Soy profe de Lengua y Literatura y en este blog iré colgando actividades y textos que trabajemos en clase (o no).
"Hola, ¿qué tal? Soy el chico de las poesías".
a) Identifique al autor y la obra de la que forma parte. A continuación, contextualícela en el marco de la historia de la literatura. (1 p.) [10-15 líneas]
b) Identifique los temas y símbolos que aparecen en este texto. (1 p.) [20-25 líneas]
c) Identifique y explique qué características formales nos permiten atribuirlo al
género literario, al autor y a la época a la que pertenece. (1.) [20-25 líneas]
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
ELEGÍA SEGUNDA
“Me quedaré en España, compañero”,
me dijiste con gesto enamorado.
Y al fin sin tu edificio trotante de guerrero
en la hierba de España te has quedado.
Nadie llora a tu lado:
desde el soldado al duro comandante,
todos te ven, te cercan y te atienden
con ojos de granito amenazante,
con cejas incendiadas que todo el cielo encienden.
Valentín el volcán, que si llora algún día
será con unas lágrimas de hierro,
se viste emocionado de alegría
para robustecer el río de tu entierro.
Como el yunque que pierde su martillo,
Manuel Moral se calla
colérico y sencillo.
Y hay muchos capitanes y muchos comisarios
quitándote pedazos de metralla,
poniéndote trofeos funerarios.
Ya no hablarás de vivos y de muertos,
ya disfrutas la muerte del héroe, ya la vida
no te verá en las calles ni en los puertos
pasar como una ráfaga garrida.
Pablo de la Torriente,
has quedado en España
y en mi alma caído:
nunca se pondrá el sol sobre tu frente,
heredará tu altura la montaña
y tu valor el toro del bramido.
De una forma vestida de preclara
has perdido las plumas y los besos,
con el sol español puesto en la cara
y el de Cuba en los huesos.
Pasad ante el cubano generoso,
hombres de su Brigada,
con el fusil furioso,
las botas iracundas y la mano crispada.
Miradlo sonriendo a los terrones
y exigiendo venganza bajo sus dientes mudos
a nuestros más floridos batallones
y a sus varones como rayos rudos.
Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan.
No temáis que se extinga su sangre sin objeto,
porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan
aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.
LAS MANOS
Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
saltan, y desembocan sobre la luz herida
a golpes, a zarpazos.
La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
hombres de mi simiente.
Ante la aurora veo surgir las manos puras
de los trabajadores terrestres y marinos,
como una primavera de alegres dentaduras,
de dedos matutinos.
Endurecidamente pobladas de sudores,
retumbantes las venas desde las uñas rotas,
constelan los espacios de andamios y clamores,
relámpagos y gotas.
Conducen herrerías, azadas y telares,
muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
fábricas, pueblos, minas.
Estas sonoras manos oscuras y lucientes
las reviste una piel de invencible corteza,
y son inagotables y generosas fuentes
de vida y de riqueza.
Como si con los astros el polvo peleara,
como si los planetas lucharan con gusanos,
la especie de las manos trabajadora y clara
lucha con otras manos.
Feroces y reunidas en un bando sangriento
avanzan al hundirse los cielos vespertinos
unas manos de hueso lívido y avariento,
paisaje de asesinos.
No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
y blandas de ocio vagan.
Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
que a nadie corresponden sino a quien los labora,
y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
caudales de la aurora.
Orgullo de puñales, arma de bombardeos
con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
ejecutoras pálidas de los negros deseos
que la avaricia empuña.
¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
y en el amor se apagan.
Las laboriosas manos de los trabajadores
caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
Y las verán cortadas tantos explotadores
en sus mismas rodillas.
a) Identifique al autor y la obra de la que forma parte. A continuación, contextualícela en el marco de la historia de la literatura. (1 p.) [10-15 líneas]
b) Identifique los temas y símbolos que aparecen en este texto. (1,5 p.) [20-25 líneas]
c) Identifique y explique qué características formales nos permiten atribuirlo al
género literario, al autor y a la época a la que pertenece. (1.) [20-25 líneas]
partir de esta carta de Miguel fechada el 30 de mayo de 1933, Federico dio por concluida su relación con el poeta oriolano. Ni contestó a sus siguientes llamadas ni hizo nada por ayudarle en su posterior etapa madrileña. Estas y otras razones que apuntaremos en su momento fueron las que llevaron al autor del Romancero gitano a evitar en la medida de lo posible la presencia de Hernández, ya que consta por diversos testimonios, según señala Agustín Sánchez Vidal, «la alergia que le producía la rusticidad de Miguel, cuya insistencia podía resultar algo agobiante». (...)
Lo que se deduce tras la lectura de cualquiera de los números de El Gallo Crisis es que se trata de una publicación que, a pesar de sus pretensiones, no deja de ser una revista provinciana, de catolicismo doméstico y crepuscular, que distaba bastante del europeísmo de Cruz y Raya, y éste es un dato que dice mucho de su mentor Sijé, quien a fuerza de querer imitar a los grandes pensadores del momento –Zubiri, Ortega, Ors– sólo consigue un producto impopular cargado, como señala el profesor Cecilio Alonso, de «fascismo inconsciente», y que, a juicio del propio Bergamín, era una especie de «tumor que le ha salido a Cruz y Ra ya». (...)
Pablo Neruda había llegado a España en mayo de 1934 en calidad de diplomático, destinado al Consulado de su país en Barcelona. Fue entonces, a finales de julio de ese año, cuando se produjo el encuentro entre aquellos dos poetas de tanta energía creadora. Miguel no tenía más obra que ofrecerle que su ya lejano Perito en lunas y esa pieza dramática que acaba de ver la luz bajo el auspicio de Bergamín. Ni Hernández se hallaba aún en el radio de acción ideológico y poético del chileno, ni Neruda simpatizaba con los postulados conservadores y estéticos del oriolano. Sin embargo, desde el primer momento, se produjo una simpatía recíproca de tal intensidad que ya ninguna razón, salvo la muerte y la guerra, lograría separarles del todo. Y la primera prueba de esa fecunda relación fue la reacción de Pablo ante el auto sacramental de Miguel, que lejos de un rechazo categórico por sus connotaciones católicas y reaccionarias, arrancó el entusiasmo y el elogio del autor de Crepusculario ante su excepcional calidad. (...)
Por Bergamín sabía la perfecta conexión de Ignacio con el grupo poético del 27, en especial con Lorca y Alberti, ya que frecuentaba las tertulias literarias de la capital, como la de Cruz y Raya o las que se celebraban en casa de Carlos Morla Lynch. Y todas estas circunstancias son las que llevan a Hernández a escribir, con asombrosa rapidez, su elegía «Citación-fatal», adelantándose a todos los poetas del entorno –Federico compondría su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías dos meses más tarde–, con la presumible intención de ganarse la aprobación y el afecto de sus amigos de Madrid. (...)
