martes, 28 de noviembre de 2023

ERES MI HÉROE (viva la Constitución española, manque pierda)

 

PELÍCULA COMPLETA EN VIMEO

Al tratarse de una película, puedes entregar, como siempre, la reseña siguiendo el esquema estudiado en clase.


Y/O puedes contestar a las preguntas que aparecen a continuación:

1-¿Se trata de una narración? ¿Por qué?
2-¿Qué tipo de narrador emplea?
3-¿Cuál es su estructura? ¿Por qué? ¿En qué partes se puede dividir? ¿Es la más usada? ¿Por qué?
4-¿Dirías que es una obra literaria? ¿Por qué? ¿A qué género literario pertenece?
5-¿Tiene momentos cómicos? ¿Y trágicos? ¿Es una tragedia o una comedia? ¿A qué subgénero dirías que pertenece? ¿Por qué? ¿Podría pertenecer a algún otro? ¿Te suena el "palabro" BILDUNGSROMAN? Pues debería... :P
6-¿Qué tipo de héroe es su protagonista: héroe clásico, héroe por accidente o antihéroe?
¿Es un personaje plano o redondo? ¿Por qué?
7-¿En qué tipo de espacio se desarrolla la acción?
8-¿Esta historia contiene alguna enseñanza o moraleja? ¿Cuál es? ¿Está explícita -aparece- o implícita -se entiende-?
9-¿Hay algún guiño metaliterario? ¿Y metacinematográfico?

Sin embargo, dadas las fechas en las que estamos (y, por tanto, teniendo en cuenta el PUENTAZO que se avecina)...


¿Qué 3 reglas tiene Ramón al principio de la película?
¿Las cumple o las rompe?

Esas 3 reglas Ramón se las autoimpone (se las pone él mismo a sí mismo) como una manera de SOBREVIVIR EN EL INSTITUTO...

La película está marcada profundamente por el tiempo externo, es decir, la época en la que sucede: la Transición española.
Es decir, el periodo en que España, poco a poco transita del franquismo a la democracia tras la muerte del dictador Franco.





Tras la muerte del dictador fascista Francisco Franco, España, poco a poco, va dejando de ser una dictadura militar y religiosa, con enorme represión policial, y haciéndose una democracia, probablemente imperfecta, como casi todas, pero también logrando configurarse como un espacio donde se respetan los derechos humanos básicos y se avanza en derechos sociales y libertades (de opinión, de prensa, de expresión, de reunión...).

(En la imagen, los restos de Franco)

Para eso (y, de nuevo, para el puente que vamos a disfrutar en breve) será fundamental la creación de la CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1978 (de la que, por tanto, ahora celebramos el 45 ANIVERSARIO) : un conjunto de normas de convivencia que, objetiva e indiscutiblemente, con todas las pegas que queramos, han servido de base para el mayor período de prosperidad de este país.



Basándonos en la Constitución Española, vamos, como tutoría a configurar una serie de normas que nos permitan avanzar a todos, profesores y alumnos a una etapa de prosperidad y éxito (educativo).

Es decir, escribiremos cada uno (o, en grupos de, máximo, 4 personas) nuestro 
DECÁLOGO PARA UNA CLASE FERPECTA

10 NORMAS PARA CONVIVIR 

INSTRUCCIONES PARA DIRIGIRTE DE FORMA EDUCADA/EFICAZ A UN PROFESOR/ALUMNO

RECETA PARA APRENDER

CHULETA BÁSICA PARA APROBAR..

jueves, 23 de noviembre de 2023

NEOPLATONISMO

 


Neoplatonismo en el Siglo de Oro

NEOPLATÓNICOS (POEMAS DE CRISTINA PERI ROSSI)

I
Despierto domingo
y busco enseguida poesía en la web
Si despertara sábado sería diferente
el sábado es cine
El domingo es poesía
si estuviéramos juntas
y fuera domingo
leeríamos poesía en la web
Y quizás haríamos el amor
como si fueran la misma cosa
aunque tú dudas de que sean la misma cosa
Y luego vendrían los ruidos de la calle
Y los domingueros
y yo querría seguir en los versos
quizás en la cama
porque soy neoplatónica
que no quiere decir que no haga el amor
como tú crees que no lo hacen los neoplatónicos
sino que hay una idea del domingo
de la poesía de hacer el amor
una idea superior
una idea de la cual somos
malas réplicas
Por eso hoy podría no ser domingo
los versos malos
y vos no estás.
Platón tampoco.

II
PREGUNTA
¿Por qué Platón imaginó que las ideas ideales
estaban en la cueva o caverna –según la traducción-?
y yo qué sé. Posiblemente cinco siglos antes  de Cristo
la palabra caverna y la palabra cueva
no tenían ese significado peyorativo
que le atribuyes.
Quizás la caverna estaba en el cielo
como yo me la imagino
igualmente remoto e inaccesible
lejano y sublime
En todo caso alguna vez
leyendo poesía haciendo el amor
escuchando música he llegado a vislumbrar
la claridad de la caverna
su armonía su superioridad
pero fue solo unos instantes
breves  como un suspiro
Y todo lo que no era caverna
pareció muy inferior
incluso  tú y yo
Incluso  domingo a la mañana.
¿Qué es la caverna? ¿Y tú me lo preguntas?
La caverna fuimos  tú y yo
alguna vez
yo otras veces
siempre fue la música
algunos versos
Y el deseo permanente de habitarla.



III
El domingo a la mañana es
también tiempo de preguntas.
No, no fui neoplatónica
a partir de leer a Platón
a quien ni siquiera he leído bien.
Lo fui desde que nací como se nace
rubia o morena
sólo que me faltó el tinte
para cambiarlo
O las pocas veces que me sentí
sombra de las ideas de la caverna
llegué al éxtasis
y no era el alcohol ni tu cuerpo
ni una droga cualquiera
sino el vislumbre de la eternidad.

IV
No soy neoplatónica. 
Nunca pude pasar del amor a la belleza
de un cuerpo
al amor a su espíritu.
Me quedé siempre en el pubis
en los lunares en los cabellos
en los senos
es decir en la fachada.
No sé si por fallo  de los espíritus
o por fallo  de mi  mirada.

domingo, 19 de noviembre de 2023

Feliz Día del Hombre (19 de noviembre)

 


Como bien sabréis todos o, al menos, todos los que os quejáis de... "¿¿Y PARA CUÁNDO UN DÍA DEL HOMBRE??"... hoy, 19 de noviembre, se conmemora el Día del Hombre.



