viernes, 19 de julio de 2024

Palíndromos: los mejores ejemplos y ARDE YA LA YEDRA (Gonzalo Hidalgo Bayal)

 





Arriba la birra.
Amad a la dama.
Atar a la rata. [de Julio Cortázar]
Ligar es ser ágil.
Severo revés (Quique Mares)
¿Acaso hubo búhos acá? (de Juan Filloy).
Átale, demoníaco Caín, o me delata. (usado por Julio Cortázar, atribuido en algunas fuentes a Juan Filloy).
Ateo por Arabia, iba raro poeta. (de Juan Filloy).
No di mi decoro, cedí mi don. (de Juan Filloy).
Dábale arroz a la zorra el abad. (anónimo).
Anita, la gorda lagartona, no traga la droga latina (José Antonio Millán)



Los palíndromos (del griego πάλιν δρóμος, /palin dromos/, ‘volver a ir atrás’) son palabras o frases que se leen igual en un sentido que en otro (por ejemplo; Ana, Anna, Otto…).

LA MAR. Ah! El anís es azul al ocaso. Claro, la canícula hará mal. Alejábase bello sol. ¡Sumerge la usada roda! A remar. ¡A La Habana, bucanero Morgan! Oleaje de la mar… ¡Al remo! ¡Corre! Playas… Ay, al perro comer la rama le deja el onagro, morena cubana. ¡Bah! A la ramera adorada su alegre muslo Sol le besa. ¡Bajel a la mar! ¡Ah! Alucina calor al cosaco. La luz asesina le hará mal. [de Darío Lancini. El final de su hiperpalíndrico poema en prosa]


Allí por la tropa portado, traído a ese paraje de maniobras, una tipa como capitán usar boina me dejara, pese a odiar toda tropa por tal ropilla. (de Luis Torrent).


Sin embargo, merece la pena resaltar un caso concreto, la novela ARDE YA LA YEDRA, del autor extremeño GONZALO HIDALGO BAYAL.

En esta obra del magnífico prosista, vamos a encontrar tanto la definición como continuos ejemplos, a cual más brillante que el anterior.

Y es que el protagonista se ve inmerso en este juego metalingüístico como procrastrinación de la escritura de su propia novela siguiendo el modelo de Saúl Oluás (autor palindrómico por excelencia, ya presente en varias obras anteriores de Gonzalo Hidalgo Bayal, como Mísera fue, señora, la osadía, El cerco oblicuo, la inconmensurable Paradoja del interventor o la soberbia El espíritu áspero).


Todo el mundo sabe que los palíndromos son frases (o palabras, pero en las palabras no hay mérito añadido) que se leen igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda y que Dábale arroz a la zorra el abad es la representación castellana más universal de tan entretenido artificio retórico. Son palabras iniciales de Saúl Olúas en Amo cada coma. Habla luego de diversos palíndromos memorables, como el mágico y enigmático Sator arepo tenet opera rotas de Pompeya y el medieval In girum imus nocte et consumimur igni (uno de sus preferidos), o del método que empleó para componer diversos palíndromos propios, y cita, entre otros, Salobres se van sus naves sérbolas (con una discutible divagación sobre sérbolas y arepo), Acaso los siervos obréis solos acá o Sátira, más abajo la negra Argen alojaba samaritas, que, sin ser memorables, dice, también esconden bajo la superficie jovial un contenido secreto, ambiguo, indescifrable, ya sea el fuego de la noche, el misterio de las cóncavas naves, la inmemorial condena de los siervos o los desvelos samaritanos de la negra Argen, con tanta razón fonética como los inusitados enredos monacales del abad con la zorra. Cabría pensar, sigue diciendo Olúas, que la fascinación que provocan estas diversiones no tiene más fundamento que el de entregarse al ocio lúdico de las palabras, al puro juego vacío de la sintaxis o a la torsión semántica que proviene de una estricta y a veces disparatada sinrazón fonética, esto es, a la magia de palabras incompatibles combinadas sin más criterio que la caprichosa e irracional prestidigitación de los espejos, pero, por su parte, está seguro de que la seducción de tales malabarismos no se basa solo en las manifestaciones visuales o epidérmicas del ingenio ni en la mayor o menor agudeza aforística o enigmática del oráculo, sino que bajo la atracción subyace nuestra conciencia primitiva de la vida. Sin embargo, el parágrafo que me llenó de gozo es aquel en que habla de otra palabra, dice, próxima a palíndromo, menos conocida, de escaso uso, y de poderosas resonancias épicas, por la que siente especial simpatía. Es la palabra bustrófedon, la versión gráfica o visual, dice, del palíndromo, una manera de escribir en la antigua Grecia que consistía en trazar un renglón de izquierda a derecha y el siguiente de derecha a izquierda y cuya etimología la hace proceder, a su vez, del modo de arar con bueyes surco a surco, el eterno recorrido de ida y vuelta de las tareas del labrador (los trabajos y los días siempre han ido, al fin y al cabo, por delante de los caminos de la lengua, las fatigas se han anticipado siempre a las metáforas). No ha de extrañar que la palabra pasara de las tareas agrícolas a las retóricas: las estadísticas demuestran que no son pocos los niños (también Saúl Olúas en su infancia, dice) que, durante los procesos de aprendizaje, sea por atavismo, sea por ansiedad o sea por negligencia, y con la mente más atenta al reconocimiento que al sentido, siguen los procedimientos del labrador y van leyendo los renglones alternativamente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Pues bien, cada palíndromo y cada bustrófedon reproducen la mayor parte de los movimientos del hombre, el continuo ir y volver en que se va el vivir, un continuo volver además, dada la inercia, por el mismo camino y sobre las propias huellas. Desde el asunto más cotidiano, como salir a comprar el pan, hasta la aventura del viaje más extraordinario, y tanto da que este salir y este viajar se entiendan en sentido literal o figurado, todo es ir y volver, hacer el camino y deshacerlo, repetir a la vuelta el itinerario de ida. En eso consiste la vida y esa es su consistencia. También tal vez su inconsistencia. Era lo que hacían los bueyes de la antigua Grecia, lo que hacía Sísifo y lo que mansamente ha seguido haciendo a lo largo de los siglos el común de los mortales, ir y volver por la misma senda, por el mismo surco que lo condena a un tiempo y a un territorio inagotables. Ir y volver, arar y arar: como diría Hamlet, de eso se trata. (...)