Durante los meses de julio, agosto y septiembre de 1934, Miguel ha visto publicadas sus obras en una revista de amplia difusión, Cruz y Raya, y en otra de creación tan reciente como El Gallo Crisis de Ramón Sijé. Tanto en una como en otra, su teatro y su poesía se han puesto al servicio de un catolicismo militante que ha quedado sobradamente demostrado en los apartados anteriores. Algunos de los poemas que van nutriendo su libro El silbo vulnerado aparecen de modo simultáneo en las páginas de la revista oriolana, cumpliendo a la perfección la labor exhortativa y religiosa que le encomiendan sus más cercanos amigos. (...)
De lo que no cabe duda es de que Josefina encarna los principios que en aquellos momentos Miguel asume y defiende en su propia obra literaria, es decir, la concepción cristiana y pura de una mujer virtuosa, sencilla y religiosa que cumple con los elementales preceptos y que, además, ni se pinta ni hace ostentación de esa belleza adolescente que también ha cautivado a primera vista al poeta. (...)
En su cruce de misivas con José Bergamín, ha recibido un severo correctivo de su editor al manifestar éste que la revista de Sijé, El Gallo Crisis, no es precisamente de su gusto, ya que está llena de un catolicismo reaccionario y destructivo que poco tiene que ver con el que promulga Cruz y Raya. Son varios los toques que ha tenido que soportar al respecto, primero de María Zambrano, con esa sutileza suya de amiga verdadera, y después las palabras de Bergamín, claras pero hirientes. Miguel sigue, pese a todo, del lado de Sijé, a quien tanto debe y en quien tanto confía aún. (...)
Sijé tenía un concepto de sí mismo lo suficientemente alto como para no andar sometiéndose a las órdenes de cualquier prohombre, y la primera prueba de ello la encontramos en un artículo de La Verdad aparecido el 18 de diciembre de 1932, donde se atreve a decir que «Ernesto Giménez Caballero es un chulito, un mocito antieuropeo, un verbenero intelectual», vengándose, sin duda, de su apologética diatriba en la inauguración del monumento a Miró en la Glorieta de Orihuela. También mostraría su disconformidad con Caballero en la reseña crítica que hace de uno de sus libros en el artículo «La Novela del Belén». Pero es en el tiempo de El Gallo Crisis cuando arremete con fuerza contra estas posturas totalitarias al escribir en su primer número: «Fascismo, por consiguiente, partido, partido político y partido por el eje […]. El fascismo tiene la razón de la fuerza pero no la fuerza de la razón. Agota su propia capacidad creadora antes de llegar a la nación […]. ¡Falange!… bueno; falange, falangina y falangeta; un dedo. Para moldear el concepto de España se necesitan todas las manos del alma.» Finalmente, la misma idea de Dios como unidad y como principio la enfrenta al propio Hitler en el segundo número de su revista: «Alemania, locura y tristeza de Europa: nación sin nación: sin alma. Nación sin memoria de unidad: de Dios: sumergida en una penumbra de mitos.» Todas estas consideraciones no sirvieron para que la Falange de Orihuela dejara de considerar a Sijé uno de los suyos
El encuentro del que no nos cabe ninguna duda fue el acaecido el 6 de diciembre de 1934 entre Neruda, Lorca y Hernández. Miguel acude a la llamada del poeta chileno amparándose en la confianza que éste dejó depositada en él tras coincidir en la tertulia de Cruz y Raya. Neruda ofrece ese día una conferencia en la Universidad de Madrid, y Federico, viejo amigo del cónsul, hace de presentador del acto. Es la segunda vez que Miguel ve a ambos poetas y aprovecha la ocasión para entregar a Lorca un ejemplar de El torero más valiente con el ruego de que se ocupe de él y haga lo posible por conseguir su estreno. La reacción de los dos autores consagrados es bien distinta. Mientras Pablo Neruda le manifiesta abiertamente su alegría ante el feliz reencuentro y le presta atención e interés, Federico actúa con la fría cordialidad de quien trata de salir airoso del lance, de deshacerse con diplomacia de ese muchacho que le acosa desde hace casi dos años. El hecho es tan evidente, que el mismo Neruda capta la situación y se la hace saber a Hernández poco tiempo después para que no se forje falsas esperanzas con el poeta granadino. (...)
Morelli afirma por su parte que el mismo Aleixandre le habló «de Federico García Lorca y de su sentimiento de incomprensión hacia la persona de Hernández».[68] Pero quizá sea Juan Cano Ballesta quien se muestre más claro a este respecto cuando afirma que «los dos se movían en mundos muy diversos. El uno pobre provinciano y poeta incipiente, el otro en la cumbre de su prestigio intelectual y social. Éste refinado, culto, exquisito; aquél rústico, inocente, voraz lector, pero poco instruido».[69] Lo que resulta evidente es que Lorca nunca acudió a la llamada desesperada de Hernández.
Conviene tener presente que el proceso de transformación ideológica que está sufriendo Miguel conlleva al mismo tiempo un replanteamiento de su relación con Josefina Manresa. Lo que en ella veía como virtud, como cualidades necesarias –su religiosidad, su castidad y su puritanismo– se vuelven poco a poco contra él, que ha abierto los ojos a una realidad muy distinta que le lleva a reconocer el retroceso de esas costumbres de las que ha sido víctima y que ella, su novia, encarna todavía. Un simple examen de conciencia le hace comprender que lo único que le une a esa muchacha es la vieja inocencia de antes y algo tan anecdótico y pintoresco como su afición al cine y a las revistas ilustradas que airean la vida de sus ídolos de celuloide: «No creas que me he olvidado comprar Cinegramas; lo he comprado los dos domingos que falto de tu lado; por cierto, que el último lo he comprado con mi hermana y me lo cogió mi sobrina y me lo ha dejado señalado.»[29] Por lo demás, el poeta sabe que Josefina está muy lejos de su mundo, y que su capacidad y su voluntad para aceptarlo como es, para entender y compartir con él la aventura de la poesía es un reto imposible. (...)
En su última misiva, en la que parece dar por concluido ese noviazgo apenas consumado y esencialmente epistolar, Miguel se muestra contundente en sus afirmaciones y ataca con firmeza la falsa moral provinciana que ha provocado el desenlace entre ellos:
Tú eres muy vergonzosa, no te gusta que te vean quererme y a mí se me importa un pito, por no decir otra palabra más expresiva que pito, casi igual, solo que en vez de t lleva j. ¿Si nos han hecho para eso, por qué vamos a ocultarnos cuando nos tenemos que hacer una caricia? La gente de los pueblos es tonta perdida, Josefina mía: por eso me gustaría tenerte aquí en Madrid, porque aquí no se esconde nadie para darse un beso, ni a nadie le escandaliza cuando ve a una pareja tumbada en el campo, uno encima de otro. Odio a esa gente idiota que se le pasa todo el día hablando de si ha visto a la vecina besándose con el novio. ¿Y sabes lo que es eso? Ganas de que la besen a ella también y que se las aguanta porque no puede tener un hombre que le ofrezca los labios. Tú fíjate en que casi todos los que hablan mal de esas cosas, tan naturales como mear, son solteronas o curas (...).
