Soy profe de Lengua y Literatura y en este blog iré colgando actividades y textos que trabajemos en clase (o no).
"Hola, ¿qué tal? Soy el chico de las poesías".
“El primer discurso feminista de la literatura española es la autodefensa de Marcela…”
…. extraordinario personaje que aparece en los capítulos XII, XIII y XIV de Don Quijote. El relato de Marcela descubre una posibilidad de mujer liberada, autónoma, independiente y que rechaza el matrimonio y a los hombres, prefiriendo estar con mujeres de condición social inferior (pastoras), ser ella misma una pastora, aunque sea de origen rico y tenga fortuna propia. Marcela es admirada y codiciada por los hombres, sin distinción de clase social, por su belleza, además de por ser rica, se convierte en el azote de ellos (Grisóstomo acaba de ahorcarse, víctima de despecho amoroso) porque no le interesan los hombres. El no de Marcela tiene el poder de revertir las relaciones tradicionales de poder entre los sexos: al renunciar al matrimonio, se convierte en fálica, ella detenta el poder, e inaugura, involuntariamente, una lucha de rivalidades entre ellos por su conquista.
Marcela reclama la libertad de ser como ella quiere ser. Busca la independencia, separándose de la vida social. No se ha convertido en pastora para jugar con una retórica, para someterse a los lugares comunes de un género literario, rechazando a los pretendientes, lo que realmente desea es encontrar un refugio para su independencia. Primero explicará que es libre de amar a quien quiera y no a aquél que la ame: «Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado a lo que es amado por hermoso amar a quien le ama». Después reclama su derecho a escoger libremente la soledad: «Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles de estas montañas son mi compañía; las claras aguas de estos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y mi hermosura».
En el capítulo XIII Marcela reivindica su libertad y se defiende de la acusación de mujer fatal subvirtiendo los roles tradicionales del género de la época. Igual que Helena, en La Eneida, de Virgilio, Marcela se rebela contra su belleza como único atributo. El discurso empieza con la frase: «Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa (…) a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aún queréis que esté yo obligada a amaros». He aquí una mujer hermosa que reniega de su belleza porque no ha hecho nada para merecerla, y que pretende ser querida por quién es. Aplicando una lógica implacable, Marcela reprocha a los hombres: «Si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?».
Marcela es uno de los primeros personajes femeninos de la literatura universal que desacraliza el mito de la belleza femenina; en lugar de ser un atributo, se convierte en una pesadilla, porque es perseguida por los hombres, deseada, cuando no desea, y zaherida, por su independencia. Los hombres la quieren poseer y dominar porque es hermosa (y rica); debe rebelarse contra esa condición, no entregando su belleza y renunciando a su condición social, transformándose en una pobre pastora. La histeria de Marcela (así hubiera sido calificada por la psicología tradicional, machista: una frígida histérica) es una forma deliberada de feminismo, de contestar a una sociedad patriarcal, donde las mujeres valen sólo por su físico.
«A los que he enamorado con la vista, he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna, bien se puede decir que les mata su profía y no mi crueldad (…) Mi intención es vivir en perpetua soledad y de que sólo la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura».
Marcela expone uno de los conflictos más comunes en la guerra de los sexos: si una mujer es hermosa, se convierte en un trofeo y los hombres disputan por ella; si no se entrega, los hombres la acusan de cruel y perversa, pero si se entregara a uno de ellos, perdería su libertad, se convertiría en una esclava más.
No existe en la literatura, hasta ese momento, un alegato más poderoso, más sombrío a la vez. Marcela descarta cualquier compañía humana: «Yo, como sabéis, tengo riquezas propias; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a éste ni solicitó a aquel; ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas y el cuidado de mis cabras me entretiene».
La bella Marcela ha elegido la soltería y la soledad como contestación al machismo dominante.
Podemos decir que con este discurso, Cervantes funda la hipótesis de la frigidez femenina como una reacción de la mujer a ser tratada como objeto, uno de los temas favoritos del feminismo de la segunda mitad del siglo XX, a partir de Simone de Beauvoir y del Segundo Sexo.
Discurso de Marcela: «Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir “Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo”. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?»
«Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito».
«El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.»
La libertad llevó a configurar la mayoría de los personajes femeninos de Don Quijote. Los principios de independencia y libertad rigen las vidas de las mujeres que aparecen en la mayoría de los capítulos que aparecen en la historia.
Entre las damas cultivadas y seguras de sí mismas, en donde se cumple de una forma más radical el pensamiento de un Cervantes anticipado a su tiempo, está el personaje de Marcela, que encabeza su manifiesto con el famoso grito: «Yo nací libre».
Marcela reivindica el privilegio de vivir sin trabas, sea soltera, casada u holgando a su antojo de lo que llama su libre condición.
Este que sigue es un fragmento de su discurso a los amigos del fallecido Crisóstomo, que se suicidó porque ella no lo aceptaba como futuro marido: «El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es excusado. (…) Yo como sabéis tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme (…) Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte».
Cuando los amigos de Grisóstomo responsabilizaron a Marcela del suicidio del primero, que tomó la decisión de quitarse la vida por los desdenes de la resuelta doncella, Marcela, en la cima de una peña realiza un precioso discurso defendiendo su inocencia en aquella muerte y su libertad frente a la tiranía del amor.
Se trata de una perfecta pieza de oratoria en la que se efectúa una defensa de los derechos de la mujer en una época en la que esta se encontraba sometida, primero a su padre y, después, a su marido, que, casi siempre, se lo elegían sin su consentimiento.
Y es que según José Miguel Lorenzo Arribas “El discurso feminista de la pastora Marcela termina de una manera incomprensible en un contexto patriarcal: «tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este ni solicito aquel, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro».
Marcela no tiene al varón como medida del mundo; ni siquiera se opone a él, como pretenden los machos que tratan de ridiculizar y zaherir las propuestas feministas. Simplemente, no reconoce como interlocutores a quienes solo ven en ella un buen partido, por sus riquezas, hermosura, y sexo.