 Había oído decir más de una vez a diversos escritores (en aquellos tiempos se hacían largas entrevistas en televisión a grandes y célebres escritores) que lo importante era no rendirse, no levantarse del asiento a la menor contrariedad, resistir la tentación de mandarlo todo a paseo, aguantar, y, aunque solo fuera por probar, resolví seguir el consejo al pie de la letra. En resumen: arar y arar, el inagotable bustrófedon de los labradores griegos. Y que sea lo que Dios quiera, recordé la antigua copla popular, y el destino nos depare, que para plantar la era ha de haber antes quien are. Así pues, me senté frente a la máquina una tarde, frente a la I que languidecía mortecina en el folio desde el primer día, y me propuse no levantarme bajo ningún pretexto hasta que no hubiera roto el hechizo del vacío. En realidad, la situación resultaba más bien cómica. Porque me concentré más en la pose que en el pensamiento, como si estuviera actuando para una cámara secreta y me estuviera viendo a mí mismo desde fuera. Me eternicé, por tanto, en movimientos, en posturas y en paciencias, multipliqué los gestos y el desasosiego cervantinos, sentí los insidiosos picores del sillón, movía a veces el rodillo de la máquina como si cupiera esperar que los duendes de las letras hubieran tejido durante la noche el traje invisible del emperador debajo de la I, pero no me levanté. Y tras tanto hormigueo y tanta picazón, solo un remedio numeral se me ocurrió de repente, un triste remiendo, más bien, la disolución de la esquizofrenia arábigo-romana, y a él me encomendé como el náufrago a la tabla rota del navío: numeraría los capítulos con números, no con letras, el primer capítulo sería 1 y no I, el segundo 2 y no II, y así sucesivamente, hasta 33, no XXXIII, porque una de las opciones que entretanto había barajado era que, en pura coherencia, los capítulos podrían ser treinta y tres. Entonces, en un arrebato impremeditado, como si toda la culpa fuera, por verdes, por inmaduros, de aquel folio ya mustio y abarquillado o de la I solitaria y flaubertiana que había impreso en él el primer día, lo saqué con furia de la máquina, con igual furia lo estrujé entre las manos y lo arrojé a la papelera con el mismo ademán con que lo hacen en el cine de Hollywood los escritores que, tras la presión de un primer éxito editorial, se quedan en blanco. A la mierda, dije en voz alta, que la I no merece tanta ceremonia. Me quedé un instante suspenso, saboreando la liberación de una larga fatiga, y de repente, como si se hubiera encendido una lucecita en mi mente, repetí la frase, me detuve en la palabra ceremonia, la repensé gráficamente, visualmente, la escribí en el cuaderno, le di la vuelta, hice un par de probaturas, aré y aré (valga decir), puse un nuevo folio en la máquina y tecleé orgulloso el fruto de la perseverancia, las primeras palabras útiles del verano.

LA I NO MERECE CEREMONIAL

(...)

Había jóvenes veinteañeros que bebían sangría y cerveza y jugaban a las cartas a la sombra o al sombrajo del chiringuito. Había muchachos que se entretenían con un partido de fútbol no exento de riesgos para quienes descansaban apaciblemente sentados o tumbados en la hierba. Había muchachos que no salían del agua y competían entre ellos en diversos desafíos de natación, de submarinismo y otros cuyas reglas no creo que vinieran dictadas por reglamento alguno. Las balsas de los areneros, émulos melancólicos del legendario Misisipi, ponían su nota pintoresca en el paisaje. Y había también grupos de muchachas en flor y en bañador que jugaban sobre la hierba, tomaban el sol, se daban crema, reían, se bañaban a veces, discutían, coqueteaban, disfrutaban los esplendores del estío y de la edad. Presté especial atención a un grupo de cuatro que ocupaban el lugar de mis preferencias, el que yo mismo había ocupado habitualmente tiempo atrás junto a la muchacha que se fue y al que ese día primero de agosto acabé por incorporarme siguiendo la costumbre. Me llegaban sus voces y me llegaron después sus nombres, cuando salí del agua y me sequé a su lado. Eran una representación viva de la alegría del verano, la estampa de un regocijo bucólico únicamente posible en la literatura antigua y en el paréntesis de la adolescencia. Fue allí, oyéndolas, rodeado del amplio y hermoso panorama fluvial, cuando decidí que la novela sería alegre, ingeniosa, risueña, divertida y estival, y que ello sería imposible si todo giraba en torno a mi situación, a mi tristeza, a mi soledad y a mi abandono. No supe entonces lo que iba a escribir, pero supe sobre qué no iba a escribir. No de mí, no de la muchacha, no de las miserias del alma y del amor, no de las tribulaciones del atardecer ni de las sombras de la noche. Me liberé así con alivio de todo lo que había planeado los días anteriores: no había servido de nada, salvo como tributo y hojarasca. Ahora, en cambio, empezaba a abrirse paso la verdad. Al método de trabajo llegué más tarde, de camino a casa, dándole vueltas todavía a la improbable combinación de oír con río en una frase feliz. Como si en alguna parte se escondiera la solución a mi incertidumbre, me entretuve leyendo al revés todos los carteles que me salían al paso, tiendas, bares, farmacias, restaurantes, estancos, agencias de viajes, sucursales bancarias, dentistas, abogados, ópticas, peluquerías, anuncios, restos de propaganda electoral, furgonetas, sin ningún provecho inmediato, pero con mucho empeño, y fue en algún punto del trayecto cuando caí en la cuenta de que la solución a mis dificultades literarias no se encontraba en las calles de la ciudad por las que iba avanzando, sino en el río, concretamente, en el grupo de muchachas que tan felices parecían, y que, por tanto, lo que tendría que hacer sería bajar al río cada mañana a oír su eterna estrofa de agua, y fue en la alteración del orden de las palabras donde se hizo la luz, porque la lengua castellana es flexible y traviesa, puede ser risueña en la adversidad, se presta al juego y a la diversión. De modo que me apresuré a llegar a casa para anotar en el cuaderno el título del primer capítulo.

EL RÍO: OÍRLE

Lo escribí con versalitas, no por arrogancia capitular, sino para sortear los negligentes desaliños de mi caligrafía, y añadiré que no era solo un título, era un propósito, un método, una filosofía de la composición: bajar cada mañana al río y buscar en él la inspiración precisa, en él y en la bandada de muchachas que ocupaban nuestro lugar de antaño, una suplantación tan oportuna como cargada de significación. El río como escenario y, si se me permite, como río, sobre todo como río, porque a lo que yo no aspiré nunca fue a que el río fuera metáfora de nada o símbolo de algo: pretendía que el río fuera solo río y nada más que río, sin trascendencias de Misisipi o de Danubio, ni siquiera, pese a los bañistas, de Jarama. Diré, para concluir esta secuencia, que me alegró especialmente que incluso las tildes sobre las íes (las íes, subrayo: todo lo que recayera sobre la I era bienvenido) se prestaran al juego, que escribí por la tarde las primeras mil y una palabras sin sobresaltos y con sorprendente diligencia y que me pareció que estaba bien. Y atardeció y amaneció: día primero. (...)


La novela se centraría, pues, en ese último periodo de despreocupación y regocijo que precede a lo que luego ya resulta inevitable. Por eso, si tuviera una cámara y me permitieran tirarles una foto, procuraría sacarlas como en una pintura de Botticelli mejor que con un tenebroso claroscuro expresionista. Téngase en cuenta que estábamos a la orilla del río, que el agua fluía tan plácidamente que los ojos apenas podrían determinar el camino que llevaba, que los areneros tan pronto cantaban a lo lejos habaneras como blues o barcarolas y que, como las muchachas chapoteaban traviesas y risueñas en el agua, yo tendía a pensar en corrientes aguas puras cristalinas, en árboles que os estáis mirando en ellas y en las cuatro ninfas que en el ameno río jugaban juntas, Mercedes, Dolores, Alba y Rosa, cuyo canto del cisne adolescente me disponía yo a cantar, justo en la frontera que partiría su vida en dos, entre el antes de la felicidad y el paraíso y el después de las fatigas y los días.


