jueves, 9 de mayo de 2024

NATURALISMO EN ESPAÑA: Zola en el olvido y liándola PARDO BAZÁN





 





Las primeras referencias a Zola se efectuarían en 1876, pero el tema se desconoce en España hasta 1878. El contacto verdaderamente fructífero con el naturalismo sólo tiene lugar entre 1880 y 1882.
En 1880 se traducen tres novelas de Zola: Una page d’amour, L’asommoir y Nana. En 1881 se publica La desheredada, primera novela naturalista española, que Clarín califica de «naturalismo templado»13. En 1882 ya hay una serie de discusiones en el Ateneo sobre el naturalismo, y aparece el interesante artículo de Clarín (sólo recientemente divulgado, en la selección de Beser) sobre el tema, en La Diana.

Si la ofensiva naturalista se desarrolla en verdad entre 1879-1882, no llega con excesivo retraso a España. El problema verdadero reside más bien, creo, en su asimilación ideológica. Los presupuestos intelectuales del naturalismo francés eran bastante opuestos a los españoles.

Beser ha señalado, en otro inteligente trabajo sobre Clarín, cómo el naturalismo significa un paso adelante con respecto al realismo. Se presenta como una tendencia literaria enfrentada a las clases dominantes, que lo combaten por motivos políticos y refleja la oposición a conservadores y liberales idealistas. (...) 
Por otra parte, los estudios más recientes acerca del tema coinciden en que Clarín era posiblemente el crítico más informado sobre el naturalismo, y el más original. No fue un simple eco de la tendencia francesa, sino un creador que desarrolló y en algunos casos superó la doctrina de Zola15. (...)
Muchos autores españoles que se tuvieron por naturalistas simplemente adoptaron este atuendo superficialmente, adaptando módulos de pensamiento tradicional a una forma narrativa de vis más actual. El propio Zola se admiraba de que Pardo Bazán se considerara naturalista. (...) 
Hasta Pardo Bazán, que se considera naturalista, se manifiesta con el típico eclecticismo tradicional: habla de engendros del naturalismo, Zola es un hipocondríaco sin alegría, y se pregunta por qué Zola cuando hay Galdós, Pereda y Alarcón.
Por el contrario, el discurso de Clarín resumido en El Progreso, 20 de enero de 1882, muestra ya una perfecta asimilación de Zola (ibídem, p. 43). Allí Clarín se extiende acerca de que el novelista de hoy no puede hacer creaciones quiméricas abstraídas de la realidad, sino presentar el mundo tal cual es; se refiere a la gran influencia del medio (apud op. cit., p. 44).

A partir de la publicación de Germinal, en 1885, las traducciones españolas de Zola se publican casi al mismo tiempo que las ediciones francesas, como señala Pattison. Pero entonces me parece incomprensible la prejuzgada ignorancia de la crítica española respecto al tema. De hecho, la crítica reaccionaria o conservadora, como he indicado, suele basarse en sus objeciones a Zola, en aspectos que eluden la verdadera causa de su repulsa. Le achacan que pinta lo repugnante, finales tristes -añorando un happy end de gusto burgués, más tranquilizador-, etcétera. (...)

El que la moda naturalista ya estaba aceptada en 1883, lo demuestra que hasta Palacio Valdés se autocalifique de esta forma, en el prólogo de Marta y María. En definitiva, creo se ha despojado ya el naturalismo de su posible agresividad sociológica y se toman sólo sus posibilidades coloristas y escenográficas. Despojado de su contenido, deviene inocuo, y es de «buen ver» en la época.

