Podríamos seguir viendo muchos vídeos al respecto...
Soy profe de Lengua y Literatura y en este blog iré colgando actividades y textos que trabajemos en clase (o no). "Hola, ¿qué tal? Soy el chico de las poesías".
lunes, 27 de febrero de 2023
DÍA DE ANDALUCÍA: ¡¡NONINÁ!!
Podríamos seguir viendo muchos vídeos al respecto...
martes, 14 de febrero de 2023
EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR: y después de las perdices... ¿qué?
Y sí, todo eso muy lindo, muy maravilloso, muy cuento de hadas del siglo XXI, pero mi pregunta es ¿qué pasó después del final feliz?, porque a mi parecer obviaron algunos detalles bien importantes, por ejemplo, como carajos van a hacer para acoplar sus agendas, si cada uno administra un mundo bien diferente, ¿Se irá ella para New York y dejará su plantación de maíz? O ¿Desistirá de aplicar a esa beca que tanto anhelaba? O acaso, el renunciará a su traje de diseñador, limosina y a su trabajo en Wall Street para irse a vivir a una linda casita de campo?, ¿Se seguirán queriendo aunque a ella se le caigan las tetas?, o ¿Cuándo al susodicho le salga papada y deje de parecerse al Tom Cruise de los tiempos de Top Gun?, que pasará si alguno de los dos quiere tener hijos y el otro no, que pasará cuando el uno le eche la culpa al otro por cualquier vaina que hizo o dejó de hacer. En qué momento se acabará la etapa de idealización en la que deberán enfrentarse a la realidad y peor aún, que sucederá cuando la cotidianidad los abrume, cuando llegue el paso o el peso de los años a afectarlos, como a todos los mortales del planeta tierra que deciden compartir sus vidas.
Encontrar pareja no es el final de la película, ni de la existencia, apenas es un nuevo comienzo, porque la historia continua más allá del “The end” y del beso que se dan los tortolitos mientras se diluye la escena en la gran pantalla, pero suele ocurrir que nos empecinamos en enaltecer la novelesca tarea de encontrar el amor, como si todos los esfuerzos divinos y humanos acabaran cuando se da “sí”, como si la existencia se congelara en una imagen de perfección. Y no señoritas, después es que empiezan otras aventuras, que no son ni buenas ni malas, sino reales, y es aquí cuando se deben comprender las discrepancias del sujeto que tienes en frente y que este a su vez entienda las tuyas, es aprender a negociar los espacios para que ninguno se asfixie, es mantener la llama viva, es saber escuchar al otro, es respetar su opinión a pesar de no estar de acuerdo en muchas cosas, es generar un ambiente de confianza y honestidad.
¿Qué pasa después del final feliz? (Artículo de SolterasdeBotas en El Espectador)
"... y vivieron felices y comieron perdices" es el final típico y tópico de miles de cuentos populares y, con variantes, de cientos de películas y series pero... ¿qué pasa después de las perdices? Te invitamos a que inventos tu propio final en EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR o Y DESPUÉS DE LAS PERDICES... ¿QUÉ?.
Evidentemente, retratar la continuación de una historia después del final de la historia, se puede hacer de diferentes formas. Por ejemplo, en la novela Al morir Don Quijote, Andrés Trapiello imagina cómo continuarán su vida los amigos y familares del hidalgo de la Mancha...
A veces decidir recrear una historia tras su supuesto final puede conllevar un cambio de protagonista, de focalización o de género... Eso es lo que sucede en Cobra Kai (serie que ya lleva 5 temporadas).
En otros casos, algunos autores han imaginado la vida de los personajes una vez termina el anuncio publicitario con el que los hemos conocido..Otras veces, se puede inventar qué habría pasado si un personaje no hubiera muerto cuando le tocó, como hizo Ben Clark en este fabuloso poema que imagina a Federico García Lorca imprimiendo un billete de avión en la actualidad:
Sin embargo, creemos que lo mejor es REESCRIBIR EL FINAL DE CUENTOS CLÁSICOS DE UNA MANERA NOVEDOSA, ORIGINAL, DIVERTIDA, EMOCIONANTE...
CUENTOS TRADICIONALES AL REVÉS
El cuento de Peter Pan no deja de ser una metáfora sobre la infancia. El propio autor imaginó cómo seríe el reencuentro entre una Wendy ya adulta y el eternamente joven Peter Pan...
Entonces la ventana se abrió de par en par, como antiguamente, y Peter Pan entró por ella.[...] Era un niño todavía, mientras ella era una persona mayor. Se acurrucó al lado del fuego, y no se atrevía a moverse. Se sentía culpable de ser ya una mujer.
-Hola Wendy- dijo él sin notar diferencia alguna, pues [...] en aquella débil claridad, el blanco vestido de la dama podía muy bien haber sido el camisón de dormir con el cual la vio por priemera vez.
-Hola, Peter Pan, dijo ella débilmente, empequeñeciéndose cuanto fue posible[...]
-Peter Pan -dijo ella temblando-, ¿esperas acaso que yo vuelva contigo?