No hubo ya más cartas después de este escrito del 27 de julio de 1935. Atrás quedaban los poemas de amor inspirados en la joven costurera de pelo negro y ondulado; los de ese Silbo vulnerado sin publicar que tienen la honda marca de Josefina: «Primavera celosa», «Tus cartas son un vino», «Todo me sobra», y un largo conjunto de sonetos campesinos donde la voz del poeta es queja y pena siempre por ese exceso de puritanismo de la amada que le arranca un «ay» constante y que le impide realizarse como amado y como hombre: «Ni a sol ni a sombra vivo con sosiego, / que a sol y a sombra muero de baldío / con la sangre visual del labio mío / sin la tuya negándome su riego.» Miguel ha dejado bien saldada su cuenta al inmortalizar para siempre en sus poemas esa relación que no parecía tener futuro alguno. (...)
Y la conciencia de este hecho, con el color que esos poemas aportan a su futuro libro (anhelo insatisfecho, amor místico-religioso, barrera de moral provinciana) le llevará a la vuelta de unos meses, cuando realice la selección final, a publicar los diez sonetos que mejor resumen esa etapa vencida del poeta –«Me tiraste un limón, y tan amargo», «Tu corazón, una naranja helada», «Umbrío por la pena», «Después de haber cavado este barbecho», «Fuera menos penado si no fuera», «Tengo estos huesos hechos a las penas», «Te me mueres de casta y de sencilla», «Una querencia tengo por tu acento» y «Ya de su creación, tal vez, alhaja»–, únicas composiciones de El rayo que no cesa atribuibles a la inspiración de Josefina, la segunda de ellas publicada con el título de «Pastora de mis besos» en la revista Rumbos de Víctor González Gil el 15 de junio de 1935, poco antes de la anunciada ruptura. (...)
datos suficientemente contrastados nos obligan a pensar que la razón más poderosa que llevó a Miguel a desencadenar ese distanciamiento con Josefina tenía nombre y apellido: Maruja Mallo. Ella, y no otra, tuvo el privilegio de ser la primera mujer en recibir la descarga de ese ímpetu juvenil, de esa fiebre retenida en las entrañas del joven escritor. Y hay que entender que, fuera ya de lirismos, hay demasiadas evidencias flotando sobre ese mar de olvido y desmemoria como para obviar el naufragio que supuso la intensa y apasionada relación entre la pintora y el poeta. Sin embargo, ni el posterior silencio de ella, perfectamente razonable si aceptamos la exigua importancia que la artista debió de conceder a una experiencia más en su mapa de intercambios afectivos –«Yo he jodido tanto –afirmaba hace un tiempo la propia Maruja Mallo– y he conocido a tanta gente, que se me amontonan un poco en la memoria»[33] –, ni tampoco la caballerosa o humillada voluntad de Miguel hicieron nada por airear el idilio. (...)
Según señala Sánchez Vidal, testigos de aquella época sostienen que fue Maruja Mallo la primera mujer que cató el poeta, y lo cierto es que la experiencia vivida entre ambos llegó a ser vox populi en aquel Madrid de 1935, hasta el punto de quedar recogida en la memoria de testigos de excepción como Camilo José Cela, compañero de Miguel en las tertulias dominicales en casa de María Zambrano y amigo personal del escultor Cristino Mallo, hermano de la pintora. De esta singular historia, nos proporciona Cela en su libro Memorias, entendimientos y voluntades un valioso documento:
«Con algunos amigos literarios me iba a bañar los domingos a La Poveda, en el río Henares, cuando venía el buen tiempo; salíamos de la estación del Niño Jesús y al pasar por los viñedos de Coslada nos bajábamos del tren, robábamos unos racimos de uva, corríamos un poco y volvíamos a bordo de un brinco y ayudados por los viajeros que iban en la última plataforma: al llegar a San Fernando el tren cambiaba de máquina, le ponían una más pequeña y que pesaba menos porque el puente no brindaba muchas garantías de seguridad. Miguel Hernández y Maruja Mallo tenían amores e iban a meterse mano y a hacer lo que podían debajo del puente, pero los poetas los breábamos con boñigas de vaca y entonces ellos tenían que irse a la otra orilla a terminar de amarse en la dehesa que allí había ya que, a lo que parece, los toros bravos eran más acogedores y menos agresivos que los poetas líricos.» (...)
No cabe duda de que los dos han sufrido, como señala María de Gracia Ifach, una atracción mutua: «Ella es pintora, ilustra la Revista de Occidente, ha pintado decoraciones del teatro de Rafael Alberti y presentado cuadros en una sala de París. Ha habido un recíproco deslumbramiento, él por encontrarla encantadora dentro de su arte y su simpatía, y ella por parecerle digno de enamoramiento el muchacho rústico que escribe buena, auténtica, poesía.»
No hay más intención en todo este cúmulo de citas y afirmaciones que conducir al lector hacia las consecuencias que la relación entre Miguel y Maruja Mallo[39] alcanzaron en su obra poética. Y para ello se debe partir de dos hechos que nos resultan bastante sólidos: que los versos de Hernández, lejos de cualquier voluntad de ficción y de fábula, son el resultado de la recreación poética de una experiencia vivida y real; y que la experiencia concreta que compartió con la pintora gallega fue una verdadera aventura de riesgo en la que tuvo cabida no sólo su iniciación sexual y el conocimiento práctico de un erotismo de alto voltaje, sino también la cara amarga del engaño amoroso que le administra al mismo tiempo una amada autosuficiente y libre que puede prescindir de sus favores una vez cumplida y agotada la conquista. Que a nadie extrañe, pues, que el mismo Miguel llegara a calificar dicha relación de «experiencia muy grande», sabiendo perfectamente a lo que se refería al emplear ese adverbio y ese adjetivo. Pero para entender mejor este último punto, debemos regresar al perfil psicológico de una mujer altamente admirable y admirada que tropieza de pronto con la candidez y la inexperiencia de un muchacho que no ha conocido más hembra desnuda –discúlpesenos la aclaración– que las cabras de su establo. Maruja Mallo es una criatura independiente, desinhibida e iconoclasta que no se presta a convencionalismos ni a atavismos morales. (...)