Sólo don Quijote estuvo a la altura de las circunstancias. Si la liberación del galeote le ha valido fama de libertario, el episodio de la pastora bastaría para sumarle el calificativo de feminista.”
JORDI GRACIA EN CERVANTES: LA CONQUISTA DE LA IRONÍA, un interesantísimo ensayo, hace estas brillantes apreciaciones:
En este loco irremediable alienta de forma todavía tímida algo que lo redime o absuelve de la mera locura, que lo aparta de ser sólo una cabriola ambulante y risible.
Cervantes está vistiendo a don Quijote con el estereotipo chistoso del loco delirante y desvistiéndolo a la vez con evidentes muestras de cordura y buen corazón, sin dejar de insistir una y otra vez sobre la falta de juicio de su personaje: es un engranaje irónico insoluble. Sigue siendo verdad que don Quijote se tiene a sí mismo como el que tiene «más brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir» y «más maña en el derribar». Pero el discurso de la edad dorada no tiene atisbo de mentecatez, desvarío ni sospecha de disparate porque va tan en su punto que pudiera parecer sacado de una escuela de letras.El mejor y más justo valedor de las calumnias contra Marcela es don Quijote porque ella ha
mostrado nada menos, según él, que «con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes». Por esa causa evidente, «es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo». Esta vez Cervantes no menciona ni falta de juicio, ni mala
cabeza ni insensatez alguna de don Quijote porque está ya en la conciencia del lector la evidente locura del personaje y, sin embargo, en la misma conciencia del lector está la veracidad valiente de la defensa de Marcela.
El sortilegio está en marcha y no hay ya vuelta atrás. Este Quijote está dejando de ser sólo un chiflado gracioso porque lleva dentro también una cordura insólita. Esta invasiva duplicidad irónica contagia la novela entera, y don Quijote es víctima de su mala cabeza y de sus múltiples calamidades como el lector es víctima a la vez de la inextricable sensación de que reírse es a la vez admirarle, de que escuchar su desvarío caballeresco es el requisito para respetarlo. El mundo ha dejado de ser en esta novela un mapa de verdades excluyentes y absolutas porque en el corazón de la novela se ha instalado una ironía esencial que no va a dejar de estimular la inteligencia narrativa de Cervantes para suspender o incluso socavar las convicciones dogmáticas y apodícticas de la tradición idealista donde las cosas son lo que son y no pueden ser otra cosa.
Está prestando con la ficción la voladura latente del sistema de creencias y de principios de un mundo que todavía está muy lejos del nuestro, que todavía vive bajo principios y jerarquías inamovibles, donde las cosas son de una vez y no pueden ser a la vez la contraria. Cervantes encadena en la novela múltiples episodios que una y otra vez desafían esa ley, aun cuando los juicios y criterios de Cervantes sean firmes
y seguros y quizá incluso irreductibles: no es un escéptico ni un relativista en absoluto pero la novela fragua una conciencia irónica del mundo más allá de las creencias del propio Cervantes. En su quehacer natural y rutinario, en su charla peregrina y apacible, don Quijote no es ni héroe ni orate, sino héroe y orate a la vez.
No va a desaparecer desde aquí. Cervantes acaba de empezar una aventura perturbadora porque la conformidad del lector con la sensatez del caballero choca una y otra vez con la evidencia tronchante del desvarío del caballero, o de la corriente alterna entre desvarío y lucidez: es ya una y otra vez loco y cuerdo, ridículo y admirable. Es ya el dispositivo interior de una novela donde el lector deja de vivir en
la pacífica certidumbre de un mundo estable y fijado para divisarlo desde una obra que integra a la vez la cordura y la locura. Cervantes sabotea a través de una novela cómica (es decir, inteligente) la visión tradicional y binaria, como si hubiese dejado de regir el principio de no contradicción que gobierna la comprensión clásica del mundo y, al menos en esa novela, las cosas encuentran un estadio nuevo en el que a la vez son y no son cosas incompatibles.
Cervantes ha encontrado lo fundamental sin buscarlo y entre manos tiene un loco y un bobo entreverados de cosas diversas a su condición y contradictorias con ella.
Don Quijote y Sancho han dejado de obedecer al patrón tipificado del cuento primitivo para ir creciendo por su cuenta y con sus debilidades mientras charlan con su habla retórica y encendida o sus coloquialismos disparados, como seres de carne y hueso que se alteran y enfadan y se admiran de las respectivas rarezas. Esa libertad de que se ha dotado Cervantes, cada vez más suelto y más desacomplejado, arrastra con ella solecismos, banalidades chistosas y juegos de palabras, cosas fútiles y callejeras, mientras se descubren como personajes trabados a la oralidad conversada, piensan a pie y a caballo, sentados a la mesa de la venta o a la sombra de un alcornoque sobre las cosas de la vida, sobre los tiempos pasados, sobre el afán de justicia, sobre el amor como bien o sobre el dolor de amor.
Cervantes despliega para Sancho una personalidad más allá del gracioso marginal que actuaba como escudero de Bernardo del Carpio en La casa de los celos y lo hace suspicaz ante el trato con los demás, receloso de los beneficios que incautamente creyó inmediatos, débil con las adversidades que encadenan y pronto tentado una y otra vez a volver a casa para evitar males mayores, codicioso sin reservas e impaciente con la rigidez del código de honor del caballero, embustero y oportunista cuando conviene. No esconde un alma de golfo como la de cualquiera porque miente, inventa, finge y gestiona a su conveniencia, contagiado cada vez más de una duplicidad a escala menor. Como hermanos de sangre los ve el cura, con un Sancho que tiene encajados «en la fantasía los mismos disparates de su amo», mientras repite Cervantes que don Quijote «discurre razones» con «un entendimiento claro y apacible en todo», fuera de la locura caballeresca. Incluso Rocinante cobra vida humana, y también a él se le acelera el corazón cuando vive un encuentro tan delicado y hermoso que sólo cabe deducir que Cervantes ama, como poco, a los caballos, a la vista de la empatía indisimulada con que hace a Rocinante tontear con
unas yeguas reticentes en otra escena sentimental e intimista, quizá sólo comparable con la que vivieron en el jardín de Agi Morato el capitán cautivo y la cabeza fingidamente desmayada de Zoraida sobre su pecho.