En conmemoración de una fecha tan importante para la educación en igualdad, vamos a leer este texto de la gran Leticia Díaz González, ya habitual en este blog:


A los indignados del ochoeme, a quienes, haciendo pucheros, os preguntáis "¿y para cuándo el día del hombre?",
sabed que por fin ese día ha llegado: feliz día.
... Aunque mucho me temo que, una vez más, lejos de servir para visibilizar cuestiones propias de la salud andrológica y la necesidad de concienciar desmitificando miedos y tabúes en torno a las revisiones urológicas prestadas para detectar de manera precoz patologías de naturaleza prostática como son la hiperplasia benigna (que afecta al 90% de la población masculina) o el cáncer de próstata (que representa el 22% de los cánceres en hombres), así como la conveniencia [por no decir urgencia] de reforzar/legitimar las masculinidades no hegemónicas y la socialización sana e igualitaria de estos, pasará sin pena ni gloria por el calendario en tanto, seamos honestos, el 19N, os importa un cojón de ornitorrinco y solo os sirve como pretexto para sacar a pasear el orgullo incel, o poner en evidencia que vuestra ojeriza únicamente es superada por vuestra ignorancia.
No obstante, en tan señalada fecha, os animo con vuestras proclamas y vindicaciones históricas y os espero dándonos la matraca con el ñiñiñí de siempre, el próximo ochoeme.
Al resto de hombres: se os quiere y, MÁS QUE NUNCA, se os necesita.
¡Feliz Día Internacional del Hombre!

Leticia González Díaz 


1-¿Qué tipo de texto es? ¿Por qué? ¿Cuál es su principal intención comunicativa? ¿Qué recursos (retóricos y literarios) emplea para lograrla?

2-¿Qué estructura tiene el texto? ¿Por qué?
3-¿Te remite a algún modelo estudiado en clase? 
4-¿Te parece un texto adecuado, cohesionado y coherente? ¿Qué elementos ha empleado para conseguirlo?
5-Escribe tu propio artículo de respuesta, bien como Carta al Director, como Carta Abierta o, si prefieres, en forma de comentario crítico.


viernes, 17 de noviembre de 2023

LA EDUCACIÓN FÍSICA (Rosario Villajos)

Por entonces los consideraba sus amigos y los acompañaba a todas partes como si estuviera en un libro de Enid Blyton, aunque no tenía claro si ella era Jorge o el perro Tim. Los había conocido unos meses antes en una academia de clases de recuperación. Enseguida empezó a juntarse con ellos y a meterse en líos que realmente no le apetecían como, por ejemplo, poner dinero para comprar un mando a distancia universal e ir por los bares cambiando de canal en mitad de un partido de fútbol o hurtar paquetes de patatas de las tiendas de chucherías. Chicos que buscaban problemas absurdos que cada vez iban a más. Catalina participaba siempre en sus aventuras estrafalarias como en un rito de paso, con el afán de poder formar parte de algo, o acabar siendo con ellos una sola materia, un grupo de chavales de otro barrio que meaban en piscinas ajenas y quedaban para ver películas en casa de alguno de ellos cuando no estaban sus padres. (...)
Desde el momento en que supo que sus tetas botaban, que existían cada día más, se preparaba antes de aparecer frente a ellos en el banco de la plazoleta donde se juntaban, como una soprano que debe entrar en escena después de la obertura. También lo hacía cada vez que tenía que salir a la pizarra en clase o pasar delante de cualquier grupo de chicos adolescentes, pero asimismo de obreros de la construcción, camioneros, en fin, de hombres adultos, porque sabía que lo que vendría a continuación serían comentarios relativos a un cuerpo que la despechaba. Cuando estaba segura de que serían demasiado crueles, se daba media vuelta, rodeaba la calle o cruzaba a la otra acera. Unas veces, los juicios que escuchaba hacían referencia a lo poco que resaltaba el busto en su figura, porque les parecía demasiado pequeño. «¿Eres nadadora? Nada por delante y nada por detrás», le decían a un metro de distancia. Otras, el tema se centraba en su falta de sostén porque, aunque no hubiera mucho que sujetar, según gritaban, sus pezones los ponían cachondos. «Eres fea pero al menos tienes tetas», le dijo uno con uniforme militar. Catalina aprendió a recomponerse, a intentar no darle importancia, a fingir que pasaba por alto sus opiniones, a encogerse dentro de las camisetas cuando aún no había descubierto el grunge y mamá seguía sin admitir que su hija necesitaba un sujetador. (...)
Era el que mejor le caía, de acuerdo, pero no sentía ningún deseo hacia él. Catalina aún no había besado nunca a nadie y, a diferencia de algunas de las niñas de su antiguo colegio, tampoco le apetecía, ni siquiera sentía curiosidad. Prefería mil veces saltar veinte verjas de tres metros a tenerlo a él o a cualquier otro un centímetro más cerca. Le fastidió que el resto del grupo estuviera compinchado con ese muchacho y ninguno con ella, pero no les reprochó nada, dando por hecho que la preferencia era justificable, pues había llegado la última a la pandilla. Tampoco les dijo una palabra cuando algunos fueron de parte del chico para confirmarle lo que ella había estado esquivando: un zumbido que evocaba una intimidad ajena expandiéndose y estallando en la suya, como la espuma rosa que ocupaba su mente en los momentos de fiebre. «Le gustas a Fulanito», le dijeron, pero Fulanito no se había fijado en cómo ella lo evitaba desde que lo vio venir. Finalmente, el mismo Fulanito, después de mucho tartamudear y sonrojado como un cielo cargado de aluminio, le declaró del todo sus intenciones. —¿Quieres salir conmigo? (...)
Entonces él continuó con el galanteo: «Tú no eres como las otras chicas —¿cómo son las otras chicas?—; me gustas porque eres como un tío», y si le gusto porque soy como un tío, por lógica, es que a él no le gustan las chicas sino los tíos, ¿no? Agobiada, no vio otro remedio que decirle que, sintiéndolo mucho, con todo el pesar de su corazón, pidiendo que no se enfadara con ella e implorando perdón de antemano sin saber bien el porqué, solo le gustaba como amigo, pero como un gran amigo, el mejor amigo del mundo. «Sigamos siendo amigos, ¿vale?» El chico pareció asombrarse del rechazo, cosa que a ella le sorprendió aún más después de haberle mostrado por todos los medios que la respuesta iba a ser un no. Un silencio vasto como un campo de ortigas arrasó con la ceguera del muchacho. —¿Estás enfadado conmigo? —rompió ella—, me has prometido que no te ibas a enfadar. —Yo no te he prometido nada —contestó—, y no, no estoy enfadado. En realidad me da igual, tampoco me gustas tanto.  Catalina no añadió nada antes de ver cómo Fulanito se alejaba de ella y se reunía en el banco de la plazoleta con otro del grupo que le pasó la mano por el hombro. Nadie vino a hablarle. Ya se le pasará, pensó, sintiendo lástima por él, disculpándolo y preguntándose qué habría hecho para gustarle tanto de repente, con sus brazos largos, sus manos grandes, su cuello de jirafa, su pelo encrespado y sus tetas pequeñas.  Unos días más tarde se encontró el banco vacío, y al siguiente solo lo llenaba una enorme pintada. Le habían dejado un mensaje escrito: un nombre que no era exactamente el suyo pero que sabía suyo, el que había usado para presentarse ante ellos unos meses antes en las clases, acompañado de dos palabras. Cata la chupa.
Le dolió la frase, el sujeto, el verbo, el predicado. Agradeció un poco el pronombre que hacía de objeto directo y sustituía al mismo. También le escoció que les diera igual no tenerla como amiga y que la castigaran con una autoridad que sigue sin saber quién les otorgó. Le pusieron una etiqueta que la rebajaba a lo que para ellos era un insulto y, para ellas, un insulto y un problema. Aun así, en vez de llorar, de enfadarse, de enfrentarse a esos chicos, se sintió avergonzada de parecerle eso a alguien porque lo escrito (aunque fuera en un banco), escrito está.  Catalina se refugió en la compañía de mamá el resto del verano y parte del otoño, solo para estar a su lado, sin contarle una palabra de lo que le había ocurrido. Ella debió de intuir que algo no marchaba bien, pero no supo preguntar o prefirió callar, contenta de volver a tener a su hija cerca, aunque fuera apesadumbrada, decepcionada y muchos otros adjetivos que no habría sabido identificar, lo importante era que había vuelto a mamá y eso dotaba de una razón a su existencia. Algo más importante que estar a dieta.
Uno de los días en que volvían juntas de la compra, se cruzaron con aquellos chicos. Catalina los miró de reojo, sin saludarlos, pensando cómo una pintada había hecho jirones otros tiempos. Al pasar le gritaron «puta» y «calientapollas» y también «marimacho» a cuatro metros de su espalda. Ella no miró con la esperanza de que mamá no sospechara que se referían a su hija. En cambio, tanto mamá como el resto de las mujeres en el trasiego de la calle a esas horas sí que se dieron la vuelta, aunque Catalina no supo si era porque estaban escandalizadas o por identificarse con aquellas palabras. En el fondo le daba igual cómo la llamaran aquellos chicos, solo temía que mamá se enfadara con ella por ser algo que no le gustaría que fuese, independientemente de si ejercía cualquiera de esos roles, del mismo modo que le asusta mucho más llegar tarde a casa que no llegar. Se había quedado sin amigos de los que aprender a no ser una chica, pero en lugar de encontrar un segundo para entristecerse, llorar o intentar comprender el porqué de lo ocurrido, buscó cómo reponerse con urgencia. Se transformó, de un curso para otro, en una chica estudiosa —menos vaga— para no asistir nunca más a clases de recuperación. De esa manera no tendría que volver a pasar por aquel barrio ni ver una parte de su nombre escrito en aquel banco, ya que no había forma de borrarlo. Tampoco ha podido eliminarlo de su memoria, así que ahora intenta mirar la parte positiva que sacó de todo aquello: sus notas.

