con las que compartió el reality. Es el caso de Alba, que abandonó La isla de las tentaciones a los dos días de programa: "Sobre este tipo de comentarios deciros que todos somos personas que pasamos duelos diferentes, que no es una situación fácil y que duele mucho,sobre todo a mí que soy una persona muy empática, tener que leer este tipo de comentarios y cosas mucho más heavy que no puedo poner por aquí hacia mi compañera. Nadie en la vida se merece el nivel de odio que se está llegando a generar".

De hecho, aunque los mensajes que recibe son terribles, también hay algunos que ponen de manifiesto que una cosa es criticar la actitud de una persona en un programa de televisión y otra muy distinta machacarla y desearla la muerte. Es el caso de la cantante Nerea Arroyo, que en una de las publicaciones de Anita en la que ésta habla de lo que es su hijo para ella, ante los brutales comentarios recibidos no dudó en decir "basta": "Que sepáis que estáis machacando psicológicamente a una persona. No os enteráis que que sea un perfil público no os da permiso a hundirle. Que se hunda recae en la responsabilidad de cada uno de vosotros. Y no estoy a favor de nada ni de nadie, ni siquiera de este tipo de programas pero por favor, es una persona, recibe mucho odio y debe sentirte fatal. No des odio si no te gustaría recibirlo. Más empatía".

ESTHER MUCIENTES. 13/02/2025. EL MUNDO

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