Los mejores libros lo tienen todo y el suyo ha de tenerlo todo también porque todo ha de caber ahí, sin resignarse a que sea sólo pastoril o caballeresco o aventurero o amoroso o poético o heroico, sino todos a la vez y sin desdeñar a ninguno. Así en el suyo habrá héroes y villanos, pastores y cabreros, damas y caballeros, cultos e ignorantes, humor y solemnidad. Ese es su libro ya, o lo es al menos el experimento
revolucionario que está en marcha, sin género clásico y sin modelo noble que lo acoja, como explicó Edward Riley hace muchos años, sin teoría ni filosofía poética que lo ampare, sin preceptista antiguo o moderno al que acogerse, sin filósofo que cuente bien lo que se le ha ocurrido y lo que de hecho ha puesto en marcha sin pensar en ellos y sin pensar en nadie.
1-¿Cuál es el tema o idea principal de esta canción?
2-¿Tiene un tema religioso o amoroso? En ese caso... ¿se dirige a Santa Lucía o a una Lucía a la que equipara con una santa? ¿Por qué crees que lo hace?
3-Relaciona este tema o idea principal con alguno de los tópicos estudiados.
Aquí tienes dos grandes anuncios navideños de este agonizante 2023... ¿Te gustan? ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Son narraciones? ¿Cómo están contados? ¿Qué técnicas utilizan? ¿Lo hacen de forma efectiva? ¿Por qué?
A continuación tienes algunos de los mejores ejemplos realizados en campañas navideñas pasadas, empezando por la argentina sobre (el navideño) Mundial de Qatar:
También referencias a la pandemia superada...
¿Te gusta este anuncio? ¿Por qué? Después de haber trabajado bastante la narración en 1º, 2º y 3º de ESO, vosotros vais a desarrollar vuestra creatividad mientras yo sigo copiando a los mejores. En este caso, al profe Diego Bernal.
Antes de continuar, imagina esta historia escrita en lugar de presentada en formato cinematográfico.
1-¿Qué tipo de texto es? ¿Por qué?
2-¿En qué género literario encuadraríamos esta historia? ¿Y en qué subgénero? ¿Por qué?
3-¿Cuál crees que es su tema o intención principal? ¿Cómo se llaman este tipo de mensajes?
4-¿Crees que son habituales en el subgénero anterior? ¿Por qué?
Ya hemos hablado de los géneros y subgéneros literarios. Dentro del género narrativo, es muy importante el subgénero de los cuentos. Y, desde el célebre "Cuento de Navidad" de Dickens, casi parece haber un tipo de cuentos muy común, con influencia habitual en las novelas, el cine o, como hemos visto, los anuncios. Se trata de los cuentos navideños.
*Por cierto, cuando se hace un GUIÑO DEMASIADO CLARO a una historia MUY CONOCIDA se habla de homenaje metaliterario o metacinematográfico.
Los cuentos navideños son historias breves y sencillas (normalmente con estructura lineal aunque, como siempre, hay excepciones) que contienen una enseñanza o moraleja relacionada con los valores propios de la Navidad, como la generosidad, la solidaridad, etc...
Como sabes, esta enseñanza puede estar explícita (aparecer) o implícita (se entiende sin necesidad de que aparezca, como tal, verbalizada en el texto).
Casi siempre los cuentos navideños están protagonizados por un ejemplo claro de personaje redondo, que cambia a lo largo del relato (normalmente al final, una vez que ha aprendido la lección de vida que muestra el cuento).
A continuación, vamos a ver otros ejemplos de cuentos navideños (algunos, de nuevo, son anuncios de la lotería, casi un subgénero publicitario o cinematográfico). Aunque, en realidad, todo proviene del exitoso CUENTO DE NAVIDAD DE CHARLES DICKENS:
Tendrás que elegir al menos uno para analizar, comentando las partes que hemos estudiado.
Ahora se trata de que inventes y escribas tu propio cuento navideño.
Primero, piensa la historia que quieres contar y elige los personajes más adecuados para protagonizarla.
Después, prueba con qué narrador o estructura tu cuento funciona mejor.
A continuación, escribe de forma clara y sugerente, para que en tu cuento se entienda todo lo que quieras expresar pero en el momento en que sea bueno para la trama.
Por último, corrige los posibles errores. Por supuesto, intenta evitar las faltas de ortografía pero, además, evita repeticiones innecesarias, concuerda los tiempos verbales (o cuentas toda la historia en pasado o lo haces en presente) y exprésate de forma convincente.
Es decir, consigue que el lenguaje sea un aliado en tu historia y no un obstáculo que haya que saltar para disfrutar de tu creatividad.
Por último, deberás escuchar los cuentos de tus compañeros y ser capaz de distinguir sus características.
De paso, recordamos este esquema con el que la profesora Lourdes Doménech nos enseñaba a comentar un texto narrativo y que usaremos para comprobar si hemos entendido bien los cuentos de nuestros compañeros:
Tal vez te sirvan cualquiera de las típicas (y tópicas) películas navideñas. Puedes verlas para buscar inspiración y seguir las indicaciones que explicamos para hacer un resumen y una reseña (te contará para nota, claro).
Recuerda que la mayoría de ellas son historias simples, similares a los cuentos, suelen contener una moraleja o enseñanza y tienen uno o varios personajes redondos.
CUENTO NAVIDEÑO DE JOSÉ IGNACIO JORDÁN:
El Cascanueces olvidado
En la ciudad de Viena, tras una majestuosa representación del ballet “El Cascanueces”, queda olvidado en el escenario un pequeño cascanueces llamado Nicolás. Pasadas las once de la noche, el muñeco cobra vida con un destello mágico. Nicolás comienza una gran aventura para conocer el mundo exterior. Cuando sale del teatro, también se encuentra con otros dos juguetes olvidados: una bailarina y un ratón. Deciden formar un grupo para explorar la ciudad.