Fragmento de LA EDUCACIÓN FÍSICA.
Premio Biblioteca Breve 2023.
Rosario Villajos (Seix Barral)

1-¿Te ha gustado este fragmento? ¿Por qué? ¿Te ha hecho pensar?
2-¿Te has sentido identificado/a con algún personaje? ¿A qué crees que es debido?
3-¿Quién es el protagonista? ¿Cómo es? ¿Está narrado desde su punto de vista? Quizá este fragmento te ayude a comprender LA FOCALIZACIÓN.

-El fragmento anterior pertenece a una novela brillante y muy recomendable escrita por Rosario Villajos. Te recomendamos su lectura y posterior reseña (TENEMOS VARIOS EJEMPLARES DISPONIBLES EN LA BIBLIOTECA DEL CENTRO).

Si lo prefieres, el fragmento también se puede trabajar de forma aislada:

-Escribe el texto cambiando la focalización o el punto de vista a otro personaje: puedes ser uno de los chicos, la madre...
-Escribe una carta abierta explicando tu reacción al leer este fragmento.
-Escribe un artículo de opinión/carta al director sobre el fragmento.

Siempre será mejor que tú decidas sobre qué y cómo quieres escribir pero, por si acaso, te paso algunos posibles temas secundarios:
-¿Es posible la amistad entre chicos y chicas? ¿Es conveniente tener amigos con los que nos sintamos forzados a cambiar nuestra personalidad?
-¿La presión de grupo puede hacer comportarse mal a todo el mundo o solo a las malas personas y cobardes?
-¿El machismo o la misoginia parten muchas veces de un complejo o rencor? 
-¿Crees que la madre se ha dado cuenta de la situación? ¿Y las vecinas? ¿Debemos intervenir en ese tipo de situaciones o eso empeoraría la situación? 
-¿Crees que Cata debería habérselo contado a su madre? ¿Tú lo hubieras hecho? ¿Que pros y contras tiene? ¿Es importante la comunicación?
-¿Cómo se vive después de un episodio así? ¿Te hace más fuerte? ¿Te hace más maduro?