Su bagaje humano, sexual, como se ha podido leer en sus propias declaraciones, no debía de ser precisamente corto y, a tenor de diversos testimonios, parece lícito citar entre sus amantes al escultor Emilio Aladrén, «festejante suyo hasta que Lorca se lo quitó con sus elogios»[40] , y principalmente a Rafael Alberti[41] , con quien mantuvo un torturante noviazgo de cinco años (1925-1930), sólo interrumpido por la aparición de María Teresa León en la vida del poeta. Si nos ajustamos a la opinión de algunos estudiosos de Alberti que atribuye la crisis y el estado depresivo que el poeta gaditano sufrió en 1928 a su primera ruptura sentimental con Maruja Mallo[42] , estaremos hablando de una experiencia muy semejante a la vivida por Miguel siete años después. Alberti, consciente de lo importante que fue para él, en todos los sentidos, su relación con la muchacha, desterró deliberadamente el nombre de Maruja Mallo de todas las páginas de La arboleda perdida, su libro de memorias. Sin embargo, no ocultó en uno de sus capítulos los efectos causados por la primera y traumática separación de la pintora: «¿Qué espadazo de sombra me separó casi insensiblemente de la luz, de la forma marmórea de mis poemas inmediatos, del canto aún no lejano de las fuentes populares […] para arrojarme a aquel pozo de tinieblas, aquel agujero de oscuridad, en el que bracearía casi en estado agónico…? Yo no podía dormir, me dolían las raíces del pelo y de las uñas, derramándome en bilis amarilla, mordiendo de punzantes dolores la almohada. ¡Cuántas cosas reales, en claroscuro, como un rayo crujiente, en aquel hondo precipicio! El amor imposible, el golpeado y traicionado en las mejores horas de entrega y confianza; los celos más rabiosos, capaces de tramar en el desvelo de la noche el frío crimen calculado…»[43] Nos parece suficientemente revelador el testimonio del autor de Marinero en tierra, pero nos estremece al mismo tiempo el empleo de expresiones como «punzantes dolores» o «rayo crujiente» para manifestar la desesperación que le asiste. No obstante, y llegados a este punto, lo que nos interesa analizar ahora, en atención a sus consecuencias, es la actitud inicial de Miguel y su reacción posterior, cuando descubra y asuma que ese idilio carnal, ciego y desbocado se reduce para la amada a una simple aventura sin voluntad de continuidad, sin expectativa de futuro. (...)
vendría a significar que Maruja Mallo, la excéntrica pintora de aquel Madrid de irrepetible efervescencia cultural, fue, en gran o total medida, la razón y la causa de, al menos, dos de los libros más significados de la poesía española del siglo XX (ambos producto de una crisis sentimental): Sobre los ángeles, de Rafael Alberti, y El rayo que no cesa, de Miguel Hernández.
En cualquiera de las composiciones inspiradas por Josefina es perfectamente distinguible el sujeto al que van destinadas: la amada es siempre símbolo y prueba de castidad, ingenuidad, sencillez, pero también la encarnación de un ser capaz de convertir el natural instinto masculino en razón de pecado y lujuria. Sólo la humilde costurera será capaz de elevar a la categoría de drama el infructuoso intento de Miguel por besarla inocentemente en la mejilla. Así lo manifiesta el soneto «Te me mueres de casta y de sencilla»: «Y sin dormir estás, celosamente, / vigilando mi boca ¡con qué cuido! / para que no se vicie y se desmande.» Ante el cerrado puritanismo de Josefina, el beso toma la forma de gesto «delincuente». Y el deseo erótico vuelve a estrellarse contra la barrera que impide su realización. El amor del joven, su ansiosa calentura, se convierte ante ella en prueba de voraz malicia, y acaba inhibiéndose, apagando su fiebre, ante el rechazo intransigente de la amada que retrata en el poema «Me tiraste un limón, y tan amargo»: «Se me durmió la sangre en la camisa, / y se volvió el poroso y áureo pecho / en picuda y deslumbrante pena.» Queda claro que, a los ojos de Josefina, aceptar el beso de Miguel hubiera significado una enorme y verdadera deshonra. Así lo reconocía la propia muchacha en una carta dirigida al hispanista Dario Puccini en 1971. Sin el menor titubeo, y pese a los treinta y siete años transcurridos, Josefina Manresa escribía: «Para mí un beso del novio era perder el honor y en esa actitud siempre fui dura, además que yo lo quería demasiado y procuré tenerlo siempre con la misma ilusión, para nuestra felicidad». (...)
Serán, pues, diez los sonetos inspirados en Josefina que pasarán la criba para ocupar un lugar en El rayo que no cesa, la obra que consagraría a Hernández algunos meses después. Por el contrario, la destinataria de las nuevas composiciones que Miguel escribió entre mayo y septiembre de 1935 no parece ser otra que Maruja Mallo. Sobre este punto es de cita obligada la conversación que Gabriele Morelli mantuvo en 1964, en plena realización de su tesis doctoral sobre el poeta, con la viuda del autor oriolano. En ese primer encuentro, Morelli comenzó preguntando a Josefina «por los poemas del libro El rayo que no cesa que Hernández le había dedicado, aunque el propio Aleixandre –confiesa el hispanista italiano– me había señalado que Josefina no era la musa inspiradora de todos los textos. Tampoco yo en aquella época conocía las relaciones verdaderas o supuestas que Miguel tuvo antes con María Cegarra y luego, con más intensidad y pasión, con la pintora Maruja Mallo. A través de ella sintió la experiencia plástica de la Escuela de Vallecas, que la crítica ha conocido en época posterior. Pero Josefina silenció en parte mi pregunta, reconociendo que sólo algunos de estos poemas estaban dedicados a ella». (...)
Por esas fechas ya tiene compuestos varios sonetos dedicados a la muchacha de La Unión, perfectamente diferenciados del resto de composiciones inspiradas en Josefina o en Maruja Mallo por el tono que en ellos emplea, por el componente platónico o el aire sereno que tanto se adecua al sentimiento que la muchacha le provoca y que poco o nada tiene que ver con el lamento pastoril o con el trágico sino del toro. (...)
un libro como El rayo que no cesa, cuya lectura última nos invita a hablar del canon literario que sujeta el conjunto, de intertextualidades áureas y contemporáneas, de las lecturas petrarquizantes del Siglo de Oro que alimentaron a Miguel o de esos referentes estéticos de obligada mención que orean el libro con aires y con ecos de Garcilaso, Góngora, San Juan de la Cruz, Quevedo, Rosalía de Castro, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Aleixandre, Neruda, Alberto Sánchez… La tentación, en efecto, es mucha, casi tanta como la de resolver este capítulo con la sencilla y académica afirmación de que, más allá o más acá del dato biográfico que pudo dar lugar a cada soneto de amor, la identidad de la amada es irrelevante. «Cuando un poeta canta al amor –sostiene Carmen Alemany, una de las mayores especialistas en la obra hernandiana– se acoge en gran medida a los referentes que tiene a su alcance; pero cierto es también que la larga tradición literaria sobre el tema incide y se filtra de forma consciente o inconsciente en la creación poética. Como no podía ser de otro modo, así le ocurrió a Miguel Hernández, lector desde su juventud de poetas que cantaron al amor».[89] La profesora Alemany subraya, sin que le falte razón, que, al margen de las tres amadas que pudieron inspirar El rayo que no cesa, el poeta de Orihuela expresó su «mal de amores» con los códigos amorosos de siempre, esto es, sirviéndose de modelos de mujer moldeados o no por el canon literario. (...)
osefina Manresa, está presente en los sonetos de El silbo vulnerado, y de ellos salva diez que conservan los vestigios de un amor aldeano, de viejos planteamientos religiosos y de una moral provinciana y estrecha sobre la que se estrellaba el deseo del poeta-pastor. Hablamos de los sonetos 4, 5, 6, 7, 9, 10, 11, 12, 18 y 19 de El rayo: «Me tiraste un limón, y tan amargo», «Tu corazón, una naranja helada», «Umbrío por la pena, casi bruno», «Después de haber cavado este barbecho», «Fuera menos penado si no fuera», «Tengo estos huesos hechos a las penas», «Te me mueres de casta y de sencilla», «Una querencia tengo por tu acento», «Ya de su creación, tal vez, alhaja» y «Yo sé que ver y oír a un triste enfada». (...)