AHÍ NATIVAS HADAS HABITAN YA


Sentí algún ligero escrúpulo ante la necesidad de hacer compatible ahí con ya, pero, como la palindromia se declara resueltamente heterográfica, el contratiempo no tuvo mayores consecuencias. Solo quedaba meter el folio en el carro de la máquina por la tarde, encomendarse a Boscán y a Garcilaso y escribir mil y una palabras, sin tregua ni concesiones, tal vez con el leve asomo de melancolía de quien, con veinticuatro años, estaba ya al otro lado de la frontera y aún no sabía por qué ni para qué.

(...)


Y como yo estaba siempre al acecho, siempre en guardia, fue a esta Mercedes (a la que Alba y Dolores llamaban siempre Mercedes y Rosa siempre Merche) a la que oí decir dame crema, Rosa, con mucha autoridad, y vi a Rosa darle crema con suave parsimonia dermatológica y la estampa se me quedó grabada en la memoria de tal modo (todavía las veo a ambas, Mercedes tumbada boca abajo sobre la toalla, sueltos los tirantes del sujetador, y Rosa ejerciendo su labor de doncella de cámara con esmero profesional) que, como procuraba sacarle punta ceremonial a todo, no tardé mucho, una vez que las manos de Rosa dejaron protegida la espalda de Mercedes, en anotar en el cuaderno la frase del día.

A MERCEDES SE DÉ CREMA


Fue luego tarea de la tarde ver qué podía hacer yo con la crema y con Mercedes y con las derivaciones de tan abstruso enigma teológico. Y lo hice. Y me pareció bueno. Y atardeció una vez más y amaneció. Día tercero.

(...)


Presté atención (solidaridad anónima) cuando me di cuenta de que hablaban de alguien que acaba de sufrir un desengaño amoroso y lo estaba pasando fatal. Literalmente, dijo Rosa. Por el nombre, aunque un tanto ambiguo, deduje que se trataba de una chica, aunque mi ignorancia no me permitía aclarar si hablaban de una chica corriente, amiga suya tal vez, o de alguna estrella rutilante del cine o la canción. Fuera quien fuere la chica, el revés consistía en que, de buenas a primeras, de la noche a la mañana, su novio la había dejado plantada, con el agravante de que, como sabía todo el mundo, porque la chica lo había pregonado urbi et orbi (de ahí deduje yo la rutilancia), era su amor verdadero. Fue entonces cuando le oí pronunciar a Dolores la frase que me cautivó y que tal vez apuntalara mi predilección para el resto del verano y para el desarrollo de la novela. El amor no es nunca verdadero, dijo. Qué podía llevar a una muchacha como Dolores a semejante afirmación y a tan severa convicción era algo que, aunque tuviera que ver con su propia percepción de la belleza, de su propia belleza, quedaba fuera de mis propósitos, pero no negaré que sus palabras quedaron sobrescritas en la atmósfera durante todo el mes de agosto. En cualquier caso, siempre el ingenio y el regocijo se impusieron en ella a la melancolía y a los sinsabores (si los hubo) de la experiencia. Por eso escribí en el cuaderno no una pregunta, sino una constatación, una evidencia.

AHÍ CARGA LA LOLA LA GRACIA

Y ahí era en el río, en la mañana, en el presente de la juventud y en las significaciones de su nombre.

De modo que, como digo, renuncié a la oferta sanitaria y me entretuve en la letra menuda, los nombres de la lista de productos escrita en la amplia cristalera del escaparate, entre los que sin duda era ortopedia el que aventajaba a todos los demás en fulgor y surrealismo. El problema era que, como ortopedia no admitía triquiñuelas ni remiendos, no quedaba otro remedio que crecerse en la adversidad y aceptar el veredicto fatal de la morfología. En el dorso solo había dirección única. Fui repitiendo la frase mentalmente para no olvidarla, porque me daba corte sacar allí mismo el cuaderno para escribirla (siempre me ha incomodado el exhibicionismo intelectual), y lo cierto es que no la olvidé y que sostuvo la secuencia correspondiente.

ORTOPEDIAS HAY DE POTRO

No hacía falta torturar el pensamiento para advertir que era una frase descabellada, sin porvenir. Todo sería, me dije, que, además de los suministros sanitarios, Alba tuviera alguna vocación veterinaria o se entregara los fines de semana a diversiones hípicas o ecuestres. No fue esa la solución, sin embargo, pero, como me produce bastante vergüenza retroactiva, tampoco hablaré de los disparatados malabarismos narrativos a que tuve que recurrir para dar cabida en el relato a la ortopedia y a los potros.

 Se acumularon entonces en mi mente términos acordes con el fuego y el martirio, sustantivos como horno, asador o barbacoa, verbos como quemar, abrasar o achicharrar, y fue en algún momento de ese itinerario léxico cuando los dioses soplaron sobre mi cabeza una frase que, aunque forzada, daba cuenta de mi pensamiento mejor que lo que yo hubiera podido ir a buscar denodadamente. No podía desaprovecharla.

SOLO DIOSA ASÓ ÍDOLOS

La discusión era inocente, disparatada, ignorante, pero cabía en una pregunta.

¿HAY LATÍN EN ITALIA?

El papa habla en latín, argumentaban, los cardenales también hablan en latín, la misa antaño era en latín e incluso Nietzsche, según aportación extemporánea del sabihondo, escribió en Italia el Ecce homo. Que también es latín y significa he aquí el hombre, presumió de bachillerías el zascandil. La respuesta, sin embargo, debería ser plural, cuantitativa, negativa y metafórica, y no estaba en Nietzsche ni en el Vaticano. No, no hay latín en Italia, replicó Dolores, y añadió, maliciosamente, pero sí hay latines, demasiados latines.

¡HAY LATINES EN ITALIA!

La respuesta, sin duda, era adecuada: caprichos de la polisemia.

ARDE YA LA YEDRA.
Gonzalo Hidalgo Bayal.
Tusquets, 2024

sábado, 8 de junio de 2024

Mientras por competir con tu caballo... (César Rodríguez de Sepúlveda)


MIENTRAS POR COMPETIR CON TU CABALLO

Este es un mensaje para los y las poetas amantes del soneto que sé que andan por aquí.

El duende de las linotipias nos regaló el otro día una noticia en prensa que mencionaba un soneto de Góngora titulado «Mientras por competir con tu caballo». Ocasión de oro. Al menos cuatro sonetistas de pura sangre han querido hacer realidad este soneto apócrifo, con resultados tan extraordinarios como desternillantes. He añadido también mi modesta contribución. (Véase más abajo). 

Invito a ampliar este florilegio consagrado al recién revelado amor de don Luis por el noble bruto. Hagamos sonetos ecuestres, hípicos, de todo pelaje: alazanes, bayos o zaínos; altos de remos; de pura sangre; al galope o al trote; rocines, pencos o percherones. Hagámoslos caracolear, corcovear o ir al paso. La sola condición es el pie forzado: MIENTRAS POR COMPETIR CON TU CABALLO. 