-Naturalmente. Para eso he venido- Y añadió con cierta severidad-:
¿Has olvidado que es la época de la limpieza de la primavera?
-No puedo ir -dijo excusándose-, me he olvidado de volar.
-Pronto te enseñaré otra vez.
-Peter Pan, no malgastes en mí el polvo de las alas de las Hadas.
Se habían levantado y un temor asaltaba ahora al Niño.
-¿Qué es eso?-gritó estremeciéndose.
-Voy a encender la luz -repuso ella-, y entonces podrás verlo por ti mismo.
Casi por primera vez, que nosotros sepamos, Peter Pan se asustó.
-¡No enciendas la luz!-clamó.
Lo mismo, pero al revés, sucede en HOOK, que imagina que un Peter Pan ya adulto y que, por tanto, ha olvidado cómo volar, cómo luchar o cómo "cacarear"... debe volver a Nunca Jamás para salvar a sus hijos y enfrentarse a su archienemigo el Capitán Garfio...
Alguien que lo hace muy bien (y te puede servir de modelo o referencia) es el cuentista catalán Quim Monzó:
EL SAPO
(...) Nunca ha confesado a nadie cómo espera encontrar a su princesa ideal. Porque sabe que se reirían. La encontrará encantada: en forma de sapo. Está convencido. Precisamente por eso será diferente de todas las demás, porque se habrá mantenido alejada de la banalidady la degradación de los humanos. Lo ha leído en los cuentos, desde muy pequeño, y, aunque ya entonces los otros príncipes (los mismos que ahora se encuentran todos los mediodías para tomar el aperitivo) se burlaban de esas historias, él creía en ellas con convicción. Convicción que con el curso de los años ha ido reforzándosele con un hecho curioso y sintomático: nunca ha logrado ver un solo sapo.Desde niño los ha buscado con ardor. Sabe cómo son por las ilustraciones y las fotos de los libros de ciencias naturales, pero nunca ha encontrado ninguno.Por eso, la mañana que, tras horas de galopar, se detiene a orillas de un río para que el caballo abreve y ve un sapo sobre una roca cubierta de musgo (un sapo brillante, gordo, entre verdoso y morado), echa pie a tierra con el corazón desbocado. Por fin ha encontrado un sapo, cara a cara, en directo. El sapo lo saluda:—Croac.Es un bicho aún más asqueroso de lo que se ha imaginado por las ilustraciones y las fotos de los libros. Pero ni por un instante duda de que es a ese bicho al que debe darle un beso. Después de años de búsqueda es el primer sapo que consigue ver, y por eso sabe que noes un sapo y nada más sino una princesa encantada, no echada a perder por la vida mundana. Ata las riendas del caballo al tronco de un chopo y avanza con miedo. Miedo de la decepción que tendrá si, a despecho de su convicción, resulta que el sapo no es sino un sapo, da un salto y se mete en el agua. Se arrodilla junto a la roca.—Croac —hace el animal por segunda vez.El príncipe inclina el cuerpo y adelanta la cara. El sapo está justo frente a él. La papada se le hincha y deshincha sin cesar. Ahora que lo ve tan de cerca siente que lo invade el asco; pero no tarda en reponerse y acerca los labios al morro del anfibio.—Mua.En menos de una milésima de segundo, con un ruido ensordecedor, el sapo se convierte en un prisma de cien mil colores, que multiplica infinitamente las caras, hasta que todas las caras y colores se convierten en una muchacha de cabellos dorados. Y una corona encima que demuestra la nobleza de su linaje. Por fin el príncipe ha encontrado a la mujer que siempre ha buscado, esa con la que compartirá el trono y la vida.—Por fin has llegado —dice ella—. Si supieras cómo he esperado al príncipe que debía librarme del hechizo.—Lo comprendo. Te he buscado siempre, desde que era niño. Y siempre he sabido que te encontraría.Se miran a los ojos, se cogen las manos. Es para siempre, y los dos son conscientes de ello.—Era como si este momento no fuera a llegar nunca —dice ella.—Pues ya ha llegado.—Sí.—Qué bien, ¿no?—¿Estás contento?—Sí.¿Y tú?—Yo también.El príncipe mira el reloj. ¿Qué más debe decirle? ¿De qué debenhablar? ¿Debe invitarla en seguida a su casa o se lo tomará a mal? Enrealidad no hay ninguna prisa. Tienen toda la vida por delante.—En fin...—Sí.—Ya ves...—Tanto esperar y de repente, plaf, ya está.—Sí, ya está.—Qué bien, ¿no?
LA MONARQUÍA
Todo gracias a aquel zapato que perdió cuando tuvo que irse del baile a toda prisa porque a las doce se acababa el hechizo, el vestido retornaba a la condición de harapos, la carroza dejaba de ser carroza y volvía a ser calabaza, los caballos ratones, etcétera. Siempre la ha maravillado que sólo a ella el zapato le calzase a la perfección, porque su pie (un 36) no es en absoluto inusual y otras chicas de la población deben de tener la misma talla. Todavía recuerda la expresión de asombro de sus dos hermanastras cuando vieron que era ella la que se casaba con el príncipe y (unos años después, cuando murieron los reyes) se convertía en la nueva reina.