Son trece los poemas inspirados en Mallo que podemos situar en la órbita de esa tendencia renovada y trágica que vertebra El rayo que no cesa (...) Se trata de los poemas 1, 2, 3, 8, 14, 15, 16, 17, 20, 23, 26, 27 y 28: «Un carnívoro cuchillo», «¿No cesará este rayo que me habita?», «Guiando un tribunal de tiburones», «Por tu pie, la blancura más bailable», «Silencio de metal triste y sonoro», «Me llamo barro, aunque Miguel me llame», «Si la sangre también, como el cabello», «El toro sabe al fin de la corrida», «No me conformo, no: me desespero», «Como el toro he nacido para el luto», «Por una senda van los hortelanos»[105] , «Lluviosos ojos que lluviosamente» y «La muerte, toda llena de agujeros». (...)
Contando con el apoyo de los datos expuestos, podríamos atribuir a María Cegarra los sonetos 13, 21, 24, 25 y 30 (Soneto final): «Mi corazón no puede con la carga», «¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria…?», «Fatiga tanto andar sobre la arena», «Al derramar tu voz su mansedumbre» y «Por desplumar arcángeles glaciales». (...)
En consecuencia, defendemos la hipótesis de que el libro contiene 10 composiciones inspiradas en Josefina Manresa, 14 en Maruja Mallo y 5 en María Cegarra, última en incorporarse al periplo amoroso del poeta, esto es, cuando El rayo que no cesa estaba en una fase muy avanzada de escritura.
y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
fábricas, pueblos, minas.
Estas sonoras manos oscuras y lucientes
las reviste una piel de invencible corteza,
y son inagotables y generosas fuentes
de vida y de riqueza.
Como si con los astros el polvo peleara,
como si los planetas lucharan con gusanos,
la especie de las manos trabajadora y clara
lucha con otras manos.
Feroces y reunidas en un bando sangriento
avanzan al hundirse los cielos vespertinos
unas manos de hueso lívido y avariento,
paisaje de asesinos.
No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
y blandas de ocio vagan.
Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
que a nadie corresponden sino a quien los labora,
y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
caudales de la aurora.
Orgullo de puñales, arma de bombardeos
con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
ejecutoras pálidas de los negros deseos
que la avaricia empuña.
¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
y en el amor se apagan.
Las laboriosas manos de los trabajadores
caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
Y las verán cortadas tantos explotadores
en sus mismas rodillas.
a) Identifique al autor y la obra de la que forma parte. A continuación, contextualícela en el marco de la historia de la literatura. (1 p.) [10-15 líneas]
b) Identifique los temas y símbolos que aparecen en este texto. (1,5 p.) [20-25 líneas]
c) Identifique y explique qué características formales nos permiten atribuirlo al
género literario, al autor y a la época a la que pertenece. (1.) [20-25 líneas]
El pasado 18 de noviembre, celebramos el Día Mundial para Prevenir la Explotación, los Abusos y la Violencia Sexual contra la infancia; el 25, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y la tercera semana de noviembre se dedica internacionalmente a la justicia restaurativa.
Estamos lejos de conseguir los objetivos que se reivindican en cada una de estas celebraciones. Las cifras de violencia sexual infanto-juvenil continúan aumentando. Se mantienen y diversifican las violencias contra la mujer. La justicia restaurativa no está al alcance de la mayoría de las víctimas en nuestro país pese a la previsión legal y al reconocimiento de que es un derecho de todas ellas. Como en el caso de la violencia contra la mujer, se ha focalizado la lucha contra la violencia sexual en la respuesta punitiva con la ley integral de libertad sexual —Ley Orgánica 10/2022— conocida como ley del solo sí es sí. Sin embargo, dicha respuesta es completamente insuficiente, sobre todo en el plano de la prevención, que es precisamente donde debe incidirse, prevención que debe ganar eficacia entre niños, niñas y adolescentes. La educación sexual o afectivo-sexual, el diálogo fluido entre padres e hijos sobre el tema y la formación en valores como la igualdad resultan imprescindibles para lograr ese objetivo. Deben pensarse y ponerse en práctica iniciativas que nos permitan abordar con nuestros niños y niñas y adolescentes qué son las relaciones sexuales, cómo descubrir el propio cuerpo y el de la otra persona, sobre la base del respeto y del cuidado mutuo. Y debemos hacerlo superando un modelo de educación sexual adultocéntrica que llega tarde y se limita a poner el foco en los riesgos de contagio de enfermedades o de embarazos no deseados o que demoniza la pornografía como origen de todos los males. Resulta evidente que ese modelo de educación sexual no ha funcionado. Aceptemos que o lo cambiamos o la violencia sexual seguirá aumentando.
Muy útil para los objetivos que menciono me ha parecido la serie Pubertat, de HBO, que, precedida de Adolescencia, de Netflix, sitúa la trama central en la etapa adolescente y en los comportamientos de nuestros chicos y chicas. A diferencia de Adolescencia, la serie Pubertat aborda un sinfín de temáticas vinculadas todas ellas con las relaciones interpersonales, incluidas las sexuales, dentro y fuera de la familia, y los diversos tipos de violencia contra la mujer, y lo hace con una clara maestría. No trata de adoctrinar ni de alarmar, sino de hacer pedagogía sobre unos asuntos que ocupan el día a día de muchos jóvenes y de muchas familias.
La trama central de Pubertat se centra en un caso de violencia sexual entre adolescentes de 13 y 14 años, que se conocen desde la infancia y mantienen una relación cuasifraternal. Se incorporan al episodio elementos que solemos encontrar en casos reales como el que se describe: un contexto de fiesta con consumo de alcohol y/o sustancias estupefacientes que eliminan los frenos inhibitorios. En ese escenario, visibilizamos típicos rasgos adolescentes: la irreflexión, la actuación grupal y los posteriores comportamientos jactándose de lo ocurrido con torpeza y menosprecio hacia la chica que, sin tener plena conciencia, se ve cosificada y utilizada por sus íntimos amigos para satisfacer sus deseos sexuales. En la serie se describe a cada uno de los integrantes del grupo de amigos, el momento vital en que se encuentran, y el día en que los juegos superan el mero componente lúdico y aparecen la atracción sexual, la propia conciencia del deseo sexual y el frágil equilibrio entre las ganas de descubrir y de experimentar en ese ámbito y la torpeza en esas primeras interacciones sexuales. Todo ello en un contexto de acceso precoz a la pornografía que no debemos ignorar. Como los padres que aparecen en la ficción televisiva, la mayoría suele negar la posibilidad de que sus hijos e hijas hayan visto material pornográfico y creen erróneamente que los controles parentales o los límites en el uso de los teléfonos móviles o de los ordenadores pueden evitar ese acceso.
