martes, 23 de abril de 2019

LA EVOLUCIÓN DE LA FIGURA DEL VAMPIRO EN LA LITERATURA


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Seguramente sabes lo que es un vampiro. Se trata de un personaje mítico habitual en la literatura y el cine de terror. Te recomendamos este artículo sobres su evolución escrito por María Pilar Carro Sánchez, del que destacamos un breve fragmento:
El primer caso de vampirismo histórico documentado aparece en Inglaterra, y tiene lugar desde 1085 hasta 1094, siendo conocido comoEl caso del Diablo de Drakelow, que dio lugar al mito de los cadáveres ambulantes, y posteriormente a una infinidad de casos de vampirismo documentados en toda Europa. El primer vampiro literario europeo también es inglés, y se trata de Grendel, el llamado Vampiro de las profundidades, en obras de consulta posteriores, que aparece en el poema épico Beowulf, escrito en el siglo XI. Y aunque no se hace referencia a él como vampiro, ya que el término no aparecerá hasta siglos después, en el poema se le describe como “una sanguijuela que se ha alimentado de la sangre ajena”.
Ya en el siglo XIX, los vampiros se convierten en una figura recurrente dentro de la literatura gótica, en todas sus formas. Se trata de vampiros siempre vistos y descritos por unatercera persona, que aterran tanto con su presencia como con su ausencia. (…)La obra clave sobre los vampiros se escribe en esta época, y se trata de Drácula, de Bram Stoker, publicada en 1897. (…)Desde entonces, proliferan las novelas sobre vampiros, pero no es hasta 1976, cuando Anne Rice publica Entrevista con el Vampiro, la primera novela de su saga Crónicas Vampíricas. (…)
A continuación te presentamos algunos ejemplos para que observes la evolución de la figura del vampiro en la literatura.

EL GIAOUR
Pero antes, sobre la tierra, como vampiro enviado,
tu cadáver del sepulcro será exiliado;
entonces, lívido, vagarás por el que fuera tu hogar,
y la sangre de los tuyos has de arrancar;
allí, de tu hija, hermana y esposa,
a media noche, la fuente de la vida secarás;
Aunque abomines aquel banquete, debes, forzosamente,
nutrir tu lívido cadáver andante,
tus víctimas, antes de expirar,
en el demonio a su señor verán;
maldiciéndote, maldiciéndose,
tus flores marchitándose están en el tallo.
Pero una que por tu crimen debe caer,
la más joven, entre todas, la más amada,
llamándote padre, te bendecirá:
¡esta palabra envolverá en llamas tu corazón!
Pero debes concluir tu obra y observar
en sus mejillas el último color;
de sus ojos el destello final,
y su vidriosa mirada debes ver
helarse sobre el azul sin vida;
con impías manos desharás luego
las trenzas de su dorado cabello,
que fueron bucles por ti acariciados
y con promesas de tierno amor despeinados;
¡pero ahora tú lo arrebatas,
monumento a tu agonía!
Con tu propia y mejor sangre chorrearán
tus rechinantes dientes y macilentos labios;
luego, a tu lóbrega tumba caminarás;
ve, y con demonios y espíritus delira,
hasta que de horror estremecidos, huyan
de un espectro más abominable que ellos.
(Lord Byron)

EL VAMPIRO
Tú, que como una cuchillada,
en mi corazón doliente has entrado;
tú, que fuerte como un tropel
de demonios, llegaste, loca y adornada,

para de mi espíritu humillado
hacer tu lecho y tu dominio,
—Infame a quien estoy ligado,
como el forzado a la cadena,

Como al juego el jugador empedernido,
como a la botella el borracho,
como a los gusanos la carroña,
— ¡Maldita, maldita seas!

He implorado a la espada rápida
la conquista de mi libertad,
y he dicho al veneno pérfido
que socorriera mi cobardía.

¡Ah! El veneno y la espada
me han desdeñado y me han dicho:
"Tú no eres digno de que te arranquen
de tu esclavitud maldita,

¡Imbécil! — Si de su imperio
nuestros esfuerzos te libraran,
tus besos resucitarían
el cadáver de tu vampiro!"
(Charles Baudelaire)


(…) Ante mί apareció un anciano de elevada estatura, pulcramente afeitado a excepción de un gran bigote cano, y vestido completamente de negro, sin una sola nota de color8 . […] tendiéndome la mano, apretó la mía con tal fuerza que me hizo estremecer de dolor, sensación que no disminuyó por el hecho de que estuviera tan fría como el hielo y más bien pareciera la mano de un muerto. […] Hasta entonces sólo me había fijado en el dorso de sus manos, apoyadas sobre las rodillas, y a la luz de la lumbre me habían parecido blancas y finas. Pero al verlas de cerca pude comprobar que eran bastas, con dedos cortos y gruesos. Y por extraño que pueda parecer, había bello en el centro de las palmas. Las uñas eran largas y finas, y estaban afiladas.
(Descripción del Conde en Drácula, de Bram Stoker)