El rey ha sido un marido atento y fogoso. Ha sido una vida de ensueño hasta el día que ha descubierto una mancha de carmín en la camisa real. El suelo se le ha hundido bajo los pies. ¡Qué desazón! ¿Cómo ha de reaccionar, ella, que siempre ha actuado honestamente, sin malicia, que es la virtud en persona?
De que el rey tiene una amante no hay duda. Las manchas de carmín en las camisas siempre han sido prueba clara de adulterio. ¿Quién puede ser la amante de su marido? ¿Debe decirle que lo ha descubierto o bien disimular, como sabe que es tradición entre las
reinas, en casos así, para no poner en peligro la institución monárquica? ¿Y por qué el rey se ha buscado una amante? ¿Acaso ella no lo satisface suficientemente? ¿Quizá porque se niega a prácticas que considera perversas (sodomía y ducha dorada, básicamente) él las busca fuera de casa?
Decide callar. También calla el día que el rey no llega a la alcoba real hasta las ocho de la mañana, con ojeras de un palmo y oliendo a mujer. (¿Dónde se encuentran? ¿En un hotel, en casa de ella, en el mismo palacio? Hay tantas habitaciones en este palacio, que fácilmente podría permitirse tener a la amante en cualquiera de las dependencias que ella desconoce.) Tampoco dice nada cuando los contactos carnales que antes establecían con regularidad de metrónomo (noche sí, noche no) se van espaciando hasta que un día se percata de que, desde la última vez, han pasado más de dos meses.
En la habitación real, llora cada noche en silencio; porque ahora el rey ya no se acuesta nunca con ella. La soledad la reseca. Habría preferido no ir nunca a aquel baile, o que el zapato hubiese calzado en el pie de cualquier otra muchacha antes que en el suyo. Así, cumplida la misión, el enviado del príncipe no hubiera llegado nunca a su casa. Y en caso de que hubiera llegado, habría preferido incluso que alguna de sus hermanastras calzara el 36 en vez del 40 y 41, números demasiado grandes para una muchacha. Así el enviado no
habría hecho la pregunta que ahora, destrozada por la infidelidad del marido, le parece fatídica: si además de la madrastra y las dos hermanastras había en la casa alguna otra muchacha.
¿De qué le sirve ser reina si no tiene el amor del rey? Lo daría todo por ser la mujer con la cual el rey copula extraconyugalmente. Mil veces preferiría protagonizar las noches de amor adúltero del monarca que yacer en el vacío del lecho conyugal. Antes querida que reina.
Decide avenirse a la tradición y no decirle al rey lo que ha descubierto. Actuará de forma sibilina. La noche siguiente, cuando tras la cena el rey se despide educadamente, ella lo sigue. Lo sigue por pasillos que desconoce, por ignoradas alas del palacio, hacia estancias cuya existencia ni siquiera imaginaba. El rey la precede con una antorcha. Finalmente se encierra en una habitación y ella se queda en el pasillo, a oscuras. Pronto oye voces. La de su marido, sin duda. Y la risa gallinácea de una mujer. Pero superpuesta a esa risa oye también la de otra mujer. ¿Está con dos? Poco a poco, procurando no hacer ruido, entreabre la puerta. Se echa en el suelo para que no la vean desde la cama; mete medio cuerpo en la habitación. La luz de los candelabros proyecta en las paredes las sombras de tres cuerpos que se acoplan. Le gustaría levantarse para ver quién está en la cama, porque las risas y los susurros no le permiten identificar a las mujeres. Desde donde está, echada en el suelo, no puede ver casi nada más; sólo, a los pies de la cama, tirados de cualquier manera, los zapatos de su marido y dos pares de zapatos de mujer, de tacón altísimo, unos negros del 40 y otros rojos del 41.
“La monarquía” relato incluido en el volumen El porqué de las cosas (Quim Monzó).
En su relato lírico "Las nubes", Azorín hace lo contrario a lo que estamos habituados y al título de nuestra actividad: en su caso, reimagina un final menos trágico para Calisto y Melibea en La Celestina...
...aunque, en principio, como decimos es lo contrario a lo esperado en nuestra actividad... SIRVA COMO RESUMEN PARA DECIRTE QUE EN "EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR" DEBES DAR RIENDA SUELTA A TU IMAGINACIÓN Y SENTIRTE LIBRE PARA IMAGINAR QUÉ HAY DETRÁS DEL TELÓN O DE LA DIGESTIÓN MÁS O MENOS FELIZ DE LAS PERDICES.