La serie sitúa también la violencia sexual en un entorno familiar o de amistades íntimas. Los padres se conocen, comparten aficiones, y los chicos llevan juntos desde la primera infancia. Ese contexto también es el habitual en violencia sexual. La directora y los guionistas de Pubertat nos colocan ante las consecuencias que un hecho de esta naturaleza tiene en las relaciones familiares y sociales. Los padres reaccionan con virulencia. Los de los tres chicos niegan toda responsabilidad, impiden hablar a los adolescentes y se convierten en escudos de protección. Favorecen así el aislamiento, la vergüenza y la culpa de los jóvenes, privándoles a su vez de toda reflexión y responsabilización. Tampoco los adultos que rodean a la chica la ayudan. Se la empuja a denunciar, con una acusación previa en las redes sociales por parte de otra joven que, en nombre de la lucha feminista, ignora absolutamente los deseos y las necesidades de la víctima y pone por delante los suyos personales. El padre y otros adultos se focalizan en la sobreprotección, lo que priva también a la niña de poder hablar con serenidad de lo ocurrido. No se le pregunta qué necesita o qué quiere. El entorno familiar y social, formado este último por un grupo con fuertes vínculos de amistad, cooperación y apoyo mutuos, se sitúa en el contexto de una colla castellera. Vemos cómo se resquebraja y se fractura. Observamos la tensión, la división y la simplificación del problema que queda reducido a un “yo sí te creo” o un “estás conmigo o estás contra mí”. Nos abre otro plano de reflexión con el tema de las denuncias de abusos sexuales efectuadas en las redes sociales. Podemos reconocer cómo se expresa la amiga que graba y sube a las mismas un vídeo en el que afirma que se ha producido una violación, da los nombres de los culpables y, de forma indirecta, revela el de la víctima. Los efectos de estas denuncias en las redes están descritos perfectamente: el sufrimiento que se ocasiona a víctima y a los presuntos agresores, la devastación en las relaciones por la mera sospecha vestida de certeza, las consecuencias que para unos y otros tienen esas acusaciones hechas sin reflexión, sin conocimiento de lo realmente acaecido y sin expresar ningún margen de duda. Se señala al culpable y se le condena sin posibilidad alguna de defenderse. Vivimos con frecuencia las consecuencias de esas denuncias en las redes, algunas anónimas y frente a las que no solo no reaccionamos, sino que muchos asumen como ciertas. Acaba la serie con un proceso de justicia restaurativa entre los propios adolescentes que consiguen por fin tomar la palabra y reivindicarse frente a los adultos. Son capaces de reflexionar sobre lo ocurrido, responsabilizarse, aceptar el daño causado y repararlo. En violencia sexual, como en el resto de los delitos, el uso de la justicia restaurativa permite dar la voz a la víctima, enfocarse en sus necesidades y sus deseos y ayudarla a dejar atrás lo ocurrido, sin silenciar, pero sin que la violencia sufrida sea el rasgo que la identifique para siempre. En el círculo restaurativo los agresores se responsabilizan de sus actos y pueden mirar cara a cara a la persona a la que han hecho daño —si esta quiere participar de forma voluntaria— y decirle que asumen el daño causado, que han aprendido las consecuencias de sus actos. Los padres que acompañan a unos y otra pueden también aprender de sus hijos y permitirles tener la voz protagonista en el proceso. Y tienen a su vez la oportunidad de reflexionar sobre aquello que directa o indirectamente ha favorecido que se produjera el acto de violencia sexual. El proceso restaurativo que se recoge fugazmente en la serie no es una fantasía ni una utopía; es una realidad en algunas comunidades autónomas que cuentan con servicios públicos de justicia restaurativa como Cataluña, Navarra, País Vasco y, de forma incipiente aún, Andalucía. La justicia restaurativa es un derecho de todas las víctimas y está empíricamente demostrado que las ayuda a superar el daño sufrido. De ahí que la regulación que ya tenemos debe venir acompañada de la creación de servicios de justicia restaurativa a fin de que la víctima de cualquier delito, menor o mayor de edad, pueda participar de forma voluntaria y segura en el proceso. La educación sexual en la infancia, el abordaje en los entornos escolares y de ocio y la comunicación que debe existir entre padres e hijos también en este ámbito es la mejor arma para prevenir la violencia sexual. Son necesarias medidas públicas a nivel europeo para evitar ese acceso precoz e ilimitado a la pornografía, pero aceptemos que se seguirá produciendo por muchos controles parentales que pongamos a nuestros hijos. La única forma de evitar sus consecuencias es educar sexualmente a nuestros niños y niñas. Las denuncias, los procesos penales y las condenas judiciales no son suficientes ni para prevenir los actos de violencia sexual ni para dar satisfacción a sus víctimas. La justicia restaurativa puede ayudar a alcanzar esos objetivos. CARME GUIL. 01/12/2025. EL PAÍS.
datos suficientemente contrastados nos obligan a pensar que la razón más poderosa que llevó a Miguel a desencadenar ese distanciamiento con Josefina tenía nombre y apellido: Maruja Mallo. Ella, y no otra, tuvo el privilegio de ser la primera mujer en recibir la descarga de ese ímpetu juvenil, de esa fiebre retenida en las entrañas del joven escritor. Y hay que entender que, fuera ya de lirismos, hay demasiadas evidencias flotando sobre ese mar de olvido y desmemoria como para obviar el naufragio que supuso la intensa y apasionada relación entre la pintora y el poeta. Sin embargo, ni el posterior silencio de ella, perfectamente razonable si aceptamos la exigua importancia que la artista debió de conceder a una experiencia más en su mapa de intercambios afectivos –«Yo he jodido tanto –afirmaba hace un tiempo la propia Maruja Mallo– y he conocido a tanta gente, que se me amontonan un poco en la memoria»[33] –, ni tampoco la caballerosa o humillada voluntad de Miguel hicieron nada por airear el idilio. (...)
Según señala Sánchez Vidal, testigos de aquella época sostienen que fue Maruja Mallo la primera mujer que cató el poeta, y lo cierto es que la experiencia vivida entre ambos llegó a ser vox populi en aquel Madrid de 1935, hasta el punto de quedar recogida en la memoria de testigos de excepción como Camilo José Cela, compañero de Miguel en las tertulias dominicales en casa de María Zambrano y amigo personal del escultor Cristino Mallo, hermano de la pintora. De esta singular historia, nos proporciona Cela en su libro Memorias, entendimientos y voluntades un valioso documento:
«Con algunos amigos literarios me iba a bañar los domingos a La Poveda, en el río Henares, cuando venía el buen tiempo; salíamos de la estación del Niño Jesús y al pasar por los viñedos de Coslada nos bajábamos del tren, robábamos unos racimos de uva, corríamos un poco y volvíamos a bordo de un brinco y ayudados por los viajeros que iban en la última plataforma: al llegar a San Fernando el tren cambiaba de máquina, le ponían una más pequeña y que pesaba menos porque el puente no brindaba muchas garantías de seguridad. Miguel Hernández y Maruja Mallo tenían amores e iban a meterse mano y a hacer lo que podían debajo del puente, pero los poetas los breábamos con boñigas de vaca y entonces ellos tenían que irse a la otra orilla a terminar de amarse en la dehesa que allí había ya que, a lo que parece, los toros bravos eran más acogedores y menos agresivos que los poetas líricos.» (...)