A CONTINUACIÓN TIENES MÁS FRAGMENTOS PARA LEER, REFLEXIONAR, CONTESTAR A LAS PREGUNTAS O COMENTAR DE FORMA LIBRE (SEGURAMENTE, ACABARÁN POR CONVENCERTE DE COMPRAR EL LIBRO, DISPONIBLE TANTO EN EDICIÓN FÍSICA COMO DIGITAL ;) ) 



Silvia y su madre se habían quedado recogiendo la cocina y después se echarían una siesta. Hacía tiempo que Catalina ya no dormía a esas horas, de modo que se ha ofrecido a ayudar al hombre. Poner este tipo de dispositivos era su trabajo habitual. Él se ha subido a una escalerilla y ella le ha ido pasando las herramientas desde abajo. Al terminar le ha mostrado a Catalina el aparato roto bajo la sombra de una higuera. Se lo ha expuesto abierto, mostrando los cables y explicándole cuál de ellos no funcionaba y, tirándolo al suelo, ha dicho alguna tontería que ha hecho que Catalina se riera. Entonces la ha abordado y ella se ha dejado abrazar. Hasta que el abrazo se ha hecho primero borroso y después sombrío.  Cuando ha conseguido apartarse de él, este se ha disculpado al verle los ojos húmedos. «Perdona...», ha dicho el hombre, pero enseguida ha pronunciado unas palabras que han estropeado todo lo que hasta entonces ella pensaba que era hermoso. «Perdona...», pero Catalina no quiere ni puede perdonar; lo único que desea es olvidar. Olvidar el beso, olvidar sus bromas, olvidar lo que había supuesto afecto hacia ella a cambio de afecto y admiración hacia él. Qué tonta, se dice, solo porque me hablaba como a un ser humano. Al parecer su cariño ha sido interpretado de otro modo. «Perdona... —y después ha añadido—, pero todo esto es culpa tuya.»" (...)

-¿Has estado en alguna situación en que tú o la otra persona confunda afecto por atracción? ¿De quién ha sido la culpa? ¿Ser amable es dar pie a..? ¿Y si, como en este caso, una de las dos personas es menor? ¿Quién debe ser prudente a la hora de interpretar o dar por hechas las supuestas "señales"? 

-¿Te parece que el consentimiento debe ser clave en una relación? ¿Crees que siempre se le ha dado la misma importancia? 

-De nuevo, puede ser un texto interesante para REESCRIBIRLO EN PRIMERA PERSONA, DESDE EL PUNTO DE VISTA DE CUALQUIERA DE LOS DOS PERSONAJES.

 

Cruzar el descampado es lo más parecido a lo que viven los personajes de las novelas del oeste y de aventuras que leía hace unos años, solo que John Silver y el pequeño Jim quieren encontrar un tesoro en una isla y Catalina solo quiere llegar a casa a tiempo y sin que la violen.  Una de aquellas veces, a pesar de que era pleno invierno, llegó a su portal tiritando, pero no de frío, sino porque oyó un ruido y creyó que alguien la estaba siguiendo. El suyo, le han dicho, es un miedo ancestral, estadístico, antropológico, epigenético, fundado. Nunca lleva tacones por si tiene que salir corriendo (y porque se siente como una araña con zapatos). (...) Lo normal es llevar las llaves en la mano, como hace Silvia, que se las pone entre los dedos de manera que dientes y puntas sobresalen como las zarpas de Lobezno en los cómics de Marvel. Pero a Catalina papá y mamá no le dejan las llaves para salir por ahí, están seguros de que las perderá. Pablito ya las ha perdido media docena de veces, pero a él, en cambio, mamá siempre se las repone con un juego nuevo. «Qué despistado eres, hijo mío», le dice tan solo. Pablito tiene derecho a estar en Babia si le da la gana. Ella no tiene derecho ni a guardar silencio. Ni siquiera le han dado la oportunidad de perderlas una sola vez. Le hierve la sangre cuando lo piensa: unas semillas más para el rencor que está sembrando en el corazón de su criatura interior. Detrás de las normas de la casa, las restricciones, los toques de queda y las prohibiciones ya sabe que solo hay un empeño de hacerla desistir de ir a cualquier lado. (...)
No dejan de repetirle que es por su bien, aunque no entran en detalles sobre cómo no dejarla salir le puede hacer bien a nadie. Para papá y mamá, una hija está mejor con su madre. Para papá, exclusivamente, «las niñas no necesitan socializar tanto, porque las mujeres no tienen ni nunca podrán tener amigos». Cada vez que Catalina, su hija, escucha esa última frase no la entiende como una norma, sino como un dictamen de permanencia en el lado equivocado —y salvaje— de la vida que, además, la remite a su experiencia con los chicos asaltadores de piscinas. Aun así, está segura de que sus padres se equivocan, ese es uno de los superpoderes que le ha regalado la adolescencia: oponerse a lo que piensen los adultos, no dar su brazo a torcer.  (...)
Acababa de arroparse y cerrar los ojos cuando la cama y el techo comenzaron a dar vueltas; ya no estaba fuera del cuerpo sino girando muy dentro de él. Se asustó, no sabía cómo controlar ese estado y al final apareció la culpa para engullirlo todo. Había fallado a papá y mamá, que en ningún momento le habían dado permiso ni para salir, haciendo una copia de las llaves de Pablito. Además, no había estado seria ni educada como a ellos les gustaba sino todo lo contrario. Quizá se había pasado de lista. ¿Y si sus amigos se habían estado riendo de ella y no se había dado cuenta? Se acordó de los chicos de las clases de recuperación saltando aquel muro, se acordó del banco pintado con un currículum que aún le afligía, se acordó de su amiga Amalia del colegio, con la que evitaba el contacto y casi no había vuelto a hablar desde hacía un año. Para ser exactos, Amalia la había llamado tres veces y ella solo le había devuelto la llamada en las dos primeras ocasiones. Esa noche Catalina lloró por nada y por todo, (...) el mismo TODO al que alguna vez le gustaría poner palabras.  Al final se pasó la mitad de la noche pegada al váter, devolviendo. Desde entonces no ha vuelto a beber alcohol porque todavía tiene el sabor de aquella madrugada en su memoria, no solo del vómito sino de cómo tuvo que limpiar los grumos con los que había salpicado la tapa para que ni mamá ni papá ni Pablito se percataran de nada. Aun así, continúa pensando en ese fin de semana como el mejor de toda su vida: sin padres, saliendo hasta las tantas y viendo películas arrebatadoras en un reproductor de VHS que rara vez podía usar para ver lo que a ella le diera la gana. (...)