Sin embargo, el propio Pattison -que parece a veces confundir los términos-, considera dudoso aplicar el vocablo «naturalista» a Pardo Bazán, a la que considera más bien realista (op. cit., pp. 101-125)18, y recoge la polémica surgida a partir de La cuestión palpitante. Pardo Bazán se opone al determinismo; aprueba el lenguaje bajo y grosero, pero no quiere ir tan lejos como Zola. (...)
El naturalismo que [...] no aspira a confundir el arte con la ciencia, que no depende del positivismo, tiene como nota característica el pretender que el arte estudie e interprete la verdad, para que la expresión bella sea conforme a la realidad, y esto quiere y cree conseguirlo por medio de la observación atenta, rigurosa de los datos que ofrece el mundo real, y por medio de la experimentación que coloca estos datos en las condiciones que se necesitan para aprender sus leyes, su modo natural de escribir con arreglo a ellas. [...] la verdad, tal como es, el conocimiento profundo, seguro y exacto de la realidad [p. 127]. Pero Clarín niega siempre que el naturalismo pueda convertir en ciencia el arte, aunque esta solución hegeliana seduzca a Zola (p. 116).

En definitiva, Zola posee una obsesión fisiológica y sensual -que en ocasiones ofrece páginas magníficas-. Clarín está preocupado por un asunto místico -problemática heredada, aunque trate de negarlo, de la novela tendenciosa, a partir de Galdós. (...) De esta forma, La Regenta posee un rápido desenlace, porque no interesa tanto el desarrollo de la acción, sino el análisis que pone de manifiesto, con exactitud casi científica -aunque dentro de los tópicos narrativos de época, a veces folletinescos, que aquejaron a toda la novela del siglo XIX-, toda una serie de relaciones psicológicas y sociales.
En definitiva creo que lo que muchas veces en Zola es meramente un escándalo de apariencias, al gusto parisino -con todo el atractivo que ello puede tener también-, en Clarín es un análisis profundo y serio de todo un medio social, a través de cortes o planos que muestran una visión estructurada y completa de un entorno representativo de la realidad española. (...)


Puede mencionarse como ejemplo al principio mismo de la narración, la aparición de Ana Ozores -que viene precedida de comentarios de terceros, capítulos 1 y 2-. Esta aparición, en el capítulo 3, se interrumpe para dar la misma retrospectiva de su infancia -que va indicando la temprana opresión del entorno sobre su afectividad-; en el capítulo 4 se relatan los precedentes familiares de la protagonista, y sus ensueños poéticos, pero ya aparece la dicotomía entre la mitología griega (vitalista), y el libro de san Agustín (misticismo, religiosidad), en sus lecturas tempranas. El capítulo 5 nos traslada al «presente» de la acción, orfandad; nuevo flash-back, que abunda en rasgos soñadores de la protagonista, para volver al presente con la boda. Entre los capítulos 3, 4 y 5 se ha explicado la problemática con sus antecedentes. Los capítulos 1 y 2 sirvieron para situar la acción en el trasfondo de la catedral, como símbolo del poder religioso.

Los capítulos 6, 7 y 8 vuelven hacia el exterior. La Regenta es una novela de gran movilidad en el enfoque narrativo. Aquí van presentándose a los personajes entre la sociedad laica; el Casino, como institución laica del lugar, el antagonismo entre Mesía y don Fermín a través de terceros; y la murmuración en los salones de la nobleza.

Los capítulos 9 y 10 se refieren respectivamente al bullicio callejero de Vetusta con la idealización del Magistral por Ana y su encuentro con Mesía, y al interior de la casa de Ana con la imagen paterna de don Víctor. Por tanto, acaba de perfilar los personajes, y pasa a las escenas de interior, también anímico.

Los capítulos del 11 al 15 se refieren al Magistral, en los sucesivos escenarios de su casa (cap. 11), fondo eclesiástico con diversos tipos (cap. 12), salones de la Marquesa (cap. 13) (con escenas de colorismo zolesco, como la del columpio de Obdulia, que recuerdan Une page d’amour, aunque el sentido del hecho es muy distinto), el paseo del Espolón (cap. 14), y el interior de la casa del Magistral de nuevo (cap. 15) con la crítica escena de don Santos Barinaga borracho denunciando su poder. En definitiva, se nos plantean las relaciones de dependencia del Magistral respecto a doña Paula, su madre (otra acción dentro de la acción, que se insinúa, y luego se vuelve a   —126→   ella hasta contemplarla), y los progresivos celos que este tiene por Ana Ozores. En el capítulo 15 hay otro importante flash-back que relata la vida de doña Paula, y aporta además nuevos datos acerca del dominio sobre los clérigos; de él, se deduce una comprensión más profunda de las motivaciones de don Fermín, y también de las presiones morales que actúan sobre el clero. Las formas de dominio se extienden jerárquicamente, en una relación compleja de dependencia, cuyo dibujo lineal percibe el lector.