Para que vean las maravillas que van saliendo: 

Pedro Poitevin:

Mientras por competir con tu caballo
yo galopaba la marrón llanura
de Toledo, que lleva a Extremadura,
por donde nunca llueve sino en mayo

y ni siquiera al alba canta el gallo
y la crin oscurece la cordura
y la noche es la noche más oscura,
tú, yegua ansiada –¡que me parta un rayo!–,

dejabas que el borrico de Platero
gozase de tu lomo apetecido,
tu crin brillante, tu ardoroso cuero,

tu extremeña locura, tu gemido,
viniéndote cual lluvia en pleno enero
bajo la luz del sol y del olvido.

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Alfredo J. Ramos:

Mientras por competir con tu caballo,
bajo la luz del sol y del olvido,
dejé los mis cuidados sin gemido
y vine a hacer de la mi capa un sayo

a este rincón tan pronto estremecido
como de burlas lleno y, sin desmayo,
galopé como aquel de Caravallo
potro de miel, fantasma tan querido.

Son así las taimadas roedoras,
ayuntadas al mero atontamiento,
las que más hoy nos vienen congregando.

Y, pues galopan raudas, reidoras,
súbannos a sus grupas con buen viento
¡y sigan las del gong horas sonando!

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César Rodríguez de Sepúlveda:

Mientras por competir con tu caballo
me ofrezco humildemente de montura;
tú, subiendo a mis lomos tu hermosura,
con la espuela me apremias, sin desmayo;

y más y más me exiges; y, si fallo,
más cruel me impones disciplina dura;
y no puedo negar que esta tortura
la goza ―intensamente― este vasallo,

bien sé que no he de ser nunca tu dueño,
tan solo tu corcel, y ya es bastante,
y, aunque tal vez me tengas por babieca,

solo sueño con ser tu clavileño;
más que tu amante, ser tu rocinante:
usa la fusta una vez más, muñeca.

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Miguel-Angel Real:

Mientras por competir con tu caballo
me dedico a crear versos ecuestres
con rimas alazanas a las huestes,
tú ignoras obstinada lo que hallo. 

Cabalgando te alejas como el rayo
en galope cruel hacia el oeste
donde termina el mar y donde este
poeta descrinado es sólo un fallo. 

Vuelve amor, por favor, que te prometo 
desriendar sentimientos y en la vida
enlazarte en el lomo de un jamelgo, 

besarte al trote, hacer rimas equinas,
hipodromarte más sin más reniegos,
y desposarte al fin en Jaca fría.

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Ramiro Rosón:

MOVIDA

Mientras por competir con tu caballo
la gran urbe, celosa de tu ropa,
destella con blancura de farlopa
y en lúcida tiniebla duerme el gallo,

mientras, mirando tu figura, callo
y envenenas el poso de mi copa
de no sé qué sustancia que galopa
sobre mi corazón de fiel vasallo,

goza de tus alquímicos andares
antes de que la aurora, como cuervo
funeral, te bendiga con resaca.

Lamentarás el vodka de los bares,
aunque luego te busques otro siervo
más afín a tu ruta dionisiaca.

 

jueves, 30 de mayo de 2024

¿Es para tanto Taylor Swift?



TAYLOR ACABA CON LOS PREJUICIOS (Crónica en Eldiario.es)

EL FIN DE LA INOCENCIA

Hace pocas semanas, cuando Taylor Swift editó su nuevo disco doble, “The Tortured Poets Department”, la crítica musical sufrió una descomposición. En la cultura de la satisfacción inmediata y con la necesidad de pronunciarse de inmediato, hubo toneladas de estupideces y arrepentimientos. Pero la chica ya no necesita del periodismo, y lo irónico, es que ninguna reseña puede cambiar su éxito actual: Taylor está en su etapa imperial, con un Tour apoteósico y una sobrexposición que no parece dañarla.
“The Tortured Poets Department” es un gran disco porque, entre otras cosas, no hay en este momento una artista que se pueda comparar con ella. Y a pesar de que juega seguro en el marketing, Taylor arriesga en lo artístico. Y éste es un disco arriesgado. Es la definitiva caída del velo de la chica buena para el que tantas mujeres están programadas, y ella en particular. La chica que quería gustarle a todos abraza el caos, la envidia, la arrogancia. Les dice a sus fans, a quienes mimó incluso invitándolos a su casa, que también la hartan. Le dice a la industria que se agobia. Y también que quiere ser exitosa y amada. Esta es su confesión de cansancio, patetismo y voracidad. El primer trabajo donde admite que su género es la autoficción, el memoir, la poesía confesional, pero desde una posición adulta.
La lista de colaboradores con los que forjó su carrera durante estos últimos años, revela una inteligencia notable para elegir compañía, además del reconocimiento de pares. Taylor trabajó con (casi) todos, ganó todo, conoce la cancelación y la adoración enfermiza, ¿qué faltaba? Faltaba el gran poemario americano. El ladrillo hermoso y fallido. Su artefacto más honesto y más extravagante: 31 canciones que quién sabe cuándo encontró el tiempo para escribir. 
Taylor canta sobre la pérdida de la relevancia y la juventud, sobre la nostalgia por la infancia y por épocas pasadas, sobre las expectativas de los demás, pero sobre todo canta sobre sus amores, motivo por el que más se la juzga, aunque sólo quede en ella tristeza y despecho. Es probable que cada canción sea una mezcla de todos esos chicos que tuvo a su lado porque no quiere estar sola, porque puede tenerlos, porque quiere “arreglarlos”, porque quiere un trofeo, porque le gustan muy guapos y complicados. Una de las mejores canciones, con ritmo marcial, describe esa sensación horrible de sentirse el ex juguete favorito, el que deja de interesarle al otro. También hay un momento de piano, delicado, precioso y triste sin ser trágico: “Seguimos matando el tiempo en el cementerio, nunca enterrados del todo”…
Lo dicho: “The Tortured Poests Department” es la culminación de un largo proceso. O la línea de llegada a la pérdida de la inocencia.

(Fuente: Mariana Enriquez, diario “Página/12”, Buenos Aires).



MY TAYLOR IS RICH (LESSON ONE)

No se sabe cómo, hemos pasado del Club de los Poetas Muertos al Departamento de las Poetas Torturadas. Hemos transitado del «O captain! My captain!» de Walt Whitman al «My Taylor is rich» - acepten lavariante- que anunciaban los cursos de inglés de los años 70 por no se sabe muy bien qué arbitraria decisión fonéticay empresarial antes de que existiera el algoritmo. El deslumbramiento swiftie (es vano recordar aquí que coloquialmente significa «truco, artimaña o engaño») es -dice Mariana Enriquez- un canto a la autoficción, al memoir, a la poesía confesional. La artista de Wyomissing (Pensilvania), twelve points, se desmarca del velasquino eslogan «Mamá, quiero ser artista» y se adentra de hoz y coz por el «mamá, quiero ser poeta torturada». La Academia, no la de Operación Triunfo sino la que forman los/as expertos/as del mundo es un pañuelo universitario, ya la han canonizado en cursos, congresos, seminarios y encuentros en Las Vegas, Melbourne y Torrecilla de la Torre. Que san Haroldo Raid, patrón de los Cultural Studies, nos pille confesados. Y que a los estetas los pille bien destetados.