La primera vez le bajó durante la noche, poco antes de acostarse se retorció de dolor en el sofá a la espera de que mamá la llevara a Urgencias, como había hecho tantas otras veces por cualquier nimiedad. Pero en esa ocasión solo le ofreció una manzanilla y ella la rechazó porque el sabor le recordaba a sus días de hospital. A la mañana siguiente las sábanas amanecieron con una mancha oscura y mamá le mandó frotar las bragas con jabón antes de echarlas a la lavadora. A Catalina no le hacía ninguna ilusión saber que iba a tener esos calambres tan a menudo. ¿Por qué había oído a las chicas del instituto hablar de compresas y tampones pero no del dolor? ¿Es que había un complot para no aterrorizar a las niñas más pequeñas con eso? Se preguntó si a ellas también les dolía tanto, si les causaba diarrea y retortijones, si la sangre era roja o marrón, como la suya. Cómo aliviarían el mal en su vientre, en su pecho, en sus piernas, en su espalda. Hablar de todo eso con mamá le parecía impensable, así que dio por hecho que todas las reglas eran iguales, que la menstruación siempre sería así: una mancha en las bragas que aparece tras un dolor de barriga, avisándote de su llegada con un día de antelación. Sin embargo, desde que la tiene, su ciclo no cumple ninguna norma ni en su propio calendario, va y viene sin que haya manera de saber cuándo y cómo; el dolor aparece incluso a los dos días de haber comenzado a manchar. No comprende cómo es posible seguir el ritmo diario con la misma energía que un día sin periodo. Lo más desconcertante, a pesar de todo, es que mamá se echase a reír la primera vez que le insinuó que prefería no ir a clase en ese estado. (...)

1-Vamos a hacer crítica literaria... ¿Te parece que es un texto "bien escrito"? Es decir, ¿consigue que te sientas identificado/a con una adolescente que acaba de tener la regla? Para eso no se trata de que hayas sentido lo mismo, ni que hayas pasado por la misma situación (si no, la literatura fantástica sería imposible de disfrutar) sino que te parezca que, de estar en sus zapatos, pensarías de forma parecida.

2-Recientemente se han aprobado los permisos de baja laboral por dolor menstrual incapacitante. ¿Crees que en el caso de esta chica estaría justificado faltar al colegio? ¿Por qué?

«Ya eres una mujer», continuó mamá, y Catalina sabía perfectamente a qué se refería, pero también le pareció una frase estúpida.
—¿Acaso antes era un hombre?
—Antes eras una niña.
Catalina no se había sentido nunca como una niña porque la imagen que ella tenía de las niñas no le parecía consecuente con la gravedad que sentía en su interior. Tampoco tenía la impresión de ser de repente una mujer porque no sabía cómo se sentían las mujeres, aunque se lo imaginaba más excitante que ser una niña. Ni siquiera se sentía como cree que lo haría cualquier adolescente a pesar de que ya hubiese dado el gran estirón. Se suponía —la genética, la enfermedad, los médicos dijeron— que no crecería demasiado y, sin embargo, ya les saca una cabeza a todas las chicas que conoce. A veces tiene que encorvarse para hablar con algunos de sus compañeros y los dos pares de pantalones largos de campana que le compraron a principios del curso pasado ahora le llegan a la altura de los tobillos. Se mueve de forma torpe, como los muñecos hinchables que dice mamá, y por eso prefiere el verano: con bermudas y sin clase. (...) 

 Nada más llegar a las faldas de mamá quejándose de que Pablito no quería que jugara con él y sus amigos a la pelota, no encontró ningún consuelo. Mamá excusó por completo las formas con las que su hermano la había hecho volver a casa. —Tienes que entender a Pablito. Él es un niño y tú... una niña. Una niña, dos palabras que se quedaron en un letargo sin más, pues ella entendió que niña significaba «ser pequeña» y niño significaba «ser grande», del mismo modo que creía que su ahí seguía llamándose «pito». En ese momento se resignó con lo que le había tocado y comió más brócoli, carne roja y guisantes que nunca —quizá por eso ahora mide casi uno ochenta—, pensando que cuando creciese ya no tendría que ser una niña nunca más. Cada vez que le preguntaban qué quería ser de mayor, Catalina no decía médico ni enfermera; decía «quiero ser un niño».

1-¿Crees que en esta época, tal y como cuenta la narradora y siente la protagonista, existían evidentes diferencias en el trato de los padres a sus hijos y a sus hijas?

2-¿En tu opinión continúan existiendo? ¿Han aumentado o se han reducido? ¿A qué crees que se debe? 

Se encuentra tan incómoda embutida en esa ropa que estar en el mundo así, aunque sea con sus amigos, le parece un martirio. Y es que vestida de esa forma no consigue espacio suficiente para pensar en algo más que no sea su aspecto. ¿No estaría provocando? ¿Pensarían que parecía una puta? ¿Tendría ya una carrera en la media? ¿Se le marcarían mucho las bragas? ¿Se estaría dando cuenta alguien más de que va disfrazada de algo que no es? Pero ¿qué es Catalina?  Ella no entiende por qué sus compañeras están cómodas con esos atuendos y ella no. O tal vez tampoco lo están pero no se atreven a reconocerlo. (...) Por fin ve un coche a lo lejos. Catalina se aparta un poco del arcén estirando bien el brazo. Levanta bien el dedo para que la vean. El vehículo reduce un poco la velocidad cuando pasa frente a ella pero solo para que unos chicos se asomen a la ventanilla y le griten. ¡PUTA! La miran riendo y aceleran de nuevo hasta volverse un punto enano en la carretera. Catalina baja el brazo convirtiéndose en estatua. (...) Es lo normal cuando van en manada por la calle y ella va sola o sola con Silvia, ya sea un viernes por la noche o un lunes por la mañana. Nunca se ha parado a averiguar qué pasa si una chica les contesta. Es mejor no saberlo; si hacen eso estando ella fuera del coche, ¿qué le harían si se encontrara dentro? De nuevo se acuerda de aquellas tres niñas que hacían autostop. (...)