No cabe duda de que los dos han sufrido, como señala María de Gracia Ifach, una atracción mutua: «Ella es pintora, ilustra la Revista de Occidente, ha pintado decoraciones del teatro de Rafael Alberti y presentado cuadros en una sala de París. Ha habido un recíproco deslumbramiento, él por encontrarla encantadora dentro de su arte y su simpatía, y ella por parecerle digno de enamoramiento el muchacho rústico que escribe buena, auténtica, poesía.»
No hay más intención en todo este cúmulo de citas y afirmaciones que conducir al lector hacia las consecuencias que la relación entre Miguel y Maruja Mallo[39] alcanzaron en su obra poética. Y para ello se debe partir de dos hechos que nos resultan bastante sólidos: que los versos de Hernández, lejos de cualquier voluntad de ficción y de fábula, son el resultado de la recreación poética de una experiencia vivida y real; y que la experiencia concreta que compartió con la pintora gallega fue una verdadera aventura de riesgo en la que tuvo cabida no sólo su iniciación sexual y el conocimiento práctico de un erotismo de alto voltaje, sino también la cara amarga del engaño amoroso que le administra al mismo tiempo una amada autosuficiente y libre que puede prescindir de sus favores una vez cumplida y agotada la conquista. Que a nadie extrañe, pues, que el mismo Miguel llegara a calificar dicha relación de «experiencia muy grande», sabiendo perfectamente a lo que se refería al emplear ese adverbio y ese adjetivo. Pero para entender mejor este último punto, debemos regresar al perfil psicológico de una mujer altamente admirable y admirada que tropieza de pronto con la candidez y la inexperiencia de un muchacho que no ha conocido más hembra desnuda –discúlpesenos la aclaración– que las cabras de su establo. Maruja Mallo es una criatura independiente, desinhibida e iconoclasta que no se presta a convencionalismos ni a atavismos morales. (...)
Su bagaje humano, sexual, como se ha podido leer en sus propias declaraciones, no debía de ser precisamente corto y, a tenor de diversos testimonios, parece lícito citar entre sus amantes al escultor Emilio Aladrén, «festejante suyo hasta que Lorca se lo quitó con sus elogios»[40] , y principalmente a Rafael Alberti[41] , con quien mantuvo un torturante noviazgo de cinco años (1925-1930), sólo interrumpido por la aparición de María Teresa León en la vida del poeta. Si nos ajustamos a la opinión de algunos estudiosos de Alberti que atribuye la crisis y el estado depresivo que el poeta gaditano sufrió en 1928 a su primera ruptura sentimental con Maruja Mallo[42] , estaremos hablando de una experiencia muy semejante a la vivida por Miguel siete años después. Alberti, consciente de lo importante que fue para él, en todos los sentidos, su relación con la muchacha, desterró deliberadamente el nombre de Maruja Mallo de todas las páginas de La arboleda perdida, su libro de memorias. Sin embargo, no ocultó en uno de sus capítulos los efectos causados por la primera y traumática separación de la pintora: «¿Qué espadazo de sombra me separó casi insensiblemente de la luz, de la forma marmórea de mis poemas inmediatos, del canto aún no lejano de las fuentes populares […] para arrojarme a aquel pozo de tinieblas, aquel agujero de oscuridad, en el que bracearía casi en estado agónico…? Yo no podía dormir, me dolían las raíces del pelo y de las uñas, derramándome en bilis amarilla, mordiendo de punzantes dolores la almohada. ¡Cuántas cosas reales, en claroscuro, como un rayo crujiente, en aquel hondo precipicio! El amor imposible, el golpeado y traicionado en las mejores horas de entrega y confianza; los celos más rabiosos, capaces de tramar en el desvelo de la noche el frío crimen calculado…»[43] Nos parece suficientemente revelador el testimonio del autor de Marinero en tierra, pero nos estremece al mismo tiempo el empleo de expresiones como «punzantes dolores» o «rayo crujiente» para manifestar la desesperación que le asiste. No obstante, y llegados a este punto, lo que nos interesa analizar ahora, en atención a sus consecuencias, es la actitud inicial de Miguel y su reacción posterior, cuando descubra y asuma que ese idilio carnal, ciego y desbocado se reduce para la amada a una simple aventura sin voluntad de continuidad, sin expectativa de futuro. (...)
vendría a significar que Maruja Mallo, la excéntrica pintora de aquel Madrid de irrepetible efervescencia cultural, fue, en gran o total medida, la razón y la causa de, al menos, dos de los libros más significados de la poesía española del siglo XX (ambos producto de una crisis sentimental): Sobre los ángeles, de Rafael Alberti, y El rayo que no cesa, de Miguel Hernández. (...)
Tal vez con la valiosa ayuda, la supervisión o el consejo de Aleixandre, Miguel abrió el libro con el poema «Un carnívoro cuchillo», escrito en redondillas de rima alterna. Colocó después trece sonetos y, seguidamente, situó en el centro de la obra, a modo de eje, una larga composición (silva polimétrica) titulada «Me llamo barro». A continuación completó el poemario con trece sonetos más, una «Elegía» escrita en tercetos encadenados y un «Soneto final». (...)
1. Un carnívoro cuchillo (MM) 15. Me llamo barro (MM) 16. Si la sangre también (MM) 2. ¿No cesará este rayo…? (MM) 17. El toro sabe al final (MM) 3. Guiando un tribunal (MM)
18. Ya de su creación (JM) 4. Me tiraste un limón (JM) 19. Yo sé que ver (JM) 5. Tu corazón (JM) 20. No me conformo (MM) 6. Umbrío por la pena (JM) 21. ¿Recuerdas aquel cuello? (MC) 7. Después de haber cavado (JM)
22. Vierto la red (MM) 8. Por tu pie (MM) 23. Como el toro (MM) 9. Fuera menos penado (JM) 24. Fatiga tanto andar (MC) 10. Tengo estos huesos (JM) 25. Al derramar tu voz (MC)
11. Te me mueres de casta (JM) 26. Por una senda van (MM) 12. Una querencia tengo (JM) 27. Lluviosos ojos (MM) 13. Mi corazón no puede (MC) 28. La muerte (MM) 14. Silencio de metal (MM) 30. Soneto final (MC)
Tomando como centro del libro el poema «Me llamo barro» y omitiendo del citado esquema la Elegía (poema 29), de las diez composiciones vinculadas a Josefina Manresa y al pasado amoroso de Miguel, ocho aparecen en la primera parte y sólo dos en la segunda. Cuatro de los cinco sonetos asociados a María Cegarra están situados en la segunda parte y, de ellos, uno cierra la obra. La presencia de Maruja Mallo en los catorce poemas que a ella atribuimos está repartida con relativa proporción en ambas mitades: cinco composiciones en la primera parte, ocho en la segunda y una en el eje de la obra. (...)