Al salir del recinto y caminar unos pocos metros, descubren que la magia de la navidad ha desaparecido: las luces no brillan intensamente, las personas no están alegres y además parecen haber perdido el espíritu de la navidad. Nicolás y sus amigos están muy preocupados, por lo que tienen que hacer misiones para que esto se repare.
En su búsqueda, entablan amistad con el Guardián de los Sueños. Este está enfadado porque este año no podría colocar luces y decoraciones exageradas como las que le gustaban a él. Nicolás y sus amigos le explican que no hay porque hacer estas decoraciones tan grandes y enfadarse, lo que verdaderamente importa es hacerlas con cariño. El Guardián sigue este consejo y hace unas decoraciones muy bonitas, pero sobre todo, con amor.
También conocen al Hada de la Nochebuena, la cual se encuentra muy triste. Ella les cuenta que su estado de ánimo también condiciona al de las personas, por eso no hay espíritu navideño. Dice que Papá Noel le dijo que este año no le quedaban regalos para ella, por eso su disgusto. Nicolás y sus amigos le explican al hada que el verdadero significado de la navidad no son los regalos, sino que el verdadero regalo son las personas con las que pasamos las fiestas. Tras esta conversación, el Hada lo comprende y ya se encuentra feliz. El grupo sale de nuevo a la calle y ven que las personas ya se encuentran felices.
Tras todas estas hazañas, ven que la ciudad ha vuelto a teñirse de navidad y ya todos están felices. Se quedan dormidos en un banquito hasta el amanecer. Siendo ya de día, una bailarina que actuó con ellos en el baile, se los lleva a casa para estar con ella. Los muñecos pasaron una hermosa navidad enseñándole a la niña el verdadero significado de la navidad.
Tras la muerte del dictador fascista Francisco Franco, España, poco a poco, va dejando de ser una dictadura militar y religiosa, con enorme represión policial, y haciéndose una democracia, probablemente imperfecta, como casi todas, pero también logrando configurarse como un espacio donde se respetan los derechos humanos básicos y se avanza en derechos sociales y libertades (de opinión, de prensa, de expresión, de reunión...).
(En la imagen, los restos de Franco)
Para eso (y, de nuevo, para el puente que vamos a disfrutar en breve) será fundamental la creación de la CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1978 (de la que, por tanto, ahora celebramos el 45 ANIVERSARIO) : un conjunto de normas de convivencia que, objetiva e indiscutiblemente, con todas las pegas que queramos, han servido de base para el mayor período de prosperidad de este país.
Basándonos en la Constitución Española, vamos, como tutoría a configurar una serie de normas que nos permitan avanzar a todos, profesores y alumnos a una etapa de prosperidad y éxito (educativo).
Es decir, escribiremos cada uno (o, en grupos de, máximo, 4 personas) nuestro
DECÁLOGO PARA UNA CLASE FERPECTA
10 NORMAS PARA CONVIVIR
INSTRUCCIONES PARA DIRIGIRTE DE FORMA EDUCADA/EFICAZ A UN PROFESOR/ALUMNO
Como bien sabréis todos o, al menos, todos los que os quejáis de... "¿¿Y PARA CUÁNDO UN DÍA DEL HOMBRE??"... hoy, 19 de noviembre, se conmemora el Día del Hombre.
En conmemoración de una fecha tan importante para la educación en igualdad, vamos a leer este texto de la gran Leticia Díaz González, ya habitual en este blog:
A los indignados del ochoeme, a quienes, haciendo pucheros, os preguntáis "¿y para cuándo el día del hombre?",
sabed que por fin ese día ha llegado: feliz día.
... Aunque mucho me temo que, una vez más, lejos de servir para visibilizar cuestiones propias de la salud andrológica y la necesidad de concienciar desmitificando miedos y tabúes en torno a las revisiones urológicas prestadas para detectar de manera precoz patologías de naturaleza prostática como son la hiperplasia benigna (que afecta al 90% de la población masculina) o el cáncer de próstata (que representa el 22% de los cánceres en hombres), así como la conveniencia [por no decir urgencia] de reforzar/legitimar las masculinidades no hegemónicas y la socialización sana e igualitaria de estos, pasará sin pena ni gloria por el calendario en tanto, seamos honestos, el 19N, os importa un cojón de ornitorrinco y solo os sirve como pretexto para sacar a pasear el orgullo incel, o poner en evidencia que vuestra ojeriza únicamente es superada por vuestra ignorancia.
No obstante, en tan señalada fecha, os animo con vuestras proclamas y vindicaciones históricas y os espero dándonos la matraca con el ñiñiñí de siempre, el próximo ochoeme.
Al resto de hombres: se os quiere y, MÁS QUE NUNCA, se os necesita.
¡Feliz Día Internacional del Hombre!
Leticia González Díaz
1-¿Qué tipo de texto es? ¿Por qué? ¿Cuál es su principal intención comunicativa? ¿Qué recursos (retóricos y literarios) emplea para lograrla?
2-¿Qué estructura tiene el texto? ¿Por qué?
3-¿Te remite a algún modelo estudiado en clase?
4-¿Te parece un texto adecuado, cohesionado y coherente? ¿Qué elementos ha empleado para conseguirlo?
5-Escribe tu propio artículo de respuesta, bien como Carta al Director, como Carta Abierta o, si prefieres, en forma de comentario crítico.