Los capítulos 16 y 17 vuelven sobre Ana. En el primero se muestra la asfixia de lo prosaico, el hastío, con insinuación de una salida vitalista hacia el don Juan/don Álvaro (ya aludida en su miedo a Mesía, cap. 10). En el segundo, la visita del Magistral y la confesión, que introducen el tema del aumento de temperatura mística, que se desarrollará en los capítulos 18 y 19.

El capítulo 20 y el 22 significan un interludio que interrumpe la problemática interior de Ana, para referirse a las críticas de la sociedad laica hacia don Fermín, con la historia de don Pompeyo, que en el capítulo 26 muere.

Si entre los capítulos 18 al 22 la acción va de Ana (19 y 21) al exterior (18 y 22), a partir de ahora la acción se acelera un tanto. En cada capítulo, el tema se refiere a Ana y a don Álvaro -la segunda relación amorosa-, entre los capítulos 23 y 26.

El capítulo 27 se refiere a la recuperación de Ana, después de la procesión -donde su misticismo llega al delirio-. Hay otro flash-back, y reconstrucción minuciosa de lo sucedido.

El capítulo 28 plantea el ridículo de don Fermín en el campo, por celos, y el amor de Ana y don Álvaro.

El desenlace ocupa únicamente dos capítulos: 29 y 30. Sucede con gran rapidez, frente a la anterior delectación descriptiva.

El capítulo 29, en Navidad, da a entender el adulterio. Hay una chanza de todos los personajes: las situaciones teatrales del don Juan, el Magistral (un clérigo es un eunuco enamorado), don Víctor (que vive un drama de capa y espada a costa de su propio honor), etc.

En el capítulo 30 las acciones suceden de un plumazo. El duelo (comparación satírica teatro/vida); ridículo de don Víctor (que vive La Traviata) y don Fermín (con su   —127→   cuchillo, en drama de celos). Muerte de don Víctor. Huida de don Álvaro. Frígilis (el personaje naturalista, científico de aspecto desagradable) demuestra su fidelidad (pese a la frigidez que, satíricamente, indica su nombre). Ana busca un hermano en don Fermín, y este la rehúye. Murmuración general. Final teatral, en el beso de Celedonio, que parece símbolo del asco vomitivo que parece producirle una sociedad en la que no se integra.

En definitiva, el flash-back parece tener un papel importante para explicar el carácter de Ana, y para explicar los condicionamientos psicológicos y familiares que actúan sobre don Fermín. En el otro caso, la curación de Ana es simplemente un recurso narrativo lúdico, para mantener el interés con la sorpresa de la acción.

La Regenta es una narración compleja, donde suceden muchas acciones diferentes. Por ejemplo, la de don Pompeyo. Son acciones que se insinúan, se cortan, se vuelve sobre ellas en el momento preciso, capítulos más adelante. Todas ellas poseen una intencionalidad, transmiten una idea. No son una historia gratuita sino que describen una situación, analizan un hecho. Esta pluralidad de acontecimientos narrativos puede dar pie a múltiples interpretaciones respecto a la obra. Pero siempre siguen un sistema, están estructurados para cumplir una función. Esta composición racional de la obra es lo que aquí quiero destacar, pues analizar su estructura en detalle sería más largo.