Maruja iba a ser, desde aquel momento, el «eterno rayo» que cobraría categoría de símbolo absoluto en esa otra forma verbal –«rayo que no cesa»– destinada a hacer estragos en su vida. El poema «Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos» de Imagen de tu huella, poblado de vitalismo y de gratitud del enamorado que se ve realizado como hombre y como ser gracias a la amada, trasforma en El rayo que no cesa la dulce huella en pisada cruel que aplasta y humilla al confiado amante. Y el poeta, que sabe lo que duele ese desdén, eleva su sentimiento al máximo en uno de los poemas más profundos y amargos de su producción lírica: «Me llamo barro aunque Miguel me llame». El testimonio amoroso que nos deja en esta pieza merece la mirada atenta del lector. El autor lo ha colocado justamente en el centro de su libro para concederle esa preponderancia estructural que enfatice su importancia y su valor. Ni siquiera es un soneto, sino una larga composición (silva) de trece estrofas irregulares y sesenta y un versos que el poeta ha dejado a propósito en ese lugar –presidiendo el conjunto desde una privilegiada posición y flanqueada por dos series de sonetos– como el testamento vivo de un amor que ha agitado con fuerza su existencia. El grado de erotismo, de delirio sensual; el canto a la materia –carne o barro–, alcanzan aquí toda la grandeza imaginativa y terrenal de un Hernández verdaderamente herido por la vida. No en vano, el juego que el poema propone ha dado pie a interpretaciones muy arriesgadas que no vamos a defender, aunque sí tomemos el discurso hernandiano como una manifestación erótica que recurre a la fórmula metafórica del pie sobre el cuerpo –labios, boca, lengua– para hacer más expresiva la sensación de ultraje
MIGUEL HERNÁNDEZ: PASIONES, CÁRCEL Y MUERTE DE UN POETA.
JOSÉ LUIS FERRIS.
LLEVARSE AL RÍO A MARUJA MALLO
Habíamos tomado un taxi para ir a comer. Iba sentada a mi lado, era pequeñita, las piernas le colgaban en el asiento, pesaría no más de 50 kilos incluidos todos los arreos que llevaba encima, dijes, pulseras, plumas, gasas, el sombrero y un reloj de patata. Decía que su reloj funcionaba bajo el agua y servía para cronometrar alguna carrera de salmonetes. Me hablaba del guapo escultor Emilio Aladrén, que fue su novio y la dejó para hacerse amante de García Lorca. Yo veía en el retrovisor la cara de asombro que ponía el taxista al oír las cosas que decía aquella mujer, llamada Maruja Mallo. Por otra parte, no había forma de que nos pusiéramos de acuerdo para elegir un restaurante porque Maruja no podía olvidar que era una pintora surrealista y prefería contarme las locuras de su juventud, cuando allá en tiempos de la República entró montada en bicicleta en la iglesia de Arévalo durante la misa mayor el día del patrón del pueblo. Atravesó la nave central, se dio una vuelta alrededor del presbiterio y pedaleando tranquilamente abandonó el templo y se fue por donde había entrado, dejando al obispo, a los canónigos y a todos los fieles boquiabiertos. Se comprenderá que en aquel tiempo en que se apedreaba a los hombres que no llevaban sombrero, epatar a los burgueses era muy fácil para aquel grupo de surrealistas, capitaneados por Dalí y Buñuel. Bastaba con pasearse con un clavel en la pipa y se armaba un escándalo. Pero Maruja Mallo iba siempre más allá, aunque lo tenía más fácil por ser mujer.
La transgresión y libertad creativa de Maruja Mallo salen del olvido con una gran muestra en Santander
En aquella época a las mujeres solo se les permitía el surrealismo de llevar colgado del pecho un escapulario de la Virgen del Perpetuo Socorro. En una foto aparece vestida de algas en una playa de Chile, en otra lleva una media colgando entre calaveras de vacas en un vagón de mercancías. También era la más imaginativa a la hora de disfrazarse en las fiestas morunas que montaban en la casa de las Flores de Madrid, donde vivía Pablo Neruda. De hecho, Maruja siempre ganaba el concurso de blasfemias que se celebraba todos los años en un bar de la plaza de la Cebada.
Ahora en el taxi yo insistía en enumerarle todos los restaurantes del barrio de Salamanca, pero al ver que no había forma de llegar a un acuerdo, el taxista se permitió participar en el debate.
—¿Puedo dar mi opinión? —preguntó.
—Diga, diga.
—Me han asegurado que donde mejor se come es en la cafetería del frenopático.
—Haberlo dicho antes, buen señor. Vamos para allá —exclamó Maruja.
Por fin encontramos un restaurante propicio del barrio de Salamanca y una vez sentados, después de pedir la primera cerveza, le pregunté:
—Maruja, ¿tú crees en Dios?
—¿Que si creo en Dios? Pero cómo voy a creer en Dios, si con estas prisas mortíferas de hoy en día no hay tiempo para nada. A mí el que me gusta es Moisés del Antiguo Testamento, un tipo musculoso y revolucionario que escribió él solo el Pentateuco y cruzó a nado el mar Rojo. También me gusta otro que se llama… A ver si me acuerdo… caray, ¿cómo se llamaba?… tiene el mismo nombre que un israelita que era mi marchante en Buenos Aires y tiene una joyería en Madrid, ah, sí… Samuel, ese era un tío con toda la barba. Buda me parece un cenizo que decía que vivir es sufrir. Después vino el judío que dijo que cuanto más sufres, mejor. Lo mío sería Zoroastro, que es la religión de los magos. Yo creo que Cristo era un mito o una cosa parecida a Tierno Galván, que es un infeliz, el pobre.
La Generación del 27 no estaba formada solo por poetas. También había músicos, arquitectos y pintores. Maruja Mallo, sin duda, era la más dotada para captar el espíritu de los tiempos. Pese a la bohemia con que vivía y todos los disparates con que adornaba su vida, la obra de Maruja Mallo es de una personalidad y consistencia extraordinarias. Tenía enamorados a toda aquella tropa de poetas, pero fue Alberti quien se la llevó al río, en este caso al río Manzanares, donde ella le lavaba los calzoncillos. Y también los de Miguel Hernández. En 1932 se fue a París y allí conoció a Bretón, a Paul Éluard, a Aragón, a Picasso. Expuso en la galería de Pierre Loeb. Después de la Guerra Civil se fue exiliada a Buenos Aires. Regresó a España en 1962 y después de pasar por un periodo de oscuridad, su figura recuperó el primer plano y hoy Maruja Mallo ocupa un lugar privilegiado entre aquel grupo de surrealistas que sabían que el surrealismo solo funciona como improvisación, actuando. Entre su obra destacan las verbenas que comenzó a pintar el año 28, los cuerpos voladores, los espantapájaros, las norias, los carruseles y tiovivos. Sucede que el extraordinario talento de esta pintora está oscurecido por las anécdotas, pero en cualquier exposición allí donde se cuelgue un cuadro de esta pintora, dada su misteriosa energía magnética, atraerá con fuerza todas las miradas.