Incluso a veces, cuando papá pregunta por qué la niña no sale de su cuarto, mamá contesta que no la moleste, que está estudiando. Como sus notas de este curso, excepto las de Gimnasia, concuerdan con esa versión de estudiante aplicada, él se lo cree. Lo que hace ahí dentro es escribir pero la temática es también un misterio para mamá. Catalina ha descubierto que no tiene mejor forma de estar o no estar en el mundo que escribiendo. Para ella eso equivale a sentir algo, aparte de miedo o culpa; escribir le sirve para transformar sus disforias, sus ganas de matar, sus ansias de no existir o de existir sin un cuerpo; escribir hace que esa aflicción corporal con la que se conoce desde hace tiempo se convierta en un duelo pasajero, algo que exorcizar. A veces suda cuando llena el cuaderno y acaba tan cansada como si hubiera hecho el deporte que tanto le falta. Al escribir, expulsa lo que cree que es, pero no quién es de verdad (...). Catalina nunca ha sentido su cuerpo como gordo ni delgado, sino como si no fuera suyo, como si solo fuera una mascota ajena, lenta, torpe, grandota y triste a la que tiene que alimentar a diario y arrastrar a base de tirones. A la playa, a la ducha, a la cama. En cambio, al escribir aparecen lágrimas, risas, sudores que sí siente como suyos. Cuando escribe parece que no está ahí, aunque sea solo gracias a sus manos, a su cerebro, a la circulación de la sangre que puede poner una palabra detrás de otra. Es carne plasmada en un cuaderno. Escribir es no estar en esa casa e incluso construir la suya propia, una fortaleza. Un lugar donde verter todo su rencor, o, al menos, donde dejar constancia del dolor que conoce: el que le producen los demás. (...)


Fragmentos de LA EDUCACIÓN FÍSICA.

Premio Biblioteca Breve 2023.
Rosario Villajos (Seix Barral)

PARALELISMOS










El paralelismo es un recurso literario que consiste en repetir la misma estructura gramatical pero variando las palabras que la forman.

Este conocidísimo poema de Martin Niemöller es un perfecto ejemplo de un simple pero magistral uso del paralelismo:


PRIMERO SE LLEVARON A LOS JUDÍOS
Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.

Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista,
tampoco me importó.

Luego se llevaron a los obreros,
pero, como yo no era obrero, tampoco me importó.

Más tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual,
tampoco me importó.

Después siguieron con los curas,
pero como yo no era cura,
tampoco me importó.

Ahora vienen a por mí,
pero ya es demasiado tarde. 

Lo mismo sucede con estos otros de Bertold Bretch: 

HAY HOMBRES QUE LUCHAN

Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores. 

Hay quienes luchan muchos años, 
y son muy buenos.

Pero también los hay que luchan toda la vida:
esos son los imprescindibles.



jueves, 16 de noviembre de 2023

"Se nos rompió el amor..."

 

Se nos rompió el amor
de tanto usarlo...
De tanto loco abrazo
sin medidas...
De darnos por completo
a cada paso,
se nos quedó en las manos
un buen día.

Se nos rompió el amor
de tan grandioso,
jamás pudo existir
tanta belleza...
Las cosas tan hermosas
duran poco:
jamás duró una flor
dos primaveras...

Me alimenté de ti
por mucho tiempo,
nos devoramos vivos
como fieras...

Jamás pensamos nunca 
en el invierno...
pero el invierno llega
aunque no quieras...

Y, una mañana gris,
al abrazarnos
sentimos un crujido
frío y seco...
Cerramos nuestros ojos 
y pensamos:
"se nos rompió el amor
de tanto usarlo".

(Letra y música: Manuel Alejandro)






1-¿Qué tipo de texto es "Rosalía cambia la letra..."? ¿Por qué?
2-¿Qué tipo de texto es "El Mal Querer de Rosalía cumple 5 años?
3-¿Y "Manuel Alejandro, el compositor de las canciones a medida"?
4-Realiza el análisis morfológico de la palabra "jitazo". ¿Qué tipo de palabra es? ¿Te parece apropiado su uso en un titular de un medio en castellano? ¿Por qué?
También de las palabras "pop", "guitarra", "voz", "músicos", "artista", "flamenquito", "cantautoras", "bajista"...




4-Qué tipo de texto es la letra de "Se nos rompió el amor"? ¿A qué género y subgénero pertenece? ¿Por qué?

Se nos rompió el amor
de tanto usarlo...
De tanto loco abrazo
sin medidas...
De darnos por completo
a cada paso,
se nos quedó en las manos
un buen día.

Se nos rompió el amor
de tan grandioso,
jamás pudo existir
tanta belleza...
Las cosas tan hermosas
duran poco:
jamás duró una flor
dos primaveras...

Me alimenté de ti
por mucho tiempo,
nos devoramos vivos
como fieras...

Jamás pensamos nunca 
en el invierno...
pero el invierno llega
aunque no quieras...

Y, una mañana gris,
al abrazarnos
sentimos un crujido
frío y seco...
Cerramos nuestros ojos 
y pensamos:
"se nos rompió el amor
de tanto usarlo".

(Letra y música: Manuel Alejandro)

martes, 14 de noviembre de 2023

"HOMO VIATOR": Caminante no hay camino.

 

El "homo viator" es un tópico literario (es decir, una forma de enteder la vida muy habitual en la literatura) que muestra la existencia humana como un camino que el hombre debe recorrer.

Por lo tanto, entrarían dentro de este tópico todos los poemas en que el camino es un símbolo de vida, tanto en general como desarrollando cada una de sus partes. 

Quizá el ejemplo más claro, de nuevo, al igual que sucede con el tópico del "ubi sunt?" o del "vita flumen", lo podamos encontrar en Coplas a la muerte de mi padre, el inmortal poemario de Jorge Manrique. 


El homo viator ("hombre viajero", "hombre de paso por la tierra" o "peregrino", en latín) es un antiguo tópico literario, ya presente en la literatura pagana y cristiana, que contemplaba la vida desde el nacimiento hasta la muerte como un peligroso y accidentado viaje de aprendizaje que terminaba en la madurez.

Recordemos que, normalmente, las historias épicas narran las aventuras de un héroe a lo largo de un viaje iniciático que le sirve para mejorar como héroe y como persona. Es decir, el camino es un aprendizaje.

Como ya explicamos, los héroes épicos son el modelo a seguir por las distintas sociedades, es decir que millones de lectores (u oyentes) se van a sentir identificados con ese héroe y, por tanto, con ese viaje iniciático. Por tanto, les será fácil luego sentirse también identificados en los poemas o canciones que desarrollen el tema de camino como viaje, es decir, el tópico del "homo viator".

HOMERO: En la Odisea, uno de los clásicos griegos más conocidos, Ulises recorre un largo camino para llegar a su destino y recuperar a su mujer. 