LAS NUBESCalixto y Melibea se casaron —como sabrá el lector si ha leído La Celestina[1]— a pocos días de ser descubiertas las rebozadas entrevistas que tenían en el jardín. Se enamoró Calixto de la que después había de ser su mujer un día que entró en la huerta de Melibea persiguiendo un halcón. Hace de esto dieciocho años. Veintitrés tenía entonces Calixto. Viven ahora marido y mujer en la casa solariega de Melibea; una hija les nació, que lleva, como su abuela, el nombre de Alisa[2]. Desde la ancha solana que está a la puerta[3] trasera de la casa se abarca toda la huerta en que Melibea y Calixto pasaban sus dulces coloquios de amor. La casa es ancha y rica; labrada escalera de piedra arranca de lo hondo del zaguán. Luego, arriba, hay salones vastos, apartadas y silenciosas camarillas, corredores penumbrosos con una puertecilla de cuarterones en el fondo, que, como en Las Meninas de Velázquez, deja ver un pedazo de luminoso patio. Un tapiz de verdes ramas y piñas gualdas sobre un fondo[4] bermejo cubre el piso del salón principal; el salón, donde en cojines de seda puestos en tierra se sientan las damas. Acá y allá destacan silloncitos de cadera guarnecidos de cuero rojo o sillas de tijera con embutidos mudéjares; un contador con cajonería de pintada y estofada talla, guarda papeles y joyas; en el centro de la estancia, sobre la mesa de nogal, con las patas y las chambranas talladas, con fiadores de forjado hierro, reposa un lindo juego de ajedrez con embutidos de marfil, nácar y plata; en el alinde de un ancho espejo refléjanse las figuras aguileñas sobre fondo de oro de una tabla colgada en la pared frontera.Todo es paz y silencio en la casa. Melibea anda pasito por cámaras y corredores. Lo observa todo, ocurre a todo. Los armarios están repletos de nítida y bienoliente ropa, aromada por gruesos membrillos. En la despensa, un rayo de sol hace fulgir la ringla de panzudas y vidriadas orcitas talaveranas. En la cocina son espejos los artefactos y cacharros de azófar que en la espetera cuelgan, y los cántaros y alcarrazas obrados por la mano de curioso alcaller en los alfares vecinos muestran bien ordenados su vientre redondo limpio y rezumante. Todo lo previene y a todo ocurre la diligente Melibea; en todo pone sus dulces ojos verdes. De tarde en tarde, en el silencio de la casa, se escucha el lánguido y melodioso son de un clavicordio: es Alisa que tañe. Otras veces, por los viales de la huerta se ve escabullirse calladamente la figura alta y esbelta de una moza: es Alisa que pasea entre los árboles. La huerta es amena y frondosa. Crecen las adelfas a par de los jazmineros; al pie de los cipreses inmutables ponen los rosales la ofrenda fugaz —como la vida— de sus rosas amarillas, blancas y bermejas. Tres colores llenan los ojos en el jardín: el azul intenso del cielo, el blanco de las paredes encaladas y el verde del boscaje. En el silencio se oye —al igual de un diamante sobre un cristal— el chiar de las golondrinas que cruzan raudas sobre el añil del firmamento. De la taza de mármol de una fuente cae deshilachada, en una franja, el agua. En el aire se respira un penetrante aroma de jazmines, rosas y magnolias. «Ven por las paredes de mi huerto», le dijo dulcemente Melibea a Calixto hace dieciocho años[5].***Calixto está en el solejar[6], sentado junto a uno de los balcones. Tiene el codo puesto en el brazo del sillón y la mejilla reclinada en la mano. Hay en su casa bellos cuadros; cuando siente apetencia de música, su hija Alisa le regala con dulces melodías; si de poesía siente ganas, en su librería puede coger los más delicados poetas de España e Italia. Le adoran en la ciudad; le cuidan las manos solícitas de Melibea; ve continuada su estirpe, si no en un varón, al menos, por ahora, en una linda moza de viva inteligencia y bondadoso corazón. Y sin embargo, Calixto se halla absorto, con la cabeza reclinada en la mano. Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, ha escrito en su libro:…et crei la fabrillaque dis: Por lo pasado no estés manoen mejilla.[7]No tiene Calixto nada que sentir del pasado; pasado y presente están para él al mismo rasero de bienandanza. Nada puede conturbarle ni entristecerle. Y sin embargo, Calixto, puesta la mano en la mejilla, mira pasar a lo lejos sobre el cielo azul las nubes.Las nubes nos dan una sensación de inestabilidad y de eternidad. Las nubes son —como el mar— siempre varias y siempre las mismas. Sentimos mirándolas cómo nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas —tan fugitivas— permanecen eternas. A estas nubes que ahora miramos las miraron hace doscientos, quinientos, mil, tres mil años, otros hombres con las mismas pasiones y las mismas ansias que nosotros. Cuando queremos tener aprisionado el tiempo —en un momento de