viernes, 12 de mayo de 2023

Analogías (Leticia González)

 


Tras haber consumido en Netflix los cuatro capítulos emitidos de la serie «Unorthodox», me preguntaba cómo es posible que personas intelectualmente sanas, con esto me refiero a individuos autónomos, autosuficientes, realistas, acreedores de un sistema consciente de valores, instruidos desde el razonamiento científico, muchos de ellos cultísimos, perfectamente adaptados a la vida en sociedad, optasen por confirmarse o adscribirse a cualquiera de las diversas corrientes religiosas existentes en la actualidad. Para concluir que el 97,65% de los 7500 millones de almas que moramos el planeta, cree en uno o en varios dioses y/o practica algún tipo de fe religiosa. 5000 millones de prosélitos si sumamos ‪únicamente las tres‬ fes mayoritarias. Vamos, que agnósticos aparte, apenas un sucinto 2,35% de la humanidad, es decir, 176 millones, millón arriba, millón abajo, lo que viene a ser el censo de Bangladés, negamos taxativamente la existencia de cualquier deidad.
Tomar estas cifras a la ligera sería una necedad, y con todo, continúan siendo insuficientes para demostrar que soy yo la errada en mi firme convicción de negar la existencia de Dios.
Entonces evocaba de nuevo el programa donde aquella «asturiana por el mundo», nos mostraba los entresijos de Oxford y el momento en que unos jóvenes rubios, zarcos, sonrisa perfecta, pulcramente uniformados, entregaban pasquines a los viandantes cerca del punto exacto donde se estaba grabando, dando a conocer a estos las bondades de sus respectivos «colleges».
La reportera interpelaba a la emigrante, el porqué de tal hecho, a lo que la anfitriona respondía, —a día de hoy, la universidad se compone de 39 colegios o comunidades estudiantiles diferentes y en esencia iguales, por tanto, la fórmula mas eficaz para reclutar alumnos es vendiendo sus potencias o aquellas fortalezas que los diferencian del resto a través de acciones de captación a pie de calle.
De igual modo, catolicismo, judaísmo e islam, abrahámicas todas ellas, ofrecen un abanico de atractivos similares, que van desde el perdón de los pecados, la gracia y el obsequio mediante la oración; a la promesa de la vida eterna, ¡ahí es na! Todo ello aderezado y tan pulcramente descrito a través de un relato de tal grandilocuencia que ríanse ustedes de la Ilíada. Y sí, sus literatos no dejaron un solo detalle al azar; doctrina, preceptos, deidades, líderes, liturgias, festividades, libros, templos, lugares sagrados; y ese sometimiento de la naturaleza animal intrínseca a cada uno como denominador común, para mantener aletargados nuestros impulsos naturales y no ceder en pos de las libertades de bragueta, que diría Juan Manuel de Prada.
«Unorthodox» está basada en la novela autobiográfica de Devorah Spellman; una adolescente neoyorquina del famoso gueto ultraortodoxo de Williansburg en Brooklin, que logró escapar de las garras de una de las escisiones del judaísmo más fundamentalista; el jasidismo.
¿Por qué los adultos varones llevan ese sombrero tan raro? —me preguntaba al acabar el primer capítulo—, y entonces del shtreimel, llegaba al Shabbat, y de ahí a las yeshivas. ¿La educación elemental no debería de ser científica pura? ¿Es posible separar educación de cultura? ¿Debemos entender la cultura desde un punto de vista relativista? ¿Son todas las culturas respetables desde la ética y la moral universal?
Un click que me lleva a la Wikipedia y este a su vez se abre y multiplica, como las ondas que una piedra dibuja al caer sobre la superficie de una charca. ¿Por qué sus mujeres se afeitan la cabeza para después ponerse pelucas hechas del cabello natural de otras mujeres? De pronto las sheitel, me llevan al payot, esa especie de tirabuzón larguísimo que los hombres lucen con orgullo a ambos lados de su cabeza.
Me intereso por el Talmud, las actividades prohibidas en Shabbat, y el «perímetro eruv» para eludirlas llegado el caso, y entonces, una hora más tarde, acabo buscando los «requisitos kósher» que tanto me interesaban cuando inicié mi búsqueda por internet.
Tras mucho navegar, recalo en una página de juguetes eróticos para adultos ortodoxos. El rabino Natan Alexander, gerente de la web en cuestión, nos explica que todos los productos ofertados han sido, para satisfacción de sus fieles clientes, nunca mejor dicho, avalados por Jehová y por tanto, detentan el «certificado kósher», —pues su envoltorio ha sido desprovisto de cualquier imagen lúbrica, lo que les convierte en 100% libres de todo pecado.
Sin salir de mi asombro ante el hilarante arte con que los religiosos elaboran subterfugios y prerrogativas para eludir sus propios preceptos, llego a la conclusión de que lo único que distingue a una mujer jasídica de una apóstata, como yo, es el envoltorio de nuestro Satisfyer.


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