Que venga Taylor a firmar libros a la Feria de Madrid. Que promocione sus poemas torturados la cofradía de estilistas de libros que, al parecer, aconsejan en la sombra alas influencers o figuras icónicas que ofrecen a sus seguidores formar parte de su clubs de lectura: una tal Dúa o Duda, una tal Rosalía, una tal Gigi. Que los monjes y monjas de la Congregación de Hermeneutas de la Calidad celebren sacramentos y organicen triduos, quinariosy novenas. Y que se hagan prácticas de monja en conventos palentinos durante el verano, un convenio Erasmus en Sahagún de Campos o en Belorado, un curso de especialización para aprender a dar pellizcos de monja, a cocinar yemas de santa Teresa, a montar un cristo y hacer de tu capa un sayo, de tu hábito un cisma y entrar como un rinoceronte en una cacharrería porque tú eres abada o abadesa.

Qué premonitorio el libro de César Aira Cómo me hice monja. Qué vaticinio (y qué vaticano) lo de Whoopi Goldberg en Sister act: una monja de cuidado. Qué genial la Monja Alférez. Si no te cuadra tu congregación, tu iglesia, tu etiqueta, te sales del redil, te buscas un nuevo convento o una caseta de feria. Te vas al Palmar de Troya, como un héroe clásico. Te subes a la carreta del caballero de Chrétien de Troyes para ir a la feria. Y allí, en el Departamento de Poetas Torturados te esperarán eruditos a la violeta, agentes, agentes secretos, autores levitando, autoras evitando la mano que quiere mecer su cuna, célebres o célibes según los casos, los cuarenta principales, los cuarenta ladrones y Ali Baba (no me pongan la tilde, aguda correctora). Que venga Taylor Swift con hábito de clarisa. Yo pongo el papamóvil.

(Javier García Rodríguez, "My Taylor is rich (lesson one)”, El Periódico, 30/05/2024)


Taylor Swift: diosa incontestable con mejor reino que canciones

La heroína abruma en Madrid ante 65.000 seguidores con un espectáculo fantástico que multiplica el efecto de un repertorio mucho menos estupendo

¿Es para tanto Taylor Swift? Estas cinco palabras formulan el mayor interrogante al que se enfrenta estas semanas el hombre moderno en el territorio ya no solo de la cultura y el espectáculo, sino también de la sociología, los zarandeos económicos y hasta la geopolítica. A partir de las 20.14 de este miércoles empezamos a desentrañar el misterio en el Santiago Bernabéu (habría sido bonito un retraso de 13 minutos, por preservar la cifra totémica), y debemos convenir en que The Eras Tour es el espectáculo más grandioso, apabullante, sofisticado y superlativo que se recuerda en el mundo occidental. Representa un ejercicio maestro de seducción masiva por la vía rápida de la hipérbole. Y en estos casos solo cabe disfrutar del despliegue de tecnología y capital humano (aún te queda por aprender, Rosalía) que durante tres horas y 19 minutos acontece con un dominio escénico milimétrico, pero sin la sensación de que la diva escatime energías o no sepa bien si se encuentra en Madrid o Sebastopol.
A ver, las pulseritas con luces parpadeantes al ritmo de la música ya nos las encasquetó Coldplay en el Vicente Calderón allá por 2012, que en términos de virguería escénica es como hablar del siglo pasado. Pero el despliegue de pasarelas, plataformas móviles que elevan o engullen a la artista, cabañitas del bosque (en Cardigan y sucesivas), ciclistas de neón, pirotecnia real y figurada, llamaradas temerarias, realización audiovisual o efectos especiales (esa casa en llamas al final de "Lover") son un escándalo. Y demuestran que a estas alturas la de Pensilvania no es solo una jefaza, que también, sino el ser supremo de una nueva religión monoteísta. El fervor y el griterío resultan inconmensurables —ríanse de lo de aquellos chavales de Liverpool en el Shea Stadium—, solo que el sonido ahora es soberbio, más aún para lo que se estila en recintos grandes. Nada que ver con el infierno del Bernabéu antes de la reforma o la acústica cruel en el Metropolitano.
De todo ello ya pueden dar fe otras 65.000 almas, según anunció la propia artista desde el escenario (parecían menos), seguramente la mayor concentración de lentejuelas y brillantina que se recuerda en el territorio ibérico. Y de chicas, chicos y chiques guapérrimos que coincidirán este año en un graderío, y contra esa realidad no puede competir ni Florentino. Lo más curioso, y hasta conmovedor, es que Taylor parece emocionarse con toda sinceridad cuando comprueba, una noche más, las dimensiones del bochinche que ha provocado a su alrededor. Y hasta le cuesta encontrar las palabras tras los tres minutos de ovación cerrada que propicia la preciosa "Champagne Problems", defendida personalmente ante el piano de cola.
Porque Swift tiene claro que ha nacido para reinar y no abdicar la corona en muchos años; igual que no solo el pop, sino el mundo mismo, han comprendido que necesitábamos con urgencia una lideresa incontestable. La heroína exhibe una voz preciosa, ordena y manda sin estridencias durante toda la noche y propicia una especie de obnubilación colectiva más allá de que sea guapa, estilosa y dueña de un fondo de armario apabullante. Pero escucharla atentamente durante 45 canciones y tres horas largas también refrenda las sospechas de que su repertorio, a la altura ya del undécimo álbum, no corre en paralelo a ese entusiasmo supremo que genera.
El tramo de álbumes juveniles es un puro trampantojo, un catálogo de pop resultón y sin ápice de cafeína en el que cuesta rascar más allá del manifiesto empoderado y sin complejos de “Ready For It”, esos 10 minutos que parecen menos para “All Too Well”, el estribillo rompegargantas en “We Are Never Getting Back Together” o la imposición del sombrero al final de 22, que recayó en una swiftie jovencísima a la que regalaron la mejor batallita que compartir dentro de muchos años con los nietos. Y, por supuesto, el tándem acelerado y arrollador de “Blank Space” y “Shake It Off”, dos piezas que liberan más vitamina D que una tableta entera de Hidroferol.
Las lagunas argumentales siempre pueden compensarse con el derroche de ingenio escénico, un operativo con hasta 14 bailarines (atención a esos pétalos gigantes que se despliegan al comienzo del espectáculo) y una decena de músicos dispuestos en las esquinitas del escenario, pero a los que se les conceden varios merecidos momentos de gloria. Todo mejora sustancialmente en el tramo de Folklore y Evermore, esos dos elepés hermanos que son, de largo, lo más inspirado y adulto de su firmante. Pero The Tortured Poets Department, su publicitadísimo nuevo disco, deja abierto de par en par el portón de las dudas.
La magia del directo amortigua los efectos narcóticos del registro fonográfico original, dos horas que parecen concebidas para obtener las bendiciones de los Colegios de Odontólogos. Swift lo relega al último trecho de la velada y lo adereza con una exquisita puesta en escena de blanco nuclear y en la que no falta ni una plataforma giratoria (“Who’s Afraid Of Little Old Me”) con la que, por si le faltara algo en el currículo, también habría ganado en Eurovisión.