ventura— vemos que van pasado ya semanas, meses, años. Las nubes, sin embargo, que son siempre distintas en todo momento, todas los días van caminando por el cielo. Hay nubes redondas, henchidas de un blanco brillante, que destacan en las mañanas de primavera sobre los cielos traslúcidos. Las hay como cendales tenues, que se perfilan en un fondo lechoso. Las hay grises sobre una lejanía gris. Las hay de carmín y de oro en los ocasos inacabables, profundamente melancólicos, de las llanuras. Las hay como velloncitos iguales e innumerables que dejan ver por entre algún claro un pedazo de cielo azul. Unas marchan lentas, pausadas; otras pasan rápidamente. Algunas, de color de ceniza, cuando cubren todo el firmamento, dejan caer sobre la tierra una luz opaca, tamizada, gris, que presta su encanto a los paisajes otoñales.Siglos después de este día en que Calixto está con la mano en la mejilla, un gran poeta —Campoamor— habrá[8] de dedicar a las nubes un canto en uno de sus poemas titulado Colón.[9] Las nubes —dice el poeta— nos ofrecen el espectáculo de la vida. La existencia, ¿qué es sino un juego de nubes? Diríase que las nubes son «ideas que el viento ha condensado»; ellas se nos representan como un «traslado del insondable porvenir». «Vivir —escribe el poeta— es ver pasar». Sí; vivir es ver pasar: ver pasar allá en lo alto las nubes. Mejor diríamos: vivir es ver volver. Es ver volver todo un retorno perdurable[10], eterno; ver volver todo —angustias, alegrías, esperanzas—, como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas, como esas nubes fugaces e inmutables.Las nubes son la imagen del tiempo. ¿Habrá sensación más trágica que aquella de quien sienta el tiempo, la de quien vea ya en el presente el pasado y en el pasado el porvenir?[11]***En el jardín lleno de silencio se escucha el chiar de las rápidas golondrinas. El agua de la fuente cae deshilachada por el tazón de mármol. Al pie de los cipreses se abren las rosas fugaces, blancas, amarillas, bermejas. Un denso aroma de jazmines y magnolias embalsama el aire. Sobre las paredes de nítida cal resalta el verde de la fronda; por encima del verde y del blanco se extiende el añil del cielo. Alisa se halla en el jardín sentada, con un libro en la mano. Sus menudos pies asoman por debajo de la falda de fino contray; están calzados con chapines de terciopelo negro adornados con rapacejos y clavetes de bruñida plata. Los ojos de Alisa son verdes, como los de su madre; el rostro más bien alargado que redondo. ¿Quién podría contar la nitidez y sedosidad de sus manos? Pues de la dulzura de su habla, ¿cuántos loores no podríamos decir?[12]En el jardín todo es silencio y paz. En el alto de la solana, recostado sobre la barandilla, Calixto contempla extático a su hija. De pronto un halcón aparece, revolando rápida y violentamente por entre los árboles. Tras él, persiguiéndole todo agitado y descompuesto, surge un mancebo. Al llegar frente Alisa se detiene absorto, sonríe y comienza a hablarle.Calixto lo ve desde el carasol y adivina sus palabras. Unas nubes redondas, blancas, pasan lentamente sobre el cielo azul en la lejanía.Azorín: Castilla.
martes, 7 de febrero de 2023
Pelea de gallos: "beef" entre Quevedo y Góngora
El beef Quevedo-Góngora cruzó el umbral de las palabras en la década de 1620 con una impía jugarreta inmobiliaria del madrileño hacia el cordobés.
En 1619, el autor de las Soledades deja la capital califal para instalarse en la Villa y Corte con el objetivo, como todos, de agenciarse buenos mecenas y rentas fijas. Recala en una casita modesta en la Travesía Calle del Niño, cerca de las Trinitarias. A pesar de que el barrio de Huertas ofrecía precios más sensatos que otros puntos más céntricos -y por ello llamó la atención de los poetas-, la burbuja del alquiler debía estar tan hinchada entonces como ahora, pues Góngora declara en una carta: «he alquilado una casa que, en el tamaño es dedal y, en el precio, plata». Vivir en Madrid exigía de quien aspirara a hacer dinero empezar por gastar su propia bolsa: parecer rico antes de efectivamente serlo. Muchos, no obstante, se quedaban a media jugada. Así, Góngora vio cómo, en sólo cinco años, sus cuentas se esfumaban en el tren de vida de la Corte. Hacia 1625 estaba arruinado. En esas, Quevedo olió sangre y entró a morder.
El madrileño ya contaba con dos apartamentos en la misma calle, pero en cuanto supo que la que ocupaba Góngora salía a la venta de parte de una tal María de la Paz (presunta casera del cordobés), no dudó en aflojar maravedíes para hacerse con la propiedad y, de paso, con el destino de su enemigo íntimo. En invierno de aquel 1625, ya dueño de la casa, Quevedo ejecuta el desahucio de Góngora, que, pocos meses después, regresa a Córdoba arruinado para morir al año siguiente.