VIRGILIO: En la Eneida, un personaje debe enfrentarse a un largo viaje para fundar una ciudad imperial tras una sangrienta batalla.

EL CID.


DON QUIJOTE DE LA MANCHA





Por su parte, la novela beat por excelencia, la célebre ON THE ROAD (EN EL CAMINO) no de Jack Kerouac deja de ser una plasmación alucinada de este mismo concepto.



Como puedes observar, el tópico del HOMO VIATOR guarda relación del popular subgénero cinematográfico de ROAD MOVIE (en el fondo, Don Quijote y Sancho protagonizan la primera road-movie de la historia, entre otras tantas innovaciones).



Como puedes observar, este tópico literario está presente no solo en poemas renacentistas, barrocos, modernistas o noventayochistas, sino también en canciones de pop del siglo XX y XXI





Aunque, eso sí, probablemente el mejor ejemplo lo encontramos en "Cantares", la inmortal canción de Joan Manuel Serrat basada en unos versos de Machado e incluida en su disco Homenaje a Antonio Machado (que ya analizamos en este blog).


Todo pasa y todo queda, 
pero lo nuestro es pasar, 
pasar haciendo caminos, 
caminos sobre la mar. 

Nunca perseguí la gloria, 
ni dejar en la memoria 
de los hombres mi canción; 
yo amo los mundos sutiles, 
ingrávidos y gentiles, 
como pompas de jabón. 

Me gusta verlos pintarse 
de sol y grana, volar 
bajo el cielo azul, temblar 
súbitamente y quebrarse. 

Nunca perseguí la gloria... 

Caminante, son tus huellas 
el camino y nada más; 
caminante, no hay camino, 
se hace camino al andar. 

Al andar se hace camino 
y al volver la vista atrás 
se ve la senda que nunca 
se ha de volver a pisar. 

Caminante no hay camino 
sino estelas en la mar... 

Hace algún tiempo en ese lugar 
donde hoy los bosques se visten de espinos 
se oyó la voz de un poeta gritar: 
«Caminante no hay camino, 
se hace camino al andar...» 
golpe a golpe, verso a verso... 

Murió el poeta lejos del hogar. 
Le cubre el polvo de un país vecino. 
Al alejarse le vieron llorar. 
«Caminante no hay camino, 
se hace camino al andar...» 
golpe a golpe, verso a verso... 

Cuando el jilguero no puede cantar, 
cuando el poeta es un peregrino, 
cuando de nada nos sirve rezar. 
«Caminante no hay camino, 
se hace camino al andar...» 
golpe a golpe, verso a verso.

A veces un viaje está determinado por un concepto dirigido o determinista de la vida: el camino ya existe prefijado y no depende del homo viator, quien se limita a recorrer un camino ya construido por Dios o un demiurgo. Es el caso de la Divina Commedia de Dante Alighieri, o de El señor de los anillos de Tolkien.


Si te interesa el tema, resulta fascinante el ensayo HOMO VIATOR: EL DESCUBRIMIENTO DEL MUNDO A TRAVÉS DE LOS VIAJES. Escrito por Pepe Pérez-Muelas y publicado en una magnífica edición por Siruela, resulta un compendio de literatura, filosofía y arte, con espacio para la sociología, la reflexión y la crónica de viajes:

Un viaje indeterminado, que borra sus propias huellas, en el que la libertad existe llena de opciones y en el que el camino se identifica con la propia conciencia, como en Antonio Machado: Caminante, son tus huellas / el camino y nada más; /caminante, no hay camino, / se hace camino al andar,​ o con la propia experiencia, como en "Ítaca" de Constantino Cavafis o en "Peregrino" de Luis Cernuda.

En la Edad Media son frecuentes los caminos identificados como peregrinaciones ascéticas de purificación, sobre todo cuando el mundo cristiano se moviliza en el siglo XII con las Cruzadas y las órdenes militares; lo excelente no es llegar a Jerusalén, sino llegar a uno mismo, a la paciencia y la humildad necesarias para alcanzar la otra vida.3​ En este viaje está presente la conciencia de fugacidad del tiempo (tempus fugit) y la endeblez del hombre como pecador (miseria hominis), tópicos con los que suele andar. En los más instruidos, incluso se divide la vía terrena del hombre en etapas del nacimiento a la muerte. Seis en Diego García de Campos, canciller de la corte castellana de Alfonso VIII; cuatro en Dante Alighieri; o, con menor rigor sistematizador, en Francesco Petrarca.

Shakespeare, por su parte, imagina no solo seis, sino siete, la última de decadencia: El mundo es un gran teatro, / y los hombres y mujeres son actores. / Todos hacen sus entradas y sus mutis / y diversos papeles en su vida. / Los actos, siete edades. Primero, la criatura, / hipando y vomitando en brazos de su ama. / Después, el chiquillo quejumbroso que, a desgano, / con cartera y radiante cara matinal, / cual caracol se arrastra hacia la escuela. / Después, el amante, suspirando como un horno / y componiendo baladas dolientes / a la ceja de su amada. Y el soldado, / con bigotes de felino y pasmosos juramentos, / celoso de su honra, vehemente y peleón, / buscando la burbuja de la fama / hasta en la boca del cañón. Y el juez, / que, con su oronda panza llena de capones, / ojos graves y barba recortada, / sabios aforismos y citas consabidas, / hace su papel. La sexta edad nos trae / al viejo enflaquecido en zapatillas, / lentes en las napias y bolsa al costado; / con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas / para tan huesudas zancas; y su gran voz / varonil, que vuelve a sonar aniñada, / le pita y silba al hablar. La escena final / de tan singular y variada historia / es la segunda niñez y el olvido total, / sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada (W. Shakespeare, Como gustéis, acto II, escena 8.ª)



Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como una realidad inevitable y fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero era un hecho que honraba a su padre. Pero por lo que a él afectaba…

Su padre entendía que esto era progresar; Daniel, el Mochuelo, no lo sabía exactamente. El que él estudiase el Bachillerato en la ciudad podía ser, a la larga, efectivamente, un progreso. Ramón, el hijo del boticario, estudiaba ya para abogado en la ciudad, y cuando les visitaba, durante las vacaciones, venía empingorotado como un pavo real y les miraba a todos por encima del hombro; incluso al salir de misa los domingos y fiestas de guardar, se permitía corregir las palabras que don José, el cura, que era un gran santo, pronunciara desde el púlpito. Si esto era progresar, el marcharse a la ciudad a iniciar el Bachillerato, constituía, sin duda, la base de este progreso.