Por entonces los consideraba sus amigos y los acompañaba a todas partes como si estuviera en un libro de Enid Blyton, aunque no tenía claro si ella era Jorge o el perro Tim. Los había conocido unos meses antes en una academia de clases de recuperación. Enseguida empezó a juntarse con ellos y a meterse en líos que realmente no le apetecían como, por ejemplo, poner dinero para comprar un mando a distancia universal e ir por los bares cambiando de canal en mitad de un partido de fútbol o hurtar paquetes de patatas de las tiendas de chucherías. Chicos que buscaban problemas absurdos que cada vez iban a más. Catalina participaba siempre en sus aventuras estrafalarias como en un rito de paso, con el afán de poder formar parte de algo, o acabar siendo con ellos una sola materia, un grupo de chavales de otro barrio que meaban en piscinas ajenas y quedaban para ver películas en casa de alguno de ellos cuando no estaban sus padres. (...)
Desde el momento en que supo que sus tetas botaban, que existían cada día más, se preparaba antes de aparecer frente a ellos en el banco de la plazoleta donde se juntaban, como una soprano que debe entrar en escena después de la obertura. También lo hacía cada vez que tenía que salir a la pizarra en clase o pasar delante de cualquier grupo de chicos adolescentes, pero asimismo de obreros de la construcción, camioneros, en fin, de hombres adultos, porque sabía que lo que vendría a continuación serían comentarios relativos a un cuerpo que la despechaba. Cuando estaba segura de que serían demasiado crueles, se daba media vuelta, rodeaba la calle o cruzaba a la otra acera. Unas veces, los juicios que escuchaba hacían referencia a lo poco que resaltaba el busto en su figura, porque les parecía demasiado pequeño. «¿Eres nadadora? Nada por delante y nada por detrás», le decían a un metro de distancia. Otras, el tema se centraba en su falta de sostén porque, aunque no hubiera mucho que sujetar, según gritaban, sus pezones los ponían cachondos. «Eres fea pero al menos tienes tetas», le dijo uno con uniforme militar. Catalina aprendió a recomponerse, a intentar no darle importancia, a fingir que pasaba por alto sus opiniones, a encogerse dentro de las camisetas cuando aún no había descubierto el grunge y mamá seguía sin admitir que su hija necesitaba un sujetador. (...)
Era el que mejor le caía, de acuerdo, pero no sentía ningún deseo hacia él. Catalina aún no había besado nunca a nadie y, a diferencia de algunas de las niñas de su antiguo colegio, tampoco le apetecía, ni siquiera sentía curiosidad. Prefería mil veces saltar veinte verjas de tres metros a tenerlo a él o a cualquier otro un centímetro más cerca. Le fastidió que el resto del grupo estuviera compinchado con ese muchacho y ninguno con ella, pero no les reprochó nada, dando por hecho que la preferencia era justificable, pues había llegado la última a la pandilla. Tampoco les dijo una palabra cuando algunos fueron de parte del chico para confirmarle lo que ella había estado esquivando: un zumbido que evocaba una intimidad ajena expandiéndose y estallando en la suya, como la espuma rosa que ocupaba su mente en los momentos de fiebre. «Le gustas a Fulanito», le dijeron, pero Fulanito no se había fijado en cómo ella lo evitaba desde que lo vio venir. Finalmente, el mismo Fulanito, después de mucho tartamudear y sonrojado como un cielo cargado de aluminio, le declaró del todo sus intenciones. —¿Quieres salir conmigo? (...)
Entonces él continuó con el galanteo: «Tú no eres como las otras chicas —¿cómo son las otras chicas?—; me gustas porque eres como un tío», y si le gusto porque soy como un tío, por lógica, es que a él no le gustan las chicas sino los tíos, ¿no? Agobiada, no vio otro remedio que decirle que, sintiéndolo mucho, con todo el pesar de su corazón, pidiendo que no se enfadara con ella e implorando perdón de antemano sin saber bien el porqué, solo le gustaba como amigo, pero como un gran amigo, el mejor amigo del mundo. «Sigamos siendo amigos, ¿vale?» El chico pareció asombrarse del rechazo, cosa que a ella le sorprendió aún más después de haberle mostrado por todos los medios que la respuesta iba a ser un no. Un silencio vasto como un campo de ortigas arrasó con la ceguera del muchacho. —¿Estás enfadado conmigo? —rompió ella—, me has prometido que no te ibas a enfadar. —Yo no te he prometido nada —contestó—, y no, no estoy enfadado. En realidad me da igual, tampoco me gustas tanto. Catalina no añadió nada antes de ver cómo Fulanito se alejaba de ella y se reunía en el banco de la plazoleta con otro del grupo que le pasó la mano por el hombro. Nadie vino a hablarle. Ya se le pasará, pensó, sintiendo lástima por él, disculpándolo y preguntándose qué habría hecho para gustarle tanto de repente, con sus brazos largos, sus manos grandes, su cuello de jirafa, su pelo encrespado y sus tetas pequeñas. Unos días más tarde se encontró el banco vacío, y al siguiente solo lo llenaba una enorme pintada. Le habían dejado un mensaje escrito: un nombre que no era exactamente el suyo pero que sabía suyo, el que había usado para presentarse ante ellos unos meses antes en las clases, acompañado de dos palabras. Cata la chupa.
Le dolió la frase, el sujeto, el verbo, el predicado. Agradeció un poco el pronombre que hacía de objeto directo y sustituía al mismo. También le escoció que les diera igual no tenerla como amiga y que la castigaran con una autoridad que sigue sin saber quién les otorgó. Le pusieron una etiqueta que la rebajaba a lo que para ellos era un insulto y, para ellas, un insulto y un problema. Aun así, en vez de llorar, de enfadarse, de enfrentarse a esos chicos, se sintió avergonzada de parecerle eso a alguien porque lo escrito (aunque fuera en un banco), escrito está. Catalina se refugió en la compañía de mamá el resto del verano y parte del otoño, solo para estar a su lado, sin contarle una palabra de lo que le había ocurrido. Ella debió de intuir que algo no marchaba bien, pero no supo preguntar o prefirió callar, contenta de volver a tener a su hija cerca, aunque fuera apesadumbrada, decepcionada y muchos otros adjetivos que no habría sabido identificar, lo importante era que había vuelto a mamá y eso dotaba de una razón a su existencia. Algo más importante que estar a dieta.