Taylor no será para tanto; pero “lo de Taylor”, su poderío, sororidad, empatía y brutal compromiso con el espectáculo (incluso con el cabaret, ante “I Can Do It With A Broken Heart”), sí lo es. Y en un montaje de dimensiones ciclópeas tiene el gran gusto de reservarse cada noche un par de canciones sorpresa, ella sola a voz y guitarra o piano, que esta vez fueron “Sparks Fly” y una intersección entre “I Look In People’s Windows” y “Snow On The Beach”.

Hay ingredientes magníficos de electropop en "Midnights", la era que sirve para echar el cierre. Y durante el bailoteo, el confeti y los fuegos de artificio enternece pensar en toda esa chavalería que habrá tenido que promover colectas entre los yayos para comprarse la entrada y que amanecerá hoy aún envuelta en una nebulosa, porque no todos los días una deidad baja a la tierra para decirte: “Encantada de conoceros. Excellent, Madrid”. 
Pero, si quiere perseverar como Musa Máxima de Nuestros Días, también deberíamos elevar el listón de la escritura a las cotas de su puesta en escena. Y reparar en que, en tiempos de supuesta diversidad y 90.000 nuevas canciones cada viernes en Spotify, las unanimidades sin fisuras representan una bonita paradoja.
Fernando Neira. El País. 30/05/2024


1-Tipo de texto. Género y subgénero.
2-Señala sus partes.
3-Resume el texto con tus palabras.
4-Sintetiza en una frase la tesis o idea principal.
5-Marca la información de un color y la opinión de otro. ¿Qué función del lenguaje predomina? ¿Hay alguna otra que tenga importancia? 

lunes, 20 de mayo de 2024

LUCAS PÉREZ: ODIO ETERNO AL FÚTBOL MODERNO



 










LUCAS PÉREZ: EL ETERNO RETORNO (CTXTO)


Lucas Pérez y el odio eterno al fútbol moderno

DANIEL VERDÚ. EL PAÍS. 16 ENE 2023 
Un rayo fulminó estas navidades el algoritmo del fútbol. Lucas Pérez, jugador del Cádiz, pagó 500.000 euros de su bolsillo para regresar al Deportivo. El equipo de su vida, sí. Pero un club que juega en tercera y por el que recibirá un sueldo mucho menor. Un cortocircuito en este negocio. Cuando todas las empresas contratan a community managers para convertir en fans a sus clientes, este deporte se esforzaba absurdamente en recorrer el camino inverso. Lo del odio eterno al fútbol moderno. Pero llega él, abre la cartera y saca el dinero para devolverle los domingos a su gente. Así que yo decidí malgastar un poco más mi tiempo preguntándole sobre esto y otras cosas al programa de inteligencia artificial Chat GPT, una revolución tecnológica y un salvavidas para quién no sepa ya a quién darle la tabarra. “Puede ser una decisión basada en sentimientos y no solo en factores económicos o de carrera”, me advirtió la máquina apelando a lo único de lo que, en teoría, carecía ella.

Volver después de un cierto tiempo viviendo fuera, más allá del dinero que cuesta, como el caso de O’Neno demuestra, puede ser también doloroso. El dormitorio donde fuiste y sufriste como adolescente, la familia diezmada por el cáncer (en la mía quedamos cuatro gatos), las portadas gastadas del Sport de un verano en el que tanto podías fichar a Ronaldo Nazario como a Giovanni dos Santos. También tiene cosas buenas. Como reunirse de nuevo con nuestro Rosebud particular, ese póster de Nirvana clavado detrás de la puerta con alfileres. Pero siempre tiene un aire melancólico. Preocupado, volví a preguntarle al robot. “La sensación de tristeza al volver a casa puede ser por un cambio en los patrones de vida, como pasar de un ambiente socialmente activo a uno solitario. También un síntoma de un trastorno de salud mental como depresión o ansiedad. Es importante hablar con un profesional de la salud si estás experimentando sentimientos persistentes de tristeza al volver a casa”. Y entonces me acordé de Cristiano Ronaldo.

Cuando leímos lo de Lucas Pérez, supimos que el portugués se embolsará la misma cantidad (540.000 euros) cada 24 horas por jugar en una liga peor que la pachanga de los martes en el Meiland. CR debe ser de esos tipos sin un lugar al que regresar. Alguien al que nadie espera. Incapaz, como diría la inteligencia artificial con la que ya había tomado media botella de vino, de “pasar de un ambiente socialmente activo a uno solitario”. Él no lo ve así, pero volver también puede ser para algunos un formidable negocio. Lo demostró también estas navidades Tamara, cuando perdonó a Íñigo Onieva, pese a que había prometido no consentir ni un nanosegundo de infelicidad en el metaverso. A él le costará un pico, que recuperará en formato de exclusiva de aquí a la primavera.

Más allá del trastorno mental de cada uno, la idea de volver definitivamente es algo más traumática cuando llevas tiempo fuera. Como futbolista, como papa (también Ratzinger regresó “a la casa del padre” estas navidades) y hasta como periodista. Renunciar a las aventuras del exterior, al valor del expatriado (en el caso de Lucas Pérez, también al sol de Cádiz). Que te vean el plumero los que te han criado. He aquí el origen del pánico. Regresar a tu ciudad, al barrio. Es como aquel sueño en el que apareces de nuevo en tu colegio porque te quedaba alguna. La pesadilla, en realidad, es que todo el mundo se da cuenta de que eres un fraude: “Por ahí va el caradura”. Así que le pregunté al software por ese tema antes de cerrar la tapa del portátil aterrorizado. “Si te preocupa que alguien pueda considerarte un impostor, te sugiero que hables con un amigo de confianza”. Un que corra el aire de manual.

Lucas Pérez, la redención del neno del Deportivo: “Decían que estaba loco. ¡Bendita locura!”

jueves, 9 de mayo de 2024

NATURALISMO EN ESPAÑA: Zola en el olvido y liándola PARDO BAZÁN






 





Las primeras referencias a Zola se efectuarían en 1876, pero el tema se desconoce en España hasta 1878. El contacto verdaderamente fructífero con el naturalismo sólo tiene lugar entre 1880 y 1882.
En 1880 se traducen tres novelas de Zola: Una page d’amour, L’asommoir y Nana. En 1881 se publica La desheredada, primera novela naturalista española, que Clarín califica de «naturalismo templado»13. En 1882 ya hay una serie de discusiones en el Ateneo sobre el naturalismo, y aparece el interesante artículo de Clarín (sólo recientemente divulgado, en la selección de Beser) sobre el tema, en La Diana.

Si la ofensiva naturalista se desarrolla en verdad entre 1879-1882, no llega con excesivo retraso a España. El problema verdadero reside más bien, creo, en su asimilación ideológica. Los presupuestos intelectuales del naturalismo francés eran bastante opuestos a los españoles.