(…)
Me quedaba estupefacto en esas ocasiones; su mente era imprevisible, desconocida. Pero luego se sentaba en mis rodillas y me acariciaba el pelo suavemente, susurrándome al oído que yo nunca iba a crecer como ella, hasta que supiera que matar era lo más serio del mundo, no los libros ni la música...
-Siempre la música...-me susurraba.
-Muñeca, muñeca-le decía yo.
“Pues eso era lo que era. Una muñeca mágica. La risa y el intelecto infinito y luego la cara de redondas mejillas, la boca como una flor.
-Déjame que te vista, deja que te peine-le decía como una vieja costumbre, consciente de su sonrisa y de que me miraba con un velo de aburrimiento en su expresión.
-Haz lo que quieras-me decía al oído cuando me agachaba a prenderle sus botones de perlas-. Pero esta noche mata conmigo. Nunca me has dejado verte matar, Louis.


(Fragmento de Entrevista con el vampiro, Anne Rice)




RUMBO A LONDRES, EL CONDE DRÁCULA RESUCITA UN PASADO SENTIMENTAL
Hasta aquí, amor. aquí. Fauce abisal
de mi propio deseo, encadenado
y libre como el ancla entre sus limos.
Aquí, ferviente explorador de gozos.
No temas, cuerpo mío, arquitectura
sumergida, ciudad imaginada.
Gusta breve solaz, toca su lumbre,
admira su contorno, prevalece.
Tiniebla en la tiniebla, pez de sombra,
no hay heraldo que horade tu silencio
con dulce, memorable, dulce canto.
No hay heraldo. Detente, alado brillo
del sueño, resplandor de los cobardes.
Oscura vida, ven, y tus panoplias
de soledad nocturna, tus escudos
heráldicos, tu faz de terciopelo,
cristal anochecido del abandono.
Ven, oh tú, palpitante enredadera
de destrucción y plenitud, oh vida.
Y no la selva familiar, ni el húmedo
contacto de tu quilla con la proa
del mar, no el espolón entre los senos
me ofrezcas, artificio o salvación
final, sí deslizante carabela,
submarino solar y travesía
nostálgica y feliz, hermosa y triste,
lejos de Transilvania, de los ojos
tan suaves, del cabello, de las manos
que tanto amé y se han ido para siempre.


(Luis Alberto de Cuenca).








No se hablaba en el país de otra cosa. ¡Y qué milagro! ¿Sucede todos los días que un setentón vaya al altar con una niña de quince? Así, al pie de la letra: quince y dos meses acababa de cumplir Inesiña, la sobrina del cura de Gondelle, cuando su propio tío, en la iglesia del santuario de Nuestra Señora del Plomo —distante tres leguas de Vilamorta—, bendijo su unión con el señor don Fortunato Gayoso, de setenta y siete y medio, según rezaba su partida de bautismo. La única exigencia de Inesiña había sido casarse en el santuario; era devota de aquella Virgen y usaba siempre el escapulario del Plomo, de franela blanca y seda azul. Y como el novio no podía, ¡qué había de poder, malpocadiño!, subir por su pie la escarpada cuesta que conduce al Plomo desde la carretera entre Cebre y Vilamorta, ni tampoco sostenerse a caballo, se discurrió que dos fornidos mocetones de Gondelle, hechos a cargar el enorme cestón de uvas en las vendimias, llevasen a don Fortunato a la silla de la reina hasta el templo. ¡Buen paso de risa! (…) ¿Quién era, vamos a ver, Inesiña? Una chiquilla fresca, llena de vida, de ojos brillantes, de carrillos como rosas; pero qué demonio, ¡hay tantas así desde el Sil al Avieiro! En cambio, caudal como el de don Fortunato no se encuentra otro en toda la provincia. Él sería bien ganado o mal ganado, porque esos que vuelven del otro mundo con tantísimos miles de duros, sabe Dios qué historia ocultan entre las dos tapas de la maleta; solo que… ¡pchs!, ¿quién se mete a investigar el origen de un fortunón? Los fortunones son como el buen tiempo: se disfrutan y no se preguntan sus causas.
“El vampiro” relato de Emilia Pardo Bazán

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