No existen documentos taxativos al respecto de esta anécdota, pero sí indicios de sobra para pensar que es auténtica. Para empezar, está confirmado, a través de documentos de la época y posteriores, que la casa de la Calle del Niño (hoy, añadiendo chacota, llamada Quevedo) fue adquirida por el poeta y que Góngora tuvo que abandonarla en esa época, según consta en su correspondencia: «El 18 de este temo me echará en la calle de esta pobre vivienda mía el dueño de la casa y que me hallo en los umbrales del invierno sin hilo de ropa». Poco debió importarle a Quevedo el estado en el que se encontraba reducido Góngora. Finalmente, un largo poema satírico (Alguacil del Parnaso, Gongorilla), atribuido y desatribuido alternamente a Quevedo, hace referencia al asunto:
Y págalo Quevedo
porque compró la casa en que vivías,
molde de hacer arpías;
y me ha certificado el pobre cojo
que de tu habitación quedó de modo
la casa y barrio todo,
hediendo a Polifemos estantíos,
coturnos tenebrosos y sombríos,
y con tufo tan vil de Soledades,
que para perfumarlas
y desengongorarla
de vapores tan crasos,
quemó como pastillas Garcilasos:
pues era con tu vaho el aposento
sombra del sol y tósigo del viento.
Sea apócrifa o no, está claro que remite directamente al desahucio y al posterior proceso de «desgongorización» de la casa. Caso de ser de un tercero en discordia, demostraría hasta qué punto el eterno conflicto entre culteranos y conceptistas, así como entre sus puntales, hacía furor en los foros de la capital, amén de reafirmarnos en que todo está inventado, incluido el beef, el troleo y la ejecución hipotecaria.
Partiendo del "beef", vamos a llegar al meollo de cada autor en cada una de estas entradas:
domingo, 5 de febrero de 2023
TRIVIAL FUTBOLERO
viernes, 3 de febrero de 2023
SANTA TERESA DE JESÚS...¿(N)OS ESCUPIRÍA EN LA CARA?
FRAGMENTOS DE
MUERO PORQUE NO MUERO:
LA VIDA DOBLE DE TERESA
Me pongo a investigar acerca de la situación de los autores en España y descubro lo siguiente: “En la actualidad, un ochenta y cinco por ciento de los escritores patrios malvive en la miseria, mientras que tan solo un quince por ciento consigue vivir de su trabajo”. Hay que destacar que, de ese quince por ciento, dos terceras partes están compuestas por hombres y una tercera por mujeres. Esto quiere decir que solo un cinco por ciento de las escritoras españolas consigue vivir de la literatura. Pero lo más escandaloso no es eso, lo más escandaloso es que descubro que nunca antes la cifra había sido tan favorable: y que, en toda la historia de este país, es la primera vez que un número tan elevado de mujeres consigue vivir de las letras. ¿Cuánto ha evolucionado la calidad de vida de las escritoras españolas desde que llevo muerta? La respuesta es abrumadora: un uno por ciento por cada siglo. Y ahí es cuando recuerdo una frase que había leído recientemente, de un escritor de apellido Larra: “Escribir en España es llorar”. A lo que otro escritor de apellido Cernuda añadiría años después: “Escribir en España no es llorar, escribir en España es morir”. Y pienso: “Teresa, toda superheroína necesita un traje en el que enfundarse, y tú ya conseguiste el tuyo; ahora solo te falta una misión, que bien podría ser esta que se te acaba de presentar”. Salgo disparada como una flecha del cibercafé en el que estoy, me voy a El Corte Inglés y robo un bote de espray para, a continuación, dirigirme hasta el órgano constitucional que representa a todos los españoles: el Congreso de los Diputados. Espray en mano, pinto en la fachada: “Escribir en España no es llorar, escribir en España es morir”. Firmado: “Larra y Cernuda”.
Sí, esta misma mano, que fue repudiada por la cristiandad, volvió a mí convertida en doctora de la Iglesia; esta misma mano, que hizo voto de pobreza, volvió a mí engalanada de joyas y piedras preciosas; esta misma mano, que fue educada como judía, volvió a mí convertida en Santa de la Raza; esta misma mano, que se opuso al matrimonio, volvió a mí convertida en patrona de la Sección Femenina. ¿En qué me han convertido? ¿De qué sirve escribir un libro si luego nadie lo lee? La vida es una broma. (...)
Nadie ha entendido una sola de tus palabras. ¡Nadie ha entendido una sola de tus ideas! ¿Por qué, si no, te han erigido como símbolo de todo lo contrario a lo que defendiste? Está claro que no puedes quedarte de brazos cruzados, está claro que tienes que hacer algo. (...)
Según los académicos, en mi producción literaria hay seis obras principales. Por un lado, tenemos el Libro de la vida, el más fresco y espontáneo, el primero que escribí; un reflejo bastante fiel de mi carácter y personalidad. Luego está Camino de perfección, un poco más práctico y especializado, en el que doy consejos para la vida femenina dentro del convento. En tercer lugar, Las moradas. El castillo interior, en el que aprovecho para cambiar de registro y pasar a otra etapa, reflexionando acerca de lo que supone convertirse en un ser espiritual. Este es de los mejores, se lo recomiendo. Luego tenemos el Libro de las Constituciones, más jurídico y legislativo —estilo y costumbres dentro de la orden religiosa—. Y ya, para concluir, quizá el más particular de todos, el Libro de las Fundaciones, claramente mi obra de madurez, en el que mezclo sabiduría popular con sucesos de la época. A todos les tengo un cariño especial, aunque de lo que de verdad me siento orgullosa es de los poemas. Sí, sin lugar a dudas, de toda mi obra, las poesías son las que han terminado haciéndose más virales. Vivo sin vivir en mí Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero. Vivo ya fuera de mí, después que muero de amor; porque vivo en el Señor, que me quiso para sí: cuando el corazón le di puso en él este letrero, que muero porque no muero. Esta divina prisión, del amor en que yo vivo, ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón; y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Solo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero. (...)
