Las novelas de 1902: crisis y renaudación Fernando Larraz
Annus mirabilis de la literatura española y presentación de la nueva generación de jóvenes narradores, 1902 puede considerarse el año cero del siglo xx literario en España. Entre febrero y mayo de ese año se publican Sonata de otoño, Camino de perfección, Amor y pedagogía y La voluntad. El conjunto supone una refutación de los principios de la estética naturalista bien armada de juvenil atrevimiento literario. Son sus autores, respectivamente, Ramón María del Valle-Inclán —35 años—, Pío Baroja —29 años—, Miguel de Unamuno —37 años— y José Martínez Ruiz —29 años—, todos ellos venidos a Madrid desde la periferia. La publicación de esas novelas coincide con otros acontecimientos que dotan de simbolismo a la fecha; sobre todo, la muerte de Émile Zola, emblema y máximo defensor del naturalismo, que, en España, no tantos años antes, era la «cuestión palpitante» y que para estos autores representa lo caduco, tanto por su credo estético como por la ideología positivista que lo sustenta.
Las cuatro novelas y sus respectivos protagonistas son muy diferentes entre sí, pero sus itinerarios desembocan en los mismos tres postulados con los que cavan una profunda sima respecto al pensamiento literario decimonónico: antirrealismo, antimaterialismo y antirracionalismo.
Es muy palpable en estos jóvenes escritores el deseo compartido de hacer algo nuevo, de crear nuevos lenguajes literarios: de ser modernos en literatura, de la misma manera que en política y sociología se estaban abriendo nuevos diseños del país, no necesariamente solidarios de los que van a colegirse a partir de las experiencias de estos personajes. De hecho, en el ensayo se experimenta análoga renovación generacional desde el afuera regeneracionista emparentado con el realismo y con Joaquín Costa —1902 es el año de publicación de Oligarquía y caciquismo— hacia un adentro ideal que se ve en otros dos importantes ensayos de 1902: Psicología del pueblo español, de Rafael Altamira, y, sobre todo, En torno al casticismo, de Miguel de Unamuno, que había ido apareciendo en artículos en los años previos.
Los mismos títulos de las novelas son muy elocuentes de este cambio.
Camino de perfección, con sus palmarias resonancias teresianas, evoca un itinerario espiritual;
La voluntad designa la facultad prerracional que impera en un mundo de dolor y sinsentido;
Amor y pedagogía enfrenta irónicamente la idea abstracta por excelencia —inexistente desde el empirismo naturalista— y una de las ciencias predilectas del positivismo, satirizada en su frío irracionalismo.
No debe pasar desapercibido que los tres títulos hacen referencia a una afección de la voluntad, tema ubicuo en estos tiempos de lecturas de Schopenhauer y de Nietzsche.
En cuanto a Sonata de otoño, el profundo lirismo que emana el título y su connotación musical lo acercan a la poesía simbolista posromántica y lo alejan del prosaísmo realista.
Germán Gullón apuntó, en referencia a estas novelas, que «el proyecto moderno de novelar comienza cuando los escritores renuncian a reflejar en sus obras las correspondencias entre el mundo y las cosas en el texto». Un barroco cuestionamiento —si no negación— de los datos que sobre la realidad externa revelan los sentidos es, en efecto, la seña de identidad fundamental de esta generación.
Se desvanece la confianza en el método científico de la novela experimental propugnada por Zola y, hasta cierto punto, por los grandes maestros de la novela española de finales del XIX, basado principalmente en la observación metódica de las relaciones sociales y las conductas de los sujetos. Contra la sobrecarga de fe empírica se revuelve el escepticismo de estos personajes, que llega al extremo de repulsa casi física. Las siguientes palabras de Fernando Ossorio, personaje de Camino de perfección, podrían ser lema para estas cuatro novelas: «Lo natural es sencillamente estúpido. El arte no debe ser nunca natural».
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