Pero a Daniel, el Mochuelo, le bullían muchas dudas en la cabeza a este respecto. Él creía saber cuanto puede saber un hombre. Leía de corrido, escribía para entenderse y conocía y sabía aplicar las cuatro reglas. Bien mirado, pocas cosas más cabían en un cerebro normalmente desarrollado. No obstante, en la ciudad, los estudios de Bachillerato constaban, según decían, de siete años y, después, los estudios superiores, en la Universidad, de otros tantos años, por lo menos. ¿Podría existir algo en el mundo cuyo conocimiento exigiera catorce años de esfuerzo, tres más de los que ahora contaba Daniel? Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo —pensaba el Mochuelo— y, a fin de cuentas, habrá quien, al cabo de catorce años de estudio, no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón. La vida era así de rara, absurda y caprichosa. El caso era trabajar y afanarse en las cosas inútiles o poco prácticas.

Daniel, el Mochuelo, se revolvió en el lecho y los muelles de su camastro de hierro chirriaron desagradablemente. Que él recordase, era ésta la primera vez que no se dormía tan pronto caía en la cama. Pero esta noche tenía muchas cosas en qué pensar. Mañana, tal vez, no fuese ya tiempo. Por la mañana, a las nueve en punto, tomaría el rápido ascendente y se despediría del pueblo hasta las Navidades. Tres meses encerrado en un colegio. A Daniel, el Mochuelo, le pareció que le faltaba aire y respiró con ansia dos o tres veces. Presintió la escena de la partida y pensó que no sabría contener las lágrimas, por más que su amigo Roque, el Moñigo, le dijese que un hombre bien hombre no debe llorar aunque se le muera el padre. Y el Moñigo tampoco era cualquier cosa, aunque contase dos años más que él y aún no hubiera empezado el Bachillerato. Ni lo empezaría nunca, tampoco. Paco, el herrero, no aspiraba a que su hijo progresase; se conformaba con que fuera herrero como él y tuviese suficiente habilidad para someter el hierro a su capricho. ¡Ése sí que era un oficio bonito! Y para ser herrero no hacía falta estudiar catorce años, ni trece, ni doce, ni diez, ni nueve, ni ninguno. Y se podía ser un hombre membrudo y gigantesco, como lo era el padre del Moñigo.

Daniel, el Mochuelo, no se cansaba nunca de ver a Paco, el herrero, dominando el hierro en la fragua. Le embelesaban aquellos antebrazos gruesos como troncos de árboles, cubiertos de un vello espeso y rojizo, erizados de músculos y de nervios. Seguramente Paco, el herrero, levantaría la cómoda de su habitación con uno solo de sus imponentes brazos y sin resentirse. Y de su tórax, ¿qué? Con frecuencia el herrero trabajaba en camiseta y su pecho hercúleo subía y bajaba, al respirar, como si fuera el de un elefante herido. Esto era un hombre. Y no Ramón, el hijo del boticario, emperejilado y tieso y pálido como una muchacha mórbida y presumida. Si esto era progreso, él, decididamente, no quería progresar. Por su parte, se conformaba con tener una pareja de vacas, una pequeña quesería y el insignificante huerto de la trasera de su casa. No pedía más. Los días laborables fabricaría quesos, como su padre, y los domingos se entretendría con la escopeta, o se iría al río a pescar truchas o a echar una partida al corro de bolos.

La idea de la marcha desazonaba a Daniel, el Mochuelo. Por la grieta del suelo se filtraba la luz de la planta baja y el haz luminoso se posaba en el techo con una fijeza obsesiva. Habrían de pasar tres meses sin ver aquel hilo fosforescente y sin oír los movimientos quedos de su madre en las faenas domésticas; o los gruñidos ásperos y secos de su padre, siempre malhumorado; o sin respirar aquella atmósfera densa, que se adentraba ahora por la ventana abierta, hecha de aromas de heno recién segado y de resecas boñigas. Dios mío, ¡qué largos eran tres meses!

Palabras más, palabras menos...

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SPOILER! Os lo adelanto: Vamos a discutir muchas veces a lo largo del curso sobre las palabras: que si "quito" mucho por faltas de ortografía, que si "profe, en esta pregunta me has puesto muy poco", que si "bueno, vale pero se entiende"...

Pero lo único que de verdad es nuestro y nadie nos puede quitar son las palabras que utilizamos y que van a servir para definirnos como alguien culto (o inculto), amable (o borde), generoso (o interesado), humilde (o presumido)...

Y es cierto que TODOS (yo el primero) podemos cometer errores al expresarnos oralmente: dejar oraciones a medias, utilizar expresiones malsonantes o inadecuadas, tener lapsus, no decir exactamente lo que queríamos expresar... 

Esto provoca malentendidos que, normalmente, se arreglan "hablándolo" (es decir, con más -y mejores- palabras).

Por eso hay que ser más exigente con las palabras que utilicemos por escrito: nuestros mensajes deben ser correctos, claros, sin faltas de ortografía y, sobre todo, deben expresar exactamente lo que queremos (o necesitamos) expresar en cada momento.
"Si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos".
(Emilio Lledó)

Y es que todos vuestros trabajos y exámenes se tienen que defender solos: no vais a estar detrás de cada profesor cuando, normalmente en su casa o en la sala de profesores, corrija vuestros ejercicios. Por eso no vale lo de "bueno, sí, pero lo que quería decir es que..."

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Expresarse correctamente se aprende practicándolo.

Por eso, cuando mande ejercicios, aprovechad para "entrenar" y no me hagáis el típico truco de hacer una respuesta mínima que luego ampliaréis improvisando cuando os pregunte: primero, porque se nota MUCHO. Segundo, porque en el examen os saldrá peor.
 
De momento, el único plan que tengo es escribir. Sé escribir, porque escribir (a diferencia de la coreografía, la arquitectura o conquistar reinos) es algo que puedes hacer aunque seas pobre y estés solo y no tengas infraestructura (una compañía de ballet o unos cañones, por ejemplo). Los pobres pueden escribir. Es de las pocas cosas que la pobreza, y la falta de contactos, no puede impedirte hacer.
Cómo se hace una chica.
Caitlin Moran.