miércoles, 12 de agosto de 2020

VITA FLUMEN




Luis Quiñones, en su fantástico ensayo LA OVEJA NEGRA QUE DEVORÓ EL MANUAL DE LITERATURA, escribe:
La metáfora del río, tan universal como certera, es una excelente amiga de los poetas de todos los tiempos. Las primeras alusiones al río como símbolo de vida nos las encontramos en la Biblia: "Los ríos van a dar todos a la mar y la mar no se llena" (Ecl. 1,7).
El tema de la vanidad en las Coplas de Manrique no es casualidad tampoco: "Vanidad de vanidades (...) todo es vanidad". 

En el Rimado de Palacio encontramos a Pero López de Ayala diciéndonos "nuestra vida corre como agua de río". (...). "Todo es ya pasado e corrió como un río" escribe Gómez Manrique. (...) Y el desgraciado personaje de Pleberio, de LA CELESTINA, dice: "corren los días como agua de río". (...)

Nuestro querido Antonio Machado escribía aquello de tomar nota de una rama verdecida en el tronco de un olmo carcomido y partido por un rayo junto al río Duero. Y se obstinaba en hacerlo antes de que la corriente se lo lleve, antes de que "el río hacia la mar te empuje". (...)

El genial Dámaso Alonso se hacía todas las preguntas posibles ante el paisaje norteamericano de Charles River, en Massachusetts: "Yo me senté en la orilla;/ quería preguntarte, preguntarme tu/ secreto;/ convencerme de que los ríos resbalan/ hacia un anhelo y viven;/ y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo que a ti te llaman Carlos)". (...)

El poeta cubano, no demasiado conocido en España, José Ángel Buesa, tiene para mí una de las más bellas utilizaciones del río como material poético: 
"El río es un como un viaje para el sueño del hombre,/ el hombre es, como el río, un gran dolor/ en viaje", escribe en su "Poema del río" para referirse al viaje amoroso de la vida en que, concluye, "únicamente el río conoce tu secreto".
LA OVEJA NEGRA QUE DEVORÓ EL MANUAL DE LITERATURA.
Luis Quiñones (Bohodón Ediciones, 2021)



Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.


Pero quisiera acabar con un poema de Kavafis que, partiendo de la idea expuesta de la vida como viaje o como camino, pone todo el acento en el hecho mismo de vivir, no en el de llegar a nuestro objetivo. Y que remite además al máximo referente del homo viator, Ulises, y su Odisea. El poema, en la versión publicada en 1999 por Pedro Bádenas de la Peña, se titula Ítaca:

 
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.      







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