lunes, 4 de marzo de 2024

EL BUSCÓN en pandemia

 


PANDEMIA: ¡TONTO EL ÚLTIMO!
Estos días me entraron ganas de leer El Buscón, de Quevedo, el ambiente llevaba a ello. Me pegué una panzada a reír, pero con aprensión. Es la historia de un pícaro con ansias de ser caballero y huir de su condición que va cambiando de oficio y de señor, y acaba en la corte, en Madrid, donde se cuece todo y a uno no le conocen, para intentar medrar a base de engaños, pero siempre le sale todo mal. Aunque su padre ya le advierte: “Hijo, esto de ser ladrón, no es arte mecánica, sino liberal”. Es decir, requiere destreza intelectual. Siempre creí que dar un pelotazo tiene que ser complicado, exige conocimientos. Me imagino al Koldo este maquinando en casa: “¿Y si ponemos el piso a nombre de la niña?”. Y la mujer: “Pero si tiene dos años, ¿no canta mucho?”. Yo tal vez sobrevaloro el temor de la ley, hasta me amedrentaba no devolver rebobinadas las cintas del videoclub, pero es que siempre pienso que te van a pillar. Y, visto ahora, es que había muchas posibilidades.

En lo de Koldo asombra esa parte tan fiel a la tradición. Ese personaje que atraviesa el tiempo desde el siglo XVI. No salimos de la escopeta nacional, y no es cuestión de progreso, ni hay hecho diferencial. Teníamos a Saza, como un catalán vendiendo porteros automáticos en una montería, y ahora, a un aizkolari cuyo sueño es comprarse tres pisos en Benidorm. Alguien que sale desde abajo y quiere llegar a lo más alto para fumarse un puro, como Francisco Correa que empezó de botones. El inútil que llega lejos de forma inexplicable (todos conocemos a alguien). Las grandes ocasiones que hacen pequeños ladrones, sea el AVE, la visita del Papa, o la pandemia vista como chollo. Cómo debió de ser anunciar, en pleno confinamiento: “¡Cariño, saca el champán, nos vamos a forrar!”. Ahí encerrados en casa con aquella angustia que teníamos todos, pero qué mentalidad hay que tener. Debieron de celebrarlo bajito, para que no les oyeran los vecinos.

Aún está por escribir, y lo que no sabemos, la historia de ese festival de tonto el último entre marzo y mayo de 2020, tres meses en los que la administración se gastó 2.000 millones de euros en mascarillas. Es para preguntarse qué porcentaje es de comisiones. ¿La mitad? ¿La cuarta parte? Koldo, según el juez instructor, se llevó millón y medio, y fue el que menos de sus colegas. En la operación del hermano de Díaz Ayuso, por ejemplo, las mascarillas costaron medio millón, la empresa se llevó un millón y él, 234.000 euros. Luis Medina y Alberto Luceño, gracias a su contacto con el primo del alcalde, le vendieron al Ayuntamiento de Madrid mascarillas con el precio inflado en un 60%; los guantes, un 81%; y los tests, un 71%.

Ahora, con Ábalos, ya estamos en ese debate epistemológico de cuándo y cómo y por qué se debe dimitir. Cuando estás en eso es que ya es demasiado tarde. Será inocente, pero se trata de un tipo al que puso él. Como ya dijo Pablo Casado, en sus célebres últimas palabras, “la cuestión es si es entendible que el 1 de abril, cuando morían en España 700 personas, se puede contratar…”. Quizá no es el mejor ejemplo, porque los suyos ya le hicieron ver que sí lo entendían, pero ustedes ya me entienden. Ábalos dice que no se va porque para defenderse necesita “una tribuna pública”. Hombre, es que no está para eso, ya se defiende mejor en la tele. Si se debate el plan hidrológico él no va a salir por el grupo mixto para insistir en que ha llegado solo, en su coche. Y no siempre uno se convierte en un apestado. Tito Berni, por ejemplo, se ha reinventado como exitoso empresario de quesos, aunque eso algún aroma sí que debe de tener.

Íñigo Domínguez. 

El País. 03/03/2024 



OBRA COMPLETA EN PDF

Yo, señor, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero; aunque eran tan altos sus pensamientos, que se corría que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y, según él bebía, es cosa para creer.
Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era castellana vieja, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era descendiente de la letanía. Tuvo muy buen parecer, y fue tan celebrada, que, en el tiempo que ella vivió, casi todos los copleros de España hacían cosas sobre ella.
Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que, a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua, levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi padre, por ser tal que robaba a todos las voluntades. Por estas y otras niñerías, estuvo preso; aunque, según a mí me han dicho después, salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron docientos cardenales, sino que a ninguno llamaban «señoría». Las damas diz que salían por verle a las ventanas, que siempre pareció bien mi padre a pie y a caballo. No lo digo por vanagloria, que bien saben todos cuán ajeno soy della.

Comentario resuelto 

Ejemplo paradigmático de conceptismo. La descripción que hace Quevedo del Maese Cabra en La vida del buscón, I, III.

Él era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y oscuros que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, de cuerpo de santo, comido el pico, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida que parecía se iba a buscar de comer forzada de la necesidad; los brazos secos; las manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética, la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese. Cortábale los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños. Parecía, con esto y los cabellos largos y la sotana y el bonetón, teatino lanudo. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues ¿su aposento? Aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas. Al fin, él era archipobre y protomiseria.

“Mientras Pablos y sus secuaces se mueven en la esfera que les corresponde, la de los pícaros y rufianes, todo les va bien, aunque roben, blasfemen, engañen o incluso maten. El problema surge cuando quieren aparentar y entrar en un mundo que no es el suyo.”



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