Uno de los días en que volvían juntas de la compra, se cruzaron con aquellos chicos. Catalina los miró de reojo, sin saludarlos, pensando cómo una pintada había hecho jirones otros tiempos. Al pasar le gritaron «puta» y «calientapollas» y también «marimacho» a cuatro metros de su espalda. Ella no miró con la esperanza de que mamá no sospechara que se referían a su hija. En cambio, tanto mamá como el resto de las mujeres en el trasiego de la calle a esas horas sí que se dieron la vuelta, aunque Catalina no supo si era porque estaban escandalizadas o por identificarse con aquellas palabras. En el fondo le daba igual cómo la llamaran aquellos chicos, solo temía que mamá se enfadara con ella por ser algo que no le gustaría que fuese, independientemente de si ejercía cualquiera de esos roles, del mismo modo que le asusta mucho más llegar tarde a casa que no llegar. Se había quedado sin amigos de los que aprender a no ser una chica, pero en lugar de encontrar un segundo para entristecerse, llorar o intentar comprender el porqué de lo ocurrido, buscó cómo reponerse con urgencia. Se transformó, de un curso para otro, en una chica estudiosa —menos vaga— para no asistir nunca más a clases de recuperación. De esa manera no tendría que volver a pasar por aquel barrio ni ver una parte de su nombre escrito en aquel banco, ya que no había forma de borrarlo. Tampoco ha podido eliminarlo de su memoria, así que ahora intenta mirar la parte positiva que sacó de todo aquello: sus notas.
Fragmento de LA EDUCACIÓN FÍSICA.
Premio Biblioteca Breve 2023.
Rosario Villajos (Seix Barral)
1-¿Te ha gustado este fragmento? ¿Por qué? ¿Te ha hecho pensar?
2-¿Te has sentido identificado/a con algún personaje? ¿A qué crees que es debido?
3-¿Quién es el protagonista? ¿Cómo es? ¿Está narrado desde su punto de vista? Quizá este fragmento te ayude a comprender LA FOCALIZACIÓN.
-El fragmento anterior pertenece a una novela brillante y muy recomendable escrita por Rosario Villajos. Te recomendamos su lectura y posterior reseña (TENEMOS VARIOS EJEMPLARES DISPONIBLES EN LA BIBLIOTECA DEL CENTRO).
Si lo prefieres, el fragmento también se puede trabajar de forma aislada:
-Escribe el texto cambiando la focalización o el punto de vista a otro personaje: puedes ser uno de los chicos, la madre...
-Escribe una carta abierta explicando tu reacción al leer este fragmento.
-Escribe un artículo de opinión/carta al director sobre el fragmento.
Siempre será mejor que tú decidas sobre qué y cómo quieres escribir pero, por si acaso, te paso algunos posibles temas secundarios:
-¿Es posible la amistad entre chicos y chicas? ¿Es conveniente tener amigos con los que nos sintamos forzados a cambiar nuestra personalidad?
-¿La presión de grupo puede hacer comportarse mal a todo el mundo o solo a las malas personas y cobardes?
-¿El machismo o la misoginia parten muchas veces de un complejo o rencor?
-¿Crees que la madre se ha dado cuenta de la situación? ¿Y las vecinas? ¿Debemos intervenir en ese tipo de situaciones o eso empeoraría la situación?
-¿Crees que Cata debería habérselo contado a su madre? ¿Tú lo hubieras hecho? ¿Que pros y contras tiene? ¿Es importante la comunicación?
-¿Cómo se vive después de un episodio así? ¿Te hace más fuerte? ¿Te hace más maduro?
A CONTINUACIÓN TIENES MÁS FRAGMENTOS PARA LEER, REFLEXIONAR, CONTESTAR A LAS PREGUNTAS O COMENTAR DE FORMA LIBRE (SEGURAMENTE, ACABARÁN POR CONVENCERTE DE COMPRAR EL LIBRO, DISPONIBLE TANTO EN EDICIÓN FÍSICA COMO DIGITAL ;) )
Silvia y su madre se habían quedado recogiendo la cocina y después se echarían una siesta. Hacía tiempo que Catalina ya no dormía a esas horas, de modo que se ha ofrecido a ayudar al hombre. Poner este tipo de dispositivos era su trabajo habitual. Él se ha subido a una escalerilla y ella le ha ido pasando las herramientas desde abajo. Al terminar le ha mostrado a Catalina el aparato roto bajo la sombra de una higuera. Se lo ha expuesto abierto, mostrando los cables y explicándole cuál de ellos no funcionaba y, tirándolo al suelo, ha dicho alguna tontería que ha hecho que Catalina se riera. Entonces la ha abordado y ella se ha dejado abrazar. Hasta que el abrazo se ha hecho primero borroso y después sombrío. Cuando ha conseguido apartarse de él, este se ha disculpado al verle los ojos húmedos. «Perdona...», ha dicho el hombre, pero enseguida ha pronunciado unas palabras que han estropeado todo lo que hasta entonces ella pensaba que era hermoso. «Perdona...», pero Catalina no quiere ni puede perdonar; lo único que desea es olvidar. Olvidar el beso, olvidar sus bromas, olvidar lo que había supuesto afecto hacia ella a cambio de afecto y admiración hacia él. Qué tonta, se dice, solo porque me hablaba como a un ser humano. Al parecer su cariño ha sido interpretado de otro modo. «Perdona... —y después ha añadido—, pero todo esto es culpa tuya.»" (...)
-¿Has estado en alguna situación en que tú o la otra persona confunda afecto por atracción? ¿De quién ha sido la culpa? ¿Ser amable es dar pie a..? ¿Y si, como en este caso, una de las dos personas es menor? ¿Quién debe ser prudente a la hora de interpretar o dar por hechas las supuestas "señales"?
-¿Te parece que el consentimiento debe ser clave en una relación? ¿Crees que siempre se le ha dado la misma importancia?