Beser ha señalado, en otro inteligente trabajo sobre Clarín, cómo el naturalismo significa un paso adelante con respecto al realismo. Se presenta como una tendencia literaria enfrentada a las clases dominantes, que lo combaten por motivos políticos y refleja la oposición a conservadores y liberales idealistas. (...) 
Por otra parte, los estudios más recientes acerca del tema coinciden en que Clarín era posiblemente el crítico más informado sobre el naturalismo, y el más original. No fue un simple eco de la tendencia francesa, sino un creador que desarrolló y en algunos casos superó la doctrina de Zola15. (...)
Muchos autores españoles que se tuvieron por naturalistas simplemente adoptaron este atuendo superficialmente, adaptando módulos de pensamiento tradicional a una forma narrativa de vis más actual. El propio Zola se admiraba de que Pardo Bazán se considerara naturalista. (...) 
Hasta Pardo Bazán, que se considera naturalista, se manifiesta con el típico eclecticismo tradicional: habla de engendros del naturalismo, Zola es un hipocondríaco sin alegría, y se pregunta por qué Zola cuando hay Galdós, Pereda y Alarcón.
Por el contrario, el discurso de Clarín resumido en El Progreso, 20 de enero de 1882, muestra ya una perfecta asimilación de Zola (ibídem, p. 43). Allí Clarín se extiende acerca de que el novelista de hoy no puede hacer creaciones quiméricas abstraídas de la realidad, sino presentar el mundo tal cual es; se refiere a la gran influencia del medio (apud op. cit., p. 44).

A partir de la publicación de Germinal, en 1885, las traducciones españolas de Zola se publican casi al mismo tiempo que las ediciones francesas, como señala Pattison. Pero entonces me parece incomprensible la prejuzgada ignorancia de la crítica española respecto al tema. De hecho, la crítica reaccionaria o conservadora, como he indicado, suele basarse en sus objeciones a Zola, en aspectos que eluden la verdadera causa de su repulsa. Le achacan que pinta lo repugnante, finales tristes -añorando un happy end de gusto burgués, más tranquilizador-, etcétera. (...)

El que la moda naturalista ya estaba aceptada en 1883, lo demuestra que hasta Palacio Valdés se autocalifique de esta forma, en el prólogo de Marta y María. En definitiva, creo se ha despojado ya el naturalismo de su posible agresividad sociológica y se toman sólo sus posibilidades coloristas y escenográficas. Despojado de su contenido, deviene inocuo, y es de «buen ver» en la época.

Sin embargo, el propio Pattison -que parece a veces confundir los términos-, considera dudoso aplicar el vocablo «naturalista» a Pardo Bazán, a la que considera más bien realista (op. cit., pp. 101-125)18, y recoge la polémica surgida a partir de La cuestión palpitante. Pardo Bazán se opone al determinismo; aprueba el lenguaje bajo y grosero, pero no quiere ir tan lejos como Zola. (...)
El naturalismo que [...] no aspira a confundir el arte con la ciencia, que no depende del positivismo, tiene como nota característica el pretender que el arte estudie e interprete la verdad, para que la expresión bella sea conforme a la realidad, y esto quiere y cree conseguirlo por medio de la observación atenta, rigurosa de los datos que ofrece el mundo real, y por medio de la experimentación que coloca estos datos en las condiciones que se necesitan para aprender sus leyes, su modo natural de escribir con arreglo a ellas. [...] la verdad, tal como es, el conocimiento profundo, seguro y exacto de la realidad [p. 127]. Pero Clarín niega siempre que el naturalismo pueda convertir en ciencia el arte, aunque esta solución hegeliana seduzca a Zola (p. 116).

En definitiva, Zola posee una obsesión fisiológica y sensual -que en ocasiones ofrece páginas magníficas-. Clarín está preocupado por un asunto místico -problemática heredada, aunque trate de negarlo, de la novela tendenciosa, a partir de Galdós. (...) De esta forma, La Regenta posee un rápido desenlace, porque no interesa tanto el desarrollo de la acción, sino el análisis que pone de manifiesto, con exactitud casi científica -aunque dentro de los tópicos narrativos de época, a veces folletinescos, que aquejaron a toda la novela del siglo XIX-, toda una serie de relaciones psicológicas y sociales.
En definitiva creo que lo que muchas veces en Zola es meramente un escándalo de apariencias, al gusto parisino -con todo el atractivo que ello puede tener también-, en Clarín es un análisis profundo y serio de todo un medio social, a través de cortes o planos que muestran una visión estructurada y completa de un entorno representativo de la realidad española. (...)


Puede mencionarse como ejemplo al principio mismo de la narración, la aparición de Ana Ozores -que viene precedida de comentarios de terceros, capítulos 1 y 2-. Esta aparición, en el capítulo 3, se interrumpe para dar la misma retrospectiva de su infancia -que va indicando la temprana opresión del entorno sobre su afectividad-; en el capítulo 4 se relatan los precedentes familiares de la protagonista, y sus ensueños poéticos, pero ya aparece la dicotomía entre la mitología griega (vitalista), y el libro de san Agustín (misticismo, religiosidad), en sus lecturas tempranas. El capítulo 5 nos traslada al «presente» de la acción, orfandad; nuevo flash-back, que abunda en rasgos soñadores de la protagonista, para volver al presente con la boda. Entre los capítulos 3, 4 y 5 se ha explicado la problemática con sus antecedentes. Los capítulos 1 y 2 sirvieron para situar la acción en el trasfondo de la catedral, como símbolo del poder religioso.

Los capítulos 6, 7 y 8 vuelven hacia el exterior. La Regenta es una novela de gran movilidad en el enfoque narrativo. Aquí van presentándose a los personajes entre la sociedad laica; el Casino, como institución laica del lugar, el antagonismo entre Mesía y don Fermín a través de terceros; y la murmuración en los salones de la nobleza.

Los capítulos 9 y 10 se refieren respectivamente al bullicio callejero de Vetusta con la idealización del Magistral por Ana y su encuentro con Mesía, y al interior de la casa de Ana con la imagen paterna de don Víctor. Por tanto, acaba de perfilar los personajes, y pasa a las escenas de interior, también anímico.

Los capítulos del 11 al 15 se refieren al Magistral, en los sucesivos escenarios de su casa (cap. 11), fondo eclesiástico con diversos tipos (cap. 12), salones de la Marquesa (cap. 13) (con escenas de colorismo zolesco, como la del columpio de Obdulia, que recuerdan Une page d’amour, aunque el sentido del hecho es muy distinto), el paseo del Espolón (cap. 14), y el interior de la casa del Magistral de nuevo (cap. 15) con la crítica escena de don Santos Barinaga borracho denunciando su poder. En definitiva, se nos plantean las relaciones de dependencia del Magistral respecto a doña Paula, su madre (otra acción dentro de la acción, que se insinúa, y luego se vuelve a   —126→   ella hasta contemplarla), y los progresivos celos que este tiene por Ana Ozores. En el capítulo 15 hay otro importante flash-back que relata la vida de doña Paula, y aporta además nuevos datos acerca del dominio sobre los clérigos; de él, se deduce una comprensión más profunda de las motivaciones de don Fermín, y también de las presiones morales que actúan sobre el clero. Las formas de dominio se extienden jerárquicamente, en una relación compleja de dependencia, cuyo dibujo lineal percibe el lector.