En definitiva, lo que trato de indicar aquí es que La Regenta viene a ser una especie de «verificación» narrativa de todas las teorías naturalistas anteriormente expuestas, en una aplicación más estricta de lo que Clarín mismo afirma. Su diferencia fundamental respecto a la obra de Zola, se debe a diversas técnicas narrativas, que reflejan la adaptación a la novela de una serie de ideas acerca del arte y acerca de las ciencias del hombre, como he intentado señalar. Esta diferencia se concreta en el carácter de composición sistemática, cuidadosamente estructurada, que confiere un aspecto peculiar a la obra y aumenta su contundencia crítica.
 Aquí se ha intentado situar La Regenta en el contexto del naturalismo, como dato básico para su interpretación. Se señalaron aspectos históricos de incidencia en nuestro país, y peculiaridades de asimilación. En el contraste de las teorías literarias de Zola y Clarín, parece seguirse que esta novela es una aplicación a la narrativa de estas concepciones, y mucho más estrictamente naturalista, en algunos aspectos, que la obra del propio Zola. A partir de esta situación contextual necesaria, se ha ofrecido una interpretación de los diversos aspectos estructurales, temáticos e ideológicos de la obra, que se presenta, además, como un caso singular en nuestras letras.

En definitiva, creo que a través de la relación de La Regenta con el naturalismo, se pone de relieve su valor, significación y originalidad, a veces en olvido.



-¿Y los perros, vamos a ver? ¿Y los perros? Como si también los perros comprendiesen su derecho a ser atendidos antes que nadie, acudieron desde el rincón más oscuro, y olvidando el cansancio, exhalaban famélicos bostezos, meneando la cola y levantando el partido hocico. 


Julián creyó al pronto que se había aumentado el número de canes, tres antes y cuatro ahora; pero al entrar el grupo canino en el círculo de viva luz que proyectaba el fuego, advirtió que lo que tomaba por otro perro no era sino un rapazuelo de tres a cuatro años, cuyo vestido, compuesto de chaquetón acastañado y calzones de blanca estopa, podía desde lejos equivocarse con la piel bicolor de los perdigueros, en quienes parecía vivir el chiquillo en la mejor inteligencia y más estrecha fraternidad.


 Primitivo y la moza disponían en cubetas de palo el festín de los animales, entresacado de lo mejor y más grueso del pote; y el marqués - que vigilaba la operación -, no dándose por satisfecho, escudriñó con una cuchara de hierro las profundidades del caldo, hasta sacar a luz tres gruesas tajadas de cerdo, que fue distribuyendo en las cubetas. [...] 


De pronto la criatura, incitada por el tasajo que sobrenadaba en la cubeta de la perra Chula, tendió la mano para cogerlo, y la perra, torciendo la cabeza, lanzó una feroz dentellada, que por fortuna sólo alcanzó la manga del chico, obligándole a refugiarse más que de prisa, asustado y lloriqueando, entre las sayas de la moza, ya ocupada en servir caldo a los racionales. 


Julián, que empezaba a descalzarse los guantes, se compadeció del chiquillo, y, bajándose, le tomó en brazos, pudiendo ver que a pesar del mugre, la roña, el miedo y el llanto, era el más hermoso angelote del mundo.

-¡Pobre! - murmuró cariñosamente -. ¿Te ha mordido la perra? ¿Te hizo sangre? ¿Dónde te duele, me lo dices? Calla, que vamos a reñirle a la perra nosotros. ¡Pícara, malvada!

Reparó el capellán que estas palabras suyas produjeron singular efecto en el marqués. Se contrajo su fisonomía: sus cejas se fruncieron, y arrancándole a Julián el chiquillo, con brusco movimiento le sentó en sus rodillas, palpándole las manos, a ver si las tenía mordidas o lastimadas. Seguro ya de que sólo el chaquetón había padecido, soltó la risa. (...)

COMENTARIO RESUELTO DE UN FRAGMENTO DE LOS PAZOS DE ULLOA (EMILIA PARDO BAZÁN) 

EL PAISAJE GALLEGO EN LOS PAZOS DE ULLOA (artículo de Palmira Arnáiz para Centro Cervantes Virtual)


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