-De nuevo, puede ser un texto interesante para REESCRIBIRLO EN PRIMERA PERSONA, DESDE EL PUNTO DE VISTA DE CUALQUIERA DE LOS DOS PERSONAJES.
Cruzar el descampado es lo más parecido a lo que viven los personajes de las novelas del oeste y de aventuras que leía hace unos años, solo que John Silver y el pequeño Jim quieren encontrar un tesoro en una isla y Catalina solo quiere llegar a casa a tiempo y sin que la violen. Una de aquellas veces, a pesar de que era pleno invierno, llegó a su portal tiritando, pero no de frío, sino porque oyó un ruido y creyó que alguien la estaba siguiendo. El suyo, le han dicho, es un miedo ancestral, estadístico, antropológico, epigenético, fundado. Nunca lleva tacones por si tiene que salir corriendo (y porque se siente como una araña con zapatos). (...) Lo normal es llevar las llaves en la mano, como hace Silvia, que se las pone entre los dedos de manera que dientes y puntas sobresalen como las zarpas de Lobezno en los cómics de Marvel. Pero a Catalina papá y mamá no le dejan las llaves para salir por ahí, están seguros de que las perderá. Pablito ya las ha perdido media docena de veces, pero a él, en cambio, mamá siempre se las repone con un juego nuevo. «Qué despistado eres, hijo mío», le dice tan solo. Pablito tiene derecho a estar en Babia si le da la gana. Ella no tiene derecho ni a guardar silencio. Ni siquiera le han dado la oportunidad de perderlas una sola vez. Le hierve la sangre cuando lo piensa: unas semillas más para el rencor que está sembrando en el corazón de su criatura interior. Detrás de las normas de la casa, las restricciones, los toques de queda y las prohibiciones ya sabe que solo hay un empeño de hacerla desistir de ir a cualquier lado. (...)
No dejan de repetirle que es por su bien, aunque no entran en detalles sobre cómo no dejarla salir le puede hacer bien a nadie. Para papá y mamá, una hija está mejor con su madre. Para papá, exclusivamente, «las niñas no necesitan socializar tanto, porque las mujeres no tienen ni nunca podrán tener amigos». Cada vez que Catalina, su hija, escucha esa última frase no la entiende como una norma, sino como un dictamen de permanencia en el lado equivocado —y salvaje— de la vida que, además, la remite a su experiencia con los chicos asaltadores de piscinas. Aun así, está segura de que sus padres se equivocan, ese es uno de los superpoderes que le ha regalado la adolescencia: oponerse a lo que piensen los adultos, no dar su brazo a torcer. (...)
Acababa de arroparse y cerrar los ojos cuando la cama y el techo comenzaron a dar vueltas; ya no estaba fuera del cuerpo sino girando muy dentro de él. Se asustó, no sabía cómo controlar ese estado y al final apareció la culpa para engullirlo todo. Había fallado a papá y mamá, que en ningún momento le habían dado permiso ni para salir, haciendo una copia de las llaves de Pablito. Además, no había estado seria ni educada como a ellos les gustaba sino todo lo contrario. Quizá se había pasado de lista. ¿Y si sus amigos se habían estado riendo de ella y no se había dado cuenta? Se acordó de los chicos de las clases de recuperación saltando aquel muro, se acordó del banco pintado con un currículum que aún le afligía, se acordó de su amiga Amalia del colegio, con la que evitaba el contacto y casi no había vuelto a hablar desde hacía un año. Para ser exactos, Amalia la había llamado tres veces y ella solo le había devuelto la llamada en las dos primeras ocasiones. Esa noche Catalina lloró por nada y por todo, (...) el mismo TODO al que alguna vez le gustaría poner palabras. Al final se pasó la mitad de la noche pegada al váter, devolviendo. Desde entonces no ha vuelto a beber alcohol porque todavía tiene el sabor de aquella madrugada en su memoria, no solo del vómito sino de cómo tuvo que limpiar los grumos con los que había salpicado la tapa para que ni mamá ni papá ni Pablito se percataran de nada. Aun así, continúa pensando en ese fin de semana como el mejor de toda su vida: sin padres, saliendo hasta las tantas y viendo películas arrebatadoras en un reproductor de VHS que rara vez podía usar para ver lo que a ella le diera la gana. (...)
La primera vez le bajó durante la noche, poco antes de acostarse se retorció de dolor en el sofá a la espera de que mamá la llevara a Urgencias, como había hecho tantas otras veces por cualquier nimiedad. Pero en esa ocasión solo le ofreció una manzanilla y ella la rechazó porque el sabor le recordaba a sus días de hospital. A la mañana siguiente las sábanas amanecieron con una mancha oscura y mamá le mandó frotar las bragas con jabón antes de echarlas a la lavadora. A Catalina no le hacía ninguna ilusión saber que iba a tener esos calambres tan a menudo. ¿Por qué había oído a las chicas del instituto hablar de compresas y tampones pero no del dolor? ¿Es que había un complot para no aterrorizar a las niñas más pequeñas con eso? Se preguntó si a ellas también les dolía tanto, si les causaba diarrea y retortijones, si la sangre era roja o marrón, como la suya. Cómo aliviarían el mal en su vientre, en su pecho, en sus piernas, en su espalda. Hablar de todo eso con mamá le parecía impensable, así que dio por hecho que todas las reglas eran iguales, que la menstruación siempre sería así: una mancha en las bragas que aparece tras un dolor de barriga, avisándote de su llegada con un día de antelación. Sin embargo, desde que la tiene, su ciclo no cumple ninguna norma ni en su propio calendario, va y viene sin que haya manera de saber cuándo y cómo; el dolor aparece incluso a los dos días de haber comenzado a manchar. No comprende cómo es posible seguir el ritmo diario con la misma energía que un día sin periodo. Lo más desconcertante, a pesar de todo, es que mamá se echase a reír la primera vez que le insinuó que prefería no ir a clase en ese estado. (...)