¿Sabían ustedes que, en 1943, un tal doctor Hofmann sintetizó el ácido lisérgico a partir del hongo que le sale al centeno cuando se pudre? Yo no tenía ni idea. Pero, como hace cinco siglos, fiel a mi voto de pobreza, me comía el pan que estaba en peor estado de todo el convento, en la actualidad hay voces que defienden que es probable que aquello de que levitaba era porque iba puesta de tripi todo el día. ¿Saben lo que es un tripi? Un tripi es una gota de ácido lisérgico, diluido en un cuadradito de papel absorbente. Se coloca debajo de la lengua y se deja ahí hasta que se deshace como un caramelo. (...)
Las drogas no están prohibidas porque sean malas para la salud, las drogas están prohibidas porque, al igual que la cultura, son una llave que te ayuda a ir más allá. Un tripi y un libro son muy parecidos, porque los dos son un viaje y, como viajes que son, también son vehículos que te transportan de este mundo a otro diferente; a otro mundo que los demás no pueden ver, pero que está ahí. Las drogas están prohibidas porque te llevan al límite, te iluminan y, en esa frontera, te revelan la verdad. Por eso, junto a la cultura, son dos de las cosas más perseguidas y maltratadas por aquellos que nos gobiernan, porque ambas consiguen abrir las puertas del cerebro de los que las consumen, revelendo ante sus ojos cualquier clase de hipocresía y falsedad. En 1969, durante los tres días que duró el festival de Woodstock, tres millones de personas convivieron bajo los efectos del ácido lisérgico. No se conoció ni un solo caso de suicidio o agresión causado por esta sustancia. Sin embargo, al mismo tiempo, fuera de aquella granja de Nueva York había miles de personas sobrias asesinando, suicidándose y violando. Si los seres humanos, en vez de trabajar tanto, leyéramos y nos drogáramos más, los políticos desaparecerían de un plumazo; porque el conocimiento es un arma de destrucción masiva, y esa arma de destrucción, lo primero que hace es dinamitar la idea de poder. Por eso las únicas drogas que se nos permite consumir son las que nos anclan a este mundo, y nunca las que nos conducen a la realidad. Sí, viajar está terminantemente prohibido. Creemos que nos desplazamos porque nuestro cuerpo puede trasladarse a través del espacio, pero la realidad es que, desde que nacemos hasta que morimos, somos muy pocos los que conseguimos movernos del lugar en el que estamos. Y es que, a diferencia de lo que nos intentan hacer creer, el verdadero movimiento no es físico; el verdadero movimiento se realiza a través de la mente y tiene un nombre, se llama viaje interior. (...)
Muero porque no muero: la doble vida de Teresa es un monólogo teatral escrito por Paco Bezerra. También resulta recomendable la aproximación a esta persona (y su personaje) desde la novela de la siempre punk Cristina Morales con Introducción a Teresa de Jesús o Últimas tardes con Santa Teresa (cambió el título en homenaje a Juan Marsé, conocido principalmente por la obra Últimas tardes con Teresa).
De INTRODUCCIÓN A TERESA DE JESÚS
o ÚLTIMAS TARDES CON SANTA TERESA:
(...) ¿debo escribir que en mi juventud fui ruin y vanidosa y que por eso ahora Dios me premia? ¿Debo escribir para dar gusto al padre confesor, para dar gusto a los grandes letrados, para dar gusto a la Inquisición o para darme gusto a mí misma? ¿Debo escribir que no abrazo reforma alguna? ¿Debo escribir porque me lo han mandado y he hecho voto de obediencia? Dios mío, ¿debo escribir? Y de todo ello ha resultado que Dios y yo estamos de acuerdo: que debo escribir lo que el dominico espera de mí porque otra cosa no admitiría y porque le debo obediencia. Que he de escribirlo porque quiero que los buenos letrados se me arrimen, que eso me hará mejor escritora y por tanto mejor servidora de Dios, y porque no quiero que la Inquisición me procese, aunque ahí me engaño. La Inquisición, si quiere, me procesará por el hecho de ser una mujer y escribir sobre Dios, y ni eso: por ser una mujer y escribir, por ser una mujer y leer. Por ser una mujer y hablar. De modo que vuelvo a sonreír ante el encargo porque al fin lo entiendo. Padre mío al que los ángeles cubran con sus cálidas alas: yo os daré lo que me pedís, y lo que no me pedís no os lo daré, pero no por ello dejaré de escribirlo, porque una se cansa de que no la entiendan, una se cansa de que quieran quemarla y legítimamente desea que ese tormento acabe, pero de lo que no se cansa una es de pensar el mundo, de contárselo y de intentar no ser tonta. Y eso es lo que estoy haciendo a la una de la madrugada en el palacio de doña Luisa de la Cerda, en Toledo, el once de enero del año de mil y quinientos y sesenta y dos. Sea todo para mayor gloria y alabanza de nuestro Señor Jesucristo, que Él sabrá mejorar las malas palabras de esta Su siempre indigna sierva TERESA DE JESÚS
Yo no me aderezo ni mucho ni poco, que es el pecado venial que más se parece al pecado mortal. Y más y peor entre mujeres. Más porque somos nosotras quienes con más intensidad y frecuencia caemos en él, y peor porque nos condena no solo ante Dios, sino también y sobre todo ante los hombres, que es así como quieren vernos: aderezadas para servirles de aderezo, es decir, para darles gusto, darles hijos, darles hacienda y darles linaje, que es lo único para lo que nos estiman, y siendo para ellos lo único, para nosotras es la insoportable vida entera. (...)