Los capítulos 16 y 17 vuelven sobre Ana. En el primero se muestra la asfixia de lo prosaico, el hastío, con insinuación de una salida vitalista hacia el don Juan/don Álvaro (ya aludida en su miedo a Mesía, cap. 10). En el segundo, la visita del Magistral y la confesión, que introducen el tema del aumento de temperatura mística, que se desarrollará en los capítulos 18 y 19.

El capítulo 20 y el 22 significan un interludio que interrumpe la problemática interior de Ana, para referirse a las críticas de la sociedad laica hacia don Fermín, con la historia de don Pompeyo, que en el capítulo 26 muere.

Si entre los capítulos 18 al 22 la acción va de Ana (19 y 21) al exterior (18 y 22), a partir de ahora la acción se acelera un tanto. En cada capítulo, el tema se refiere a Ana y a don Álvaro -la segunda relación amorosa-, entre los capítulos 23 y 26.

El capítulo 27 se refiere a la recuperación de Ana, después de la procesión -donde su misticismo llega al delirio-. Hay otro flash-back, y reconstrucción minuciosa de lo sucedido.

El capítulo 28 plantea el ridículo de don Fermín en el campo, por celos, y el amor de Ana y don Álvaro.

El desenlace ocupa únicamente dos capítulos: 29 y 30. Sucede con gran rapidez, frente a la anterior delectación descriptiva.

El capítulo 29, en Navidad, da a entender el adulterio. Hay una chanza de todos los personajes: las situaciones teatrales del don Juan, el Magistral (un clérigo es un eunuco enamorado), don Víctor (que vive un drama de capa y espada a costa de su propio honor), etc.

En el capítulo 30 las acciones suceden de un plumazo. El duelo (comparación satírica teatro/vida); ridículo de don Víctor (que vive La Traviata) y don Fermín (con su   —127→   cuchillo, en drama de celos). Muerte de don Víctor. Huida de don Álvaro. Frígilis (el personaje naturalista, científico de aspecto desagradable) demuestra su fidelidad (pese a la frigidez que, satíricamente, indica su nombre). Ana busca un hermano en don Fermín, y este la rehúye. Murmuración general. Final teatral, en el beso de Celedonio, que parece símbolo del asco vomitivo que parece producirle una sociedad en la que no se integra.

En definitiva, el flash-back parece tener un papel importante para explicar el carácter de Ana, y para explicar los condicionamientos psicológicos y familiares que actúan sobre don Fermín. En el otro caso, la curación de Ana es simplemente un recurso narrativo lúdico, para mantener el interés con la sorpresa de la acción.

La Regenta es una narración compleja, donde suceden muchas acciones diferentes. Por ejemplo, la de don Pompeyo. Son acciones que se insinúan, se cortan, se vuelve sobre ellas en el momento preciso, capítulos más adelante. Todas ellas poseen una intencionalidad, transmiten una idea. No son una historia gratuita sino que describen una situación, analizan un hecho. Esta pluralidad de acontecimientos narrativos puede dar pie a múltiples interpretaciones respecto a la obra. Pero siempre siguen un sistema, están estructurados para cumplir una función. Esta composición racional de la obra es lo que aquí quiero destacar, pues analizar su estructura en detalle sería más largo.

En definitiva, lo que trato de indicar aquí es que La Regenta viene a ser una especie de «verificación» narrativa de todas las teorías naturalistas anteriormente expuestas, en una aplicación más estricta de lo que Clarín mismo afirma. Su diferencia fundamental respecto a la obra de Zola, se debe a diversas técnicas narrativas, que reflejan la adaptación a la novela de una serie de ideas acerca del arte y acerca de las ciencias del hombre, como he intentado señalar. Esta diferencia se concreta en el carácter de composición sistemática, cuidadosamente estructurada, que confiere un aspecto peculiar a la obra y aumenta su contundencia crítica.
 Aquí se ha intentado situar La Regenta en el contexto del naturalismo, como dato básico para su interpretación. Se señalaron aspectos históricos de incidencia en nuestro país, y peculiaridades de asimilación. En el contraste de las teorías literarias de Zola y Clarín, parece seguirse que esta novela es una aplicación a la narrativa de estas concepciones, y mucho más estrictamente naturalista, en algunos aspectos, que la obra del propio Zola. A partir de esta situación contextual necesaria, se ha ofrecido una interpretación de los diversos aspectos estructurales, temáticos e ideológicos de la obra, que se presenta, además, como un caso singular en nuestras letras.

En definitiva, creo que a través de la relación de La Regenta con el naturalismo, se pone de relieve su valor, significación y originalidad, a veces en olvido.



-¿Y los perros, vamos a ver? ¿Y los perros? Como si también los perros comprendiesen su derecho a ser atendidos antes que nadie, acudieron desde el rincón más oscuro, y olvidando el cansancio, exhalaban famélicos bostezos, meneando la cola y levantando el partido hocico. 


Julián creyó al pronto que se había aumentado el número de canes, tres antes y cuatro ahora; pero al entrar el grupo canino en el círculo de viva luz que proyectaba el fuego, advirtió que lo que tomaba por otro perro no era sino un rapazuelo de tres a cuatro años, cuyo vestido, compuesto de chaquetón acastañado y calzones de blanca estopa, podía desde lejos equivocarse con la piel bicolor de los perdigueros, en quienes parecía vivir el chiquillo en la mejor inteligencia y más estrecha fraternidad.


 Primitivo y la moza disponían en cubetas de palo el festín de los animales, entresacado de lo mejor y más grueso del pote; y el marqués - que vigilaba la operación -, no dándose por satisfecho, escudriñó con una cuchara de hierro las profundidades del caldo, hasta sacar a luz tres gruesas tajadas de cerdo, que fue distribuyendo en las cubetas. [...] 


De pronto la criatura, incitada por el tasajo que sobrenadaba en la cubeta de la perra Chula, tendió la mano para cogerlo, y la perra, torciendo la cabeza, lanzó una feroz dentellada, que por fortuna sólo alcanzó la manga del chico, obligándole a refugiarse más que de prisa, asustado y lloriqueando, entre las sayas de la moza, ya ocupada en servir caldo a los racionales. 


Julián, que empezaba a descalzarse los guantes, se compadeció del chiquillo, y, bajándose, le tomó en brazos, pudiendo ver que a pesar del mugre, la roña, el miedo y el llanto, era el más hermoso angelote del mundo.

-¡Pobre! - murmuró cariñosamente -. ¿Te ha mordido la perra? ¿Te hizo sangre? ¿Dónde te duele, me lo dices? Calla, que vamos a reñirle a la perra nosotros. ¡Pícara, malvada!

Reparó el capellán que estas palabras suyas produjeron singular efecto en el marqués. Se contrajo su fisonomía: sus cejas se fruncieron, y arrancándole a Julián el chiquillo, con brusco movimiento le sentó en sus rodillas, palpándole las manos, a ver si las tenía mordidas o lastimadas. Seguro ya de que sólo el chaquetón había padecido, soltó la risa. (...)

COMENTARIO RESUELTO DE UN FRAGMENTO DE LOS PAZOS DE ULLOA (EMILIA PARDO BAZÁN) 

EL PAISAJE GALLEGO EN LOS PAZOS DE ULLOA (artículo de Palmira Arnáiz para Centro Cervantes Virtual)