1-Vamos a hacer crítica literaria... ¿Te parece que es un texto "bien escrito"? Es decir, ¿consigue que te sientas identificado/a con una adolescente que acaba de tener la regla? Para eso no se trata de que hayas sentido lo mismo, ni que hayas pasado por la misma situación (si no, la literatura fantástica sería imposible de disfrutar) sino que te parezca que, de estar en sus zapatos, pensarías de forma parecida.
2-Recientemente se han aprobado los permisos de baja laboral por dolor menstrual incapacitante. ¿Crees que en el caso de esta chica estaría justificado faltar al colegio? ¿Por qué?
«Ya eres una mujer», continuó mamá, y Catalina sabía perfectamente a qué se refería, pero también le pareció una frase estúpida.
—¿Acaso antes era un hombre?
—Antes eras una niña.
Catalina no se había sentido nunca como una niña porque la imagen que ella tenía de las niñas no le parecía consecuente con la gravedad que sentía en su interior. Tampoco tenía la impresión de ser de repente una mujer porque no sabía cómo se sentían las mujeres, aunque se lo imaginaba más excitante que ser una niña. Ni siquiera se sentía como cree que lo haría cualquier adolescente a pesar de que ya hubiese dado el gran estirón. Se suponía —la genética, la enfermedad, los médicos dijeron— que no crecería demasiado y, sin embargo, ya les saca una cabeza a todas las chicas que conoce. A veces tiene que encorvarse para hablar con algunos de sus compañeros y los dos pares de pantalones largos de campana que le compraron a principios del curso pasado ahora le llegan a la altura de los tobillos. Se mueve de forma torpe, como los muñecos hinchables que dice mamá, y por eso prefiere el verano: con bermudas y sin clase. (...)
Nada más llegar a las faldas de mamá quejándose de que Pablito no quería que jugara con él y sus amigos a la pelota, no encontró ningún consuelo. Mamá excusó por completo las formas con las que su hermano la había hecho volver a casa. —Tienes que entender a Pablito. Él es un niño y tú... una niña. Una niña, dos palabras que se quedaron en un letargo sin más, pues ella entendió que niña significaba «ser pequeña» y niño significaba «ser grande», del mismo modo que creía que su ahí seguía llamándose «pito». En ese momento se resignó con lo que le había tocado y comió más brócoli, carne roja y guisantes que nunca —quizá por eso ahora mide casi uno ochenta—, pensando que cuando creciese ya no tendría que ser una niña nunca más. Cada vez que le preguntaban qué quería ser de mayor, Catalina no decía médico ni enfermera; decía «quiero ser un niño».
1-¿Crees que en esta época, tal y como cuenta la narradora y siente la protagonista, existían evidentes diferencias en el trato de los padres a sus hijos y a sus hijas?
2-¿En tu opinión continúan existiendo? ¿Han aumentado o se han reducido? ¿A qué crees que se debe?
Se encuentra tan incómoda embutida en esa ropa que estar en el mundo así, aunque sea con sus amigos, le parece un martirio. Y es que vestida de esa forma no consigue espacio suficiente para pensar en algo más que no sea su aspecto. ¿No estaría provocando? ¿Pensarían que parecía una puta? ¿Tendría ya una carrera en la media? ¿Se le marcarían mucho las bragas? ¿Se estaría dando cuenta alguien más de que va disfrazada de algo que no es? Pero ¿qué es Catalina? Ella no entiende por qué sus compañeras están cómodas con esos atuendos y ella no. O tal vez tampoco lo están pero no se atreven a reconocerlo. (...) Por fin ve un coche a lo lejos. Catalina se aparta un poco del arcén estirando bien el brazo. Levanta bien el dedo para que la vean. El vehículo reduce un poco la velocidad cuando pasa frente a ella pero solo para que unos chicos se asomen a la ventanilla y le griten. ¡PUTA! La miran riendo y aceleran de nuevo hasta volverse un punto enano en la carretera. Catalina baja el brazo convirtiéndose en estatua. (...) Es lo normal cuando van en manada por la calle y ella va sola o sola con Silvia, ya sea un viernes por la noche o un lunes por la mañana. Nunca se ha parado a averiguar qué pasa si una chica les contesta. Es mejor no saberlo; si hacen eso estando ella fuera del coche, ¿qué le harían si se encontrara dentro? De nuevo se acuerda de aquellas tres niñas que hacían autostop. (...)
Incluso a veces, cuando papá pregunta por qué la niña no sale de su cuarto, mamá contesta que no la moleste, que está estudiando. Como sus notas de este curso, excepto las de Gimnasia, concuerdan con esa versión de estudiante aplicada, él se lo cree. Lo que hace ahí dentro es escribir pero la temática es también un misterio para mamá. Catalina ha descubierto que no tiene mejor forma de estar o no estar en el mundo que escribiendo. Para ella eso equivale a sentir algo, aparte de miedo o culpa; escribir le sirve para transformar sus disforias, sus ganas de matar, sus ansias de no existir o de existir sin un cuerpo; escribir hace que esa aflicción corporal con la que se conoce desde hace tiempo se convierta en un duelo pasajero, algo que exorcizar. A veces suda cuando llena el cuaderno y acaba tan cansada como si hubiera hecho el deporte que tanto le falta. Al escribir, expulsa lo que cree que es, pero no quién es de verdad (...). Catalina nunca ha sentido su cuerpo como gordo ni delgado, sino como si no fuera suyo, como si solo fuera una mascota ajena, lenta, torpe, grandota y triste a la que tiene que alimentar a diario y arrastrar a base de tirones. A la playa, a la ducha, a la cama. En cambio, al escribir aparecen lágrimas, risas, sudores que sí siente como suyos. Cuando escribe parece que no está ahí, aunque sea solo gracias a sus manos, a su cerebro, a la circulación de la sangre que puede poner una palabra detrás de otra. Es carne plasmada en un cuaderno. Escribir es no estar en esa casa e incluso construir la suya propia, una fortaleza. Un lugar donde verter todo su rencor, o, al menos, donde dejar constancia del dolor que conoce: el que le producen los demás. (...)