Vuestra maternidad sepa que adonde vamos, además de la casa del Señor, es la casa de los padres dominicos. ¡Ojos masculinos hasta en la casa de Dios, donde todos menos Él deberíamos ser ciegos! ¡Ojos masculinos hasta en la cara de doña Luisa de la Cerda! ¡Ojos masculinos en las paredes, que hasta masculinos son los ojos de las cerraduras! Esto no se lo dije a la doña, que me hizo enmudecer con su atinada y triste sentencia. Lo fui yo rumiando de camino a la iglesia, lo seguí rumiando durante la misa y no me riña, padre mío, porque bien chico es el pensamiento que hace falta para taponar los oídos contra el latín. Aprovechando la sordera, la idea se me transformó fácilmente en oración, y en esas de los ojos masculinos estaba cuando por la capilla de al lado pasó el fulgor de un blanquinegro hábito rematado por no otra que vuestra cabeza. Se me aflojaron las manos de su unión de oración, y de tantos años que llevaba sin ver a vuestra reverencia pensé que podía estar en un error y haberos tomado por otro hermano de la Orden. Pero la duda me la ponía el demonio, porque no la había: erais vos, el instante en que os vi lo supe, más hondas las ojeras pero el mismo (...).
Yo no sé por qué Su Majestad me premia, porque esta que os habla es lo mismo de ruin y de vanidosa que cuando era joven, padre, aunque de otra calidad, y si Dios me premia solo Él sabe por qué es, que nunca me lo dice, y preguntárselo sería cuestionar sus designios, y ya me dirá vuestra reverencia quién soy yo ni nadie para cuestionar nada de lo que nos manda el Señor, y todo lo que me queda es lamentarme de ser la que soy, la que fui y la que seré y agradecerle inundada en lágrimas lo que tan inmerecidamente me concede. (...)
Si he de escribir para edificar, ¿cómo voy a levantar ningún edificio sobre el suelo del lector sin antes echar abajo el edificio que ya está ruinoso? Escribir para dar gusto, ¿no es echar más escombros sobre las ruinas, o es quizá limpiarlas y recolocarlas, haciendo como que se construye, cuando en realidad no hay edificio sino una ordenada montaña de basura? ¿Eso me queréis, padre, animándome a escribir: basurera? Así y todo yo no desisto de la escritura, pues el desistir de nuestra voluntad no es rendición ante Dios sino ante el demonio, que es el que nos quiere quietos para tenernos a mano, quietos y callados para que cualquier susurro suyo nos embelese. Quietos, callados y encerrados para ser puro ganado derechito al matadero. Como no renuncio a mi voluntad, solo me queda un camino: engañaros, padre García. Ser más lista que vos y haceros creer que lo que estáis leyendo es de vuestro gusto y no del mío. Facilitaros la fanfarronada, que luego, si salen bien, os jactaréis de ser mentor de mis declaraciones, porque si salen mal, bien que os apuraréis en mandármelas arder, y encima habré de estaros agradecida porque cualquier otro me las denunciaría al Santo Oficio. Encima, habré de admitir que vuestro vertedero es el menos pestoso de todos. Pero las palabras, buenas o malas, serán enteramente mías, y eso vos, que sois de harto entendimiento, lo sabréis más allá de la jactancia o la censura. Más mías incluso que si hubieran sido palabras libres y no mediadas por vuestro juicio y encargo, porque la palabra sometida a la que me obligáis a prueba me pone, conmigo se mide y se enfada, y es tan tamaño el esfuerzo por no ser una misma que el mismo esfuerzo acaba por ser la obra, como el mudo que consigue hablar y, aunque no articule, barbulle y gruñe y grita, y así, cuando escribo «Soy Teresa de Jesús y aquí estoy intentando no ser yo», es cuando más Teresa de Jesús soy. (...)